2/9/19

Sylvain Tesson. Un verano con Homero


Sylvain Tesson.
Un verano con Homero.
Traducción de Robert Juan Cantavella.
Taurus. Madrid, 2019.

¿De dónde vienen estos cantos, surgidos de las profundidades, que estallan en la eternidad? ¿Por qué nos siguen sonando tan inconfundiblemente familiares? ¿Cómo explicar que un relato de dos mil quinientos años resuene hoy con un brillo nuevo, con el centelleo de las aguas de una pequeña cala? ¿Por qué estos versos de inmortal juventud siguen iluminando el enigma de nuestro futuro?
¿Por qué esos dioses y esos héroes parecen tan amistosos?
Los héroes de estos cantos siguen viviendo en nosotros. Su arrojo nos fascina. Sus pasiones nos resultan familiares. Sus aventuras han forjado expresiones que usamos a diario. Son nuestros hermanos y hermanas evaporados: ¡Atenea, Aquiles, Áyax, Héctor, Ulises y Helena! Sus epopeyas han engendrado lo que somos, nosotros, los europeos: lo que sentimos, lo que pensamos. "Los griegos civilizaron el mundo", escribió Chateaubriand. Homero sigue ayudándonos a vivir.

La actualidad y la cercanía de clásicos como Homero, autor de dos obras eternas que están en la raíz de la literatura occidental, son los ejes que articulan Un verano con Homero, de Sylvain Tesson, que publica Taurus con traducción de Robert Juan Cantavella.

Dos obras que trazan dos imágenes de la vida, dos concepciones de la existencia: la vida como guerra o la vida como aventura. Así lo explica Tesson:

La Ilíada es el relato de la guerra de Troya. La Odisea narra el regreso de Ulises a su reino de Ítaca. Uno describe la guerra, el otro la restauración del orden. Ambos trazan el perfil de la condición humana. En Troya: la avalancha de las masas rabiosas manipuladas por los dioses. En la Odisea: Ulises circulando entre islas y buscando una escapatoria. Entre los dos poemas, una violentísima oscilación: maldición de la guerra aquí, posibilidad de una isla allá. Por un lado, el tiempo de los héroes, por otro, una aventura interior. 

Estas espléndidas páginas son un recorrido apasionado por la geografía homérica, que habita la luz, azota el viento y ama las islas; por la Ilíada como poema del destino en el que los dioses juegan a los dados y la paz es sólo un interludio, mientras Aquiles se mueve entre el talento y la cólera.

Y por la Odisea como canto del regreso del rey y como incursión en los reinos del misterio; por el trazado de las líneas de la vida de los héroes y los hombres, por la fuerza y la belleza, la memoria y el olvido, la astucia y la oratoria, la curiosidad ante el mundo o la renuncia.

En esos poemas, que “inauguran la edad de la literatura y clausuran el ciclo de la modernidad”, conviven los dioses, belicistas o débiles, y los hombres que son marionetas de los dioses o dueños de sus decisiones, entre el destino y la libertad, la imaginación y la gloria, la furia y la grandeza, la fragilidad de la existencia y la hibris del héroe, los dioses salvajes y el castigo. 

Y como culminación del libro, un capítulo dedicado a Homero, “viejo compañero del presente”, y a la belleza pura de la poesía en la explosión de las palabras y en la elección del epíteto que nombra el mundo para siempre, porque -escribe Sylvain Tesson- “Homero es antes que nada el nombre de un milagro: ese momento en que la humanidad halló el modo de fijar en la memoria una reflexión sobre su condición. Homero es una voz. Da a los hombres la oportunidad de comprender cómo llegaron a ser lo que son.”

Por eso “en la Odisea avanzamos ante el espejo de nuestra propia alma. En ello reside el genio de Homero: en haber trazado los contornos del hombre en unos cuantos cantos. Nada después ha vuelto a ser lo mismo. A lo largo de estos renglones resplandece la luz, la adhesión al mundo, la ternura por las bestias, por los bosques; en una palabra, la dulzura de la vida. ¿No oyes, al abrir estos dos libros, la música de las olas? Cierto, a veces el entrechocar de las armas parece ocultarla, pero esa canción de amor dedicada a nuestra parte de vida sobre la Tierra siempre vuelve. Homero es el músico. Nosotros vivimos en el eco de su sinfonía.”

Santos Domínguez