Dorian Lynskey.
33 revoluciones por minuto.
Historia de la canción protesta.
Traducción de Miquel Izquierdo.
Malpaso. Barcelona, 2015.
“Las canciones protesta se ven perjudicadas tanto por sus valedores incondicionales como por sus críticos más feroces. En tanto que los detractores desechan todo el muestrario como didáctico, tosco o simplemente aburrido, los entusiastas tienden a comportarse como si las buenas intenciones no precisaran un mínimo de calidad musical, cuando todo amante de la música sabe que la gente hace malos discos por razones encomiables y buenos discos por razones deleznables. El propósito de este libro consiste, ante todo, en tratar la canción protesta como una forma de música popular”, escribe Dorian Lynskey en el prólogo de 33 revoluciones por minuto. Historia de la canción protesta, un monumental volumen centrado sobre todo en el ámbito anglosajón que publica Malpaso con traducción de Miquel Izquierdo.
Desde Strange Fruit, de Billie Holiday, que Time proclamó en 1999 la canción del siglo, y su denuncia de los linchamientos de los negros, la extraña fruta ahorcada que colgaba de los árboles, al American Idiot que Green Day dedicó a Bush con motivo de la invasión de Irak, un recorrido por la historia, la política, la sociedad y la cultura de las últimas décadas a través de 33 canciones –33 biografías de canciones, como ha señalado Lynskey– en las que Bob Dylan, Víctor Jara, The Clash, U2, Public Enemy, o Rage Against the Machine proyectaron su responsabilidad ética como agitadores de conciencias; usaron las canciones como armas arrojadizas contra la injusticia, las guerras, la pobreza o las dictaduras y pusieron letra y música a su compromiso, sus convicciones y actitudes a la espera de que alguien, explicaba Woody Guthrie, "tendrá tu mensaje en la cabeza, le dará vueltas y se dará cuenta.”
“No todas las canciones que aparecen en las páginas siguientes -advierte Lynskey- son artísticamente valiosas, pero muchas lo son, ya que el pop se crece ante la contradicción y las tensiones. El hueco que se abre entre la ambición y el logro, el sonido y el sentido, la intención y la recepción, se ve recorrido por una corriente de electricidad crepitante.”
Pero, añade, “casi todas las canciones que aparecen en este libro nacen de la preocupación, el enojo, la duda y, casi siempre, de la emoción sincera. Algunas son un derroche espontáneo de sentimiento, otras son panfletos elaborados con esmero; algunas son claras como el agua, otras cautivan por su ambigüedad; algunas son una respuesta, otras plantean preguntas imprescindibles; algunas fueron fruto de una valentía extraordinaria, otra se beneficiaron de una coyuntura excepcional. Hay tantas maneras de escribir una canción protesta como de escribir una de amor.”
This Land Is Your Land, de Woody Guthrie, una canción escrita en un hotel de mala muerte; la defensa de los derechos civiles por Pete Seeger en We Shall Overcome; el aire espectral de relato gótico de Masters of War, de Bob Dylan; Mississippi Goddam, de una Nina Simone ácida y llena de furia; el orgullo negro y coral de Say It Loud - I'm Black and I'm Proud, de James Brown; la autocelebratoria y pacifista Give Peace a Chance, de Lennon y la Plastic Ono Band, las últimas horas de Víctor Jara y Manifiesto, su canción inacabada...
Y así hasta Green Day y American Idiot, una canción en la era de la paranoia antiterrorista, al final de un recorrido que nos devuelve una imagen del mundo contemporáneo, porque, afirma Dorian Lynskey, “las mejores canciones políticas son periscopios que nos permiten ver una parte de la historia.” y "abren una puerta por la que se cuela el mundo exterior"
Y ante estas canciones surgen una serie de preguntas que plantea el propio autor de este volumen:
“¿Una canción protesta da mayor vigor tanto a lo político como a lo musical o sólo lo trivializa? ¿Pueden separarse sus méritos musicales de su significación social o esto último distorsiona y oscurece a los primeros? ¿Tiene de verdad el poder de cambiar mentalidades, por no hablar de decisiones políticas? ¿Expone con eficacia una cuestión vital ante un público nuevo o sólo la desvirtúa reduciéndola a unas pocas líneas, adaptándola a una melodía para ser interpretada ante personas a las que quizá les importe un rábano? ¿Se trata, ante todo, de una forma artística apasionante y necesaria o sólo de arte malo cuyo objetivo es distraer?”
Santos Domínguez