Peter Burke.
El polímata.
Una historia cultural
desde Leonardo da Vinci hasta Susan Sontag.
Traducción de Alejandro Pradera.
Alianza Editorial. Madrid, 2022.
«La historia», se ha dicho, «trata mal a los polímatas». Algunos caen en el olvido, mientras que muchos acaban «espachurrados en una sola categoría que podemos reconocer». Son recordados, como veremos una y otra vez en estas páginas, únicamente por una modalidad, o unas pocas modalidades, de sus distintos logros. Ha llegado el momento de enmendar el balance. De hecho, en los últimos años se han publicado cada vez más estudios sobre determinados polímatas, tal vez como reacción a nuestra cultura de la especialización. Yo he tenido la suerte de poder utilizar muchas de esas monografías, entre las que figuran no solo estudios sobre gigantes intelectuales como Leonardo y Leibniz, sino también sobre figuras casi olvidadas como Dumont Durville y William Rees. Los estudios generales son más difíciles de encontrar, aunque su número va en aumento, sobre todo en forma de breves colaboraciones en revistas o programas de radio.
En el intento de hacer un estudio sobre el tema, ese libro ofrece una aproximación a la historia cultural y social del saber. Todas las modalidades del conocimiento, tanto prácticas como teóricas, merecen que se escriba su historia.
Así comienza Peter Burke la introducción de su monumental El polímata, que publica Alianza Editorial con traducción de Alejandro Pradera.
Autor de una imprescindible Historia social del conocimiento, Burke es uno de los más eminentes historiadores de la cultura y en este libro se ha propuesto abordar una historia cultural desde Leonardo da Vinci a Susan Sontag, como señala el subtítulo, a través de la figura del polímata, la “persona que ha llegado a dominar varias disciplinas.”
Así delimita Burke el campo de investigación de esta obra: “Este libro se concentrará en el saber académico, antiguamente denominado «erudición». Se centra en los eruditos con unos intereses «enciclopédicos» en el sentido original de que se movían por todo el «recorrido» o «currículo» intelectual, o en cualquier caso por un importante segmento de dicho círculo.
[…]
En los capítulos que siguen se hablará de algunos escritores y escritoras de ficción de fama mundial, entre los que destacan Johann Wolfgang von Goethe, George Eliot, Aldous Huxley y Jorge Luis Borges, pero sobre todo porque además escribieron obras de no ficción, habitualmente ensayos. Análogamente, también figura Vladimir Nabokov, no como autor de Lolita, sino como crítico literario, entomólogo y escritor de libros de ajedrez, mientras que August Strindberg aparece como historiador cultural, más que como dramaturgo. Y, a la inversa, Umberto Eco aparecerá en estas páginas como un erudito que también escribía novelas.”
Y así, a lo largo de las diversas secciones y capítulos de esta historia de la erudición, subyace un elogio de la interdisciplinariedad para recorrer la estrecha relación que hubo entre disciplinas humanísticas y disciplinas científicas en figuras de actividad enciclopédica como Leonardo da Vinci (que escribió: «Que no me lea nadie que no sea matemático»), Leibniz, filósofo y matemático, o Swedenborg, teológo, ingeniero, químico y astrónomo.
Peter Burke explica que el núcleo de su estudio “se basa en una prosopografía, en una biografía colectiva de un grupo de quinientas personas que llevaron a cabo su actividad en Occidente entre los siglos XV y XXI.”
Porque si con la explosión cultural del Humanismo y el Renacimiento creció el número de intelectuales de amplio espectro, la revolución científica con su especialización excesiva provocó la división del trabajo intelectual, la escisión de los campos del conocimiento y la fragmentación del saber que lamentó John Donne a comienzos del XVII en su poema ‘An Anatomy of the World’.
Por eso, tras lo que Burke llama “la era de los monstruos de la erudición”, a partir del XVIII, en “la era del hombre de letras”, y sobre todo en nuestra “era de las demarcaciones”, se cuestiona la posibilidad de conectar los saberes universales y los diversos campos del conocimiento, se desconfía del polímata y el erudito pluridisciplinar:
“Ser polímata -escribe Burke- tiene un precio. En algunos casos, los de los denominados «charlatanes» que veremos más adelante, ese precio incluye la superficialidad. La idea de que los polímatas son unos impostores se remonta a muy atrás, por lo menos hasta la antigua Grecia, cuando Pitágoras fue tachado de impostor. Gilbert Burnet, un obispo del siglo XVII, y que tuvo unos intereses lo bastante amplios como para sufrir el problema en sus propias carnes, escribía que: «Muy a menudo quienes tratan muchas cosas son ligeros y superficiales en todas ellas». En otros casos encontramos lo que podría denominarse el «síndrome de Leonardo», a saber, una dispersión de energías que se manifiesta en proyectos fascinantes y brillantes que acaban siendo abandonados o simplemente se dejan sin terminar.”
Uno de los ejes del libro es la supervivencia del polímata en el contexto de una creciente especialización. Porque, a pesar de lo que se podría esperar, desde el siglo XVIII la figura del polímata ha resistido en circunstancias adversas, en un esfuerzo solitario amparado a veces por centros de investigación, por institutos de estudios avanzados como el que se creó en la Universidad de Princeton en 1930 o por programas como el de la Universidad de Sussex, que propugnaba la interdisciplinariedad en la docencia y la investigación para recomponer “el mapa del saber”. Humboldt, Coleridge, Carlyle, Ruskin, Frazer, Jung o Campbell son algunos de estos polímatas que sobrevivieron y brillaron en lo que Burke llama “un clima inhóspito”.
“¿Sobrevivirán los polímatas, o la especie está a punto de extinguirse?”, se pregunta Burke en la Coda del libro, escrito en 2019, en plena era digital. Y esta es su conclusión:
Los nuevos retos exigen nuevas respuestas, de modo que debemos poner nuestras esperanzas —si somos optimistas— en la generación digital. En cualquier caso, todavía es pronto para escribir una elegía de la especie. Y eso es una buena señal, dado que en el seno de la actual división del trabajo intelectual seguimos necesitando generalistas, es decir, personas que sean capaces de percibir lo que, en el siglo XVII, Isaac Barrow denominaba la «conexión de las cosas, y la interdependencia de los conceptos». Como dijo Leibniz en una ocasión, «lo que necesitamos son hombres universales. Porque alguien que es capaz de conectar todas las cosas puede hacer más que diez personas». En una era de hiperespecialización necesitamos más que nunca personas así.
Santos Domínguez