Joshua Rubenstein.
León Trotsky.
Una vida revolucionaria.
Ediciones Península. Barcelona, 2013.
Aunque no aparece ninguna referencia en su edición española, publicada por Península en su colección Atalaya, esta biografía de Trotsky se inicia por un encargo de una prestigiosa editorial norteamericana como parte de una colección de semblanzas sobre conocidos personajes de religión judía. Por eso, casi rozan lo cómico los diversos intentos del autor por cumplir su compromiso y acercarse al personaje desde un punto de vista judío: de manera implacable y casi desde su infancia, Trotsky, ateo confeso, se niega a que le identifiquen con ningún credo.
Resulta imposible escribir una biografía aburrida de Trotsky, un hombre de pensamiento y de acción que vivió en Odessa, Viena, París, Londres, San Petersburgo, Estambul, Nueva York y acabó asesinado en México; que participó en la Revolución de 1905, que pasó por las cárceles del Zar, estuvo al frente del aparato de propaganda comunista en la clandestinidad, dirigió la Revolución de Octubre, organizó el Ejército Rojo, sufrió la persecución de Stalin en forma de exilio en Siberia, y luego vagó por un mundo que no quería ofrecer asilo a alguien con su historial, mientras buena parte de su familia caía víctima del fuego amigo estalinista.
Esta biografía tiene como virtudes su concisión y que está concebida desde un punto de vista bastante neutral, lejos de otras escritas desde el anticomunismo visceral o desde el rencor estalinista, pero también a distancia de los relatos hagiográficos que proponen a Trotsky como un ser casi angelical que podría haber traído a la Tierra el paraíso comunista ahorrándonos las atrocidades estalinistas.
Esta última idea ha formado parte de las creencias de quienes se hicieron trotskistas, pensando que la democracia y el respeto por los derechos humanos y las libertades individuales eran compatibles con el comunismo, cuando el propio Trotsky, convertido ya en víctima, no dudó en justificar hasta el último de sus días cualquier medio que sirviese para extender el comunismo por el mundo.
Quizás quien mejor resolvió esta cuestión fue uno de los intelectuales más sagaces del siglo XX, George Orwell, del que Rubenstein recoge esta opinión sobre Trotsky escrita en 1939: “no hay certidumbre de que hubiera sido un dictador preferible a Stalin, aunque sin duda tiene un intelecto mucho más interesante. Lo esencial -concluía Orwell- es el desprecio a la democracia; es decir a los valores subyacentes a la democracia; una vez que se ha pronunciado uno en otra dirección, Stalin o, en todo caso, alguien igual que Stalin, está ya en ciernes.”
Jesús Tapia