Nikolái Leskov.
La pulga de acero.
Traducción del ruso de Sara Gutiérrez.
Introducción de Care Santos.
Ilustraciones de Javier Herrero.
Impedimenta. Madrid, 2007.
La pulga de acero.
Traducción del ruso de Sara Gutiérrez.
Introducción de Care Santos.
Ilustraciones de Javier Herrero.
Impedimenta. Madrid, 2007.
La tradición crítica – escribía Italo Calvino en el prólogo ya clásico de Cuentos fantásticos del siglo XIX- ha considerado la literatura rusa del siglo XIX bajo la perspectiva del realismo, pero de igual modo el desarrollo paralelo de la tendencia fantástica de Pushkin a Dostoievski se advierte con claridad. Precisamente en esta línea, un autor de primera fila como Leskov adquiere su plena proporción.
Nikolái Leskov (1831-1895), al que Chejov reconoció como maestro y al que elogiaron Tolstoi y Gorki y despreció Nabokov, es uno de los narradores más genuinos de la literatura rusa.
Viajante de comercio por la interminable estepa, su relación tardía con la literatura tuvo mucho que ver con las largas travesías por Rusia, con la observación de tipos y la necesidad de entretener el tiempo con relatos imaginativos que combatieran la monotonía.
Original pese a sus raíces tradicionales, es un narrador eficiente y artesanal (La composición escrita no es para mí un arte liberal, sino una artesanía -escribió), de técnica emparentada estrechamente con la tradición oral.
Sus relatos se levantan siempre, lo destacaba Calvino, como el resultado de la voz del narrador. Un narrador que no enjuicia los comportamientos ni se aventura en la psicología de unos personajes a los que construye con una técnica mostrativa que reproduce sus gestos y transcribe sus palabras. Y precisamente esa ironía distanciada que suele practicar Leskov ha provocado opiniones encontradas y perplejidades de la crítica, desorientada con frecuencia ante la postura del autor.
La pulga de acero, que acaba de publicar Impedimenta, es una de sus obras más divertidas e interesantes. Es un cuento sobre un artefacto minúsculo, un autómata microscópico, y sobre un artesano zurdo y bizco de Tula que demuestra a los ingleses hasta dónde son capaces de llegar los rusos. Posiblemente no sea el personaje más acabado del texto. Hay en ese relato otra figura en cuya caracterización se dan cita las claves cómicas de la narrativa de Leskov: Platov, un cosaco del Don, que fuma sin cesar en el lecho del despecho después de haber sido acompañante y consejero del zar.
Walter Benjamin, que tomó como referente de su ensayo sobre El narrador la producción de Leskov, escribía acerca de este relato:
En su solapada e insolente historia «La pulga de acero», a medio camino entre leyenda y farsa, Leskov rinde homenaje a la artesanía local rusa, en la figura de los plateros de Tula. Resulta que su obra maestra, La pulga de acero, llega a ser vista por Pedro el Grande que, merced a ello, se convence de que los rusos no tienen por qué avergonzarse de los ingleses.
Y añadía: la mitad del arte de narrar radica precisamente en referir una historia libre de explicaciones. Ahí Leskov es un maestro. Lo extraordinario, lo prodigioso, están contados con la mayor precisión, sin imponerle al lector el contexto psicológico de lo ocurrido. Es libre de arreglárselas con el tema según su propio entendimiento, y con ello la narración alcanza una amplitud de vibración de la que carece la información.
Nikolái Leskov (1831-1895), al que Chejov reconoció como maestro y al que elogiaron Tolstoi y Gorki y despreció Nabokov, es uno de los narradores más genuinos de la literatura rusa.
Viajante de comercio por la interminable estepa, su relación tardía con la literatura tuvo mucho que ver con las largas travesías por Rusia, con la observación de tipos y la necesidad de entretener el tiempo con relatos imaginativos que combatieran la monotonía.
Original pese a sus raíces tradicionales, es un narrador eficiente y artesanal (La composición escrita no es para mí un arte liberal, sino una artesanía -escribió), de técnica emparentada estrechamente con la tradición oral.
Sus relatos se levantan siempre, lo destacaba Calvino, como el resultado de la voz del narrador. Un narrador que no enjuicia los comportamientos ni se aventura en la psicología de unos personajes a los que construye con una técnica mostrativa que reproduce sus gestos y transcribe sus palabras. Y precisamente esa ironía distanciada que suele practicar Leskov ha provocado opiniones encontradas y perplejidades de la crítica, desorientada con frecuencia ante la postura del autor.
La pulga de acero, que acaba de publicar Impedimenta, es una de sus obras más divertidas e interesantes. Es un cuento sobre un artefacto minúsculo, un autómata microscópico, y sobre un artesano zurdo y bizco de Tula que demuestra a los ingleses hasta dónde son capaces de llegar los rusos. Posiblemente no sea el personaje más acabado del texto. Hay en ese relato otra figura en cuya caracterización se dan cita las claves cómicas de la narrativa de Leskov: Platov, un cosaco del Don, que fuma sin cesar en el lecho del despecho después de haber sido acompañante y consejero del zar.
Walter Benjamin, que tomó como referente de su ensayo sobre El narrador la producción de Leskov, escribía acerca de este relato:
En su solapada e insolente historia «La pulga de acero», a medio camino entre leyenda y farsa, Leskov rinde homenaje a la artesanía local rusa, en la figura de los plateros de Tula. Resulta que su obra maestra, La pulga de acero, llega a ser vista por Pedro el Grande que, merced a ello, se convence de que los rusos no tienen por qué avergonzarse de los ingleses.
Y añadía: la mitad del arte de narrar radica precisamente en referir una historia libre de explicaciones. Ahí Leskov es un maestro. Lo extraordinario, lo prodigioso, están contados con la mayor precisión, sin imponerle al lector el contexto psicológico de lo ocurrido. Es libre de arreglárselas con el tema según su propio entendimiento, y con ello la narración alcanza una amplitud de vibración de la que carece la información.
La edición que ha preparado Impedimenta tiene el valor añadido del inteligente prólogo en el que Care Santos hace una certera aproximación al mundo narrativo de Leskov, cuya tendencia al juego de palabras y a la creación neologista hace especialmente meritoria la traducción de Sara Gutiérrez.
Santos Domínguez