El libro de bolsillo de Alianza Editorial rescata la Segunda antología de poesía china, de Marcela de Juan, una antología que publicó Revista de Occidente en 1962 y que se ha convertido en obra de referencia por dos razones: por la selección de los textos y por la traducción, hecha -decía Foxá- con finura oriental y claridad de Occidente.
Precedidos por la evocación y el elogio de Marcela de Juan en la presentación de Antonio Segura, y del prólogo de la propia traductora, se recogen cuarenta y dos siglos de tradición poética en un muestrario delicado que contiene poemas de una modernidad asombrosa como el texto del siglo VII en el que
llega la marea con su carga de estrellas.
Las flores del ciruelo, la oropéndola amarilla, peces dorados en los estanques y pájaros en la enramada, la noche clara, la luna en el río, la niebla en los montes, la escarcha en los caminos configuran el telón de fondo que a veces se convierte en centro de una poesía como esta.
Un paisaje sutil apenas esbozado, no detallado y por eso mismo más sugerente, es el paisaje habitual en la poesía china, del que Goethe le hablaba a Eckerman, un paisaje que es la proyección exterior de una nostalgia dulce y antigua, como en este texto sereno y elegiaco de Tao Ch'ien:
Los años corren rápidos más allá del recuerdo;
es solemne la paz de esta dulce mañana.
Me vestiré las túnicas para la primavera
y me iré a las laderas de los montes del Este.
Una neblina cubre el arroyuelo que surca la colina;
mas es sólo un instante y pronto se disipa.
Luego, el viento del Sur viene a peinar
los campos donde nace el trigo nuevo.
O los del excelente Li Po, conmovido, existencialista y borracho bajo la luna de hace mil años:
Si es la vida un gran sueño,
¿para qué atormentarse?
Yo bebo todo el día.
Cuando me tambaleo,
me duermo al pie de las columnas,
despierto bajo el sol;
oigo cantar un pájaro oculto entre las flores.
¿Qué hora será?
El viento de la primavera
difunde la canción del ruiseñor.
Me siento conmovido y pronto a suspirar,
mas me sirvo otra copa.
Y canto yo también como los pájaros.
Cuando la noche llega a relevar al sol,
se agotan mis canciones,
mas he perdido ya de nuevo
la sensación de lo que me rodea.
Precedidos por la evocación y el elogio de Marcela de Juan en la presentación de Antonio Segura, y del prólogo de la propia traductora, se recogen cuarenta y dos siglos de tradición poética en un muestrario delicado que contiene poemas de una modernidad asombrosa como el texto del siglo VII en el que
llega la marea con su carga de estrellas.
Las flores del ciruelo, la oropéndola amarilla, peces dorados en los estanques y pájaros en la enramada, la noche clara, la luna en el río, la niebla en los montes, la escarcha en los caminos configuran el telón de fondo que a veces se convierte en centro de una poesía como esta.
Un paisaje sutil apenas esbozado, no detallado y por eso mismo más sugerente, es el paisaje habitual en la poesía china, del que Goethe le hablaba a Eckerman, un paisaje que es la proyección exterior de una nostalgia dulce y antigua, como en este texto sereno y elegiaco de Tao Ch'ien:
Los años corren rápidos más allá del recuerdo;
es solemne la paz de esta dulce mañana.
Me vestiré las túnicas para la primavera
y me iré a las laderas de los montes del Este.
Una neblina cubre el arroyuelo que surca la colina;
mas es sólo un instante y pronto se disipa.
Luego, el viento del Sur viene a peinar
los campos donde nace el trigo nuevo.
O los del excelente Li Po, conmovido, existencialista y borracho bajo la luna de hace mil años:
Si es la vida un gran sueño,
¿para qué atormentarse?
Yo bebo todo el día.
Cuando me tambaleo,
me duermo al pie de las columnas,
despierto bajo el sol;
oigo cantar un pájaro oculto entre las flores.
¿Qué hora será?
El viento de la primavera
difunde la canción del ruiseñor.
Me siento conmovido y pronto a suspirar,
mas me sirvo otra copa.
Y canto yo también como los pájaros.
Cuando la noche llega a relevar al sol,
se agotan mis canciones,
mas he perdido ya de nuevo
la sensación de lo que me rodea.
Santos Domínguez