1/5/08

El asombroso viaje de Pomponio Flato


Eduardo Mendoza.
El asombroso viaje de Pomponio Flato.
Seix Barral. Barcelona, 2008.


Que los dioses te guarden, Fabio, de esta plaga, pues de todas las formas de purificar el cuerpo que el hado nos envía, la diarrea es la más pertinaz y diligente. A menudo he debido sufrirla, como ocurre a quien, como yo, se adentra en los más remotos rincones del Imperio e incluso allende sus fronteras en busca del saber y la certeza. Pues es el caso que habiendo llegado a mis manos un papiro supuestamente hallado en una tumba etrusca, aunque procedente, según afirmaba quien me lo vendió, de un país más lejano, leí en él noticia de un arroyo cuyas aguas proporcionan la sabiduría a quien las bebe, así como ciertos datos que me permitieron barruntar su ubicación. De modo que emprendí viaje y hace ya dos años que ando probando todas las aguas que encuentro sin más resultado, Fabio, que el creciente menoscabo de mi salud, por cuanto la afección antes citada ha sido durante este periplo mi compañera más constante y también, por Hércules, la más conspicua. Pero no son mis infortunios lo que me propongo relatar en esta carta, sino la curiosa situación en que ahora me hallo y la gente con la que he trabado conocimiento.

Así comienza Pomponio Flato su epístola policial a Fabio. Con ese tono ampuloso narra en el siglo I su peripecia este flatulento probador de líquidos, fisiólogo de profesión y filósofo de vocación, un contradictorio científico sin fe que busca las aguas milagrosas, un descreído en tierra de superstición al que su búsqueda de las fuentes salvíficas le han provocado aerofagia y meteorismo crónicos. Entre las detonaciones de su propio cuerpo, se cae del caballo como un San Pablo pagano sin remedio y con flato.

Mezclando La vida de Brian con El nombre de la rosa, los Evangelios apócrifos con los viajes de Estrabón, a Conan Doyle con Shakespeare in love y a Astérix con los manuscritos del Mar Muerto, Eduardo Mendoza ha escrito en El asombroso viaje de Pomponio Flato, que publica Seix Barral, poco más que una parodia divertida de la novela histórica de detectives, tan de moda desde hace unos años.

Frente a la pretenciosidad del modelo parodiado, una mezcla de falsificaciones históricas y anacronismos diversos mal hilvanados y peor escritos, Eduardo Mendoza ha ideado un divertimento provocador, una novela evidentemente menor, una obra sin pretensiones, pero –y eso también forma parte de la diferencia y de la parodia, como en el Quijote- muy bien escrita. Una novela en la que las incorrecciones son políticas, no históricas, y sitúan la crítica religiosa en el terreno del humor sarcástico, en lo políticamente incorrecto, cercano a la escatología de la picaresca o de Quevedo.

Con el telón de fondo de la tierra santa de Nazaret, el niño Jesús, hijo de José el carpintero, requiere los servicios de Pomponio Flato para que investigue el crimen del que se acusa a su padre, amenazado de inminente muerte de cruz y condenado por haber matado al rico Epulón. Un asesinato de biblioteca que cuenta con ilustres precedentes.

A partir de ahí, con el esquema tradicional de un detective y un divino ayudante, se suceden situaciones que tienen como fondo la especulación inmobiliaria en tierra levantisca, las recalificaciones de unos terrenos cercanos al templo de Nazaret. Puede parecer un exceso anacrónico, pero no lo es: con otro nombre, claro, esas prácticas están documentadas por la historiografía romana clásica.

Un mosaico nutrido de personajes (el legionario fortachón llamado Quadrato, veterano de la batalla de Farsalia, Apio Pulcro y el Bautista, la niña María Magdalena y los Reyes Magos, Orfeo y Ben-Hur, Apolo y Mateo, Apio Claudio y Lázaro, la samaritana y Ulises) se dan cita como figurantes en esta intriga policiaca de risa y milagros en la que conviven epítetos épicos y sintagmas propios de parábola bíblica, en un relato salpicado de un humor lleno de guiños cultos y sacrílegos, continuador del Mendoza - menor, artesanal, pero eficiente- de la cripta embrujada y el laberinto de las aceitunas, de Gurb y el tocador de señoras.

Santos Domínguez