30/6/23

Sylvain Tesson. Un verano con Rimbaud


Sylvain Tesson.
Un verano con Rimbaud.
Traducción de Juan Vivanco Gefaell.
Taurus. Barcelona, 2023.

En octubre de 1870, a los dieciséis años, Rimbaud se fugó de la casa familiar en Charleville por segunda vez en pocos meses. Iba a Bruselas y huía de su madre tiránica y asfixiante (“la boca de sombra” la llamó en un poema), en un acto de rebeldía y afirmación, porque hasta entonces había sido un niño obediente y sumiso. Era uno de los primeros episodios viajeros de aquel dromómano en fuga y en movimiento perpetuo. Tenía esa edad cuando escribió en un poema:

En las tardes azules de verano yo iré, 
picado por los trigos, a hollar hierba madura.
[…]
Al andar no hablaré, no pensaré en nada.

Siglo y medio después, Sylvain Tesson, que ya pasó un verano con Homero, hizo un viaje de cuatro días con el que repetía el itinerario de la fuga de Rimbaud desde Charleville a Bruselas. El resultado es el inagotable Un verano con Rimbaud, que publica Taurus con traducción de Juan Vivanco Gefaell.

“Leer a Rimbaud te condena a echar a andar un buen día. En el poeta de Iluminaciones y Una temporada en el infierno, toda la vida es puro movimiento. Huye de la Ardena, se escapa a la noche parisina, corre en pos del amor en Bélgica, se pasea por Londres y luego se aventura a muerte por los caminos de África.
La poesía es el movimiento de las cosas. Rimbaud se desplaza sin descanso, cambia el punto de vista. Sus poemas son proyectiles. Ciento cincuenta años después todavía nos alcanzan.”

‘El canto de la aurora’, ‘El canto del verbo’ y ‘El canto de los caminos’ son las tres partes en las que Tesson organiza esta ágil y honda incursión en la vida y la obra del mejor poeta del siglo XIX, una experiencia intensa de lectura que revisita el perturbador mundo poético y personal de Rimbaud y su vértigo vital y literario:

Todo va deprisa. El genio es un reguero de pólvora. Solo Hugo logró ser Hugo hasta el final de sus días. En Rimbaud la nitroglicerina explota y se volatiliza. No durará, se hundirá en sí mismo. ¡Supernova!
 […]
A los diecinueve años, después de publicar Una temporada en el infierno y escribir Iluminaciones, se retira para siempre y se calla: ya no volveremos a recuperarlo. Ha dicho lo que tenía que decir, basta con eso para los tiempos venideros.

Iluminado por abundantes citas de sus versos, este libro es un intenso recorrido desde la juventud provocadora del muchacho bárbaro y alucinado hasta el cáncer del dolor en la rodilla, desde el autor precoz y prodigioso de Una temporada en el infierno y las Iluminaciones hasta su actividad como traficante de armas en Adén (Yemen) o en Harar (Abisinia) o como buscador de oro en el desierto. 

Un verano con Rimbaud es un elogio del vagabundeo, el silencio y el misterio inaccesible de la palabra, porque “cada verso es, a la vez, un misterio y la clave que lo explica. Cada uno rasga el velo de la lengua francesa y se asoma a visiones nuevas.”

Rimbaud entendió la vida y la poesía como movimiento y viaje, como escapada y correría vertiginosa: así transitó desde la inocencia del colegial ejemplar, primer premio de todo, a la eclosión del genio tumultuoso y febril, creador de imágenes puras que sabe que  “el poeta es realmente ladrón de fuego.”

Y desde este astro luminoso, deslumbrante y fugaz que brilla durante tres años, al vidente y al tunante del que habla Tesson, al hombre que se saqueó a sí mismo y abandonó Francia huyendo de sus fantasmas para hacerse rico con el tráfico de armas y sufrir desde entonces una suma de catástrofes que lo devolvieron casi moribundo a Marsella, porque “diez años de fracasos en forma de dolor, aburrimiento y aceptación conducen a una cama de hospital en Marsella.”

Quedaban muy lejos versos como estos:

Ya está aquí otra vez. 
¿Qué? La eternidad. 
Es el mar mezclado 
con el sol.

O el testamento poético que resumió en Una temporada en el infierno:

¡Inventé el color de las vocales! -A negra, E blanca, I roja, O azul, U verde-. Ajusté la forma y el movimiento de cada consonante y, con ritmos instintivos, me jacté de inventar, un verbo poético accesible, cualquier día, para todos los sentidos. Me reservé su traducción.
Al principio fue un estudio. Escribía silencios, noches, anotaba lo inexpresable. Fijaba vértigos.

Santos Domínguez