Antonio Colinas.
La tumba negra.
Edición y estudio
de Francisco Aroca.
La Isla de Siltolá. Sevilla, 2011
Como un poema de poemas define el profesor José Enrique Martínez La tumba negra en el prólogo de su imprescindible edición de En la luz respirada en Cátedra Letras Hispánicas, un volumen que reunía tres libros canónicos de Antonio Colinas: Sepulcro en Tarquinia, Noche más allá de la noche y Libro de la mansedumbre.
La tumba negra, tercera parte de esta obra central en la madurez de Colinas, tiene su génesis en la necesidad estructural de cerrar el Libro de la mansedumbre, pero también tiene un sentido autónomo, lo que justifica que La Isla de Siltolá le dedique una edición exenta como esta, en la que el texto va iluminado por un profundo estudio crítico de de Francisco Aroca.
Los casi quinientos versos de La tumba negra contienen la cifra del mundo poético de Antonio Colinas: el viaje, el arte, la música, el amor y la armonía construyen su esqueleto y sus articulaciones en una constante y creativa lucha de contrarios de la que surge la propuesta de una vida más alta.
La visita a la tumba de acero de Bach en la iglesia de Santo Tomás de Leipzig –Hay tumbas que en silencio hablan del mundo es un verso de Rilke que Colinas convierte en lema de La tumba negra- es el desencadenante del poema y de un primer contraste entre la tumba negra de Bach y su música blanca: Calla la tumba negra de la música blanca. Esa es la primera estación de un viaje por varias ciudades de la antigua Alemania del Este que acaba convirtiéndose en un viaje interior.
La vida y la muerte, la música y el silencio, la civilización y la barbarie, la armonía y la inarmonía se suceden en los versos de La tumba negra en una dualidad de música y espinos que analiza Aroca como eje del poema.
Desde el verso inicial –Yo había abierto mi ser a la mansedumbre- hasta los versos finales, a través del revoltijo de huesos, de dolor y de ideas de la historia reciente, el poeta viaja por la duda, por la inarmonía y por el dolor al centro de sí mismo a través del orfismo y de la armonía de la música y el amor frente a los muros de la historia, los totalitarismos o las agresiones al medio ambiente:
¿Hasta cuándo tendrá que rodar la cabeza de Orfeo
sobre los pedregales de la Historia?
De ese triple impulso órfico –amor, música y poesía- que nutre gran parte de la poesía de Colinas se alimenta el entramado simbólico de un poema en el que la imagen se convierte, a la manera de María Zambrano y su razón poética, en el lenguaje con el que se expresa el misterio, en una sucesión que recuerda en su estructura el diseño musical de las fugas y las variaciones.
Desbrozados por Francisco Aroca y por José Enrique Martínez, esos símbolos desarrollan el sentido de ese viaje interior que resumen estos versos:
La tumba negra fue
(“¡oh, lámparas de fuego!”)
al fin como una hoguera musical.
Creí haber sentido agujas en las sienes,
algo muy parecido a un desesperado y espinoso
combate de contrarios,
cuando, en realidad, me hallaba en lo profundo
del centro de mí mismo.
Santos Domínguez