Stendhal.
Recuerdos de egotismo.
Traducción, introducción y notas
de Juan Bravo Castillo.
Cabaret Voltaire. Barcelona, 2008.
Recuerdos de egotismo.
Traducción, introducción y notas
de Juan Bravo Castillo.
Cabaret Voltaire. Barcelona, 2008.
Los años que pasaron entre 1821 y 1830 -lo recordaba Consuelo Berges en su indispensable Stendhal y su mundo- fueron los más intensos de su biografía y los más densos de su vida de escritor. En esos años que vivió en el París de la Restauración publica seis libros, algunos tan centrales en su obra como Del amor, Paseos por Roma o Rojo y Negro.
A evocar esos años parisinos dedica Stendhal estos Recuerdos de egotismo que acaba de publicar la editorial Cabaret Voltaire con traducción, introducción y notas de Juan Bravo Castillo. Stendhal escribió estos textos en Civitavecchia de forma compulsiva, entre el 20 de junio y el 4 de julio de 1832. Combatía así el hastío de una ciudad aburrida y sin tono social. Y como la Vida de Henry Brulard, otra obra autobiográfica que comenzaría poco después, no llegó a terminarla.
Stendhal tenía entonces 49 años y estaba aburrido, cansado y confuso, lleno de dudas y de interrogaciones:
¿He extraído todo el partido posible para mi felicidad de las situaciones que el azar me ha puesto durante los nueve años que acabo de pasar en París? ¿Soy un tipo sensato? ¿Poseo un auténtico sentido común?
¿Tengo una inteligencia notable? La verdad es que no lo sé. (...)
No me conozco a mí mismo, y esto, cuando algunas noches pienso en ello, me deja desolado. ¿Soy bueno, malo, inteligente, tonto?
El 13 de junio de 1821 Stendhal emprendía el viaje desde Milán a París. Eran tiempos apasionados de intensa vida social con amigos y amantes, con desengaños propios del mal du siècle romántico:
En 1821 me costaba mucho resistir a la tentación de pegarme un tiro. (...) Creo que fue la curiosidad política lo que me impidió poner fin a mis días de una vez; puede que acaso, sin darme cuenta, fuera también el miedo de hacerme daño.
El proyecto literario que arrancaba ese día de junio debía llegar hasta el día de noviembre de 1830 en que Stendhal abandonó París camino de Trieste, pero se interrumpe en el capítulo XII, cuando el recuerdo está en 1822, en los salones aristocráticos poblados por hombres y mujeres refinados, bondadosos o depravados.
Sin embargo, a esas alturas del relato inconcluso, cuenta mucho menos el tiempo que el espacio, que se ha convertido ya en el eje de la obra, y la escritura ha terminado por imponerse a los impulsos suicidas del personaje.
Como la Vida de Henry Brulard, los Recuerdos de egotismo están escritos no para exhibirse, sino para comprenderse a sí mismo en una indagación psicológica retrospectiva. De ahí su intensidad emocional y su fuerza literaria, que hacen de este libro inconcluso una referencia inevitable en la que está el mejor Stendhal y su mundo inconfundible.
Sobre su importancia escribe Juan Bravo Castillo al final de su introducción:
Los Recuerdos de egotismo constituyen, dentro de la obra de Stendhal, una pieza básica que nos da la clave del paso de la vida a la consagración del arte; una vida que proseguirá con altibajos y en la que aún continuará desempeñando, desde luego, su papel fundamental el amor, por más que, perdidas ya parte de sus ilusiones relativas a la esperanza de cimentar cierto grado de felicidad en la tierra, el grenoblés tienda a refugiarse definitivamente en una escritura que poco a poco ira trenzando su hilo de Ariadna en torno a una serie de personajes alimentados con la vasta gama de posibilidades vividas o soñadas. Se trataba, en resumen, de recluirse en la ficción liberadora; hacer de la escritura catarsis –como su héroe por antonomasia, Fabrizio del Dongo– en cualquier cartuja lejana, rememorando las horas de amor recreadas por el ensueño.
A evocar esos años parisinos dedica Stendhal estos Recuerdos de egotismo que acaba de publicar la editorial Cabaret Voltaire con traducción, introducción y notas de Juan Bravo Castillo. Stendhal escribió estos textos en Civitavecchia de forma compulsiva, entre el 20 de junio y el 4 de julio de 1832. Combatía así el hastío de una ciudad aburrida y sin tono social. Y como la Vida de Henry Brulard, otra obra autobiográfica que comenzaría poco después, no llegó a terminarla.
Stendhal tenía entonces 49 años y estaba aburrido, cansado y confuso, lleno de dudas y de interrogaciones:
¿He extraído todo el partido posible para mi felicidad de las situaciones que el azar me ha puesto durante los nueve años que acabo de pasar en París? ¿Soy un tipo sensato? ¿Poseo un auténtico sentido común?
¿Tengo una inteligencia notable? La verdad es que no lo sé. (...)
No me conozco a mí mismo, y esto, cuando algunas noches pienso en ello, me deja desolado. ¿Soy bueno, malo, inteligente, tonto?
El 13 de junio de 1821 Stendhal emprendía el viaje desde Milán a París. Eran tiempos apasionados de intensa vida social con amigos y amantes, con desengaños propios del mal du siècle romántico:
En 1821 me costaba mucho resistir a la tentación de pegarme un tiro. (...) Creo que fue la curiosidad política lo que me impidió poner fin a mis días de una vez; puede que acaso, sin darme cuenta, fuera también el miedo de hacerme daño.
El proyecto literario que arrancaba ese día de junio debía llegar hasta el día de noviembre de 1830 en que Stendhal abandonó París camino de Trieste, pero se interrumpe en el capítulo XII, cuando el recuerdo está en 1822, en los salones aristocráticos poblados por hombres y mujeres refinados, bondadosos o depravados.
Sin embargo, a esas alturas del relato inconcluso, cuenta mucho menos el tiempo que el espacio, que se ha convertido ya en el eje de la obra, y la escritura ha terminado por imponerse a los impulsos suicidas del personaje.
Como la Vida de Henry Brulard, los Recuerdos de egotismo están escritos no para exhibirse, sino para comprenderse a sí mismo en una indagación psicológica retrospectiva. De ahí su intensidad emocional y su fuerza literaria, que hacen de este libro inconcluso una referencia inevitable en la que está el mejor Stendhal y su mundo inconfundible.
Sobre su importancia escribe Juan Bravo Castillo al final de su introducción:
Los Recuerdos de egotismo constituyen, dentro de la obra de Stendhal, una pieza básica que nos da la clave del paso de la vida a la consagración del arte; una vida que proseguirá con altibajos y en la que aún continuará desempeñando, desde luego, su papel fundamental el amor, por más que, perdidas ya parte de sus ilusiones relativas a la esperanza de cimentar cierto grado de felicidad en la tierra, el grenoblés tienda a refugiarse definitivamente en una escritura que poco a poco ira trenzando su hilo de Ariadna en torno a una serie de personajes alimentados con la vasta gama de posibilidades vividas o soñadas. Se trataba, en resumen, de recluirse en la ficción liberadora; hacer de la escritura catarsis –como su héroe por antonomasia, Fabrizio del Dongo– en cualquier cartuja lejana, rememorando las horas de amor recreadas por el ensueño.
Santos Domínguez