Hermann Broch.
En mitad de la vida. Poesía completa.
Prólogo de Clara Janés.
Traducción de Montserrat Armas y Rafael-José Díaz.
Igitur. Montblanc (Tarragona), 2007.
En mitad de la vida. Poesía completa.
Prólogo de Clara Janés.
Traducción de Montserrat Armas y Rafael-José Díaz.
Igitur. Montblanc (Tarragona), 2007.
Hasta esta traducción al español que Montserrat Armas y Rafael-José Díaz acaban de publicar en Igitur, la poesía completa de Hermann Broch no había sido traducida a ninguna lengua.
Imagina el lector el trabajo que hay en esta edición, y agradece a los traductores su esfuerzo y a los editores su valentía, sobre todo cuando el propio Broch reconocía la casi total imposibilidad de traducir su obra:
La muerte de Virgilio es una obra poco menos que imposible de traducir. (...) Ninguna poesía es total y perfectamente traducible, y La muerte de Virgilio es poesía.
No es raro, pues, que esta sea la primera traducción de la poesía completa de Hermann Broch a cualquier lengua.
Broch escribió poesía durante toda su vida. Los cincuenta y tres poemas que conforman su obra poética completa los escribió entre 1913 y 1949, dos años antes de su muerte en New Haven. Y una parte significativa de estos textos es estrictamente contemporánea de la redacción de La muerte de Virgilio, participan del mismo tono y de las mismas preocupaciones.
Pero Broch, el poeta renuente, como lo llamó Hanna Arendt, nunca reunió sus poemas en un libro. Habían ido apareciendo en revistas y se recopilaron en 1953, dos años después de su muerte, para formar un tomo de sus obras completas.
No hay, por tanto, en este libro una concepción unitaria, sino una integración cronológica de textos, lo que permite verlos como el reflejo de su evolución personal y literaria: desde el entusiasmo amoroso, la captación racionalista de la realidad o la incursión en un paisaje, en textos juveniles, hasta el desencanto y la visión filosófica desolada e irracionalista del mundo en los poemas de la madurez.
La poesía no fue para Broch una actividad específica o diferenciada, quizá porque toda su obra es obra poética. Desde luego, buena parte de su obra narrativa se adentra en el territorio de la poesía.
Thomas Mann decía que La muerte de Virgilio era el poema en prosa más importante escrito en lengua alemana. Y él mismo definió esa obra, una de las cimas de la literatura del siglo XX, como un extenso poema lírico. Allí la conciencia del poeta Virgilio/Broch desdibuja las fronteras genéricas de lo narrativo y lo lírico para moverse entre la realidad y la alucinación, entre el verso y la prosa, una prosa que tiene la tensión de la poesía que se desborda en el ritmo del versículo.
Como indicaba Hannah Arendt y recuerda Clara Janés en un prólogo lleno de sensibilidad y de hondura, ser poeta y no quererlo ser constituyó el rasgo característico de su personalidad, inspiró la acción dramática de su obra más importante y se convirtió en el conflicto central de su vida.
Su actitud ante el lenguaje es, en efecto, la de un poeta, la de quien explora los límites de la lengua y de la realidad y concibe la poesía como único medio de conocimiento de la verdad más profunda: la de la muerte.
Y es que para Broch la poesía es una despedida continua. En su Adiós a Musil escribía:
Hay que decir adiós a quien siempre se despidió, porque se pasó la vida despidiéndose. Nunca lo hizo de un modo sentimental, apenas dolorosamente; se despedía siempre con la exactitud de un cronista que atrapa el pasado, porque quiere la realidad presente, el germen del futuro. Esta búsqueda del tiempo perdido que ha sido siempre una parte esencial del escritor: arrebatar al olvido lo que nos pertenece, atrapar otra vez el vértigo de lo que hemos vivido, mirar hacia el pasado invisible para hacerlo transparente.
Es la sombra luminosa de la realidad, del tiempo, de la verdad, es decir, de la muerte, que recorre también toda la obra de Broch en verso y prosa.
Contraste y lucha de mito y logos, la poesía de Broch, su obra toda, no se detiene en el detalle emocional ni en la anécdota descriptiva. Va siempre en busca de la idea profunda, de la palabra verdadera que dé cuenta de la única verdad, la de la muerte.
Ese es el tema constante en su poesía y su narrativa, la validez de la poesía como forma de conocimiento y la defensa de la lógica superior del arte: el arte que no es capaz de reproducir la totalidad del mundo no es arte, decía en uno de sus ensayos.
Algunos de los textos más tempranos de Broch son cuatro sonetos que escribió en 1914 sobre el problema del conocimiento de la realidad. En ellos ya está presente esa reflexión sobre la función de la poesía como vía de expresión de lo inefable. El mundo es ya en esos sonetos, y lo será aún más en La muerte de Virgilio, una niebla impenetrable.
Y la poesía se interna en esa niebla en una búsqueda semejante a la de la ciencia, con la que debería confluir como forma superior de conocimiento, como confluyen la realidad externa y los procesos psíquicos en la fusión que propicia la poesía. La literatura aparece así como “la disciplina racional de la vida irracional.
La reflexión sobre los límites del lenguaje y del conocimiento es una constante en la totalidad de su obra. En uno de los ensayos que publicó Seix Barral bajo el título Poesía e investigación decía Broch:
Escribir poesía significa adquirir el conocimiento a través de la forma.
Mito, metafísica y poesía se convierten, pues, en los únicos caminos, en los únicos lenguajes verdaderos del conocimiento.
La realidad, el sueño, el tiempo y el olvido y la muerte son los temas que explora esta poesía de la que está desterrada la nostalgia, una experiencia de conocimiento en la que el pasado forma parte del presente.
Una experiencia de búsqueda de la identidad de un yo siempre oculto a través de dualidades y contradicciones de las que debe surgir la unidad del conjunto: la luz y la oscuridad, lo oculto visible, la noche y la tarde dorada, el paisaje nocturno o la contemplación de una mañana serena de primavera para llegar a captar la imagen del mundo, para acabar concluyendo en un monólogo áspero: Te hundes en el dolor.
Sobre algo oscuramente parecido a su actitud como poeta había escrito en La muerte de Virgilio: “se había convertido en un hombre sin paz, que huye de la muerte y busca la muerte, que busca la obra y huye de la obra, uno que ama y que odia, un vagabundo a través de las pasiones internas y externas, un huésped de su propia vida.”
El poema más largo de los que escribió Broch a excepción de La muerte de Virgilio es Mitad de la vida (1934), que da título al libro. Contiene ese texto, entre su verso inicial (Nunca reconozco el lenguaje en mi boca ni las palabras escritas) y los versos de cierre (Oh, mitad de la vida, escuchas contemplando la canción de tu vejez:/el lenguaje reencontrado.) algunas de las claves del pensamiento poético y filosófico de Broch.
La altura que tiene esta poesía, su potencia verbal, su misterio, el esfuerzo por entrar en la realidad profunda del mundo, le dan sentido y valor a un libro como este.
Corroboran que la apuesta, que el trabajo arduo de los traductores, ha valido la pena para poner al alcance del lector de español una obra tan poderosa y tan inquietante como el mundo del que da cuenta.
Santos Domínguez