17/11/15

Un paseo por la literatura de Grecia y Roma

Richard Jenkyns.
Un paseo por la literatura de Grecia y Roma.
Traducción de Silvia Furió.
Crítica. Barcelona, 2015.

A dos motivos -la distracción o el ejercicio- atribuye el Diccionario de la Academia las características del paseo. Y eso es exactamente lo que plantea Richard Jenkins en Un paseo por la literatura de Grecia y Roma que publica Crítica en su colección Ares y mares con traducción de Silvia Furió.

Un ejercicio gustoso cuyo itinerario se convierte en una espléndida guía de lectura de la literatura clásica por antonomasia, porque “la palabra clásico tiene varios significados habituales; este libro utiliza uno de ellos: un término descriptivo que abarca la antigüedad griega y romana hasta más o menos mediados del primer milenio d. C., pero el origen de la palabra reside en la idea de un cuerpo de obras con una autoridad especial y en el hecho de que, durante mucho tiempo, se consideró que los griegos y los romanos eran los pueblos que deberían enseñarnos a escribir, a esculpir, a construir y a pensar. En otro sentido, clásico se contrapone a romántico, debido a la idea de que la literatura clásica es la que más valora el control, las normas, la tradición, la disciplina y la belleza formal.”

De la épica homérica a la novela de Apuleyo, un recorrido por la raíz de la civilización occidental, por una literatura clásica en la que se conjugaron genialidad, profundidad y originalidad, pero también variedad y osadía, “un estudio razonablemente completo de los grandes autores y un retrato a grandes rasgos de la historia literaria” de dos lenguas y un milenio.

Y ante un horizonte tan amplio como ese, hay una necesidad previa de seleccionar lo relevante, las obras de los autores más estimulantes, de aquellos que han dejado una semilla inmortal que ha dado sus frutos en la literatura posterior: además de Homero -“Hoy en día, el criterio mayoritario es que hubo dos poetas, pero el problema no puede ser resuelto de manera concluyente. No obstante, sí podemos utilizar «Homero» como abreviación para los dos poemas juntos”-, los grandes trágicos griegos y los grandes historiadores latinos o los poetas de la Edad de Oro de la literatura latina: Virgilio, Horacio y Ovidio para articular una narración que incluya "lo mejor de lo que los griegos y romanos escribieron y mostrar en la medida de lo posible qué es lo que lo hace mejor.”

En ese paseo el lector encontrará a un Odiseo arrastrado por el viento este hacia el país de la fantasía y la aventura, al colérico Aquiles, un insólito guerrero, a Hesíodo y la historia de las edades, a Safo y el sufrimiento amoroso de su poesía pura.

Verá la serenidad de Píndaro, un espléndido análisis de la Orestiada de Esquilo, una obra tan inagotable “como el mar púrpura”, a Tucídides, que eliminó los dioses de la historia, a Sófocles y su Edipo rey, “magistral en cuanto a construcción” o a Platón, “un artista literario de alto nivel.”

Y llegará a la literatura latina, que conservó siempre su dependencia de la griega no sólo en el material argumental de la mitología, sino en la adopción de los modelos métricos griegos, hasta alcanzar con Virgilio su punto más alto y el resumen del canon de la antigüedad.

Se encontrará con Cicerón, de personalidad compleja y de obra sometida a valoraciones contradictorias; con Lucrecio y su fusión de poesía, ciencia y filosofía, de lo didáctico de lo heroico que venían de Hesiodo y de Homero; con Catulo y sus epigramas, que se mueven entre la meditación y el desconcierto, entre la sensualidad y la burla.

A Virgilio, el referente poético de la poesía clásica, se le dedica -como a Homero- un capítulo en el que se estudian sus Bucólicas y sus Églogas antes de llegar a la Eneida, que lo convirtió en el perfeccionista que creó un poema imperfecto.

Otros encuentros en este paseo: Propercio, excesivo y provocador, brillante y apasionado; Horacio, que “nos cuenta más sobre sí mismo que cualquier otro poeta antiguo” y dejó una huella imborrable en Shakespeare o en Ovidio, el “más joven, más rico, más frívolo y más prolífico” de todos los poetas de la época de Augusto, pero sobre todo un autor de intensa influencia en la Edad Media europea; el talento lacónico de Lucano en los epigramas y, ya al final del siglo I, en plena Edad de Plata, la narración oscura y poética de Tácito y Juvenal, el declamador que se ríe de sí mismo, dos autores muy distintos, pero que comparten además del talento “una especie de grandeza saturnina y un oscuro resplandor.”

Distracción y ejercicio, dos razones para acompañar a Richard Jenkyns en este paseo, porque “los antiguos griegos y romanos son nuestros padres, y en general han sido buenos padres”.

Santos Domínguez