22/11/08

Poesía reunida de Vicente Núñez


Vicente Núñez
Plaza Octogonal.
Poesía Reunida 1951-2002.
Edición y estudio introductorio de Miguel Casado.
Ciudad del Paraíso. Ayuntamiento de Málaga, 2008.



Sobre la desobediencia titula Miguel Casado el prólogo que ha escrito para su edición de la Poesía Reunida (1951-2002) de Vicente Núñez. Y Plaza Octogonal es el título que ha elegido el editor para este volumen que hace el número 9 de la excepcional colección Ciudad del Paraíso que publica el Ayuntamiento de Málaga y dirige Francisco Ruiz Noguera.

De la desobediencia de la mirada surge la poesía de Vicente Núñez, que busca la tercera cara de la moneda de la realidad:

Eso es lo que yo quisiera, si es que vuelvo a la poesía, buscarle a la moneda la cara que no tiene, pero ha de tenerla, seguro. [...] ¿No va a tener una tercera cara la realidad, que no esté escrita por falta de una mirada independiente, desobediente?


Entre la ambición expresiva y la inseguridad creadora, entre el retraimiento y la pasión de vida se mueve la obra de Vicente Núñez, una poesía que surge de la alucinación y asume el riesgo de la palabra como reto y la precisión como ejercicio.

Es esta una poesía ligada a la vida y arraigada por tanto en la contradicción, en el designio fatal del poeta llamado al desorden del canto, entre la oralidad y el ímpetu visionario.

El tema amoroso marcado por la frustración, la mirada al paisaje desolado del otoño, que avisa de la muerte, hacen de Vicente Núñez un poeta del tiempo en la mejor tradición de la poesía andaluza clásica y contemporánea, desde el barroco antequerano granadino a Ricardo Molina o Pablo García Baena.

Plaza octogonal se abre con Elegía a un amigo muerto, de versos “lentos, abrazadores” (como los definió Vicente Aleixandre) en los que resuenan los ecos de Miguel Hernández y el superrealismo.

La ingenuidad anterior a la desdicha y al desengaño amoroso, otros dos frutos del tiempo, (y entonces me pregunto si merece la pena/que otra vez venga otoño y mueran las acacias), la precisión de la mirada sinestésica para expresar la melancolía del presagio del abandono y la pérdida (Pero yo sólo sé, amor, que ya es otoño) son los ejes de Los días terrestres, un libro tras el que Vicente Núñez abrió un paréntesis de dos décadas que se rompió en 1980 con los Poemas ancestrales.

En ese libro, escrito antes del silencio aunque publicado veinte años después, lo concreto, la materialidad de los objetos y los lugares cobra vida en la voz del poeta y ocupa el centro de una misteriosa escenografía de la desolación, de la ruina y la soledad, ante la que, pese a todo, se yergue la esperanza:

mi corazón alerta continuará vagando
indiferente al mundo y al transcurso del tiempo,
bajo la escarapela triunfal de la esperanza.

Ocaso en Poley, el topónimo medieval de Aguilar, es el título elegido por Vicente Núñez para reunir un conjunto de poemas sobre su resurrección amorosa y literaria, sobre la plenitud y el abandono desde la palabra y el deseo. Es su vuelta a la poesía y al infierno irreparable del amor con un libro de variado registro, entre lo culto y lo popular, entre el verso corto y paralelístico de la canción y el discurrir solemne de los alejandrinos con un tono celebratorio y elegiaco:

Canta llorando a un tiempo tu amor y tu amargura.

Si Poley era el nombre medieval de Aguilar de la Frontera, Ipagro era su nombre latino, el que está en la raíz de sus Epístolas a los ipagrenses, un libro de poesía reflexiva y temporal, un ejercicio de meditación moral sobre el inmundo breviario de los días.

Junto con Ocaso en Poley, las Epístolas marcan la cima creativa de Vicente Núñez, que tras ese límite expresivo y existencial, escribió un contrapunto satírico, un anticlímax desenfadado. Teselas para un mosaico tituló esos poemas de tema erótico y tono clásico, una práctica de tiro con el dardo envenenado del epigrama con Catulo al fondo.

Vinieron después Himnos a los árboles, la obra que Vicente Núñez prefería entre las suyas, y Rojo y sepia, un libro que dejó inédito y que se publica aquí parcialmente.

Como la Plaza Octogonal de Aguilar que da título a este volumen, octogonal era también la lluvia que arrasaba al poeta en uno de los fragmentos de Rojo y sepia que se recogen en el libro:

Pero la lluvia octogonal me arrasa.

Santos Domínguez