Oscar Wilde.
El arte de conversar.
Traducción y edición de Roberto Frías.
Atalanta. Gerona, 2007.
Óscar Wilde nació en Dublín en 1854. Murió en el Hôtel d’Alsace, en París, en el año 1900. Su obra no ha envejecido; pudo haber sido escrita esta mañana.
Las palabras, escuetas y definitivas, son de Borges, que le profesó fidelidad literaria durante toda su obra y secreta envidia durante toda su vida. Las traigo aquí a propósito de la admirable edición que ha publicado Atalanta del Wilde más brillante, el Wilde conversacional, agudo y ocurrente. Yeats o Gide fueron algunos de los oyentes que apuntaron aquellos relatos orales, aquellas frases epigramáticas y fulgurantes, a menudo superficiales, que fueron la particular demostración de la agudeza y arte de ingenio de Wilde.
Se ha ocupado de esta edición, que incorpora 28 relatos inéditos y abundante material gráfico, Roberto Frías, que ha traducido los relatos y los aforismos de El arte de conversar, ha escrito la introducción y un estupendo epílogo (Casi una autobiografía), que hace un recorrido por la biografía de quien (con)fundió como pocos literatura y biografía y entendió su vida como la mejor obra de arte que dejaría a la posteridad.
En torno a esos relatos inéditos y a los aforismos se organizan las dos partes de este libro, cuidado hasta el menor detalle, como es norma de esta editorial que ha hecho de la elegancia y el buen gusto uno de sus signos de identidad.
Wilde, que fue un conversador ingenioso, deslumbrante y provocador, como su literatura, no limitó su fulgor al ámbito privado y efímero de la conversación. Muchos de sus epigramas ocurrentes y brillantes los fue esparciendo en sus obras de teatro, en su narrativa, en sus ensayos. Y de esos textos proceden la mayor parte de sus aforismos, organizados en el libro alrededor de unos cincuenta ejes temáticos relevantes, que son los que configuran su amplio universo literario.
Los cazadores de perlas tienen aquí el botín asegurado. Entre la literatura y la vida, la política y el genio, la sociedad y sus dos juicios, todo un repertorio de citas sobre los más variados asuntos. Y, sobre todos, al final, el que es el tema vertebral de la obra de Oscar Wilde: Oscar Wilde.
Vuelvo a Borges, que aludía a la eterna juventud literaria de aquel seductor (otra vez vida y literatura) que escribió El retrato de Dorian Gray:
Observa Stevenson que hay una virtud sin la cual todas las demás son inútiles; esa virtud es el encanto. Los largos siglos de la literatura nos ofrecen autores harto más complejos e imaginativos que Wilde; ninguno más encantador. Lo fue en el diálogo casual, lo fue en la amistad, lo fue en los años de la dicha y en los años adversos. Sigue siéndolo en cada línea que ha trazado su pluma.
Se ha ocupado de esta edición, que incorpora 28 relatos inéditos y abundante material gráfico, Roberto Frías, que ha traducido los relatos y los aforismos de El arte de conversar, ha escrito la introducción y un estupendo epílogo (Casi una autobiografía), que hace un recorrido por la biografía de quien (con)fundió como pocos literatura y biografía y entendió su vida como la mejor obra de arte que dejaría a la posteridad.
En torno a esos relatos inéditos y a los aforismos se organizan las dos partes de este libro, cuidado hasta el menor detalle, como es norma de esta editorial que ha hecho de la elegancia y el buen gusto uno de sus signos de identidad.
Wilde, que fue un conversador ingenioso, deslumbrante y provocador, como su literatura, no limitó su fulgor al ámbito privado y efímero de la conversación. Muchos de sus epigramas ocurrentes y brillantes los fue esparciendo en sus obras de teatro, en su narrativa, en sus ensayos. Y de esos textos proceden la mayor parte de sus aforismos, organizados en el libro alrededor de unos cincuenta ejes temáticos relevantes, que son los que configuran su amplio universo literario.
Los cazadores de perlas tienen aquí el botín asegurado. Entre la literatura y la vida, la política y el genio, la sociedad y sus dos juicios, todo un repertorio de citas sobre los más variados asuntos. Y, sobre todos, al final, el que es el tema vertebral de la obra de Oscar Wilde: Oscar Wilde.
Vuelvo a Borges, que aludía a la eterna juventud literaria de aquel seductor (otra vez vida y literatura) que escribió El retrato de Dorian Gray:
Observa Stevenson que hay una virtud sin la cual todas las demás son inútiles; esa virtud es el encanto. Los largos siglos de la literatura nos ofrecen autores harto más complejos e imaginativos que Wilde; ninguno más encantador. Lo fue en el diálogo casual, lo fue en la amistad, lo fue en los años de la dicha y en los años adversos. Sigue siéndolo en cada línea que ha trazado su pluma.
Santos Domínguez