21/2/07

Cien cartas a un desconocido


Roberto Calasso.
Cien cartas a un desconocido.
Traducción de Edgardo Dobry.
Anagrama. Barcelona, 2007.


Roberto Calasso es ya un viejo conocido del lector español por libros memorables como La literatura y los dioses o K., que tienen siempre como referente una lectura lúcida de la cultura y la creación literaria. Además es el director literario de Adelphi, una de las editoriales de mayor prestigio internacional, para la que ha estado escribiendo textos de solapa y contracubierta, un género seguramente menor, pero también una imprescindible incitación a la lectura, durante cuarenta años.

De las más de mil contracubiertas y solapas escritas por él para Adelphi desde 1965, Roberto Calasso ha escogido la décima parte y las ha encadenado en estas Cien cartas a un desconocido que publica Anagrama.

Esos textos, es norma imprescindible del género, deben tener algo de tentación de la serpiente, alguna sugerencia que haga apetitosa la compra o la lectura. Un libro debe entrar también por los ojos y por eso, junto a un diseño cuidado y reconocible, debe proponer paraísos o sugerir infiernos. Y eso depende en gran medida de las solapas y las contraportadas.

Las une el hilo invisible de la buena prosa de Calasso, su agudeza lectora y su inteligencia comercial, porque esa visión comercial es una de las virtudes, y no la menor, de quien se dedica a comercializar unos libros que son también, en el sentido más noble de la palabra, mercancía.

Como la edición de los prólogos de Borges, que iba precedida de un Prólogo de prólogos, aquí hay también, para empezar, una Solapa de solapas. Y en ella escribe Calasso:

La solapa es una forma literaria humilde y difícil, que espera todavía quien escriba su teoría y su historia. Para el editor ofrece con frecuencia la única ocasión de señalar explícitamente los motivos que lo han impulsado a escoger un libro determinado. Para el lector, es un texto que se lee con sospecha, temiendo ser víctima de una seducción fraudulenta. Sin embargo la solapa pertenece al libro, a su fisonomía, como el color y la imagen de la portada, como la tipografía con la que se ha impreso. Una cultura literaria se reconoce también por el aspecto de sus libros.

Cien cartas a un desconocido, porque algún vínculo histórico tienen este tipo de textos con las epístolas gratulatorias que en épocas modernas y preindustriales figuraban al frente de muchos libros. Si entonces el escritor encomendaba su obra a la protección del alto príncipe o a la eminencia de algún virtuoso cardenal con aquellas dedicatorias adulonas, ahora es el editor el que tiene que vender el libro y sustituye la adulación por la promesa, y al príncipe por el público, con no menos poder e igual de caprichoso.

Esas solapas son también un atlas de la literatura absoluta, como ha escrito Salvatore S. Nigro. Quien abre este libro abre un mapa mundi que le orienta en la tierra de promisión de la literatura. Por esa razón, porque este libro es un mapa, el editor ha tenido el acierto de añadir al final una referencia a las ediciones en español de esos libros. Cuando existe, claro está. Eso ocurre (y es para quedarse cavilando un rato sobre el asunto) con poco más de la mitad de los cien títulos que aparecen en esta antología. Con cincuenta y seis si no he contado mal.

De la altura de estos textos habla por sí solo un dato indiscutible si no bajamos al nivel polémico de los ejemplos: más de una solapa supera en calidad al texto que glosa. No es frecuente, porque Adelphi tiene uno de los catálogos más cuidados del mundo editorial, pero alguna vez ocurre.

En esos casos, no puede evitar el lector la malicia de ver que las mejores contraportadas son aquellas que tienen que vender lo más endeble. No sé si es lógica poética o comercial. O mera casualidad.

Santos Domínguez