Léon Bloy.
Exégesis de los lugares comunes.
Traducción de Manuel Arranz
Acantilado. Barcelona, 2007.
Fue uno de los antimodernos de los que habló Compagnon y uno de los referentes constantes de Borges, que le dedicó horas de lectura admirativa y páginas de escritura brillante, como esta:
Como Hugo, a quien malquería por notorias razones, León Bloy suscita en el lector una deslumbrante admiración o un total rechazo. Desdichadamente para su suerte y venturosamente para el arte de la retórica, se hizo un especialista de la injuria. Escribió que Inglaterra era la isla infame, que Italia se distingue por la perfidia, que conoció al barón de Rothschild y tuvo que estrechar "lo que se ha convenido en llamar su mano", que el genio está severamente prohibido a todo prusiano, que Émile Zola era el cretino de los Pirineos, que Francia era el pueblo elegido y que las demás naciones del orbe debían contentarse con las migajas que caen de su plato. Cito al azar de la memoria esas inapelables sentencias. Deliberadamente inolvidables y trabajadas con esmero, borran al profeta y al visionario que se llamó León Bloy. (...) Negaba imparcialmente la ciencia y el régimen democrático.
Léon Bloy (1846-1917) proyectó gran parte de su inteligencia, de su ingenio y de su intemperancia en la Exégesis de los lugares comunes (1902), que acaba de publicar Acantilado con traducción de Manuel Arranz.
La empezó a escribir un 30 de septiembre bajo la advocación de San Jerónimo, recopilador de los lugares comunes eternos, con el propósito de arrancar la lengua a "los imbéciles, lamentables y definitivamente idiotas de este siglo" que acababa de terminar.
Desterró de su estilo el eufemismo y la perífrasis, como puede deducirse de un párrafo como este, sobre uno de los lugares comunes, Los niños no piden venir al mundo:
El señor Paul Bourget, eunuco por vocación y uno de los aficionados más ilustres al lugar común, se ha tomado la molestia de recomendar éste. No haré a mis lectores la ofensa de recordarles el título del importante libro vertebrado por esta fórmula. Parece muy cierto, en efecto, que los niños no piden tanto. Esa es su manera de rozar el estado divino, y es por eso, sin duda, por lo que pueden agradar en ocasiones al alma religiosa del Burgués, que adora por encima de todo que no se le pida nada.
Prosa contundente y temperamental, como se ve, en la que no se ahorran calificativos como fétido (Schopenhauer), el cretino de los Pirineos (Zola), orificio excrementicio (Voltaire). Esas son algunas de las flores del jardín de un Bloy incisivo, católico y conservador, que atacó con vehemencia el escepticismo, despreció la democracia y cultivó la intransigencia con pertinaz dedicación hacia sus demonios particulares ( la burguesía, los liberales o una parte del clero) y con un uso graneado de la ironía:
No hace falta decir que me prohíbo absolutamente, en esta ocasión, rozar la idea religiosa, implicando cosas tales como la presciencia divina o la predestinación, que el perspicaz Burgués desprecia. Se dice que san Columbano oía los gritos de los niños que le llamaban desde el seno de sus madres. Mi peluquero no ha oído nunca nada parecido, y todo lo sobrenatural ha sido de sobra desmentido por la bicicleta.
La Exégesis, quizás su obra más panfletaria y virulenta, se publicó en 1902 y tuvo una segunda entrega en 1913, más templada en la forma aunque igual de intemperante en el fondo, con una nueva serie de lugares comunes y un final que recuerda en su tono al de los profetas del Antiguo Testamento:
¡Piénsalo! ¡Un abismo insondable, como está escrito en el Libro Santo, en el que sólo los Ojos del Señor, lucidiores super solem, son capaces de penetrar! ¡Tú, el tendero irreprochable y ejemplar, serás el abismo de Job cuando clamaba: «La sabiduría no está en mí», ¡tú serás el abismo que invoca el abismo en vano, cuando Aquel que te empeñas en ignorar te presente el recibo por el alquiler de tu abismo!
Tendrías que pensar en ello, pobre imbécil, y, pensándolo, dejar por un momento de ser un estúpido y de hacer sufrir a los desdichados. ¡Porque tú y yo somos eso, y nada más que eso, abismos!
Ambas ediciones las recoge en este volumen Acantilado, que anuncia ya la próxima publicación de sus Diarios, uno de los modelos indiscutibles del género.
Como Hugo, a quien malquería por notorias razones, León Bloy suscita en el lector una deslumbrante admiración o un total rechazo. Desdichadamente para su suerte y venturosamente para el arte de la retórica, se hizo un especialista de la injuria. Escribió que Inglaterra era la isla infame, que Italia se distingue por la perfidia, que conoció al barón de Rothschild y tuvo que estrechar "lo que se ha convenido en llamar su mano", que el genio está severamente prohibido a todo prusiano, que Émile Zola era el cretino de los Pirineos, que Francia era el pueblo elegido y que las demás naciones del orbe debían contentarse con las migajas que caen de su plato. Cito al azar de la memoria esas inapelables sentencias. Deliberadamente inolvidables y trabajadas con esmero, borran al profeta y al visionario que se llamó León Bloy. (...) Negaba imparcialmente la ciencia y el régimen democrático.
Léon Bloy (1846-1917) proyectó gran parte de su inteligencia, de su ingenio y de su intemperancia en la Exégesis de los lugares comunes (1902), que acaba de publicar Acantilado con traducción de Manuel Arranz.
La empezó a escribir un 30 de septiembre bajo la advocación de San Jerónimo, recopilador de los lugares comunes eternos, con el propósito de arrancar la lengua a "los imbéciles, lamentables y definitivamente idiotas de este siglo" que acababa de terminar.
Desterró de su estilo el eufemismo y la perífrasis, como puede deducirse de un párrafo como este, sobre uno de los lugares comunes, Los niños no piden venir al mundo:
El señor Paul Bourget, eunuco por vocación y uno de los aficionados más ilustres al lugar común, se ha tomado la molestia de recomendar éste. No haré a mis lectores la ofensa de recordarles el título del importante libro vertebrado por esta fórmula. Parece muy cierto, en efecto, que los niños no piden tanto. Esa es su manera de rozar el estado divino, y es por eso, sin duda, por lo que pueden agradar en ocasiones al alma religiosa del Burgués, que adora por encima de todo que no se le pida nada.
Prosa contundente y temperamental, como se ve, en la que no se ahorran calificativos como fétido (Schopenhauer), el cretino de los Pirineos (Zola), orificio excrementicio (Voltaire). Esas son algunas de las flores del jardín de un Bloy incisivo, católico y conservador, que atacó con vehemencia el escepticismo, despreció la democracia y cultivó la intransigencia con pertinaz dedicación hacia sus demonios particulares ( la burguesía, los liberales o una parte del clero) y con un uso graneado de la ironía:
No hace falta decir que me prohíbo absolutamente, en esta ocasión, rozar la idea religiosa, implicando cosas tales como la presciencia divina o la predestinación, que el perspicaz Burgués desprecia. Se dice que san Columbano oía los gritos de los niños que le llamaban desde el seno de sus madres. Mi peluquero no ha oído nunca nada parecido, y todo lo sobrenatural ha sido de sobra desmentido por la bicicleta.
La Exégesis, quizás su obra más panfletaria y virulenta, se publicó en 1902 y tuvo una segunda entrega en 1913, más templada en la forma aunque igual de intemperante en el fondo, con una nueva serie de lugares comunes y un final que recuerda en su tono al de los profetas del Antiguo Testamento:
¡Piénsalo! ¡Un abismo insondable, como está escrito en el Libro Santo, en el que sólo los Ojos del Señor, lucidiores super solem, son capaces de penetrar! ¡Tú, el tendero irreprochable y ejemplar, serás el abismo de Job cuando clamaba: «La sabiduría no está en mí», ¡tú serás el abismo que invoca el abismo en vano, cuando Aquel que te empeñas en ignorar te presente el recibo por el alquiler de tu abismo!
Tendrías que pensar en ello, pobre imbécil, y, pensándolo, dejar por un momento de ser un estúpido y de hacer sufrir a los desdichados. ¡Porque tú y yo somos eso, y nada más que eso, abismos!
Ambas ediciones las recoge en este volumen Acantilado, que anuncia ya la próxima publicación de sus Diarios, uno de los modelos indiscutibles del género.
Santos Domínguez