19/4/19

Pablo Andrés Escapa. Fábrica de prodigios


Pablo Andrés Escapa.
Fábrica de prodigios.
Páginas de Espuma. Madrid, 2019.


Esta es una ciudad extraña, una fábrica de prodigios inseguros, difíciles de aceptar: calles que no van a ningún sitio, negocios que cambian de lugar en unas horas, pobres que piden de espaldas y perros sin sombra, tardes de sol frío en las que acaba nevando serrín...

Así comienza El diablo consentido, el último de los tres relatos que Pablo Andrés Escapa reúne en el volumen Fábrica de prodigios, que publica Páginas de Espuma en su colección Voces / Literatura. 

De la primera línea de ese primer párrafo toma su título el conjunto de las tres espléndidas novelas cortas -las otras son Pájaro de barbería y Continuidad de la musa- que se encomiendan en su viaje entre la fantasía y la realidad a esta cita de Cervantes que abre el libro:

Hanse de casar las fábulas mentirosas con el entendimiento de los que las leyeren, escribiéndose de suerte que facilitando los imposibles y suspendiendo los ánimos, anden a un mismo paso la admiración y la alegría juntas; y todas estas cosas no podrá hacer el que huyere de la verisimilitud y de la imitación, en quien consiste la perfeción de lo que se escribe.

Esas palabras del discreto canónigo toledano con el que se encuentra la comitiva de regreso de don Quijote al final de la primera parte presiden la mirada perpleja y la vocación narrativa de los personajes de esta prodigiosa Fábrica de prodigios, en la que Pablo Andrés Escapa vuelve a demostrar su talento narrativo y la excelencia de su prosa, de la que deja muestras constantes en todo el libro y en este espléndido colofón que dejo aquí para que no pase inadvertido a ningún lector atento:

A ti, lector sentido, te digo lo restante: Estas tres historias peregrinas, echadas alegremente a correr mundo, hallaron, al fin, donde reposar en una imprenta. A doce de febrero diéronse en poner de molde y de la mano. Mas con eso, paciente amigo, no creas que el hilo de la tinta alcance a sujetarlas al papel. Nacieron para vivir su peripecia yéndote fieles a los pasos y en esa confianza habrán de seguir tiempo adelante, sin celda que contenga su fábula y su verdad: la de un pájaro que no canta, que es el misterio de la voz; la de un poeta de versos escondidos, que es novela de los afanes secretos; la de un hombre que, como Ulises, nunca acaba de llegar a su destino, que es vivir para el asombro. Quédate, lector amable, con estas tres venturas y llévalas por donde vayas para nunca errar tú solo. Así también lo hiciera Santo Ludano Peregrino, que un doce de febrero supo confundir el rumbo y las palabras para oír, echándose a la sombra de un tilo, un parlamento de campanas que lo llamaban con voz clara de cristal a seguir soñando confiadamente en otro mundo. Y de esta suerte partió, abandonado y dichoso, con una fábula vibrante en los oídos.

El “misterio insensato” del pájaro exótico enjaulada en una barbería, “un mundo erigido sobre los pilares de la intemporalidad y del silencio” es el motor de la primera novela, Pájaro de barbería, narrada por un viajante de comercio atraído por la inmovilidad muda del pájaro triste, que comparte ascetismo con su dueño, un silencioso barbero de pasado misterioso. Todo es silencio inmóvil en esa barbería, en contraste con la profesión de charlatán del narrador. Y en torno a esas figuras, unidas misteriosamente por el destino, se desarrolla la historia de un secreto que cambia la vida del viajante y se cierra con un sorprendente desenlace.

Continuidad de la musa se inicia con “el momento lírico más inexplicable” de Hilario Luna, el poeta provincial y paronomásico que el siete de enero de 1959, a sus 81 años, se sube a la muralla romana de la ciudad para hacer una declamación grotesca con un queso en la cabeza. La novela recoge la asombrosa indagación del narrador, que revisa una entrada biográfica de enciclopedia sobre Hilario Luna. Ese es el punto de partida para el descubrimiento decisivo de otro secreto: el de un desconocido poeta de principios de siglo, Porfirio Aldama Estienne.

La última novela, El diablo consentido, la narra un anciano que hace frente a una realidad en “extravío permanente”, una realidad al margen de la lógica en “una ciudad extraña, una fábrica de prodigios inseguros, difíciles de aceptar: calles que no van a ningún sitio, negocios que cambian de lugar en unas horas, pobres que piden de espaldas y perros sin sombra, tardes de sol frío en las que acaba nevando serrín...”, como se anunciaba en el texto inicial. Aquí se confunden la realidad y el sueño, como el aullido del sol y la sirena de una fábrica en la percepción de ese anciano narrador quijotesco y alucinado al que se le aparece el diablo, el desorientado narrador de espejismos que recorre calles laberínticas y busca edificios que desaparecen. Hay en ese relato otra figura crucial, un perro que completa la vida asombrada del narrador, que apunta en su diario párrafos que parecen dictados por un desconocido. 

Los tres relatos de Fábrica de prodigios tienen una serie de rasgos que los vinculan: la constante huella cervantina en su reivindicación de la ambigüedad del mundo; la mirada perpleja de los tres narradores y su perspectiva, limitada por subjetiva, a las zonas de sombra de la realidad; el humor -también cervantino- o el medido equilibrio entre imaginación y verosimilitud .

Y un diseño similar en todos ellos, unidos también por comienzos llamativos e intrigantes y finales sorprendentes. Y en el camino, un ejercicio narrativo magistral, lleno de perplejidades y giros inesperados, de vértigos y juegos de espejos y espejismos, de secretos y miradas extrañadas como las de los tres narradores, que utilizan la escritura como una forma de recomponer la realidad y dar respuestas a sus incertidumbres.

Un edificio narrativo levantado además con el cuidado de poeta con que Escapa elabora su admirable prosa.
Santos Domínguez