7/2/07

Mi testamento


María Antonieta.
Mi testamento.
Traducción del francés y edición de Juan Max Lacruz.
Funambulista. Madrid, 2007.



Extraño.

Esa es la última palabra que escribió en su vida María Antonieta de Austria, reina de Francia, y esposa de Luis XVI, guillotinada durante el Terror posterior a la Revolución Francesa.

El 16 de octubre de 1793, a las cuatro y media de una madrugada verosímilmente destemplada y agria, empezaba a escribir una carta a su cuñada, Elisabeth Capeto, hermana del rey. Sólo media hora antes había salido del la sala del tribunal revolucionario que la acababa de condenar a muerte. Aquella carta, que era una forma de desahogo, una manera de tranquilizarse y un mensaje que no llegaría a su destinataria, forma parte de la colección de textos que publica Funambulista en Mi testamento, un libro que explora los últimos días de quien aquella misma mañana del 16 de octubre sería guillotinada.

Con traducción, comentarios introductorios y notas de Juan Max Lacruz, se recogen tres textos, algunos inéditos hasta ahora en español, de desigual valor literario y humano. O para decirlo con más claridad: de valor literario inversamente proporcional a su calidad humana.

El primero de esos textos, la requisitoria del acusador público Fouquier, que se leyó el primer día de la vista oral y fue la base de la acusación, es una descalificación de la conducta pública y privada de María Antonieta, que aparece en ese texto demagógico como un ser intrigante y libidinoso, como una madre incestuosa y una conspiradora libercitida.

El documento de más altura literaria es, curiosamente, el más despreciable desde el punto de vista de la inteligencia y la humanidad: es un supuesto testamento-confesión de la Reina, redactado horas antes de ser guillotinada y recogido por un sans-culotte. Se trata de una falsificación tosca, de un apócrifo autoinculpatorio e inverosímil que no tiene más objeto que justificar la condena de la reina. Quien lo escribió no carecía de habilidad literaria, pero desconocía o despreciaba las limitaciones que la verosimilitud impone al buen falsificador. Esa parte central del volumen preparado por el editor tiene tres textos: una ridícula epístola de Mª Antonieta al diablo, su padrino, para pedirle en la otra vida empleo de cuarta Furia del infierno. Con incoherencias increíbles incluso en un condenado a muerte, no es la menor de ellas la calidad del texto y las rebuscadas alusiones mitológicas. Se trata, evidentemente, de un documento fabricado, como sus disparatadas y también falsas Disposiciones últimas, de las que prefiero no dar detalles. Esa parte central apócrifa se cierra con la transcripción de otra supuesta confesión sacramental de la reina ante un eclesiástico que ignoraba el secreto de confesión.

El auténtico testamento de María Antonieta no es un testamento más que en la tercera acepción que le otorga a esa palabra el Diccionario de la Academia. No es un documento legal, sino la carta que le escribió a su cuñada Elisabeth. Aquella carta, lo decíamos arriba, nunca llegó a su destino. Es más, la hermana del rey se enteró de la muerte de Mª Antonieta cuando la indiscreción de una aristócrata le comunicó lo que hasta entonces le habían ocultado piadosamente.

Fue unos meses después y ella subía también en ese momento las escaleras del cadalso en aquellos días del Terror y las venganzas.

Santos Domínguez