João de Melo.
Mi mundo no es de este reino.
Traducción de Rebeca Hernández.
Linteo Narrativa. Orense, 2007.
Mi mundo no es de este reino.
Traducción de Rebeca Hernández.
Linteo Narrativa. Orense, 2007.
En las Azores, donde se escenificó uno de los episodios más vergonzosos de la historia contemporánea, transcurre Mi mundo no es de este reino, la novela del portugués João de Melo que publica en español Linteo con traducción de Rebeca Hernández.
João de Melo (San Miguel, Azores, 1949) es uno de los novelistas portugueses más interesantes de la actualidad y publicó la primera parte de esta obra, potente en su crítica y de una vehemencia encauzada en su prosa torrencial, en 1983. Casi veinticinco años después, con el añadido del relato La divina miseria (1987), y con una revisión que terminó en 2006, se edita la traducción al español de una novela en la que se funden lo lírico y lo narrativo, la tradición oral y la escrita, lo autobiográfico y lo testimonial para construir un espacio mítico y real a la vez, como los territorios imaginarios de Yoknapatawpha, Celama o Macondo.
Narración mágica que se remonta a los orígenes de la aldea de Nuestra Señora del Rozário de Achadinha, en la isla azoriana de S. Miguel:
La esencia de ese espacio, mítico y real a la vez, la constituyen el paisaje y los personajes que lo habitan. Por eso, además de un texto de notable calidad literaria, Mi mundo no es de este reino es una denuncia de los abusos del poder y una protesta contra la humillación. Personajes como el padre Governo, un verdugo que representa a la Iglesia en una farsa religiosa que se utiliza para apoyar la injusticia, para ejercer la complicidad con el intervencionismo americano y para proteger la impunidad de gobernantes brutales como Goraz.
Frente a ellos, João María, un hombre íntegro que se degrada en la resignación desolada y el conformismo, o João Lázaro, un apóstol de la rebeldía que viene del futuro para mostrar otros mundos y otros modos de pensar y de actuar.
O el narrador, que entrecruza -en un diseño casi musical- su potente voz, abundante en metáforas y caudalosa en léxico, con la de los personajes en una novela cuya base ideológica es el existencialismo, con Nietzsche, Schopenhauer o Heidegger al fondo. Un existencialismo que no impide la determinación de la protesta y la posibilidad de la esperanza en la justicia.
João de Melo (San Miguel, Azores, 1949) es uno de los novelistas portugueses más interesantes de la actualidad y publicó la primera parte de esta obra, potente en su crítica y de una vehemencia encauzada en su prosa torrencial, en 1983. Casi veinticinco años después, con el añadido del relato La divina miseria (1987), y con una revisión que terminó en 2006, se edita la traducción al español de una novela en la que se funden lo lírico y lo narrativo, la tradición oral y la escrita, lo autobiográfico y lo testimonial para construir un espacio mítico y real a la vez, como los territorios imaginarios de Yoknapatawpha, Celama o Macondo.
Narración mágica que se remonta a los orígenes de la aldea de Nuestra Señora del Rozário de Achadinha, en la isla azoriana de S. Miguel:
EN AQUELLOS TIEMPOS, EL PUEBLO DE NUESTRA SEÑORA DEL ROZÁRIO DE ACHADINHA NO ERA MÁS QUE UNA CAGALUTA DE MOSCA, A LA QUE LE ESTUVIESE APUNTANDO UN DEDO
por encima del dorso casi siempre verdoso del Atlántico, y la memoria de los pobladores resbalaba aún del basalto de las calzadas y de los musgos marinos. Las casas mugrientas del litoral, con sus techos de paja y adobe de una argamasa muy semejante al barro amasado con sangre, descendían en tres hileras hasta el fondo del valle. Ahí se enlazaban unas con otras, a lo largo de cañadas tortuosas, a través de las cuales sería un milagro el paso de una yunta de bueyes enganchada al tiro de las carretas. Los primeros machos habían sido domesticados a la fuerza, unos con el bozal, otros con la inexorable castración, y cargaban ahora a pelo escasas moliendas de haba y maíz, con destino a las aceñas de Achada y de Salga. Tenían el mirar blando y afligido de toda naturaleza condenada a la servidumbre de los hombres. Su heroica y húmeda tristeza animal no tardaría en pegarse también a la pared de las cosas. Y, pegada a la pared de las cosas, progresó en su humedad, atravesó incluso la respiración de las piedras y comenzó a devorar el paisaje.La esencia de ese espacio, mítico y real a la vez, la constituyen el paisaje y los personajes que lo habitan. Por eso, además de un texto de notable calidad literaria, Mi mundo no es de este reino es una denuncia de los abusos del poder y una protesta contra la humillación. Personajes como el padre Governo, un verdugo que representa a la Iglesia en una farsa religiosa que se utiliza para apoyar la injusticia, para ejercer la complicidad con el intervencionismo americano y para proteger la impunidad de gobernantes brutales como Goraz.
Frente a ellos, João María, un hombre íntegro que se degrada en la resignación desolada y el conformismo, o João Lázaro, un apóstol de la rebeldía que viene del futuro para mostrar otros mundos y otros modos de pensar y de actuar.
O el narrador, que entrecruza -en un diseño casi musical- su potente voz, abundante en metáforas y caudalosa en léxico, con la de los personajes en una novela cuya base ideológica es el existencialismo, con Nietzsche, Schopenhauer o Heidegger al fondo. Un existencialismo que no impide la determinación de la protesta y la posibilidad de la esperanza en la justicia.
Santos Domínguez