9/6/23

Jacinto Águeda Yagüe. Desasosiego


Jacinto Águeda Yagüe.
Desasosiego.
 El sastre de Apollinaire. Madrid, 2023.

PILA BAUTISMAL 

Bucea en la niñez 
al encuentro de tesoros enterrados. 
Desea descifrar 
a qué pilares agarrarse 
para construir cúpulas. 
Pero 

es demasiado tarde para la luz.

Es uno de los poemas de Desasosiego, de Jacinto Águeda Yagüe, que publica El sastre de Apollinaire.

Organizados en tres partes -Tesis, Antítesis, Síntesis-, sus poemas se construyen con pinceladas impresionistas y sensoriales que buscan apresar el instante y recuperar el pasado. Son el motor de una meditación sobre la realidad y el tiempo y generan un diálogo constante entre lo exterior y lo interior, entre el poeta y la naturaleza, entre el presente y el pasado.

Desasosiego es el resultado de un ejercicio de indagación en la memoria personal sobre la que se sostiene la identidad, un viaje hacia la luz de la infancia rural y hacia la raíz humilde y elemental, un intento de “defender entre escombros / lo pequeño”.

Ese “viaje hacia lo que está más allá del mundo” acaba convirtiéndose en un itinerario hacia el ascua de lo desaparecido, en un trayecto hacia las sombras y la desolación del páramo, hacia la niebla, el abandono y el silencio.

“Estamos frente a un primer libro que es un libro de madurez -escribe en el prólogo Ana Martín Puigpelat-. Jacinto Águeda sabe lo que quiere expresar. Heredero de buenas lecturas, el poeta elabora con mimo cada verso, dueño de un ritmo privado que parece pertenecer a la melodía del trasiego de la memoria.”

Los poemas de Desasosiego son el resultado de una síntesis admirable de la emoción y la expresión, del siempre difícil equilibrio de la intensidad de la verdad y el cuidado de la palabra. 

Ahí radica probablemente la fuerza de un libro que se cierra con este texto: 

IMPOSIBLE DESPEDIDA

Una onda desaparece 
en huidas que invaden páramos, 
en las guardias de los hielos recios (esquilas atormentadas). 
Una voz sin sosiego, 
un arcón de lluvias escondidas y seco futuro.
Y esa loca repelea, esas tizas, esas trébedes, 
tantos escaños impávidos abiertas al abandono, 
tantos tejados escondidos en la sombra.
Y una única eternidad, 
que le hace, 
que le vigila, 
que le regala paredes encaprichadas con esqueletos del lagarto.

Un pueblo con suelo de niebla, 
sumergido.

Santos Domínguez