11/2/07

El puente que cruza la luna




Tess Gallagher.
El puente que cruza la luna.
Traducción de Eduardo Moga.
Bartleby Editores. Madrid, 2006





Ahora somos como aquel montón mate de arena
del jardín del Pabellón de Plata de Kyoto,
diseñado para revelarse sólo a la luz de la luna.

¿Quieres que esté de duelo?
¿Quieres que guarde luto?

¿O, como la luz de la luna en la arena blanquísima,
quieres que use tu luz para brillar, para relucir?

Brillo. Estoy de duelo.

Quizá después de transcribir un texto como este, con el que Tess Gallagher abre El puente que cruza la luna que publica Bartleby en edición bilingüe y con una estupenda traducción de Eduardo Moga, lo más adecuado sería recomendar su lectura y callarse.

Con ese tono emocionado y sostenido está escrita esta elegía afirmativa, este diálogo constante que Tess Gallagher, la viuda de Raymond Carver, mantiene con su marido muerto. El tú y el nosotros se convierten en los vínculos lingüísticos entre el pasado y el presente, en los signos de la persistencia o en la memoria del sol que sigue existiendo en la luz lunar, mortal y femenina.

Es la propia autora la que explica en una nota el sentido del título:

"El puente que cruza la luna" es una traducción de los caracteres chinos del Puente de Togetsu, en el río Oí, cerca de Kioto, en la zona de Arashiyama, conocido por las muchas e importantes obras literarias que celebran su belleza. En los antiguos días de la aristocracia, había una curiosa costumbre (...) que consistía en tirar abanicos al agua desde los barcos, para que flotaran río abajo.

La zona montañosa de la orilla de Sagano del puente también es conocida por sus muchos templos, y como lugar de retiro para los que desean emprender una vida de soledad. Caminando por el Puente de Togetsu a finales de noviembre de 1990, con dos amigos japoneses, se me ocurrió que acababa literalmente de cruzar el título de mi libro.

Se dice que el nombre del puente es una alusión a la luna que atraviesa el cielo nocturno.

Carver murió en 1988 y cuatro años después, en 1992, Tess Gallagher publicaba este Moon Crossing Brigde que, casi quince años después, es su primer libro de poemas traducido al español. Un libro que habría que leer a la vez que el magnífico Carver y yo, que Bartleby editará próximamente.

Y es toda una revelación a la luz de la luna, como la que nombra ese poema inicial. La nieve, la niebla, la lluvia son las marcas meteorológicas de una atmósfera fría, pero serena. Serena incluso en la rebeldía contra el olvido y la separación, contra la muerte. Parece como si, ya abolido el futuro, tampoco interesase el presente y todo el esfuerzo vital se concentrase en luchar contra el pasado, contra la niebla que insiste en desdibujar los perfiles del recuerdo. Y la luz se va abriendo paso con trabajo y con fuerza en el libro, hasta llegar al poema final, cuyo título (Cerca, como todo lo que se ha perdido) condensa esa insistencia en la memoria salvadora.

Y ese es el sentido vital, otra vez afirmativo, que tienen estos textos, dotados de una fuerza expresiva que Eduardo Moga ha sabido mantener en su traducción:

Sí, puede volver a la vida el tiempo suficiente
como para que la eternidad lo aprese, hasta que uno de nosotros
pueda velar y escribir el poema sordo,
un poema al que le falte hasta el lenguaje
con el que no está escrito.

Este es un libro desolado y sin embargo no es un libro triste. Sé que no es fácil explicarlo, pero me tranquiliza saber también que quien lo lea no va a necesitar que se le explique nada. Y aunque hay algún momento de hermetismo visionario en su imaginería, en él se entiende todo. Está aquí convocada y reunida toda la fuerza inefable de la mejor poesía para restañar una herida profunda que duele con un dolor más hondo que el de la melancolía. Como en el conmovedor Despertar, que se cierra con estos versos:

Permanecimos muertos
un poco, el uno junto al otro, serenos
y a flote, en el vasto y extraño manto
del mundo abandonado.


Santos Domínguez