19/11/08

El juego del diábolo


Juan Pedro Aparicio.
El juego del diábolo.
Páginas de Espuma. Madrid, 2008.


Juan Pedro Aparicio, que forma parte de una espléndida generación de narradores leoneses de la talla de Luis Mateo Díez o José María Merino, es el más minoritario del grupo, el menos conocido y posiblemente también el de una apuesta literaria más radical y arriesgada.

El juego del diábolo es su nuevo libro de microrrelatos que completa el anterior La mitad del diablo, publicado como este en Páginas de Espuma.

El sentido del conjunto del díptico lo explica Aparicio en su Prólogo cuántico:

Diávolo es diablo en italiano. Un diábolo es asimismo un juguete que tiene la forma de dos conos unidos por su parte más estrecha. (...)
Hace dos años publiqué en esta misma colección un libro titulado La mitad del diablo. Este libro es su complemento. Entre los dos forman un diábolo. Aquel correspondería a la mitad izquierda; este, a la derecha. Aquel iba de más a menos, pues empezaba por el relato más extenso para concluir en el más diminuto; mientras que este va de menos a más, del cuento de apenas una línea al de poco más de una página.


Si el orden decreciente, que iba desde el relato de página y media hasta el de una línea, marcaba la primera entrega, en este el orden es creciente en tensión y en extensión. Ordenados de menor a mayor, los primeros textos apenas ocupan una línea y los últimos superan la página, con lo cual se completa un díptico que tiene exactamente la forma de un diábolo y suma 333 microrrelatos, la mitad justa del número del diablo.

La ley que rige el funcionamiento de estos relatos es la elipsis, la sugerencia. Como en el lenguaje poético, con el que la minificción tiene tantos puntos de contacto, importa en ellos mucho más lo que se calla que lo que se dice:

A estos cuentos los he llamado cuánticos. En ellos lo que no está a la vista pesa mucho más que lo que está. A veces se trata del eco de un mito, otras de una leyenda, en ocasiones se alude a personajes históricos, a clásicos de la literatura, incluso a comics o a lugares comunes de nuestra cultura.


Desde el inicial Desayuno (Cuando regresó, el funcionario seguía ausente), homenaje y tributo doble a Monterroso y a Larra, el tono predominante del libro es la ironía. Detrás de esa ironía del narrador, detrás de su humor negro (El epitafio) o de su sarcasmo (Nada), parece resonar la carcajada inteligente, lúdica y diabólica de alguien que juega al diábolo.

Y así, entre el chispazo de la greguería (Rivalidad) o el brillo de la imagen (El aire que respiramos), entre los personajes que cobran vida propia y acobardan a su autor (Apocamiento sincero) y los objetos que se personifican (Misil inteligente), entre el microrrelato de aire oriental (El ciego que contaba historias) y el humor del Viajero enamorado, van creciendo los textos con medida pericia, como en un efecto mariposa de carácter narrativo antes de llegar a este Final:

-DOCTOR, ¿SE ACUERDA DE MÍ? Soy el escritor que preparaba un libro con trescientos treinta y tres relatos cuánticos y que se atascó dos veces. Pues bien, he acabado el libro, pero me extraña que ahora no se me ocurra ninguno más.
-Lo recuerdo. Usted soñaba con que al llegar a muy pocos metros de la orilla se ahogaba. Vimos que el agua representaba la lluvia diluvial de aquellos días que, al impedirle el paseo diario con su perra, no le permitía tener ideas, pues se había acostumbrado a tenerlas estimulado por ese paseo. Ahora ha acabado el libro. Se había propuesto una meta y la ha logrado. No sea usted impaciente. No se puede nadar en tierra firme, que eso es lo que parece pretender usted ahora. En tierra firme hay que caminar. Quiero decir: prepare usted otra cosa, otro libro, otra novela. Ya verá como de nuevo se le llena la imaginación.
-Así lo haré doctor.

Santos Domínguez