24/4/23

J. Benito Fernández. El contorno del abismo


 

J. Benito Fernández.
El contorno del abismo. 
Vida y leyenda de Leopoldo María Panero.
Anagrama. Barcelona, 2023.

Pasaron quince años desde que apareció en 1999 El contorno del abismo. Vida y leyenda de Leopoldo María Panero, de J. Benito Fernández hasta la muerte del biografiado en 2014.

Y casi un cuarto de siglo ha transcurrido entre la primera edición de este libro y la nueva, corregida, aumentada y actualizada que publica Anagrama en su Biblioteca de la memoria.

En la Introducción de esta nueva edición de El contorno del abismo, J. Benito Fernández evoca, con la ironía distanciada que recorre todo el libro, algunas conversaciones con Leopoldo María Panero a propósito de los beneficios económicos del libro: “Desde un locutorio, Leopoldo llamó de nuevo para recla­mar el contrato de su biografía y un cinco por ciento de los be­neficios. «Tengo abogado», amenazó. Se interesó por la fecha de publicación, pero no por la editorial. Con el libro en la ca­lle, volvió a la carga. «Ya que no hay derechos de autor», dijo, «a ver si me puedes mandar veinte ejemplares más.» Ya le ha­bían enviado libros desde Barcelona. Le pregunté si lo había leído y me respondió afirmativamente: «Está muy bien, joder». Michi me informó de que su hermano andaba con el libro bajo el brazo por Las Palmas.
Tras la vuelta de vacaciones escuché los mensajes en el contestador telefónico. Leopoldo: «Me dicen que estás ganando millones y me gustaría hablar contigo para aclarar este asunto. Llámame al hospital. Si te dicen que estoy comatoso, diles que es mentira». En sucesivas llamadas me volvió a reclamar ejemplares y distintas cantidades de pesetas, con rebajas incluidas. La última vez que nos encontramos fue en Zaragoza, con motivo de «Poéticas novísimas. Un fuego nuevo», invitados por Túa Blesa. En el comedor del hotel Romareda traté de darle un abrazo cariñoso y me frenó: «No me beses, hippy. ¿Eres maricón o qué?». Durante aquellas jornadas en los corredores del Palacio de Congresos, muy deteriorado, me recordó que teníamos que renovar el contrato. Y tras mirarme con detenimiento, me soltó: «¿Tú para qué quieres tanto dinero, tío?». Respondí: «Se lo debo todo al banco». Desató unas carcajadas desabridas que daban miedo.”

A los catorce capítulos de la primera edición se añaden ahora tres nuevos: ‘A bordo de una isla (1997-2002)’, ‘Tiempo que precede a la muerte (2003-2007)’ y ‘Cenizas al fin (2008-2014)’, que rastrean minuciosamente los últimos años de Leopoldo María Panero desde su salida del manicomio de Mondragón hasta su muerte.

Son los años insulares en Las Palmas, “en la isla gasosa” que no le gustaba y en la que murió, convertido casi en una atracción de feria. Fue una época en la que se le invitaba a leer en diversos lugares porque, al margen de su discutible valor literario, garantizaba el espectáculo extrapoético que a veces incluía el añadido de una vomitona.

El 5 de marzo, el vate cierra los ojos para dejar de hacer poesía y dejar de hacer prosa; cierra los ojos llenos de sueño. Hacia las diez menos diez de la noche muere Leopoldo María Panero en la Unidad de Clínica y Rehabilitación del Hospital Juan Carlos I, dependiente del Hospital Universitario de Gran Canaria Doctor Negrín. El poeta ha dejado de interpelar a la vida. Oficialmente, el último Panero ha muerto de un fallo multiorgánico. De una fuerte personalidad, poseía una patología subyacente crónica muy grave, vinculada a sus excesos (tenía hepatitis, diabetes, era fumador, bebedor…)
[…]
Todos los periódicos se hacen eco de la muerte del poeta. Páginas y páginas donde el término más manoseado es el de maldito. Todos y cada uno de quienes escriben tienen su anécdota con el fallecido, parecen querer decir: «El loco es mío».

Apoyada en un amplísimo material documental extraído de los múltiples encuentros con el poeta, de las cartas a la madre y los amigos y de entrevistas con quienes lo trataron, El contorno del abismo deja al descubierto a un Panero desnudo más allá de su escenografía lamentable y de su problemática familia: el padre poeta y bebedor, la madre fantasiosa, los conflictivos hermanos Juan Luis y Michi. 

Desastrado y desastroso, su cultivado malditismo mediático sabía astutamente cómo llamar la atención. Porque desde El desencanto hasta Después de tantos años tuvo menos lectores que espectadores de sus delirios paranoicos. Compaginaba sus lecturas disparatadas, en las que “apenas habla, farfulla” y a veces vomita, con la participación en congresos de rehabilitación de enfermos mentales crónicos o con entrevistas en las que “el poeta expone su consabido discurso sobre el capitalismo y la antipsiquiatría, el caso Panero, el alcohol, las drogas, la locura, el golpe de Estado, el rey, Aznar, la resurrección y el paraíso. Al loco le oyen, pero no le escuchan.”

Así describe J. Benito Fernández una de esas frecuentes escenas esperpénticas protagonizadas por Leopoldo María Panero y aplaudidas por el público:

Panero sube el escenario y le dice a Galindo -sentado, a la espera- que necesita orinar. Bruno le acompaña al servicio. En la última pieza, Leopoldo regresa al escenario, pero no recita. Se acerca el micrófono y con una Coca-Cola light en la mano dice: “¡Esto es una puta mierda! ¡Iros todos a la puta mierda!” El auditorio en pie ovaciona al poeta.

El psiquiatra Baldomero Montoya, que lo trató en Leganés en 1981, lo describía en estas palabras que se reproducen en el libro: “Leopoldo no es un loco, pero sabe especular muy bien con la locura. Es un hombre mal hecho. Él está dentro de la realidad y la maneja como quiere. Tiene un juego perfectamente lúcido y racional. Trató de seducirme y engancharme a él, pero yo nunca le seguí. Tiene el embrujo especial del loco que, a la vez, no lo es. Aquí se le respeto como persona y no como sujeto que deslumbra. Es un personaje curioso: un psicópata listo, como todos, con garra y con arte. Y ha construido una personalidad perfectamente estudiada.”

De sus andanzas por el mundillo literario y por otros submundos da cumplida cuenta esta biografía que desde la distancia emocional o el sarcasmo inevitable refleja el patetismo del personaje. Con todo, el peor papel en esta penosa historia no es el de Leopoldo María Panero, sino el de quienes lo utilizaron como a un juguete roto, lo jalearon entre risas y lo expusieron a la burla pública a cambio de unas cuantas Cocacolas o de los veintidós vasos de leche que se bebió en una cafetería durante una entrevista con Benjamín Prado, que la publicó en El País con un poco sutil titular: ‘Panero el loco”.

Entre la extravagancia y la locura, entre la provocación teatral del personaje algo infantil al que le rieron las gracias desde chico y el desgarro interior de la persona que arrastra un largo historial de excesos y drogas, de paranoias grandilocuentes e internamientos en manicomios, un Panero que tuvo menos vida que espectáculo. Y menos poesía que leyenda.

Santos Domínguez