Pierre Hadot.
La ciudadela interior.
Prólogo de Arnold I. Davidson.
Traducción de Maria Cucurella Miquel.
Alpha Decay. Barcelona, 2013.
La contención moral y la coherencia del estoico son los objetivos que definen la ética del presente que dio uno de sus mejores frutos en las Meditaciones, que el emperador Marco Aurelio escribió en griego helenístico en el siglo II.
Marco Aurelio se convirtió así en el eslabón de una cadena de filósofos morales de la que formarían parte también Montaigne y Spinoza que, como él, hicieron de la ética el eje de su pensamiento y sus escritos.
La ecuanimidad, la independencia de juicio, la piedad y la liberalidad, la constancia y la continencia, la frugalidad y la vigilancia sobre sí mismo, la llaneza en el trato y la impasibilidad ante las adversidades, la autosuficiencia, la razón natural y la tolerancia son algunas de las claves de la vida y la obra de quien hizo de la contención su disciplina espiritual y existencial y dejó testimonio de ello en unas Meditaciones que no contienen la propuesta de un sistema filosófico orgánico, pero constituyen –como señaló Stuart Mill- la más alta producción ética del espíritu antiguo.
Sobre ese libro escribió el helenista y filósofo francés Pierre Hadot (1922-2010) un voluminoso tratado que tituló La ciudadela interior aprovechando la metáfora con la que Marco Aurelio se refería al alma y al gobierno de sí mismo.
Traducida por Maria Cucurella Miquel y presentada con un magnífico prólogo de Arnold I. Davidson (La escritura como ejercicio espiritual), acaba de publicarla Alpha Decay, como los anteriores libros de Hadot (Plotino o la simplicidad de la mirada y La filosofía como forma de vida).
Pierre Hadot afianzó su prestigio como investigador, docente y filósofo en la idea de que –como para los antiguos griegos- la filosofía no es la construcción abstracta de un sistema de pensamiento, sino una elección vital. Como Platón, Hadot sabe que filosofar es aprender a morir; pero, en la estela de Marco Aurelio y de Montaigne, va un paso más allá y se plantea la experiencia filosófica como experiencia de pensamiento para aprender a vivir, como ejercicio espiritual que permite elevarse por encima del yo individual a la perspectiva universal de lo que Hadot llama sentimiento oceánico haciendo suya una expresión de Romain Rolland.
Cuando se perfila definitivamente el planteamiento de Pierre Hadot, su discurso filosófico se concreta en un ejercicio espiritual, un concepto que, más allá de sus connotaciones jesuíticas, entronca con los griegos, con la búsqueda de la sabiduría y con la idea de la filosofía como forma de vida.
Es el modelo del filósofo que enseña a vivir y a morir en una tradición ininterrumpida que va de Sócrates a Foucault , pasa por Marco Aurelio y Montaigne, por Kierkergaard y Nietzsche y llega al existencialismo de Heidegger, Sartre y Camus, que conciben la práctica de la Filosofía como diálogo con la realidad, consigo mismo y con el otro.
Con ese planteamiento consolidado ya en 1992, cuando publicó este libro, Pierre Hadot hace en La ciudadela interior un acercamiento profundo y riguroso a las Meditaciones de Marco Aurelio como parte de esa tradición de ejercicios espirituales en la que se ubica también la concepción del filósofo francés.
Marco Aurelio, el filósofo estoico que escribió sus Meditaciones para sí mismo, estaba construyendo a la vez –aunque lejos de cualquier sistema cerrado y dogmático- una de las obras más imperecederas del pensamiento clásico. Y es que en las Meditaciones, como se encarga de subrayar Hadot, se produce un milagro inusual: Marco Aurelio se habla a sí mismo, pero tenemos la impresión de que se dirige a cada uno de nosotros.
Y esa es probablemente una de las claves que explican la vigencia de un clásico como este: su capacidad de estar por encima de las circunstancias individuales, espaciales o temporales para entablar un diálogo con cualquier hombre de cualquier lugar en cualquier tiempo.
Pero Hadot propone además una lectura que se acerque al mundo intelectual y existencial de Marco Aurelio y a sus circunstancias históricas: las del emperador que sabe que en la raíz del buen gobierno está la serenidad y la contención, que el dominio de sí mismo es el primer paso para el gobierno del imperio.
Dicho de otro modo, Hadot invita al lector a un ejercicio espiritual de aproximación al discurso interior del estoico para acercarse al sentido original de las Meditaciones y entenderlas cabalmente en su contexto.
Un ejercicio de lectura que cierra el círculo abierto por el otro ejercicio espiritual, el que practicó Marco Aurelio con la escritura de estos diálogos consigo mismo, desdoblado –explica Hadot- en un yo psicológico y un verdadero yo que es la Razón universal.
De esa manera, en su lectura –y es otra de las claves de la vigencia de los clásicos- encontramos, no un sistema orgánico de pensamiento, sino a un hombre; no el sermón de un predicador, sino las palabras de un hombre que piensa cómo vivir conscientemente en esa disciplina interior, en esos ejercicios espirituales que prescribe la tradición estoica y en los que desarrolla además una búsqueda estilística de la concisión y el ritmo que convierte sus Meditaciones en un admirable ejercicio de estilo sereno y equilibrado.
Y esos dos rasgos, la serenidad y el equilibrio, son también los que definen al clásico.
Santos Domínguez