Amos Oz.
La historia comienza.
Ensayos sobre literatura.
Traducción de María Condor.
Siruela. Madrid, 2007.
¿Qué hay que contar en el primer capítulo? ¿Y en el primer párrafo? ¿ Cuánto debe revelar la primera frase? ¿Qué deben ocultar esos comienzos?
Esas son algunas de las preguntas esenciales que están en el origen de este libro que reúne un conjunto de ensayos y conferencias del narrador israelí.
Esas son algunas de las preguntas esenciales que están en el origen de este libro que reúne un conjunto de ensayos y conferencias del narrador israelí.
Sobre los buenos principios, sobre los comienzos de diez novelas y relatos cortos y sobre la página en blanco trata La historia comienza de Amos Oz, que acaba de publicar Siruela en El ojo del tiempo.
¿Cuántos borradores se escribieron, se tacharon, se reescribieron antes de un comienzo eficiente, de un párrafo definitivo?
Con su agudeza habitual, Amos Oz aporta las claves de ese pacto secreto entre autor y lector y hace una exploración de las dudas, de los comienzos flojos o banales, o de los que fijan el terreno en el que el autor atrapa al lector desde el principio de la novela o el relato.
Con su agudeza habitual, Amos Oz aporta las claves de ese pacto secreto entre autor y lector y hace una exploración de las dudas, de los comienzos flojos o banales, o de los que fijan el terreno en el que el autor atrapa al lector desde el principio de la novela o el relato.
El comienzo turbio de La nariz, de Gogol; el dilema que plantea Kafka en el inicio de El médico rural; el comienzo conclusivo de El otoño del patriarca, donde el principio es el final, o la incitación a imaginar y a llenar huecos que es Nadie decía nada, de Carver.
Es ahí, en los comienzos, donde la narración se juega la vida y se firma el pacto secreto entre el autor y el lector. Y sobre esos materiales narrativos, Amos Oz dicta su lección de sutileza interpretativa y de inteligencia creadora, su propuesta de lectura sin anteojeras críticas, como un puro placer.
Y al final una llamativa reivindicación del lector:
Y al final una llamativa reivindicación del lector:
Érase una vez, en una playa nudista, un hombre desnudo al que vi allí sentado, gozosamente absorto en un número de Playboy.
Como aquel hombre, es en el interior, no en el exterior, donde debe estar el buen lector cuando lee.
Santos Domínguez