Carlos Fidalgo.
El baile del fuego.
La Esfera de los Libros. Madrid, 2023.
Me enamoré de Amalia Quiroga mientras tocaba un fragmento de El amor brujo en el piano de cola del Club Lyceum, en la Casa de las Siete Chimeneas. Amalia tenía veinte años, era hija de un empresario de Mondoñedo que la alojaba en la Residencia de Señoritas de la calle Fortuny después de inscribirla en el conservatorio, y los cuatro minutos y medio que duró su interpretación me marcaron como un hierro candente.
Era la primera vez que veía a una mujer al piano y los dedos de Amalia repicaban en las teclas blancas y negras de marfil con una energía desconcertante. Todo el salón escuchaba en silencio. Los hombres conteníamos el aliento, embobados ante aquel despliegue repentino de fuerza y de coordinación. Las mujeres asentían satisfechas. Y Amalia inclinaba levemente la cabeza y temblaba como si estuviera en trance mientras deslizaba las manos sobre el teclado con una concentración y una intensidad tan arrebatadoras que arrancaron un aplauso rotundo en el momento en que terminó la pieza, tras un movimiento final contundente, definitivo, que sonó como un desafío.
Cuando me acerqué para preguntarle, pobre de mí, qué es lo que había tocado aquella noche, me respondió: «La danza ritual del fuego, del maestro Manuel de Falla». Después se levantó de la banqueta y enseguida la rodearon para felicitarla.
Así comienza El baile del fuego, la nueva novela de Carlos Fidalgo que publica La Esfera de los Libros y que toma su título de esa parte del ballet de Falla.
Subtitulada “Una historia de amor en tiempos de guerra y paz”, es una historia amorosa narrada por el protagonista, Vicente Yebra, aprendiz de tipógrafo en El Socialista y en el diario gráfico Ahora, y la pianista Amalia Quiroga, que acabarán separados por la guerra:
—Me llamo Vicente Yebra —les dije muy ufano—. Y he venido a fotografiar a Lorca para las páginas del Ahora.
Federico García Lorca, en la plenitud de su talento, era un ser luminoso que se paseaba por el salón de la Casa de las Siete Chimeneas con un manojo de poemas bajo el brazo. Y yo era un mentiroso que usaba el nombre del periódico donde solo trabajaba como aprendiz de tipógrafo para tomar fotografías con la esperanza de colocárselas a Manuel Chaves, el subdirector, y que me diera la oportunidad de convertirme en reportero gráfico.
Es el protagonista que fue luego “el fotógrafo de la columna Mangada, el paparazzi que pedía permiso a las actrices de Hollywood para retratarlas”. El que antes había sido “el niño que revelaba los fotogramas al sol sin echarles fijador en una plaza de Ponferrada.”
Desarrollada entre 1935 y 1953, entre Chicote y el Café Barbieri, entre Madrid y Mondoñedo, entre la Casa de las Siete Chimeneas y Lavapiés, desde el primer capítulo la narración de El baile del fuego vincula dos tiempos diferenciados con distinta tipografía: el pasado de la evocación y el presente del narrador, cuando Vicente rememora en enero de 1990 aquellos hechos en diálogo con Pedro Almodóvar, el director de moda, al día siguiente de la muerte de Ava Gardner:
-Ayer murió Ava en Londres. Lo he leído en los periódicos. Y cada vez que entro aquí lo veo mirándome por encima del hombro de Frank Sinatra. Ahora puedo contarlo.
“La mitad de las mentiras de este libro son ciertas.” Esa frase, adaptación de un dicho irlandés, figura en el frontispicio de la novela y orienta al lector acerca de la ligada mezcla de realidad y ficción, de historia e imaginación que está en la base de su elaboración argumental, en la que se cruzan la narración histórica, la novela amorosa y el relato de fantasmas.
Organizada en tres partes en las que se conjugan la narración histórica, la novela amorosa y el relato de fantasmas, El baile del fuego refleja la madurez como novelista de Carlos Fidalgo, que proyecta en ella su agilidad narrativa, su capacidad de recreación del Madrid de finales de la Segunda República y la posguerra, su admirable sentido del ritmo del relato y un eficiente manejo de la intriga hasta el sorprendente desenlace.
Y al fondo de la literatura, la literatura y los sueños: Lorca y Alberti, las sinsombrero y las sirenas de Cunqueiro, Hemingway y Dos Passos, Dalí y Poeta en Nueva York, Neruda y Miguel Hernández, El bosque encantado y Merlín y familia, Villa Rosa y Ava Gardner, Luis Miguel Dominguín y Sinatra.
Al fondo, la fuerza de la literatura y el humo de los sueños.
Santos Domínguez