Virginia Woolf.
De viaje.
Edición y traducción de Patricia Díaz Pereda.
Nórdicalibros. Madrid, 2023.
“Virginia Wolf nunca fue una escritora de viajes, fue una escritora a quien le gustaba viajar y disfrutaba con ello, como cualquiera de nosotros viajamos en nuestro tiempo libre y gustamos de observar y sentir todo aquello que es diferente a lo que estamos acostumbrados, ya sea en nuestro país o fuera de él. Virginia nunca escribió un libro de viajes y sentía cierta desconfianza por este género literario: no quería aburrirse con el relato ni aburrir a sus corresponsales. Pero, cuando estaba de viaje, escribía su diario y también cartas a su hermana y amigos”, explica Patricia Díaz Pereda en ‘Antes del viaje’, el prólogo a su espléndida edición de De viaje, que acaba de publicar Nórdicalibros y que “reúne, por primera vez en español, los textos que Virginia Woolf escribió cuando estaba de viaje, tanto en su diario como en sus cartas, y ofrece al lector mucho material que no ha sido traducido previamente a nuestro idioma.”
Precedidas de breves e iluminadoras introducciones que fijan año por año las circunstancias cambiantes en las que surgen, estas anotaciones se organizan en dos secciones: Virginia Stephen (1882-1912), que se abre con una anotación en su diario el miércoles 28 de julio de 1897- y Virginia Woolf (1912-1939), que recoge las posteriores a su matrimonio con Leonard Woolf. El primer texto de esa sección es una carta del 1 de septiembre desde Tarragona a su amigo Lytton Strachey. La última carta, dirigida a su amiga compositora Ethel Smyth, el 18 de junio de 1939, termina con estas líneas:
Pero va haciendo más frío y estoy medio dormida, después de haber estado en Caen y haber hecho todo tipo de cosas emocionantes. ¿Qué? Bueno, no voy a empezar a escribir una guía de viajes mientras estoy achispada.
Italia, España, Grecia, Francia, o los viajes domésticos por Gran Bretaña son los destinos de una Virginia Wolf viajera y cercana que observa a la gente y sus costumbres con agudeza intuitiva y describe el paisaje con la sensibilidad de su mirada de escritora.
Salisbury, Stonehenge, Venecia, Florencia, la costa española desde el barco que le lleva a Oporto: “Nos despertamos para ver la costa de España, una costa magnífica, romántica, heroica, como una nariz muy aquilina. La hemos recorrido todo el día, bastante cerca, tanto que podíamos ver las casas y los riachuelos.”
Lisboa, Sevilla, Granada, Cornualles: “Para el caminante que prefiere la variedad y las incidencias del campo abierto a la precisión ortodoxa de una carretera principal, no hay terreno como este.”
Los templos de Apolo y Hermes en Olimpia, el,golfo y las uvas de Corinto, Atenas, el Partenón y las estatuas, que “tienen un aspecto que no se ve en las caras vivas, o rara vez, de serena imperturbabilidad, es un tipo tan perdurable como la tierra, mejor dicho, sobrevivirá a todo lo vivo, porque tal belleza es inmortal en esencia. Y la expresión de una cara que es, por otra parte, joven y tersa, te hace respirar un aire superior. Es como el beso del amanecer.”
Eleusis y Nauplia, los perros amarillos de Constantinopla, una procesión en Madrid el viernes santo de 1923 y una visita a Gerald Brenan en las Alpujarras: “hemos estado con un inglés loco que no hace nada, salvo leer en francés y comer uvas.”
Siena y Perugia, San Gimignano y la Toscana: “ayer fuimos a un sitio donde quiero que me entierren.” Roma y otra vez Florencia: “Casas de color ceniza con puertas verdes. El olor del café tostándose.”
A veces aparecen pensiones sucias, hoteles sin calefacción o con baños compartidos, el mal tiempo, la lluvia y el frío, la comida mala y otros inconvenientes de los viajes. Pero en otras ocasiones, Virginia Woolf deja en estos textos un entusiasmo nómada y un hedonismo que desmiente su imagen de mujer atormentada, como cuando escribe desde Granada a su hermana, Vanesa Bell: “Es tan grande el éxtasis de tener buen tiempo y color, sensatez y buen humor general.”
El conjunto refleja sus cambios anímicos, sus distintos tonos -desde el más familiar de las cartas al más cuidado de los cuadernos de viaje- e incluso su evolución personal y literaria. Así lo resume Patricia Díaz Pereda en su introducción: “El lector de estas páginas asistirá a la evolución tanto de la mujer como de la escritora, a través de una variedad de estilos, desde las descripciones detalladas a las notas lacónicas, casi taquigráficas, de algunos de sus diarios de viaje en los últimos años de su vida.”
Un útil anexo aclara los nombres de los familiares y amigos a los que dirige sus cartas, que presentan al lector “la voz en español de la Virginia viajera, esa voz íntima y vivaz, que vibra y resuena a través de los años con la frescura del agua viva.”
Santos Domínguez