14 junio 2007

Plinio. Primeras novelas


Francisco García Pavón.
Plinio. Primeras novelas.
Los carros vacíos. El Carnaval. El charco de sangre.
Rey Lear. Madrid, 2007.

La editorial Rey Lear recupera las tres Primeras novelas de Plinio, del fundador de la novela policiaca de calidad en España, Francisco García Pavón (1919-1989).

En la Breve noticia de Plinio, que escribió como prólogo de algunas de sus historias, hablaba García Pavón del origen de estas novelas:

En España nunca creció de manera vigorosa y diferenciada la novela policíaca (...) Al escritor español, tan radical en sus gustos y disgustos, nunca le tentó este género que, tratado con arte e intención, podía haber alumbrado muchas parcelas de nuestra vida y distraído a infinitos lectores. Yo siempre tuve la vaga idea de escribir novelas policíacas muy españolas y con el mayor talento literario que Dios se permitiera prestarme. Novelas con la suficiente suspensión para ellector superficial que sólo quiere excitar sus nervios y la necesaria altura para que al lector sensible no se le cayeran de las manos.
Conocía un ambiente entre rural y provinciano muy bien aprendido: el de mi pueblo, Tomelloso (...) Sólo me faltaba encontrar al «detective», ya que los «cacos» se me darían por añadidura. A falta de imaginación, me bastaría recordar averías humanas y crímenes de por aquellas tierras que oí contar muchas veces y que algunas fueron afamadas en romances de ciego.
Desgraciadamente en mi pueblo nunca hubo un policía de talla, es natural. Pero sí hubo un cierto jefe de la Guardia Municipal, cuyo físico, ademanes, manera de mirar, de palparse el sable y el revólver, desde chico me hicieron mucha gracia. El hombre, claro está, no pasó en su larga vida de servir a los alcaldes que le cupieron en suerte y apresar rateros, gitanos y placeras. Pero yo, observándole en el Casino o en la puerta del Ayuntamiento, daba en imaginármelo en aventuras de mayor empeño y lucimiento.
Por fácil concatenación, hace pocos años se me ocurrió que mi «detective» podría ser aquel jefe de la Guardia Municipal de Tomelloso, que en seguida bauticé como Plinio, e intenté mi primera salida aplicándolo a desentrañar el famoso caso de las «Cuestas del hermano Diego», que me habían referido tantas veces camino de Manzanares, en cuyo «carreterín» se encuentran.
Así surgió mi novela breve titulada Los carros vacíos, publicada por «Alfaguara», en su colección «La novela popular». Como la crítica me alabó el invento, inmediatamente escribí dos novelitas más: El carnaval y El charco de sangre, que componen este tomo. Aunque estos últimos «casos» son completamente imaginados, procuro retratar o reinventar tipos reales o propios del ambiente.

Así reinventó García Pavón un género detectivesco que en España tenía algunos precedentes esporádicos en el Galdós de El Crimen de Fuencarral o en la Pardo Bazán de Selva o La gota de sangre.

Estas tres primeras novelas se desarrollan en la España de Primo de Rivera. García Pavón las escribió a principios de los 50, aunque no se publicaron hasta mucho después. Los carros vacíos apareció en 1965; El Carnaval y El charco de sangre, en 1968.

Vázquez Montalbán las despachó con tanta displicencia como injusticia como un mero "estudio de costumbres en un pueblo de la Mancha" y les negó la condición de novelas policiacas. Se equivocaba, probablemente: no echa uno de menos ninguno de los componentes ni de los engranajes de la narración de detectives en estos textos que tienen una dignidad estilística y técnica que nunca desmerece de la buena literatura.

En ese mundo rural la rutina cotidiana queda alterada por situaciones que introducen el desorden del mal: crímenes rurales, oscuros y primitivos como los de algunas novelas provinciales de Simenon o Camilleri, cuyas claves tiene que reconstruir el jefe de la Guardia Municipal de Tomelloso.

Manuel González, Plinio, confuso a veces, perplejo otras; modesto y desanimado siempre, actúa con sentido común, con inteligencia práctica y con un sexto sentido, la intuición, con sus famosos y esclarecedores pálpitos.

Cuenta con la ayuda de don Lotario, un evidente homenaje a Cervantes, más Sancho que Watson, con su Ford T amarillo al servicio de la restauración del orden, para desentrañar los móviles de los asesinatos, las claves psicológicas o morales del asesino, la importancia del ambiente en esa explicación de un secreto que es siempre la narración policiaca.

Aventuras de cuerpos muertos, para decirlo en clave quijotesca, porque Cervantes patrocina las mejores páginas de García Pavón, con esa síntesis de distancia y afecto hacia los personajes, con humor, ironía y comprensión.

Y al fondo siempre, una cuidadosa descripción de ambientes, una crítica social cubierta de sutileza cervantina, un muy eficiente manejo del diálogo y una exigencia estilística que le da altura literaria a un género tradicionalmente despreciado, por el descuido con el que se ha trabajado por lo común.

Si Rafael Reig decía que Galdós era Dashiell Hammett en versión Chamberí, de García Pavón puede decirse que con Plinio pone a Maigret en Tomelloso, a Montalbano en la llanura manchega.

Santos Domínguez


12 junio 2007

Pasión de papel



Pasión de papel. Cuentos sobre el mundo del libro.

Viviana Paletta y Javier Sáez de Ibarra (eds.)
Páginas de Espuma. Madrid, 2007.



En su colección Narrativa breve, Páginas de Espuma, publica un homenaje al libro y a todos aquellos que lo hacen posible: el escritor que los crea, el editor que se arriesga a publicarlos, el librero que los distribuye y el lector que está en el principio y en el final de ese proceso en el que es fundamental el motor de la pasión.

La selección, preparada por Viviana Paletta y Javier Sáez de Ibarra, reúne veinte relatos agrupados en torno a esas cuatro esquinas del mundo de los libros: cuentos como Autobiografía (Benedetti), El zorro es más sabio (Monterroso), El bibliotecario (Luis Sepúlveda) o La vendedora de Biblias (Vila-Matas).

Cada una de las cuatro secciones va precedida de un texto de presentación. Acerca de quienes inventan libros y los escriben, Jorge Volpi redacta un Informe sobre falsarios, parodia y homenaje del inquietante Informe sobre ciegos de Sábato:

Pese a los incontables esfuerzos por eliminarlos —no seremos los primeros—, hasta ahora han resistido toda suerte de ataques y vacunas, bien encerrándose en sus madrigueras, bien fingiendo una vida anodina como sus congéneres. Su capacidad de adaptación sólo tiene equivalente en cucarachas y bichos semejantes. ¿Cómo sobreviven? Parasitan las vidas de los otros. Allí yace su amenaza: infectan a sus huéspedes atando nadie los observa —criaturas etéreas y noctámbulas, se introducen inadvertidamente en sus cerebros y de un día para otro, sin desatar síntomas de alarma, se apoderan de sus víctimas. Cuando las miserables al fin reconocen la patología —respiración entrecortada, taquicardia, cefalea, aunque hay reportes de asfixia, embolias y paros cardíacos— es ya tarde para administrarles una cura. Algunos especialistas los comparan, no sin razón, con escorpiones. Su veneno no sólo es tóxico sino, la mayor parte de las veces, incurable. Y lo peor: su mal es altamente contagioso. Una vez que se desata, no hay otra solución sino el aislamiento o la muerte.

Sobre quienes los fabrican, Mario Muchnik escribe El editor ciclista, un texto irónico, sentimental y desencantado:

A los editores vivillos siempre les fue mejor que a los editores honestos. Y hasta hoy (...) En su mayor parte, la edición está en manos ya sea de quienes saben pero se encogen de hombros y a su manera pedalean, o de quienes no saben y, sin encogerse de hombros, también a su manera pedalean.

En Pasiones de papel, dedicado a quienes difunden esos artefactos, Lola Larumbe escribe: vender un libro, además de ser un arte, es un milagro.

Y finalmente sobre quienes los leen escribe un crítico, Luis García Jambrina, su Informe para una Academia, una parodia de Kafka, paralela a la parodia inicial de Volpi y con el mismo enfoque sarcástico sobre la enfermedad de la lectura:

¿Cuáles son, se preguntarán ustedes, las razones que pueden llevar a un individuo aparentemente bien constituido a hacerse adicto a los libros? En un principio, podría ser el deseo de evadirse o escapar de una realidad que no le gusta o que le resulta frustrante. [...] Y hasta se ha extendido el rumor de que estos pobres tarados aspiran a una vida más rica, más libre y más intensa sin tener que recurrir a las drogas o al consumo de bienes superfluos, como hace todo el mundo.

Este libro es una muy recomendable dosis masiva de veneno.
Santos Domínguez

11 junio 2007

Lírica andaluza contemporánea



Fernando Ortiz.
Lírica andaluza contemporánea.
(y dos prosistas singulares)
Almuzara. Córdoba, 2007.

En su serie Clásicos andaluces de la literatura, Almuzara publica veinte artículos en los que el poeta Fernando Ortiz pasa revista a la Lírica andaluza contemporánea.

En Fernando Ortiz, hombre de Letras, el texto de Alberto García Ulecia que se ha utilizado como prólogo de esta reunión de artículos, destacaba su autor la intensa dedicación de Fernando Ortiz a la Literatura con mayúsculas, su eficiencia lectora y su generosidad con la obra ajena.

Generosidad que asume riesgos parecidos a los que debe asumir el poeta que es también Fernando Ortiz. En el mejor sentido de la expresión, crítica visceral, que es algo que habría que pedir siempre a los críticos, sobre todo a los de poesía. Una crítica que debe estar elaborada siempre con cierta dosis de exceso, de pasión desmedida y contagiosa.

Una pasión de lector que transcurre entre la Triana de Lista, maestro de Bécquer y preludio de la modernidad, y la Alameda de Hércules del autor de las Rimas; entre una Andalucía que mira al mar y otra que se ensimisma; en la encrucijada del neopopularismo y el cultismo herreriano o gongorino que marcan la evolución y el signo de la lírica andaluza contemporánea.

Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, los poetas andaluces del 27, los poetas del grupo Cántico, son algunos de los ejemplos más notables de esa coexistencia que es también la del campo y la ciudad: la de Moguer y El Puerto con Córdoba, Sevilla o Granada, hasta su decantación definitiva en una poesía urbana en los últimos años del XX.

Con ese entramado, Fernando Ortiz completa un panorama de conjunto en el que integra lo particular en lo general y sigue el hilo, muchas veces de agua subterránea, que une y fecunda las distintas voces poéticas de la Andalucía contemporánea.

Son estos los textos críticos, no de profesor de literatura sino del trabajador gustoso de la poesía que es su autor. Un reflejo de la experiencia lectora y la sabia sensibilidad de Fernando Ortiz, que traza en este libro, también, una autobiografía espiritual, las raíces de su mundo literario.

La sombra amiga de Bécquer, la silueta de Manuel Machado, garbosa como su poesía, y la de su hermano Antonio, íntegro y desvalido. Una introducción brevísima a Juan Ramón Jiménez y su conciencia poética, un análisis de la desventura y la verdad en la imagen de un Fernando Villalón desclasado.

A propósito de Lorca escribe Fernando Ortiz El mito y el poeta, tan agudo como su imprescindible Luis Cernuda: del mito a la elegía, que fue antes introducción a su espléndida edición de Música cautiva.

Un retrato olímpico de Alberti, un recorrido por la obra de Romero Murube, una honda lectura del grupo Cántico y de Pablo García Baena, sobre el que Fernando Ortiz ha escrito párrafos inolvidables, el adiós conciso y emocionado al altísimo poeta que fue Vicente Núñez, una introducción a la poesía de Alberto García Ulecia, del que se rescata un texto como prólogo de este volumen, que se completa con un perfil de Jacobo Cortines, un análisis de la poesía de Javier Salvago y una aproximación breve a la poesía de Emilio Barón.

Gerald Brenan, un hispanista en formol, y Tamarón son los dos prosistas singulares que incluye este libro, oportuno y brillante.

Santos Domínguez

10 junio 2007

Campos de concentración



Bartolí.
Molins i Fábrega.
Campos de concentración.
ACVF Ilustración. Madrid, 2007.


Con textos de una enorme intensidad de Molins i Fábrega y unos dibujos de expresividad descarnada de Bartolí, ACVF publica Campos de concentración, la segunda entrega de su serie ilustrada.

Tanto desde el punto de vista literario como en una vertiente plástica, este libro es un acta de la realidad de los campos de concentración y una denuncia del fascismo del que fueron víctimas quienes tuvieron que huir de la España franquista en 1939 para caer en la Francia colaboracionista que los confinó en campos de concentración en condiciones denigrantes.

No era aquella la Francia a la que les conducía la derrota en aquellos meses de febrero y marzo de 1939. Cientos de miles de españoles de toda edad y condición cruzaron la frontera francesa con la esperanza de una vida nueva en libertad.

Allí la infamia les negaría su dignidad y los sometería al hambre, al frío y a otras vejaciones.

Bartolí (Barcelona, 1910-Nueva York, 1995), fue sindicalista y dibujante en la prensa de la agitada Barcelona de la época. En febrero de 1939 atravesó la frontera con Francia y durante dos años pasó por siete campos de concentración, el último de ellos el de Bram, de donde se evadió. Fue detenido por la Gestapo y enviado al campo de exterminio de Dachau, pero huyó saltando del tren y, tras un largo periplo, llegó a México, donde retomó su actividad pictórica, entró en contacto con el entorno de Diego Rivera y Frida Kahlo, para trasladarse a Estados Unidos, hizo decorados para películas históricas en Hollywood y formó parte del grupo 10th Street, junto con Willem de Kooning, Kline, Pollock y Rothko. En 1973 recibió el premio Mark Rothko de Artes Plásticas.

Molins i Fábrega (Gerona, 1910-México, 1964), obrero desde la infancia, se trasladó a Barcelona en la adolescencia, fue autodidacta y lector incansable, y se implicó tempranamente en el movimiento obrero y en las luchas sociales y políticas de Cataluña. Trabajó como periodista y militó en diversas organizaciones de izquierdas hasta llegar a formar parte del comité ejecutivo del POUM. Periodista prolífico en los años de la Segunda República, se exilió al término de la guerra civil en Francia, donde fue hecho prisionero y destinado a un campo de trabajo en el norte de África. En 1940, halló asilo en México, en donde falleció.

Ambos sincronizaron su esfuerzo, su talento y su dolor para responder a los agravios y las humillaciones de los campos de concentración.

Y para dejar testimonio y denuncia conjuntos:

EL HURACÁN Y LA MUERTE se llevaron a muchos de tus compañeros. Tú yaces sepultado en el olvido. (...) Otros se fueron; tú quedaste. Sólo unos humildes, que como tú sufrieron, que saben de no ser en vida, se acuerdan de ti. Por ser humildes, saben da con largueza, pues son ricos de corazón. Ellos y tú, en un día no lejano, coronados con los espinos de tu cementerio, marcharé! radiantes hacia el triunfo.

Luis E. Aldave

Luciferi Fanum


Rafael Pérez Estrada.
Luciferi Fanum (Luces, faros y sombras).
Introducción de Francisco Ruiz Noguera.
Monosabio Narrativa. Ayuntamiento de Málaga, 2007.

El espíritu dionisiaco de Rafael Pérez Estrada titula Francisco Ruiz Noguera el texto que aparece como prólogo de Luciferi Fanum (Luces, faros y sombras), el espléndido e inclasificable libro de Pérez Estrada (Málaga 1934-2000) que ha reeditado recientemente el Ayuntamiento de Málaga en la colección de Narrativa Monosabio que dirigen Javier La Beira y Diego Medina.

El texto de Ruiz Noguera apareció hace veinte años en Hora de poesía para reseñar la publicación de este Luciferi Fanum en una pequeña editorial sevillana, con una tirada tan corta como su casi nula distribución.

Escribir en provincias -había dicho Pérez Estrada- es ejercitarse en soledades. Se llega a renunciar a la proyección de futuro: al sueño de la soberbia.

Pérez Estrada llegó a la literatura desde la pintura. Y ese origen estético influye de manera determinante en su producción literaria, en su predilección por la imagen y en la plasticidad de su estilo.

Transgresor en su visión del mundo y en su práctica literaria, la alta calidad de su prosa visionaria, barroca y surrealista se levanta como alternativa a una realidad plana en un ejercicio de irracionalismo e imaginación que lo conectan con William Blake, con una mezcla de humor y crueldad que lo emparentan con Bataille y Artaud y un culturalismo que recuerda al Lezama Lima de Paradiso.

Su estética y su ética vital están más cerca de lo dionisíaco que de lo apolíneo. Y si la sorpresa le une a la vanguardia, su imaginación es barroca. Por eso en el fondo de sus textos está siempre el desengaño, la temporalidad, la escenografía. Todo eso, como el claroscuro explícito del subtítulo, también es el Barroco.

El rito y el sur, la ironía y la teatralidad quedan convocados en este santuario del lucero, que fue el antiguo nombre de Sanlúcar de Barrameda, en este retablo que resume el mundo poético de Pérez Estrada:

Gritan las mujeres y huyen.
Y cuando todo parece consumado, tras el ara surgen los churreros que fríen su masa y lanzan al cielo la extensión interminable en cintas de sus pringues. Volutas aceitosas y resbaladizas como ofidios siniestros envuelven el paquete carnal y devorador que preside la escena.
Y sobre toda la confusión se hace al fin la luz, y un retablo trae a la transparencia de Nuestra Señora del Andalucía, que reúne en ella la agilidad en sus formas del mercurio derramado y la gracia en temblor de una medusa mediterránea atravesada por el duende encendido de la noche del Sur, y a la que, como un exvoto, presenta un vaso griego el poeta cordobés, Pablo García Baena.

Un hosanna baja y cae lentamente desde Sierra Nevada hasta dar con una playa, noche de San Juan, a la que llega el silencio compartido de las adolescentes que confían al Mediterráneo su primer amor, mientras el mar les barre de sus aguas los maleficios imposibles.

Un tapiz pasionario que, con el Mediterráneo de los mitos al fondo, desarrolla una trama litúrgica y ritual en la que participan Marlene Dietrich y santa María Egipciaca, Fernando Villalón y el fantasma de la Ópera, Al-Mutamid de Sevilla y Pablo García Baena, en un jueves Santo en el que los oficios y los lavatorios se transforman en la clínica del callista y un adolescente circuncidado se eleva en la parodia mística de una felación litúrgica.

El retablo genial y alucinado de un Sade andaluz y ceremonial bajo inciensos procesionales. Un retablo dislocado presidido por el icono homosexual de San Sebastián, en el que Lorca corona canónicamente a Elena Martín Vivaldi, los poetas de Cántico lloran la belleza efímera de Medina Azahara y Mariana Pineda recoge el cuerpo fusilado de Torrijos en la playa malagueña.

Todo eso es parte de este deslumbrante Luciferi Fanum, un auto sacramental en el que bajo la mirada del gran Inquisidor y el santo niño de Cortona pasean la hija de don Juan Alba y el príncipe Baltasar Carlos, triunfa la Eucaristía en el conocimiento de la carne y en los hilos de oro de la camiseta de un raro equipo que sirve de mortaja al joven sacrificial.

Pérez Estrada fue un creador total cuya producción no acepta más cauce que su sostenida voluntad de estilo y una creatividad que le hace huir de los límites de un género. Y en esta obra se concentra gran parte de su mundo literario que proyecta su fuerza imaginativa sobre el mundo real para metamorfosearlo con distanciamiento y para fundar una nueva realidad con su palabra creadora y su mirada alucinada.

Santos Domínguez

09 junio 2007

Cuadros de Brueghel



William Carlos Williams
Cuadros de Brueghel.
Traducción de Juan Antonio Montiel
Lumen. Barcelona, 2007.


Ginecólogo y pediatra, W. C. Williams(1883-1963), forma parte de una generación de poetas que rompieron con la tradición inglesa para dar lugar a una época renovadora y brillante en la poesía norteamericana del XX.

Eliot, Pound, Wallace Stevens o e. e. cummings son algunos de sus compañeros de viaje, pero quizá W. C. Williams fuese el más radical de todos, el más alejado de la norma, de la tradición métrica y del mundo académico.

Keats, Withman y Pound son sus descubrimientos más decisivos, sus maestros sucesivos, los modelos asumidos, imitados y rechazados. La crítica le reconoce un lugar tan cimero como el de Eliot o Pound y, aunque dejó como herederos a muchos poetas mediocres, que intentaron seguirle sin talento y dilapidaron su herencia o la convirtieron en calderilla, es el padre de otros poetas interesantes como Lowell.

Toda su poesía arranca del principio de que no hay ideas sino en las cosas. El interés por la imagen le acercó al imaginismo y al interés por la pintura desde 1913.

El movimiento y tensión de la pintura los convertirá en el eje de interés de sus poemas, que quieren ser como cuadros que capten la realidad como proceso.

Por eso, a propósito de la técnica poética de Williams Carlos Williams, escribía Burke: Aquí está el ojo y ahí está la cosa sobre la que el ojo se detiene. Lo que transcurre mientras dura esta relación entre uno y otra, eso es el poema.
Emparentada con la pintura de Hopper, la poesía de W. C. Williams aspira a presentar la vida en marcha, una realidad cotidiana de la que puede deducirse una universalidad que va más allá de la anécdota.

Paterson, un largo poema en cinco partes, del que hay una excelente traducción en Cátedra Letras universales, fue la obra fundamental de su vida. Allí están todas las claves de su obra rebelde e independiente de todo convencionalismo, allí su interés por acercarse a los registros conversacionales, por conseguir una expresión poética tan directa como la expresión coloquial, la más adecuada para reflejar la realidad. Allí, en suma, su poesía "antipoética", escrita en las palabras con las que hablamos a diario, en la lengua viva del presente.

Cuadros de Brueghel (1962), que ha traducido y prologado Juan Antonio Montiel para la colección de poesía de Lumen, fue su último libro, inspirado en la pintura de Brueghel, al que había dedicado un poema en el libro V de Paterson.

Los diez primeros poemas del libro son los que están centrados en diez pinturas de Brueghel, que se reproducen en el libro. Como Wallace Stevens en El hombre de la guitarra azul, como Ashbery en Autorretrato en espejo convexo, Williams acude a la pintura para reflexionar sobre la realidad, sobre la vejez y el tiempo.

Todo está en el oído, escribió. Y en estos textos se combinan oído y mirada para recordar el alto puente sobre el Tajo en Toledo, que atravesaban unas ovejas y un pastor que

en la vejez recorren los sueños del anciano y aún caminan en sus sueños, continuando mansamente en su verso para siempre.
Santos Domínguez

07 junio 2007

Cucaracha



Marion Copeland.
Cucaracha.
Traducción de Xavier Zambrano.
Melusina. Serie Animal. Barcelona, 2007.

Estuvieron esperando su minuto de gloria durante 300 años en los que fueron ignoradas por la poesía, despreciadas por la mitología o evitadas por la pintura. Kafka les regaló la forma alegórica y siniestra de una pesadilla a la que llamó Gregor Samsa.

Esa es su encarnación más conocida, la menos anónima, pero hay otras. La revolución mexicana las elevó a la categoría de himno, con la letra deplorable que se supone como atributo de ese tipo de canciones gregarias.

Cuando aparecieron los dinosaurios sobre la tierra, estas criaturas tenían 55 millones de años de antigüedad. Son una historia natural de la persistencia, de la resistencia, de la insistencia; la metáfora de la suciedad y de las plagas; una exquisitez gastronómica en culturas lejanas; un fósil viviente con virtudes curativas; un reto imbatible que derrota al tiempo.

Hay una era paleontológica que se llama Era de las cucarachas. Fue en el carbonífero y conoció más de ochocientas variedades de estos animalitos.

Parece evidente que, junto con las erratas, son los mutantes más resistentes y prevalecerán a la destrucción nuclear. Parece evidente que cualquier era es la de las cucarachas, esos vecinos, aunque silenciosos, molestos.

En su por muchos conceptos espectacular Serie Animal, Melusina publica Cucaracha, un llamativo libro de Marion Copeland, profesora de Filología inglesa en Massachusetts. Un libro de los prodigios, más divertido que su objeto de estudio.

Santos Domínguez

06 junio 2007

La reliquia viviente


Iván Turguéniev.
La reliquia viviente.
Prólogo de José Manuel Prieto.
Traducción de Fernando Otero.
Atalanta. Gerona, 2007.



Con traducción de Fernando Otero y prólogo de José Manuel Prieto, Ediciones Atalanta publica en la serie Ars brevis una cuidada selección de los Apuntes de un cazador de Iván Turguéniev (1819-1883), con el título de uno de los relatos, La reliquia viviente.

Junto con los otros cinco cuentos de este volumen, en 1852 inauguraban no sólo la obra de Turguéniev sino toda una etapa de la literatura rusa, que culminaría en Dostoievski, Tolstoi y Chejov.

Bloom destacaba la belleza inquietante de estos relatos, lo mejor de la obra de Turguéniev según Tolstoi, unos relatos por los que no parece haber pasado el tiempo, como afirma José Manuel Prieto en su prólogo.

Los paisajes de la estepa y las vidas miserables de los siervos de la gleba son los ejes temáticos de estos textos que representan el momento en que se pasa del ensueño y la idealización romántica a la observación y la denuncia que practicó el realismo. Y no es que con Turguéniev desaparezca el sentimentalismo. No desaparece, pero se reorienta y pasa de lo individual a lo colectivo, de lo personal a lo social.

Maestro de Tolstoi y Dostoievski, acabó enemistado con ambos, a punto de batirse en duelo con uno y caricaturizado por el otro en Los demonios.

Estos Apuntes, a medio camino entre el libro de viajes y la colección de relatos, quedan articulados por la figura del cazador y la presencia de un bosque que alcanza con Turguéniev la categoría de realidad estética.

Esbozos del natural, en los que paisaje y personaje se funden con un lenguaje lleno de sutileza y fuerza, tuvieron un enorme impacto social en su momento. Al parecer, la denuncia de las condiciones de vida de los siervos tuvo mucho que ver con que Alejandro II, lector demorado de estos Apuntes, firmara el decreto que los emancipó en 1861.

José Manuel Prieto destaca en su introducción el carácter seminal de Turguéniev, no sólo en la literatura rusa sino en autores norteamericanos como Sherwood Anderson o Willa Cather, en Galdós o la Pardo Bazán, o en el sentimiento de la naturaleza que aparece en el Hemingway de El río de los dos corazones.

Ese carácter precursor es muy evidente en El prado de Bezhin, que, centrado en los miedos atávicos de la niñez, inaugura la literatura infantil rusa, o en La reliquia viviente, que parece anticipar un siglo antes a Funes el memorioso.

Hamlets y Quijotes, los que dudan y los que buscan, son los dos tipos de personas, de personajes de los cuentos de quien aprendió tanto de Shakespeare y de Cervantes. Vulnerables y vivos, integrados en la belleza del paisaje, esos personajes otorgan a estos textos la sensación de frescura que no han perdido después de siglo y medio. Algunos de ellos como el inolvidable e iluminado Chertopjanov, presente en dos relatos, es una de esas creaciones que bastarían para colocar a Turguéniev como uno de los grandes.

Un genio elegante le llamó Henry James, otro genio elegante que sabía de qué iba esto.

Santos Domínguez

05 junio 2007

Las otras regiones de Juan Benet



Antonia Mª Molina Ortega.
Las otras regiones de Juan Benet.
Universidad de Extremadura. Cáceres, 2007.

La otras regiones de Juan Benet ha titulado Antonia María Molina su estudio panorámico de la narrativa de quien fue uno de los mejores novelistas del siglo XX en España. Lo edita el Servicio de Publicaciones de la Universidad de Extremadura.

Una obra de planteamiento tan ambicioso como ese, resultado de la tesis doctoral de la autora, corría el peligro de caer en el análisis somero, en la superficialidad inconexa, en la casuística que dificulta la visión global de una obra tan compleja como la de Benet, constituida por doce novelas de distinto sesgo y naturaleza dispar, por una considerable suma de relatos a la que hay que añadir ensayos, artículos y algún libro memorialístico fundamental para entender la vida literaria de un Madrid otoñal hacia 1950.

Afortunadamente, la autora ha evitado ese riesgo con un método riguroso y con un arma más potente aún: su capacidad lectora, que ha realizado con este estudio una de las mejores aproximaciones a una obra tan alta y tan exigente como la de Juan Benet.

Y es que Región, uno de los mundos más perdurables que ha fundado la literatura española, puede ser para el lector desatento un laberinto de confusiones, un terreno de broza y barro, y no el espacio y la clave de la fábula y la mitología que crea, con potencia de demiurgo, Juan Benet.

Región es un universo propio que por encima de sus referentes geográficos reales, por encima del papel de la guerra civil en ese mundo, fija el marco de una interpretación del hombre, de la historia y del destino.

Los ríos y el papel que desempeñan en el paisaje moral regionato, el viaje hacia el caos, la casa son algunos de los espacios en que transcurre la existencia de unos personajes marcados por un irreversible deterioro físico y una degradación moral aniquiladora.

Una existencia contada por un narrador reflexivo y memorioso que explora ese mundo de hombres que se llama Región, que es también el territorio en el que se encauza la imaginación narrativa, la fábula y la aventura estilística que es finalmente todo el ciclo narrativo de Juan Benet.

La pericia de Antonia Mª Molina en el análisis de ese mundo, su capacidad integradora para dar una imagen global de la narrativa de Juan Benet es quizá el mayor mérito de este atlas, de esta cartografía en la que se mezclan la geografía física, humana y moral de Región para sugerir la universalidad de espacios y personajes que encarnan una historia regresiva, la historia de una decadencia que remite a Faulkner, a su tono mítico y a su mundo turbio y degradado

Lástima que el rigor demostrado por la autora de esta magnífica guía benetiana no se haya empleado en la corrección de un texto salpicado de erratas desde el índice hasta las conclusiones, erratas que afean, por evitables, un buen libro y enturbian un estudio intachable en su método y en sus resultados.

Pero en fin, aunque nadie es perfecto, este libro está lleno de aciertos.


Santos Domínguez


El microrrelato. Teoría e historia



David Lagmanovich.
El microrrelato. Teoría e historia.
Menoscuarto. Palencia, 2006.

Ochenta años después de que E. M. Forster publicase Aspects of the novel, este ensayo de David Lagmanovich en el que aborda la teoría y la historia del microrrelato es un homenaje a aquel modelo expositivo conversacional y directo con el que el escritor inglés inició los estudios modernos sobre la novela.

Lo publica Menoscuarto Ediciones para inaugurar su nueva serie Cristal de cuarzo y es un volumen complementario de La otra mirada. Antología del microrrelato hispánico que esta misma editorial palentina publicó hace un par de años en su serie más emblemática, Reloj de arena.

En estas posmodernidades del fragmento, la atomización y el pecio que inauguraron las vanguardias, el microrrelato es una de las formas narrativas más características y el argentino David Lagmanovich uno de sus mejores teóricos y analistas, que traza aquí una teoría de la brevedad y sus límites, engañosa y extrema, y aborda otras cuestiones cruciales: la proximidad con otros géneros como la poesía, la tipología del microrrelato, su estructura externa e interna, la función del diálogo o la elección de los finales abiertos o cerrados.

Tras un intermedio sobre el microrrelato en otras lenguas (en Kafka y en Brecht sobre todo), la segunda parte, es una historia del género, un recorrido por sus precursores (Lugones o Gómez de la Serna) y por clásicos como Arreola, Borges, Cortázar, Monterroso y Marco Denevi.

Las últimas páginas se centran en la actualidad del microrrelato en España e Hispanoamérica, con autores como Mateo Díez, José Mª Merino o Juan Pedro Aparicio, y añaden una serie de materiales complementarios acerca de cómo leer, escribir y analizar microrrelatos.

Obedientes al mismo impulso (Menos es más), que está en la base del arte contemporáneo, de Schonberg a la Bauhaus, de Paul Klee a Gropius, se recogen a lo largo del libro algunos de los modelos clásicos del género, un amplísimo corpus de textos breves cargados de sentido y de fuerza expresiva.

Y, lo que más importa, el comentario agudo y extenso de algunos microrrelatos canónicos de los que Lagmanovich extrae no sólo lecciones sobre el arte de narrar sino una asombrosa multiplicidad de significados y lecturas que los enriquecen:

La migala de Arreola; Los dos reyes y los dos laberintos de Borges; Continuidad de los parques de Cortázar o El dinosaurio de Monterroso son algunos de esos modelos que forman parte de la crono-bibliografía del microrrelato hispánico (1888-2006) que cierra el volumen.

Un repertorio indiscutible que establece un corpus canónico que cualquier lector curioso agradecerá mucho.

Santos Domínguez

04 junio 2007

Periplos y derrotas del Chancro de Azamor

Javier Pascual.
Periplos y Derrotas del Chancro de Azamor.
Caballo de Troya. Barcelona, 2007.



Yo soy Ismael Adibe, el último de una larga y antigua familia que viene de lejos y no cesa. Miradme, manco, tuerto y con la piel sufrida de cicatrices. Mi cuerpo siempre amenazado por la muerte, siempre mordido por esa enfermedad que es mi vida; aquí estoy, como ese perro sarnoso que nunca falta, hambriento y apedreado por las calles. Mi linaje desaparecerá, «Una misma cuchilla los acabó, y al mismo estercolero fueron echados, donde, confundidas sus sangres, sirven de pasto a los cerdos. Mañana el aguacero se llevará sus despojos a través de los torrentes, y la sangre ya no clamará a través de los detritus y la bazofia, pues desaparecerá en una hoyada o nutrirá las raíces de los cardos, y todo será como si no hubiera sido y todo devendrá como si no fuera». Traigo detrás de mí el cuerpo y la cabeza de mi hermano Yacub en un carromato empujado por un mulo. Lo mataron sin ningún motivo en la plaza de los ganados junto a la zahúrda de los cristianos. Él pidió que lo pusieran de cara a la tapia para recibir el tajo. Ni el miramamolín ni el tornadizo se atrevieron a estar presentes. Elgüero sí estaba. Subió los despojos de Jocefe al carro y me ha buscado. Ahora sujeta la bestia del ramal y la arrea con la vara. Hiede el carro a muerto y un enjambre de moscas nos acompañan. Lavaremos su cuerpo y su cabeza antes de enterrarlo en el talud de tierra junto a los adarves. Mi cuerpo es incompleto, débil y enfermizo.

Javier Pascual, que se dio a conocer con una sorprendente opera prima, ¿Pero existe el caballo de Mestanza?, una excelente novela corta que publicó la Editora Regional de Extremadura, pone estos días en la calle su tercer libro, Periplos y Derrotas del Chancro de Azamor, que edita Caballo de Troya.

Envuelta en la apariencia de una novela de aventuras y ambientada en el XVI, tiene como narrador y protagonista a Ismael (Llamadme Ismael, dice en un guiño final), el último de una familia de sefardíes, los Adibe, instalados en Azamor, costa de Marruecos y reino de Fez, después de salir de Sevilla en 1391 y de Lisboa algo después.

El náufrago que la cuenta no salva una vida, salva una muerte, se advierte en la cabecera del relato de ese desventurado, un descendiente de judíos expulsos de Sevilla que va en deriva por el mar porque no lo quieren en ningún sitio.

Naufragios y humillaciones, venganzas y piraterías entre Canarias y las islas que están frente a Cabo Verde, asaltos y expolios sin fuero ni pausa a barcos cristianos y turcos, y el África profunda son los escenarios y las peripecias que relata esta novela que en el fondo es una reflexión sobre la vida, las navegaciones y los pecios, con Conrad y Malouf al fondo y un homenaje a Moby Dick y a aquel Melville que era maestro de la alegoría en el relato:

Quizá husmeo están llegando para mí agrios aromas de un tiempo para liberarme del nombre de Ester, así como los melosos para descansar en el recuerdo de padre Joseph. Quiero liberar mi estirpe de náufragos de su suerte aciaga, del tsimsum que los condena a merodeadores. Demasiados embustes asfixiando nuestras existencias con el lastre de su peso. Demasiadas palabras para un pobre manco y tuerto. El libro es mentira. La letra está muerta, pero el que lee, revive, ¿no es suficiente prodigio? Soy el último de los Adibe. Moriré tierra adentro sin poder oír el sonido del mar que más quiero. El oro es mentira comparado con lo que hemos sufrido para llegar aquí. No me llaméis Chancro; simplemente, llamadme Ismael.

Santos Domínguez

03 junio 2007

Ibn Arabí de Murcia


Rodrigo de Zayas.
Ibn ‘Arabi de Murcia.
Almuzara. Córdoba, 2007.


Rodrigo de Zayas ha elaborado, en este volumen que publica Almuzara, un estudio riguroso sobre la figura de Ibn ‘Arabi de Murcia y sobre sus múltiples facetas de pensador, místico, humanista y poeta.

El subtítulo del libro -Maestro de amor, santo humanista y hereje- ya avisa de la compleja personalidad de Ibn Arabí de Murcia, autor de una vasta obra, ochocientos cuarenta y seis títulos, que sienta las bases del sufismo andalusí y ejerce una duradera influencia sobre Dante, San Juan de la Cruz o Giordano Bruno. Es por tanto una de las raíces de la sabiduría occidental, una síntesis de platonismo y orientalismo.

A exponer la rica complejidad de la obra de un musulmán andalusí, es decir, occidental y europeo, se dedica el esfuerzo expositivo de Rodrigo Zayas, que explica así el objeto de su estudio:

Antes que nada, conviene señalar que vamos a tratar, y de hecho estamos tratando ya de un pensador, místico, humanista y poeta musulmán, europeo y occidental; o sea, un andalusí nacido en Murcia y criado en Sevilla. Siendo así, no caben orientalismos a priori ni arbitrariedades sectarias sino —siempre dentro de lo humanamente posible— demostraciones reflexivas y argumentadas.

Zayas ha elaborado un ensayo que renuncia a lo apologético pero desmiente la exclusiva raíz cristiana de la civilización occidental, sometida desde la Edad Media a un nuevo rapto de Europa al que últimamente se han sumado las voces de la intransigencia del papado, de los gemelos polacos o de Aznar. En fin, de lo más turbio de la Europa actual.

Con muchos puntos de contacto y muchas expresiones de asombroso parecido, si no de evidente influjo, en torno al amor místico, es muy evidente la conexión entre la poesía de San Juan y la de Ibn Arabi, uno de aquellos árabes andaluces que como Averroes o Avicena contribuyeron a que Europa saliera de la oscuridad medieval en que la habían sumido los monasterios, la superstición y el cristianismo, siempre en guardia frente al progreso y la cultura.

El punto de partida del estudio es el diálogo, ocurrido en Córdoba en 1180, entre un adolescente Ibn Arabi y Averroes, cuarenta años mayor, traductor y comentarista de Aristóteles y Platón. Un diálogo suprapersonal entre misticismo y racionalismo, entre revelación y pensamiento especulativo.

Desde ese momento, desde ese verdadero diálogo del conocimiento que se produce en Córdoba, Rodrigo de Zayas se remonta a los orígenes biográficos y familiares del místico murciano, explora la influencia poética de Ibn Hazm de Córdoba, al que Ibn Arabi admiró mucho y la relación de la lírica arabigoandaluza con la filosofía neoplatónica y la poesía se convirtió en instrumento de expresión metafórica de la experiencia mística inefable.

El libro sigue detenidamente la evolución personal, ética e intelectual del murciano en un proceso que provoca el abandono de Sevilla para instalarse en Fez, donde tenía discípulos fieles y numerosos, y trasladarse desde allí a Oriente, a la Meca tras practicar el despojamiento, la renuncia y la pobreza en una trayectoria espiritual y práctica que parece presagiar la de Francisco de Asís.

Escritor prolífico, jurista, teólogo, místico, santo, humanista, filósofo, poeta y sobre todo un heterodoxo, Zayas se ha esforzado en destacar la complejidad de la figura de Ibn Arabi y su extensa obra, fundadora de un primer humanismo occidental.

Al cuerpo general de la obra su autor le ha añadido un interesante anexo en el que afronta la influencia de Platón y Aristóteles sobre Ibn Arabí, influencia que, dilucidada con una bien elegida selección de textos, demuestra el carácter humanista y occidental de Ibn Arabí y su forja del neoplatonismo que daría sus frutos maduros en el Renacimiento italiano.

Un muy aconsejable estudio, hecho con amplitud de miras, tolerancia y rigor científico.

Luis E. Aldave

02 junio 2007

El miedo de Al Berto


Al Berto.
El miedo. (Poemas escogidos, 1976-1997).
Selección, traducción y prólogo de
Cidália Alves dos Santos y Javier García Rodríguez.
Pre-Textos. Valencia, 2007.



Pese a lo prematuro de su muerte a los cuarenta y nueve años, la de Al Berto (1948- 1997) es una de las voces más importantes de la poesía portuguesa de las últimas décadas. El miedo, el volumen que acaba de publicar Pre-Textos, recoge una amplia selección de su obra, prologada y traducida con eficiencia por Cidália Alves dos Santos y Javier García Rodríguez.

Aunque nació en Coimbra, vivió desde muy pequeño en Sines, ciudad costera que marca su biografía, su forma de mirar el mundo y su escritura. Provocativa y transgresora, su poesía, intensa e inconformista, está atravesada por temas como el mar, la muerte, el viaje real o soñado, la pasión homoerótica, la fugacidad.

Con un malditismo genetiano, con la melancolía del tiempo perdido y la marginalidad de los chaperos, la poesía de Al Berto se nutre dolorosa y vitalmente de su autobiografía y sus insatisfacciones, de las ciudades en las que vivió (Lisboa, Bruselas, París, Barcelona, Málaga), de su permanencia en los márgenes y sus lecturas de Rimbaud, de un vitalismo exaltado y una lacerante conciencia de la fugacidad.

Platonismo y sexualidad, realidad y misterio se dan cita en una poesía como la de Al Berto, que es un reflejo de su vida, el estilo funciona como un espejo que expresa ese desgarro lingüístico, entre el tono lírico y lo obsceno, entre la crudeza expresiva y la elaboración metafórica de la realidad para expresar una transgresión temática y formal, constante en la obra poética de quien queda definido en el prólogo de Cidália Alves dos Santos y Javier García Rodríguez como un Orfeo de los suburbios.

En ese narcisismo de quien se contempla en el espejo o en el agua está la base del desarraigo, la raíz de la escisión entre Alberto y Al Berto, entre el hombre y el poeta, entre el yo lírico y el yo autobiográfico.

Y entre amores imperfectos como los de El domador de horas, sobre la desazón del simbolismo onírico, va creciendo una amargura progresiva que desplaza a la melancolía anterior, una más intensa preocupación por el tiempo y sus destrucciones y por la escritura como salvación.

La poesía se convierte entonces en búsqueda de identidad, en una forma de creación del mundo a través de la palabra, como en El pequeño demiurgo:

escribo barco y una quilla hiende el vastísimo mar
y los árboles crecen de los espacios de niebla
entre mirada y mirada se mueven
animales presos a la tierra con sus plumajes de hierro
y de rocío de oro cuando la luna se eclipsa
comunicándoles el celo y la nómada alegría de vivir.


O en la forma de expresión de la amargura y la fragilidad de un tiempo último marcado por la muerte, como en Aqueronte:

ve
que la tierra es terciopelo escurriéndose de la boca

hacia la boca – triste néctar envenenado

contra los labios que se despiden de la casa

de los afectos
de los amigos
de las cosas insignificantes y

de la calle que no volverán a ver

aislados de los demás
pernoctando en el letargo ávido de los ríos avanzan
tumbados en el fondo de la pesada barca – etéreos

entran despacio en la ciudad desmoronada
en la fisura de este tiempo nauseabundo
que ya no les pertenece


Lo escribe en Huerto de incendio (1996), su libro más maduro y completo, en el que Lisboa es ya ese

lugar postrero de la risa
que ya no te puede salvar del cementerio de los placeres
y mueres
cargado de tristezas y de misterios -mueres
en alguna parte
sentado en una plazuela de barrio - la mirada fija

en el infierno marítimo de las aves

Santos Domínguez

01 junio 2007

La amante prohibida


Massimiliano Palmese.
La amante prohibida.
Traducción de Leyre Bozal.
Lengua de Trapo. Madrid, 2007.



La amante prohibida, que publica en España Lengua de Trapo, es la primera novela de Massimiliano Palmese, que ha trabajado en ella durante muchos años. Conocido y premiado como poeta, hacía casi veinte años que esta historia rondaba su cabeza, pero tuvo que esperar para adquirir la técnica precisa para escribirla y para encontrar el tono distante que la narrara.

En este tiempo se ha dedicado a escribir relatos cortos, libros de poesía y artículos que le han procurado el dominio del oficio que muestra en esta novela.

Un viaje entre Nápoles y las Cícladas con escala en Brindisi y destino en la bahía de Séfiros, una isla pequeña en la que confluyen los temas y los personajes de La amante prohibida. Revisión y actualización del mito de Dánae y Perseo, esta es una novela de formación que reelabora obsesiones y elementos autobiográficos, pero también un diario de viaje, una narración de extraña fuerza magnética, hecha con silencios y secretos en torno a la búsqueda obsesiva de una mujer. Un viaje interior en el que el deseo y la culpa se convierten en fuente de conocimiento y la imaginación crea la figura de la amada.

Construida con elementos, personajes y temas de la tragedia griega, con mitos y transgresiones, con deseos secretos y ritmo coral, reconocimientos y reencuentros y un personaje femenino que, como Andrómeda, Casandra o Helena, provoca desastres, La amante prohibida es una novela en cuyo fondo turbio conviven diversas herencias estéticas, tradiciones y arquetipos que convoca la difícil sencillez de un estilo que huye de la afectación y practica una escritura ágil, de frase corta, directa y profunda a un tiempo, interesada en la compleja psicología de los personajes y en las oscuras raíces de su comportamiento.


Santos Domínguez

31 mayo 2007

Cuentos en verso de Rubén Darío



Rubén Darío.

Tan bonita, Margarita, tan bonita como tú…
y otros cuentos en verso.
Edición y prólogo de Luis Alberto de Cuenca.
Ilustraciones de Gustave Moreau.
Breviarios de Rey Lear. Madrid, 2007.



En la evocadora introducción con la que Luis Alberto de Cuenca presenta la selección de cuentos en verso de Rubén Darío que publica Rey Lear recuerda la importancia que tuvieron aquellos textos en su educación sentimental y estética:

Supe, por ejemplo, que las mujeres más hermosas solían sonreír a los héroes más fieros, o que las princesas se aburrían muchísimo en la jaula dorada de sus palacios hasta que llegaban los príncipes a liberarlas de su spleen, o que las hadas -esas hadas tan prerrafaelitas de Rubén- fabricaban copas de ensueño con la felicidad entera a disposición de quien tuviera la suerte de encontrarlas al otro lado del espejo.
Me enteré, en suma, del valor que tenía la imaginación; del poder que podía otorgarte la fantsía si la hacías cómplice suyo; de que la gloria estaba aquí abajo, en la risa art nouveau de la divina Eulalia (y en el resto de sus atributos, porque el erotismo es el gran tema de Rubén Darío, el centro de gravedad de su poesía, su indiscutible Leitmotiv), en «la carne que tienta con sus verdes racimos», y de que había que vivir con la mayor intensidad posible porque nuestra existencia duraba menos que un suspiro. Conocí que, aunque no supiésemos a dónde íbamos ni de dónde veníamos, teníamos que superar nuestro desconcierto a golpe de energía positiva y disfrutar de las rosas de la vida antes de que llegara la muerte con sus fúnebres ramos y lo echase todo a perder.

Cuentos afincados desde hace décadas en la memoria colectiva de lectores y oyentes, relatos evasivos que nos llevan al exotismo oriental, a un pasado medieval idealizado o a la pura ensoñación que prescinde del amarre del tiempo y del espacio. Cuentos con aristócratas, princesas y hadas que flotan en la imaginación convocada por la musicalidad y el refinamiento verbal del Rubén más parnasiano.

La edición se enriquece con los dibujos de Gustave Moreau, un pintor modernista francés que evoca plásticamente el mismo mundo que imaginan estos cuentos en verso de Rubén Darío.


Santos Domínguez

El juicio de Dios


Heinrich Von Kleist.
El juicio de Dios [El duelo].
Traducción de Ursula Toberer.
Rey Lear. Madrid, 2007.

Heinrich Von Kleist (1777-1811) es uno de los más importantes prosistas del Romanticismo alemán. Exaltado y kantiano, se suicidó en un lago junto a su amante. Pero antes fue uno de los fundadores de la novela corta alemana y su narrativa se convirtió en el precedente más claro de la literatura expresionista. Y después ejerció una notable influencia sobre autores como Kafka, que lo tuvo como uno de sus autores preferidos.

Una de sus novelas cortas, El juicio de Dios, la edita Rey Lear, con traducción de Ursula Toberer. Ambientada en la Edad Media, su protagonista responde al prototipo romántico, libre e independiente, y su bien llevado desarrollo se sostiene sobre un dato secreto que genera la sorpresa final.

Un relato en el que no sobra nada y en el que todos los elementos narrativos se dirigen al centro de una diana con la misma precisión de la flecha que asesina al Duque Wilhem von Breysach. Una lección de buena literatura que recupera la joven editorial en su colección Breviarios.

Santos Domínguez

30 mayo 2007

Descrédito del héroe



José Manuel Caballero Bonald.
Descrédito del héroe.
Lectura de Joaquín Pérez Azaústre.
Bartleby Editores. Madrid, 2007.

Cuando apareció en 1977 Descrédito del héroe, de José Manuel Caballero Bonald, que acaba de reeditar Bartleby en su serie Lecturas 21, su autor llevaba casi quince años sin publicar poesía. Desde Pliegos de cordel había editado, en la antología Vivir para contarlo, un anticipo, Nuevas situaciones, de lo que sería este Descrédito del héroe, un libro que abre una nueva línea en Caballero Bonald.

Un libro nocturno, como la excelente novela Ágata ojo de gato, escrita a la vez que los poemas de este libro oscuro y visionario en el que la memoria es no evocación sino indagación, no recuerdo sino conocimiento.

Este es un libro fundacional en el que están ya presentes, como en una obertura, temas, formas y actitudes que a partir de ese momento serán centrales en la poesía de Caballero Bonald, especialmente en los dos libros siguientes, Laberinto de Fortuna y Diario de Argónida.

Con el ejemplo de Juan Ramón Jiménez y de Cernuda, conviven en Descrédito del héroe el verso y la prosa, la memoria y la palabra, el sarcasmo y el culturalismo en una poesía alucinatoria, exigente en sus planteamientos estéticos y rigurosa en sus exigencias éticas.

Poesía como crítica moral, como búsqueda y revelación de lo que desconoce el poeta, memorial nocturno de gran densidad de contenido, de tensión verbal sostenida y enorme fuerza sonora, con Descrédito del héroe Caballero Bonald entra en su plenitud poética, en la plenitud de una poesía indagadora y depurativa, en la que la palabra asume una función alucinatoria que tiene en este libro la intensidad del fulgor y una carga eléctrica de alto voltaje.

Como suele ocurrir en sus libros, el poema inicial, Hilo de Ariadna, da muchas pistas sobre el tono y los temas del conjunto, sobre las claves y falsificaciones de la memoria. Termina así:

Si pudiera
reconstruir un solo

rincón de aquella playa

sin salida posible, si pudiera
volver al sitio aquel, reconocer
la cerrazón de la cabaña, andar
a tientas hasta el último
recodo del silencio, ¿oiría

algo distinto a la fricción
de unas piernas con otras, al barrunto

de alguien aproximándose

en lo oscuro? ¿Vería
aún desde allí, ya en el terrado
de Sanlúcar, asiéndome

al parteluz de la ventana, el bulto

azul de los faluchos y, más cerca,
la agitación de las fogatas

que encendían los sigilosos areneros?

Imágenes sin ojos
pasan
con más tenacidad que el giro

extenuante del recuerdo. Hortensia,

hija de Minos, no

es tarde todavía, ven, veloces

son las noches que hemos vivido ya:
aún estamos a tiempo
de no querer salir del laberinto.


Irracionalistas y a menudo herméticos, coexisten en estos poemas la exuberancia sonora, la ironía y un lenguaje que es instrumento de introspección y de profundización en el conocimiento de las zonas oscuras del poeta.

Poesía interrogativa cuya modernidad heterodoxa se elabora sobre el rico sustrato artificioso de Lucano, Mena o Góngora, hay en Descrédito del héroe un tono de fábula mitológica, como en Ágata ojo de gato, una tendencia constante a sustituir de la realidad por el mito, a fundir lo mitológico y lo lírico, lo narrativo y lo emocional, como en este Argónida, 13 de agosto, una indagación autorreflexiva en la realidad, en la memoria y en la biografía que lo convierten en uno de los textos emblemáticos del libro:

Luciente espejismo que vi
en los idus de agosto por la linde

crepuscular de la marisma, cerca
del arenal de Argónida,
mientras las monocordes
dependencias del sueño disputaban

su parte de ficción al predominio
de la brumosa realidad,
¿cómo podría yo olvidarme
no de lo incierto de esa historia

por nadie atestiguada,
sino de la razón que me ha asistido

desde entonces, habitante

de otro espejismo donde sólo
sigue siendo verdad lo que aún no conozco?

La lectura de Joaquín Pérez Azaústre, la espléndida lectura generacional de un poeta joven, destaca tres de las claves de este libro: Visión, lenguaje, música: en la sonoridad está el latido exacto de una voz acompasada.

Y, en una segunda parte, la lectura da lugar a la escritura, a una reflexión creativa que se acerca al collage con que un poeta homenajea a otro.


Santos Domínguez

29 mayo 2007

Cuentos de Hemingway


Ernest Hemingway.
Cuentos.
Traducción de Damián Alou.
Lumen. Barcelona, 2007.


Precedidos de un prólogo en el que García Márquez evoca el día en que vio a Hemingway de lejos en París y le llamó maestro, Lumen edita sus Cuentos, la parte más interesante de la obra del norteamericano, la recopilación que publicó en 1939 con el título de Los cuarenta y nueve primeros relatos.

Están aquí, entre esos cuarenta y nueve cuentos, algunos de los mejores de su autor, de la literatura norteamericana y del siglo XX.

Muchos de estos cuentos son obras maestras fáciles de parodiar e inmunes al olvido. Esas palabras son de Harold Bloom, que detectó ese carácter magistral y aludió a que Hemingway practicó con frecuencia la autoparodia involuntaria que le llevó al fracaso estético de El viejo y el mar.

Cuentos como Los asesinos, Las nieves del Kilimanjaro, Un gato bajo la lluvia o Colinas como elefantes blancos que figuran entre los más leídos de su autor y que constituyen modelos memorables y lecciones continuas de la técnica del relato corto.

Fue en estas distancias cortas donde Hemingway demostró su mayor capacidad. Y al igual que en el boxeo o la tauromaquia, dos de las más conocidas aficiones de Hemingway, en el cuento todo es cuestión de distancia, geometría y precisión. No decía ninguna tontería Cortázar, otro apasionado del boxeo cuando, desde su esquina, recomendaba el k.o. para el cuento y la victoria a los puntos para la novela.

Hemingway no siempre lo entendió así, y sus novelas, cuentos desmedidos según frase de García Márquez, acusan con frecuencia una serie de defectos propios de quien no era un corredor de fondo en el campo de la narrativa. Harold Bloom lo decía más sibilinamente: Había un daimón en Hemingway, pero era un espíritu lírico que solía alejarse cuando la narración se extendía demasiado.

Un ejemplo: El invicto, un excelente relato de tema taurino, muy superior en la captación de ese mundo a Fiesta, Muerte en la tarde o El verano peligroso.

Con ese aliento genial pero de corta duración, Hemingway crea en sus cuentos un mundo de perdedores y de idealistas fracasados, de personajes maltratados por la vida y abocados a la muerte. En muchos de estos cuentos, a lo largo de seiscientas páginas de buena literatura, resuenan las voces de Shakespeare y de Withman, y los silencios, porque la escritura de un cuento sólo funciona si por encima del agua, como en un iceberg, sólo emerge la octava parte de su volumen.

Cuando uno vuelve a leer estos cuentos después de varios años -vuelvo a Harold Bloom otra vez- lo toman por asalto: su estilo y su visión imaginativa son ejemplares.

Posiblemente sea Hemingway el autor más utilizado en los talleres literarios. Ahora por fin se puede disponer de una traducción presentable de la obra de un autor frecuentemente maltratado por los traductores. Los personajes ya no hablarán el tejano de los rufianes que igualaba al torero fracasado en una taberna de Madrid y a Nick Adams o a Francis Macomber.

Las traducciones de Damián Alou consiguen que el lector de estos relatos en español ya no tenga esa sensación de estar ante una versión degradada de lo que escribió aquel maestro al que saludó a voces García Márquez en el bulevar Saint Michel.

Santos Domínguez

28 mayo 2007

El espejismo de Dios

Richard Dawkins.
El espejismo de Dios.
Editorial Espasa. Madrid, 2007.

El ateísmo hasta el siglo XIX fue cosa de amateurs, personas intuitivas cuya razón les hacía sospechar de libros sagrados que te autorizaban a tener esclavos si pertenecían a países vecinos e incluso a vender como sierva a tu propia hija, pero que te impedían llevar una camisa con mezcla de fibras textiles y prescribían la pena de muerte para los hijos desobedientes.

A medida que tras el Renacimiento el universo se fue llenando de infinitos mundos y la vida desbordó las estrecheces del Arca de Noé para chapotear en el caldo primigenio hasta alcanzar los ilimitados tiempos de la geología, la tarea del Dios omnisciente e intervencionista comenzó a lindar con lo extenuante y lo absurdo. Cuando en 1859 Darwin proporcionó una explicación alternativa a la actuación creadora de Dios se produjo la eclosión del moderno ateísmo científico.

Por eso no es extraño que sean los darwinistas como Richard Dawkins, autor de este libro, quienes más se han distinguido en los últimos años como defensores del ateísmo. Dawkins pertenece a la estirpe de los ateos desvergonzados, no como otros científicos contemporizadores a los que disgustan los disparates de la religión, pero que prefieren no entrar en batalla argumentando que esto puede conseguirse si ciencia y religión evitan “solaparse” en sus enseñanzas y magisterios. Para Dawkins el solapamiento es continuo, inevitable y necesariamente conflictivo.

Y aunque muchos pensemos que unos libros sagrados escritos cuando los habitantes de Oriente Medio andaban preocupados domesticando la cabra montesa, pocas luces pueden aportar a personas que viven en sociedades democráticas postindustriales, lo cierto es que millones de seguidores de esta o aquella religión aceptan la literalidad de esos textos y su origen divino. Y la cuestión es si esos libros llenos de irracionalidades y doctrinas absurdas se merecen la deferencia de los científicos y vivir ajenos a la crítica. Dawkins cree que no, que religiones e iglesias gozan de unos privilegios excesivos en los países democráticos y que deben, como toda otra creencia, acostumbrarse a ser sometidos a la evaluación y a los reproches de quienes deseen exponer sus opiniones. Que incluso agnósticos y ateos, en nombre del multiculturalismo, hayan criticado la publicación de las caricaturas de Mahoma en un periódico danés, puede dar una idea de lo enquistada que está la inmunidad de la religión al análisis y la crítica.

Como el enfrentamiento entre ciencia y religión es ya más que centenario, el libro de Dawkins proporciona también argumentarios para todo ateo dispuesto a algunas polémicas que ya no son nuevas, pero siguen siendo necesarias: cómo enfrentarse (y ganarle sin esfuerzo) al creyente sofisticado que comienza sus discursos diciendo “por favor, hablas como si yo creyese en ese Dios en forma de anciano de barba blanca sobre su nube”, cómo sonrojar a quienes dicen que si Dios no existiese no habría ética ni moral (Dawkins propone que preguntemos : ¿me estás diciendo que si se demostrase que Dios no existe irías por ahí robando, violando y matando?); cómo explicar a unos padres creyentes tu ateísmo más o menos sobrevenido (e incluso cómo unirlos al club).

El libro es un manual práctico de ateísmo, una denuncia de los muchos sucedáneos modernos de la religión, una exposición de la visión científica del universo, un tratado de ética, un manifiesto panfletario que anima a los ateos que no lo hayan hecho a salir del armario (¿del confesionario?, ¿del sagrario?). Y muchas cosas más. Escrito de una forma organizada pero muy amena, cuesta no leerlo de un tirón, y aunque habla de cosas muy serias, no faltan las sonrisas, las risas y hasta algunas saludables carcajadas.

Dawkins es probablemente agresivo en sus planteamientos porque ha comprendido que hoy resulta ya cándido pensar que sólo con el progreso de la ciencia y la tecnología la humanidad abandonará sus creencias irracionales, entre otras cosas por el fuerte rebrote del cristianismo integrista en países como Estados Unidos (la principal potencia científica e industrial del mundo), o por la aparente facilidad con la que fanáticos islámicos compatibilizan su rechazo a la modernidad con el manejo de dos Boeing 767 para estrellarlos contra las Torres Gemelas. ¿Sueñan los fanáticos con ojivas atómicas?
Jesús Tapia

El corazón devorado


Isabel de Riquer.
El corazón devorado.
Una leyenda desde el siglo XII hasta nuestros días.

Siruela. Madrid, 2007.

El amor y la muerte, dos de los temas esenciales de la literatura, se funden de modo ejemplar para dar lugar a una historia hondamente arraigada en diversas tradiciones culturales: la leyenda del corazón devorado, en la que el canibalismo y la venganza por el adulterio toman cuerpo en la pintura, la literatura y el cine.

Una historia que surge a mediados del siglo XII y desde Dante a Múgica Láinez, sigue convocando zonas oscuras del inconsciente colectivo: un marido engañado mata al amante de su mujer, le extrae el corazón y lo hace guisar para que ella, sin saberlo, se lo coma. Cuando el marido le revela que aquel delicioso manjar era el corazón de su amante, la esposa muere.

Isabel de Riquer, catedrática de literatura medieval en la Universidad de Barcelona, ha recogido en el espléndido volumen que acaba de publicar Siruela más de veinte textos, en su mayoría inéditos en español sobre ese tema antropofágico que ha ido evolucionando y adaptándose a los modelos culturales, naturalistas o simbólicos, de cada época.

No sólo en el previsible Sade o en el Barbey más provocador y diabólico. El tema aparece en alguien tan inesperado aquí como Juan Pablo I, aquel papa efímero.

Sobre un corazón crudo o con canela, en ragú o en paté, con perejil o hervido, entre la sencillez sobria del texto medieval a la elaboración minuciosa o la complejidad simbólica de la literatura moderna se suceden veintidós textos, entre el XII y el XX sobre un banquete trágico que tiene sus precedentes en las prácticas antropófagas de la mitología clásica, en ritos tribales y en prácticas religiosas.

Las vidas de Guillem de Cabestany (s. XIII) fue una de las primeras y más completas manifestaciones de la leyenda del corazón devorado. Un triángulo amoroso dramático que transcurre de Cataluña a Alemania o Italia, del Decamerón a Stendhal, con un enfoque cómico o trágico, realista o alegórico.

Durandarte y Belerma o el marqués de Astorga, la diabólica venganza de una mujer en Barbey D'Aurevilly o una de las historias impertinentes de Léon Bloy afianzan el simbolismo de la víscera como centro metafórico de la vida amorosa.

Curioso tema, estudiado por Gómez Canseco en un excelente artículo (A otro perro con ese hueso. Antropofagia literaria en el Siglo de Oro), en el que demuestra que no sólo el hambre, que también la religión o los celos han dado motivo suficiente para comerse a un semejante.

Por completo o en sus partes más nobles, en un ritual de antropofagias eucarísticas y devoraciones eróticas del que fue víctima aquel Guillem de Cabestany recordado por Pere Gimferrer en este Desgarramiento:

Y con tanto dolor las arracadas
de la vid de la noche en su racimo
no se mueven porque ahora el corazón
se desgarre: los enamoradizos
del pájaro, alumbrada de muerte la cabeza,
nos partimos por la mitad al grito
del cielo del crepúsculo como el
corazón de Guillem de Cabestany
gira en la torre el pájaro tres veces
quizás, el pájaro de juventud,
la mano de la noche que se alarga en las nubes,
el pájaro que es sólo llaga cuando vivimos.
(Versión de Justo Navarro.)

Santos Domínguez