William Shakespeare y John Fletcher.
Historia de Cardenio.
Traducción e introducción de Charles David Ley.
Edición de José Esteban.
Breviarios Rey Lear. Madrid, 2007.
Historia de Cardenio.
Traducción e introducción de Charles David Ley.
Edición de José Esteban.
Breviarios Rey Lear. Madrid, 2007.
Ni Homero conoció a Virgilio ni Virgilio acompañó a Dante a otro lugar que no fuese el de la literatura inolvidable. La coartada en ambos casos era el tiempo, un argumento que no puede utilizarse para descartar el encuentro de Shakespeare y Cervantes, antes de una muerte que el capricho y el azar de los diversos calendarios sitúan el 23 de abril de 1616.
Astrana Marín y Anthony Burgess fantasearon sobre un encuentro de Cervantes y Shakespeare mucho antes de ese reciente disparate cinematográfico sin ritmo ni sentido que se tituló Miguel y William.
Lo que sí parece que hubo fue un texto teatral escrito por Shakespeare y John Fletcher sobre la Historia de Cardenio, un episodio de la primera parte del Quijote, que tradujo al inglés John Shelton en 1612 y que al parecer leyó con interés Shakespeare.
La obra fue representada en un par de ocasiones por los Hombres del Rey, la compañía de Shakespeare, en 1613. Poco después, un incendio en el teatro del Globo hizo que se la diese por desaparecida. A partir de ese momento la historia de texto es incierta. Hay una noticia del texto en 1656, cuando un editor pide permiso para publicar la Historia de Cardenio, por Fletcher y Shakespeare; y otra en el siglo XVIII, cuando Lewis Theobald dice que ha escrito su Doble falsedad como una refundición parcial del texto original de Shakespeare y Fletcher, que había adquirido con mucho esfuerzo y adaptado con no menor trabajo.
La inconsistencia de esos datos relegaron la Historia de Cardenio a las estanterías imaginarias de las obras perdidas o a la leyenda de los textos que nunca existieron.
Hace sólo unos meses, la Royal Shakespeare Company ha autentificado una de las versiones y con ese motivo Rey Lear reedita la traducción y el prólogo de Charles David Ley que publicó en 1987 José Esteban, que la editó entonces y se ha ocupado de esta nueva edición. Para ella ha escrito una introducción que expone la ajetreada historia textual de esta obra (la historia de uno de los descubrimientos bibliográficos más apasionantes de los últimos años), y rinde un homenaje de amistad al desaparecido Charles David Ley, que escribía estas palabras en 1951, antes de encontrar la Historia de Cardenio:
Lástima el que se haya perdido esta obra; pero es casi seguro que la intervención de Fletcher sería mucho mayor que la de Shakespeare, como efectivamente pasa en Los dos nobles parientes y Enrique VIII. Es más, su participación en Los dos nobles parientes y Cardenio no mereció que los editores, muy cuidadosos, los incluyeran en el primer Folio, lo cual nos hace sospechar que estimaban en poco su contribución en estas obras. (Yo he leído en alguna parte la insinuación de que Cardenio no existió jamás, y que fue mencionado en una lista de obras varias de la época puramente por un error de copia).
Por lo demás, y a pesar del meritorio trabajo del traductor y el encomiable empeño de los editores, la obra parece menos de Shakespeare que de Fletcher. Nada que recuerde ni remotamente al autor maduro y final del Cuento de invierno o al escritor que acababa de estrenar por entonces ese testamento luminoso que es La tempestad.
Astrana Marín y Anthony Burgess fantasearon sobre un encuentro de Cervantes y Shakespeare mucho antes de ese reciente disparate cinematográfico sin ritmo ni sentido que se tituló Miguel y William.
Lo que sí parece que hubo fue un texto teatral escrito por Shakespeare y John Fletcher sobre la Historia de Cardenio, un episodio de la primera parte del Quijote, que tradujo al inglés John Shelton en 1612 y que al parecer leyó con interés Shakespeare.
La obra fue representada en un par de ocasiones por los Hombres del Rey, la compañía de Shakespeare, en 1613. Poco después, un incendio en el teatro del Globo hizo que se la diese por desaparecida. A partir de ese momento la historia de texto es incierta. Hay una noticia del texto en 1656, cuando un editor pide permiso para publicar la Historia de Cardenio, por Fletcher y Shakespeare; y otra en el siglo XVIII, cuando Lewis Theobald dice que ha escrito su Doble falsedad como una refundición parcial del texto original de Shakespeare y Fletcher, que había adquirido con mucho esfuerzo y adaptado con no menor trabajo.
La inconsistencia de esos datos relegaron la Historia de Cardenio a las estanterías imaginarias de las obras perdidas o a la leyenda de los textos que nunca existieron.
Hace sólo unos meses, la Royal Shakespeare Company ha autentificado una de las versiones y con ese motivo Rey Lear reedita la traducción y el prólogo de Charles David Ley que publicó en 1987 José Esteban, que la editó entonces y se ha ocupado de esta nueva edición. Para ella ha escrito una introducción que expone la ajetreada historia textual de esta obra (la historia de uno de los descubrimientos bibliográficos más apasionantes de los últimos años), y rinde un homenaje de amistad al desaparecido Charles David Ley, que escribía estas palabras en 1951, antes de encontrar la Historia de Cardenio:
Lástima el que se haya perdido esta obra; pero es casi seguro que la intervención de Fletcher sería mucho mayor que la de Shakespeare, como efectivamente pasa en Los dos nobles parientes y Enrique VIII. Es más, su participación en Los dos nobles parientes y Cardenio no mereció que los editores, muy cuidadosos, los incluyeran en el primer Folio, lo cual nos hace sospechar que estimaban en poco su contribución en estas obras. (Yo he leído en alguna parte la insinuación de que Cardenio no existió jamás, y que fue mencionado en una lista de obras varias de la época puramente por un error de copia).
Por lo demás, y a pesar del meritorio trabajo del traductor y el encomiable empeño de los editores, la obra parece menos de Shakespeare que de Fletcher. Nada que recuerde ni remotamente al autor maduro y final del Cuento de invierno o al escritor que acababa de estrenar por entonces ese testamento luminoso que es La tempestad.
Santos Domínguez