7/5/08

Botchan


Natsume Soseki.
Botchan.
Traducción de José Pazó.
Introducción de Andrés Ibáñez.
Impedimenta. Madrid, 2008.



Natsume Soseki (Tokio, 1867- 1916) es uno de los escritores que más influyeron en la modernización de la literatura japonesa y uno de sus clásicos indiscutibles desde hace más de un siglo. En su literatura, el conflicto entre tradición y modernidad o el problema de la identidad personal y cultural encuentran una serie de respuestas que abrieron la puerta de la contemporaneidad en Japón.

Fue el novelista más popular de su tiempo. También el más atormentado e inestable. Un escritor que en una época de crisis estableció en sus novelas un diálogo problemático entre la tradición oriental y la creciente influencia occidental. Buen conocedor de la literatura europea del XIX, de sus años ingleses le quedó como marca indeleble una profunda antipatía por Inglaterra y su literatura.

Con Soseki la novela japonesa alcanza su primera madurez con unos protagonistas que son intelectuales desgarrados entre los valores anacrónicos de una tradición inservible y una sociedad que se basa en el éxito material. El reflejo de ese conflicto, que fue el del Japón de su época, le permitió conectar con las preocupaciones de su entorno y convertirse en su portavoz fecundo, en un novelista de éxito que en los últimos diez años de su vida publicaba una obra al año.

Botchan, la novela que publica Impedimenta con traducción de José Pazó e introducción de Andrés Ibáñez, se publicó en 1906 y desde entonces es un clásico de la literatura japonesa moderna. Es la narración, con un cierto fondo autobiográfico, que hace en primera persona un joven profesor enviado a un instituto rural.

Desdichas de un niño mimado titula Andrés Ibáñez un prólogo en el que sitúa la figura del autor en el contexto de transformaciones que modernizaron la sociedad y la cultura de Japón a finales del XIX y comienzos del XX.

Relato de un impertinente incorregible, novela cómica sobre un niño mimado (eso significa literalmente Botchan en japonés), inadaptado e impulsivo hasta un extremo inverosímil que presagia el humor amarillo, como revela este comienzo desquiciado con el que hace su presentación el personaje:

Desde niño, he tenido una impulsividad innata que me viene de familia y que no ha hecho más que crearme problemas. Una vez, en la escuela primaria, salté desde la ventana de un primer piso y no pude andar durante una semana. Alguien se preguntará por qué hice semejante tontería. Pero la verdad es que no hubo ninguna razón especial. Simplemente estaba un día asomado a una de las ventanas del nuevo edificio de la escuela, cuando uno de mis compañeros de clase comenzó a meterse conmigo diciéndome que, por mucho que me hiciera el gallito, en realidad no era más que un cobarde y que no sería capaz de saltar. El bedel tuvo que llevarme esa misma noche a cuestas a mi casa. Cuando mi padre me vio, se enfadó muchísimo y me dijo que no podía comprender cómo alguien se podía quedar sin caminar simplemente por haber saltado desde la ventana de un primer piso. Le respondí que la siguiente vez que saltara no me volvería a ocurrir.

Ingenuo y antipático, áspero e incorruptible, la figura pesimista y antiheroica de Botchan conecta con la picaresca española a través de la novelística inglesa del los siglos XVIII y XIX. No es el relato de una construcción personal de la conciencia, sino la crónica de una pertinacia hecha desde una perspectiva inusual, de una rebelión contra el yo que parece estar en las raíces más profundas de la cultura japonesa.

Más que una novela de formación, Botchan es la crónica de una inadaptación y el relato del fracaso social del protagonista. Expulsado ya del paraíso de la infancia e incapaz de integrarse en el mundo adulto, el narrador se burla de las tradiciones y desmiente los tópicos seculares de la sociedad japonesa: la mentira, la hipocresía, la pequeñez moral son las normas que imperan en una sociedad que se refleja en el microcosmos del centro educativo y del ambiente rural que padece Botchan.

Obra maestra y experiencia de lectura inolvidable, el choque del inconformista Botchan con el ambiente renuncia a planteamientos melodramáticos y enfoca el conflicto desde la inteligente distancia del sarcasmo y el desengaño de Soseki, con una carga de fondo que destaca Andrés Ibáñez al final de su espléndido prólogo:

Uno se pregunta si las cosas sucederían realmente así en el Japón de hace cien años, pero la pregunta, seguramente, no es correcta. La pregunta debería ser si la vida humana es realmente así, tan ridicula, tan absurda, tan miserable, tan irrisoria. Porque eso es, precisamente, lo que logra Soseki en Botchan: a través del relato humorístico de las desventuras de un joven profesor en una escuela rural, traza un mapa del mundo. Y si nos hace reír tanto es, sin duda, porque también está hablando de nosotros.

Santos Domínguez