Eliseo Diego.
Nos quedan los dones.
Edición de Yannelis Aparicio y Ángel Esteban.
Cátedra Letras Hispánicas. Madrid, 2020.
COMIENZA UN LUNES
La eternidad por fin comienza un lunes
y el día siguiente apenas tiene nombre
y el otro es el oscuro, el abolido.
Y en él se apagan todos los murmullos
y aquel rostro que amábamos se esfuma
y en vano es ya la espera, nadie viene.
La eternidad ignora las costumbres,
le da lo mismo rojo que azul tierno,
se inclina al gris, al humo, a la ceniza.
Nombre y fecha tú grabas en un mármol,
los roza displicente con el hombro,
ni un montoncillo de amargura deja.
Y sin embargo, ves, me aferro al lunes
y al día siguiente doy el nombre tuyo
y con la punta del cigarro escribo
en plena oscuridad: aquí he vivido.
Ese espléndido poema del cubano Eliseo Diego (1920-1994) es uno de los que forman parte de la amplia antología de su poesía que publica Cátedra Letras Hispánicas con el título Nos quedan los dones. Pertenece al último libro que publicó en vida, Cuatro de oros, que apareció en México en 1991, y sus versos resumen gran parte de su mundo poético, atravesado por la conciencia del tiempo y por el asombro ante la realidad, por una nostalgia compatible con la celebración de lo fugaz y con el júbilo ante lo que todavía es.
Se han encargado de la edición Yannelis Aparicio y Ángel Esteban, que han preparado una magnífica introducción de un centenar de páginas en las que hacen un meticuloso recorrido por la vida, la personalidad y la obra de Eliseo Diego y una honda lectura de su poesía.
Diego fue uno de los miembros más significativos de Orígenes, el grupo más importante de la historia de la literatura cubana, que fundó con Lezama Lima y Cintio Vitier en 1944 y desde el inicial En la Calzada de Jesús del Monte muestra una voz acusadamente propia. Ya hablaba entonces Lezama de “la perfección hechizada” de su poesía.
Desde ese sorprendente primer libro aparecen una serie de constantes que articularían temática y formalmente su poesía: la conjunción del tiempo, el espacio y la memoria evocativa, la transfiguración verbal de la realidad cotidiana, la mirada a la infancia como paraíso perdido, la depuración de una palabra poética que nombra la realidad cercana desde una mirada nueva y un tono cercano y amable, porque, escribe en No es más,
Un poema no es más
que una conversación en la penumbra
del horno viejo, cuando ya
todos se han ido, y cruje
afuera el hondo bosque; un poema
no es más que unas palabras
que uno ha querido, y cambian
de sitio con el tiempo, y ya
no son más que una mancha,
una esperanza indecible;
un poema no es más
que la felicidad, que una conversación
en la penumbra, que todo
cuanto se ha ido, y ya
es silencio.
Un indisimulable fondo melancólico está en la raíz de su actitud ante la vida y de concepción de la poesía como restitución de lo perdido, como descubrimiento y como revelación a través de una mirada que descubre nuevos matices en la realidad, rodeada de una atmósfera mágica en la que conviven la celebración y la elegía, la desolación ante las pérdidas y el asombro ante la vida. Inventario de asombros se titula significativamente uno de sus libros de madurez. Y Nombrar las cosas fue el título de una antología de su obra hasta 1973.
Esos dos títulos contienen algunas claves de una poesía que se levanta sobre un fondo de sombras y de espejos, otra presencia constante en su poesía meditativa. Uno de sus libros, A través de mi espejo, se abre con esta conciencia de la fugacidad del tiempo y de la muerte:
FRENTE AL ESPEJO
En un abrir y cerrar de ojos
ya no estarás en donde estabas:
un triste viejo está mirándote
con qué terror desde tu cara.
Mirándote ávido y mirándote
mientras la luz te da en su cara:
en un abrir y cerrar de ojos,
ni tú, ni él, ni nada.
Entre En la Calzada de Jesús del Monte y Cuatro de oros, pasando por El oscuro esplendor y su memoria de la infancia, por los poemas en prosa de Versiones o el despliegue de imágenes de Muestrario del Mundo “en los libros de Diego -escriben los editores en la introducción- tienen un argumento o una trama que no es necesariamente una historia en el sentido convencional, sino una afinidad entre los poemas que va más allá de la voluntad de estilo. Significan, fundamentalmente, una forma de entender el mundo, la vida, la realidad, las sensaciones, las emociones, la historia con minúscula y con mayúscula, la religión y el mismo concepto de arte.”
Y añaden que “en Diego toda la poesía gravita alrededor de la lucha con el tiempo para entender la aparente oposición entre la angustia natural del ser humano por la pérdida continua del tiempo, segundo a segundo, que nos acerca al final, y el fin último del hombre, que consiste en la visión de Dios, solo posible el traspasar el umbral de la muerte. Sentimientos opuestos, encontrados, difícilmente reconciliables, como la misma lucha del poeta en su obra por hacer compatible la conciencia y los estragos del tiempo con la necesidad de inmortalizar las cosas, rescatar del olvido todo lo que cae en él.”
Ningún poema representa mejor ese núcleo de sentido vertebrador de la poesía de Eliseo Diego que este
TESTAMENTO
Habiendo llegado al tiempo en que
la penumbra ya no me consuela más
y me apocan los presagios pequeños;
habiendo llegado a este tiempo;
y como las heces del café
abren de pronto ahora para mí
sus redondas bocas amargas;
habiendo llegado a este tiempo;
y perdida ya toda esperanza de
algún merecido ascenso, de
ver el manar sereno de la sombra;
y no poseyendo más que este tiempo;
no poseyendo más, en fin,
que mi memoria de las noches y
su vibrante delicadeza enorme;
no poseyendo más
entre cielo y tierra que
mi memoria, que este tiempo;
decido hacer mi testamento.
Es
este: les dejo
el tiempo, todo el tiempo.
Santos Domínguez