19/6/20

Pnin


 Vladimir Nabokov. 
Pnin. 
Traducción de Enrique Murillo. 
Biblioteca Nabokov.
Compactos Anagrama. Barcelona, 2020. 

El pasajero de edad avanzada que iba sentado junto a la ventanilla del lado norte de ese vagón de ferrocarril que avanzaba inexorablemente, junto a un asiento vacío y enfrente de otros dos también vacíos, era ni más ni menos que el profesor Timofey Pnin. Idealmente calvo, bronceado y barbilampiño, comenzaba de modo notablemente majestuoso con esa su gran cúpula parda, gafas de carey (que enmascaraban una infantil carencia de cejas), simiesco labio superior, grueso cuello, y torso de forzudo circense embutido en una ajustada americana de tweed, pero terminaba, de forma un tanto decepcionante, en un par de piernas zanquivanas (en aquellos momentos enfraneladas y cruzadas) y unos pies de aspecto frágil, casi femeninos.

Así comienza en la traducción de Enrique Murillo que publica Compactos Anagrama en la Biblioteca Nabokov, Pnin, quizá la novela más sencilla y divertida del autor de Lolita.

Pnin, un profesor ruso en América con serios problemas para el inglés y para la integración social, es el protagonista grotesco que da título a la que también es la novela más cruel al principio y luego la más comprensiva de Nabokov. 

Organizada en torno a ese personaje de apariencia y comportamiento quijotescos en el que se mezclan lo risible y lo admirable, lo trágico y lo cómico, Pnin es la más cervantina de las novelas de Nabokov, no sólo por la figura del protagonista, sino porque es la más abierta, la más ambigua en la presentación de una realidad polisémica.

Fue publicándose por entregas en el New Yorker y convirtió a su protagonista -un profesor ruso emigrado en los Estados Unidos- en un personaje popular, un héroe ridículo y admirable desubicado en la modernidad como don Quijote, desplazado fuera de su espacio y de su tiempo. Un héroe paciente y digno, perdido en un mundo mecanizado y competitivo en el que se imponen mezquinas ambiciones materialistas. 

En el inevitable choque de Pnin con el mundo, el lector irá percibiendo la grandeza y la dignidad del personaje ante el sufrimiento y frente a la mediocridad que le rodea en los ambientes universitarios y en la América profunda, las rivalidades y la hipocresía de una vida social atravesada por las intrigas y las envidias.

La sucesión de calamidades, torpezas y contratiempos que caen sobre Pnin, la mezcla de lo cómico y lo patético, como en el Quijote, que Nabokov había releído por entonces para dar un curso en Harvard, ponen la base del progresivo crecimiento del protagonista desde el episodio inicial en el que se dirige a dar una conferencia en el Club Femenino de Cremona a bordo de un tren equivocado que ha tomado en Waindell, donde da clases de ruso a unos pocos y desganados alumnos.

En esta novela, escrita después de Lolita y campo de pruebas de la más ambiciosa Pálido fuego, Timofey Pnin, que detrás de su torpeza esconde un espíritu noble y una mente elevada, es un contrapunto de Humbert Humbert, que tras su apariencia física, su elegancia y su prestigio social ocultaba sin embargo un interior corrompido.

En el último de los siete capítulos del libro, diseñados con cierto grado de autonomía narrativa, irrumpe el narrador Nabokov como un personaje más del relato, para recordar que había conocido a Pnin en la infancia en San Petersburgo, cuando acudió a la consulta de su padre, el prestigioso oftalmólogo Pavel Pnin:

Mi primer recuerdo de Timofey Pnin está relacionado con una mota de polvo de carbón que se me metió en el ojo izquierdo un domingo de primavera de 1911.

Será la primera de una serie de coincidencias entre Pnin y el narrador en varios episodios determinantes. 

De ese Nabokov, un narrador tan poco fiable como el del Quijote, dirá Pnin: “Se lo inventa todo [...] Es increíblemente imaginativo.”

Ese narrador implacable que desprecia los finales felices ocupa la plaza a la que aspiraba Pnin, uno de los personajes mejor construidos por Nabokov, que organizó la novela con una meditada estructura circular. 

Así termina:

- Y ahora —dijo [el profesor Cokerell]— voy a contarte lo que ocurrió el día en que Pnin se disponía a hablar ante el Club Femenino de Cremona y descubrió que el texto que tenía ante sí era el de otra conferencia.

Santos Domínguez