17/4/19

Naufragios


Álvar Núñez Cabeza de Vaca. 
Naufragios.
Edición de Eloísa Gómez-Lucena y Rubén Caba.
Cátedra Letras Hispánicas. Madrid, 2018.

Y sobre todo lo dicho había sobrevenido viento norte, de suerte que más estábamos cerca de la muerte que de la vida. Plugo a Nuestro Señor que, buscando tizones del fuego que allí habíamos hecho, hallamos lumbre, con que hicimos grandes fuegos; y así, estuvimos pidiendo a Nuestro Señor misericordia y perdón de nuestros pecados, derramando muchas lágrimas, habiendo cada uno lástima, no sólo de sí, mas de todos los otros, que en el mismo estado veían. Y a hora de puesto el sol, los indios, creyendo que no nos habíamos ido, nos volvieron a buscar y a traernos de comer; mas cuando ellos nos vieron así en tan diferente hábito del primero y en manera tan extraña, espantáronse tanto que se volvieron atrás. Yo salí a ellos y llamélos, y vinieron muy espantados; hícelos entender por señas cómo se nos había hundido una barca y se habían ahogado tres de nosotros, y allí en su presencia ellos mismos vieron dos muertos, y los que quedábamos íbamos aquel camino. 
Los indios, de ver el desastre que nos había venido y el desastre en que estábamos, con tanta desventura y miseria, se sentaron entre nosotros, y con el gran dolor y lástima que hubieron de vernos en tanta fortuna, comenzaron todos a llorar recio, y tan de verdad, que lejos de allí se podía oír, y esto les duró más de media hora; y cierto ver que estos hombres tan sin razón y tan crudos, a manera de brutos, se dolían tanto de nosotros, hizo que en mí y en otros de la compañía creciese más la pasión y la consideración de nuestra desdicha.

Ese es uno de los momentos más intensos de los Naufragios, de Álvar Núñez Cabeza de Vaca, que publica Cátedra Letras Hispánicas con edición de Eloísa Gómez-Lucena y Rubén Caba.

Más que una crónica de Indias, los Naufragios don la crónica de un desastre y de una supervivencia en condiciones extremas, el relato del extravío, el cautiverio y la huida desesperada de cuatro personajes a lo largo del Río Grande entre el sur de los Estados Unidos y el norte de México.

Los cuatro supervivientes, el jerezano Cabeza de Vaca, el salmantino rubio Alonso del Castillo, el bejarano afincado en Gibraleón Andrés Dorantes y Estebanico, su esclavo negro, habían salido de Sanlúcar de Barrameda a mediados de junio de 1527 en una expedición mandada por el gobernador Pánfilo de Narváez.

De aquella desastrosa armada a la Florida, que había sido descubierta en 1513, solo sobrevivieron ellos y a la vuelta Álvar Núñez Cabeza de Vaca escribió estos Naufragios, que publicó en 1542, la crónica de un infortunio con el relato de algunos hechos tan increíbles que en el Proemio de la obra, dirigiéndose a Carlos V, que tiene que advertirle:

Lo cual yo escribí con tanta certinidad que aunque en ella se vean algunas cosas muy nuevas y para algunos muy difíciles de creer, pueden sin duda creerlas: y creer por muy cierto, que antes soy en todo más corto que largo, y bastará para esto haberlo ofrecido a Vuestra Majestad por tal. A la cual suplico la reciba en nombre del servicio, pues este solo es el que un hombre que salió desnudo pudo sacar consigo.

Desnudos y descalzos recorrieron a pie casi 10000 kilómetros durante diez años, se perdieron en una naturaleza hostil habitada por indígenas agresivos, fueron esclavizados por los indios, huyeron y siempre caminando hacia el oeste sufrieron el frío, el hambre y todo tipo de privaciones, enfermedades y calamidades. 

La edición de Eloísa Gómez-Lucena y Rubén Caba ofrece un mapa del itinerario y una cronología de los diez años que transcurren desde la salida de Sanlúcar el 17 de junio de 1527 hasta el regreso a Lisboa desde Veracruz el 9 de agosto de 1537.  

Pero además de la crónica del desastre y la supervivencia, los Naufragios contienen abundante información sobre la vegetación y los animales que vieron, sobre los indígenas y sus lenguas, sobre sus costumbres y poblados. Por eso destacan los editores en su introducción que “su relato se asemeja más al texto de un antropólogo o de un historiador que al de un conquistador, no sólo por el análisis que hace de las tribus con las que trató, de la flora y de la fauna, sino también por la singularidad de llamar ‘personas’ a los indígenas amigos.”

Santos Domínguez