Fernando Quiñones.
Muchos que me viven.
[Antología poética 1957-1998]
Edición de Ricardo Álamo.
Renacimiento. Sevilla, 2023.
LOS POETAS
También tú, curtidor,
y tú, patán, hermoso, arrancándole
al invierno terrones, empujando
en agosto el plostellum. Y tú,
herrero entre sombríos fulgores,
o tú, inocente
borracho sin oficio.
También vosotros sin saberlo
conocisteis alguna vez
no la mayor: la única gloria del poeta:
cuando en el prado, la curtiduría,
la taberna, la fragua, se os llegaron
casualmente a la boca aquellas tres, cuatro palabras
que no se habían juntado antes
o nunca habían sonado de aquel modo,
y que dejaban dicho algo,
sencillo acaso como ellas,
pero tan verdadero, tan nuevo y tan antiguo
que os suspendió y enmudeció un instante,
como a algunos de los que os escuchaban.
Ese poema de Las crónicas de Hispania (1985) es uno de los recogidos en Muchos que me viven, la antología poética de Fernando Quiñones que publica Renacimiento en edición de Ricardo Álamo.
La de Fernando Quiñones (Chiclana 1930-Cádiz 1998) fue una de las voces más singulares, arriesgadas y renovadoras del panorama poético español del último tercio del siglo XX, un poeta que supo conjugar la ética con la estética y que estaba convencido de que el único compromiso válido del poeta es el que establece con su propia obra y con el lenguaje.
Entre una primera etapa intimista, sentimental y neogarcilasista, que se inicia con Ascanio o Libro de las flores y culmina a mediados de los sesenta con En vida, y el fecundo ciclo de las crónicas que inauguran en 1968 Las crónicas de mar y tierra, la poesía de Fernando Quiñones está atravesada por una intensa conciencia del lenguaje y por la búsqueda de nuevos caminos temáticos y expresivos para la poesía española. Es un itinerario estilístico y ético semejante al de Antonio Machado en su abandono de la subjetividad y en su transición poética del yo al nosotros.
Por eso Ricardo Álamo afirma en su prólogo -‘Ser desde otros’- que “en la evolución de la poesía de Quiñones se produce un giro de dentro afuera, un viaje que le lleva de su mundo interior y más cercano a otros mundos de espacios, tiempos y personas más lejanos en los que, a pesar de las diferencias y extrañezas, era mejor ser desde otros o reescribir tal si los muertos condujeron su mano.”
A ese giro poético aludía el poeta en uno de sus últimos libros, Geografía e Historia, de 1997, donde incluye una Poética en la que rememora su cambio de perspectiva lírica:
No vi girar las formas hasta desvanecerse.
Toqué el acreditado y caudaloso
torbellino, el Maelstrom
del Yo, renta segura del poeta
y fuente (no hay más que leer)
de lo mejor que en cualquier tiempo haya manado en poesía:
Yo, mi vivir, mi imaginar, el tema
único; convertido todo en mí
con paciencia, infinitamente,
pues solo dándome hasta el fondo podrían los demás reconocerse
a sí mismos (tal cosa dicen):
adorándome como un gato
que se lame por dentro,
que alcanza con su lengua (gustando de la operación)
a sus vísceras más secretas
y, altanera o humildemente,
lo muestra, lo proclama en suma.
Mil espejos el mundo en que mirarme
remolino abajo y abajo.
Pero me cansé. Pude
retornar (más o menos) de mi propia, aburrida,
no tan vasta vorágine.
Era mejor ser desde otros,
con otros.
Me salí de mi fosa
circular, repetida (o eso querría haber hecho;
sin duda,
no vi girar las formas hasta desvanecerse).
Con Las crónicas de Al- Ándalus, Ben Jaqan, Las crónicas americanas, Las crónicas del 40, Las crónicas inglesas, Las crónicas de Castilla, Las crónicas del Yemen o Las crónicas de Rosemont, esa poesía intensa, polifónica y exigente va adquiriendo a la vez una creciente narratividad y una tonalidad épica que proyectan su emoción en otras voces y en otras miradas que resumen la meditación de Quiñones sobre la vida, el tiempo y la muerte.
Esas voces y esas miradas son la proyección de la voz del poeta, que construye con ellas, desde la cercanía oral de su lengua coloquial la crónica personal que dio título a una antología imprescindible de su poesía. Valga este ejemplo, de Las crónicas de Castilla con un poema que podría resumir la meditación existencial de Fernando Quiñones:
BEN TUFAIL MEDITA EN LA MUERTE
Juventud y vejez, si ésta es firme,
son bienes igualmente amables
y perdidizos. Confusión,
fugacidad, aquejan a una y otra,
y cara al Tiempo sin origen ni término,
ante el flujo de nombres, mutaciones, lugares
que hemos dado en llamar la vida,
tanto son los veinte años de Oku el frutero como mis ochenta.
Pero a la muerte, ¿cómo meditarla,
puede el pez figurarse la condición, los mundos del pájaro,
o el mar bullente del amor prever
las aguas del hastío? Si tantas veces no entendemos
a un amigo, una música nueva, unas imágenes,
¿pretender indagar la muerte, el luego?
No suene lo que escribo a
llanto o temor ocultos. Desde el Zocodover
el alba aclara ya las calles
y mi respuesta está al venir. La aguardo con sosiego
y con curiosidad, sin esperanzas
peligrosas. No padezcamos. A nada, a nadie,
va a escapársele la verdad.
Los poemas de su último libro, el crepuscular Las crónicas de Rosemont, apuntan a un retorno al intimismo melancólico y desengañado. Así este ‘En una cartulina de Saint Barth’, un extenso poema versicular ubicado en Park Avenue, que comienza así:
Cualquier lugar puede ser el mejor
si alcanzaste a caer un poco más acá de las sombras que a todos corresponden.
Si andas en paz o casi en paz, que ya es decir, con el mundo y contigo,
cualquier lugar resulta bueno para saber lo tuyo y que suyo te sepa,
y haber crecido en él y llevarlo contigo a todas partes
tal como el andarín antiguo, siempre atento a sus provisiones.
Mejor seguir allí, donde llegaste
a ser tú o, si debiste irte, que, aun lejos de sus calles y sus plazas,
por ellas sea por las que te pones los zapatos al levantarte
y ellas las que diseñan tu mirar, tus palabras,
lo poco y lo mayor y lo bueno y lo malo de ti.
Y bien: si ya es ciudad
suyísima, pequeña y hermosamente decadente,
resuena toda entonces en tus pasos allí donde los des
y te abarca y la abarcas como esposa en la desgracia y la felicidad,
Santos Domínguez