2/2/07

El libro de mi padre



Urs Widmer.
El libro de mi padre.
Traducción de María José Díez y Diego Friera.
Salamandra. Barcelona, 2006


Porque hay una edad para matar al padre (freudianamente, claro) y otra para resucitarlo, existen novelas como El libro de mi padre, que publica Salamandra.

La ha escrito Urs Widmer (Basilea, 1938), uno de los autores suizos más destacados, del que Siruela publicó en 2001 El amante de mi madre, que tuvo una notable aceptación.

El tratamiento en la literatura de la figura del padre podría dar lugar a un voluminoso ensayo. Ese estudio revelaría que el enfoque de la imagen paterna suele ser negativo y está más cerca del ajuste de cuentas de la Carta al padre de Kafka que del afecto que se desprende de un libro como este.

El libro de mi padre es una evocación de la figura del padre con inusual afecto. Imperfecto y limitado, cercano y lleno de virtudes y de defectos, Karl, el padre del narrador, rompe todos los arquetipos y todas las barreras que marcan las distancias en las relaciones con el hijo. Hay en su ingenuidad y en su actitud ante la vida algo de perpetuo adolescente. Profesor de Francés en un Instituto, fumador compulsivo de cuatro cajetillas de Gitanes azules, vive entre libros y discos, traduce al alemán a Gide y a Stendhal y el Lazarillo de Tormes, "un clásico olvidado [sic] del siglo XVI."

Con una técnica narrativa que mezcla autobiografía y fabulación, con una soltura que se apoya en un tono directo y afectuoso, Widmer escribe una novela que es más que un homenaje al padre: la evocación de la Europa de entreguerras y de sus desengaños.

El libro al que alude el título forma parte de un rito iniciático: el día que cumple los doce años, Karl tiene que ir solo a su pueblo y participar en una ceremonia en la que se le adjudica un féretro y se le entrega un voluminoso libro blanco cuyas páginas tendrá que ir escribiendo a diario con letra apretada para que quepan todos sus días en el volumen. Durante cincuenta años escribe cada noche en ese libro de hojas blancas encuadernadas en piel negra. El día de su muerte, el 18 de junio de 1965, deja la última frase sin terminar y diez o quince páginas vacías. Como había hecho su padre, el hijo de Karl se acerca al pueblo para recoger el féretro que le tenían reservado y empieza a leer el libro de su padre.

Ha muerto antes de tiempo, pero ha dejado escrita en esas páginas la intensidad de la pasión, sus contradicciones, la emoción de sus sentimientos y sus temores ante el telón de fondo de su época y un amplio conjunto de personajes que completan el fresco de una de esas narraciones que persisten en la memoria del lector.

Por ella van pasando, con la fuerza actualizada de lo inmediato, de lo que ha ocurrido ese mismo día, los episodios pequeños que construyen el libro de la vida: los años de estudiante, su temporada parisina, su pasión por los libros, el despertar de la sexualidad, el crack del 29, la guerra civil española y la guerra mundial, los años de militancia comunista.

La agilidad narrativa, el humor y la inteligente ironía afectuosa de Widmer le emparentan con la profundidad humana del mejor Auster y hacen que esta novela sea una lectura más que recomendable.

Santos Domínguez