Jack Kerouac.
Libro de jaikus.
Traducción y prólogo de Marcos Canteli.
Bartleby Editores. Madrid, 2007.
Lo que está sucediendo en este lugar, en este momento.
Eso es el jaiku para Basho (1644-1694), padre y maestro de un género que va más allá de los límites de la poesía para convertirse en una forma de conocimiento inspirada en la filosofía zen.
Como Kennet Rexroth y otros poetas de la generación beat, Jack Kerouac se acercó a la sabiduría oriental a través del pensamiento y la poesía zen y escribió cerca de mil jaikus. Bartleby publica, en edición bilingüe con traducción y prólogo de Marcos Canteli, una selección de algo más de quinientos jaikus procedentes de su Libro de jaikus y del material desperdigado en cuadernos de notas, novelas y cartas. Ese material, que editó en 2003 Regina Weinrich en Book of Haikus, ha sido el punto de partida de esta traducción.
Kerouac publicó, que yo sepa, tres libros de jaikus: American Haiku (1959), The Northport Haikus (1964) y Book of Haikus (1968), pero gran parte de estos textos estaban inéditos en español.
Allen Ginsberg, otro beatnik, decía de Kerouac que era el único que sabía escribir jaikus en Estados Unidos, porque esa era su forma natural de hablar y de pensar: la sencillez expresiva, la sobriedad estilística, la síntesis de un pequeño cuadro que contiene una historia grande y extensa comprimida en tres versos breves, con una imagen de intensidad visual o emocional.
Kerouac no respetó, en su propuesta y en la práctica de un jaiku americano y occidental, las diecisiete sílabas que tiene el género en su modelo japonés, aunque sí el esquema de los tres versos y el espíritu zen de esos textos, en los que practicó el minimalismo y la concentración de un destilado poético que toma como punto de partida la intuición y la contemplación:
Cuanto más te acercas –escribió una vez- a la auténtica materia, a la piedra y al aire y al fuego y a la madera, el mundo resulta más espiritual.
De esa manera se salta del instante y el detalle a la revelación del mundo mediante una poesía que es una liberación de los límites simbólicos del lenguaje. Porque lo más importante en el jaiku, su mayor carga comunicativa reside más en lo que calla que en lo que dice, más en la intuición de lo invisible que en la percepción de lo visible. Como en la mejor poesía, en definitiva, de lo que se trata es de comunicar lo incomunicable, de expresar lo inefable.
Ese es el alto propósito, no siempre conseguido, de estos textos, que muchas veces tienen intuiciones hechas desde la melancolía:
Luna de primavera-
¡Qué lejos ya
Aquellos pétalos de naranjo!
Y otras no van más allá de una ocurrencia trivial:
LA BOMBILLA
DE REPENTE SE APAGÓ-
DEJÉ DE LEER
O una mera simpleza:
Falló la patada
a la puerta de la nevera
Igualmente se cerró.
Y gatos, ardillas, flores, árboles, lluvias y lunas en un paisaje habitado por el poeta y su mirada y recorrido por Mao y por el delicado espíritu oriental, pero también por Cochise, Custer o Jerónimo.
No hace falta ser muy avispado para saber que será uno de los libros de poesía que más se van a vender en los próximos meses.
Santos Domínguez