08 octubre 2007

La abadesa de Castro


Stendhal.
La abadesa de Castro. Una crónica italiana.
Traducción de Olalla García.
Introducción de Pablo d’Ors.
Impedimenta. Madrid, 2007.



1839 fue seguramente el año más brillante de Stendhal. Publicó su mejor novela, La cartuja de Parma, que había escrito en 52 días del otoño anterior. De ese mismo año es La abadesa de Castro, la primera de las Crónicas italianas, que publica Impedimenta en una cuidada edición con prólogo de Pablo d’Ors y una nueva traducción de Olalla García.

Una inmejorable elección que sirve de carta de presentación para esta nueva editorial que apuesta por la literatura de calidad y un cuidado exquisito en el diseño tipográfico o la elección de los motivos de portada.

La abadesa de Castro es una intensa novela corta, pero no una obra menor. En ella se resumen las virtudes narrativas de Stendhal, su talento y su universo temático: Italia, el amor o el alma femenina a través de un realismo subjetivo y romántico.

Una historia de amores imprudentes, como titula Pablo d’Ors su introducción, en la que Stendhal toma como punto de partida el artificio de un manuscrito encontrado para elaborar una narración que revitaliza el universo novelístico del Decamerón con un episodio de amores imposibles y trágicos: los de la joven noble Elena de Campireali y Giulio Branciforte, un muchacho pobre empujado al bandidaje por la tiranía de los poderosos.

La nota inicial de Olalla García, que ha hecho un traducción espléndida, resume con palabras certeras y una precisión que hubiera agradado al propio Stendhal el mundo narrativo y sentimental de esta nouvelle que es una clase práctica de la mejor literatura.

No hacen falta excusas para releer a Stendhal, a veces es suficiente con que un editor con tan buen gusto como Enrique Redel haga una propuesta tan agradable como esta para caer otra vez en el síndrome de Stendhal.

Santos Domínguez

06 octubre 2007

Reparación


C. K.Williams.
Reparación.
Traducción de Jaime Priede .
Bartleby. Madrid, 2007.


Bartleby publica por primera vez en España un libro de C. K. Williams (Nueva Jersey, 1936): Reparación, que obtuvo el Pulitzer de Poesía en el año 2000, con traducción y prólogo (C. K. Williams: Una música diferente) de Jaime Priede.

C. K. Williams inició su actividad literaria en el terreno del relato y ese origen ha dejado su huella en un estilo discursivo, en la vocación narrativa de sus versos. Versos largos que acercan el poema a la textura sintáctica de la prosa y evocan, con su mirada minuciosa y penetrante, un mundo de asociaciones que levantan la consistencia del poema como propuesta estética y como respuesta moral a la realidad:

Y en nuestro grito al cosmos, elevar nuestra exasperación
ante lo imperfecto, nuestras teodiceas, ideales traicionados:
mantener la dura pulpa de ira dentro de nuestra propia ira,
y con ella encender, confrontar, acusar, lamentar
toda esa necesidad de desagravio para tanto deseo absurdamente frustrado.

Poeta y traductor de Sófocles, Ponge o Zagajewski, los poemas de C. K. Williams son el resultado de un lento proceso de maduración en el que cada texto adquiere una música propia:La cosa más interesante que se puede decir de un poema es que no existe hasta que no tiene su música. Cada poema tiene una música. Y hasta que no la tiene, no es un poema.

Un ritmo que -como señala Jaime Priede en su prólogo- se apoya en la medida, pero es también imagen y sentido, visión del mundo y tono de voz. El desbordamiento expresivo de estos textos, resultado de la vehemencia del recuerdo o de la queja, convierte la poesía de Williams en una forma de asumir la realidad y en un consuelo, en la reparación del daño del ser y el existir a través de un pasado que se trae constantemente al presente de la evocación:

Pero ahora surge un atisbo de distracción; ¿será que este momento está ya llegando a su fin?
No importa: deja que se inclinen los cipreses, que siempre
las suaves brisas sean su aplazamiento.
Otra oleada barre la bahía aún en calma; todo se agita, todo se sostiene.

Una poesía urbana con patios sombríos, trenes y graffitis o callejones sin salida. En esos poemas la materia trivial, lo cotidiano, es la base de un recuerdo sensorial, de una reconstrucción del pasado mediante las sensaciones de la infancia o la adolescencia, que regresan como de un tiempo circular para reconciliarse con lo que somos y lo que fuimos.

Santos Domínguez

05 octubre 2007

Veneno y sombra y adiós


Javier Marías.
Tu rostro mañana.
3. Veneno y sombra y adiós.

Alfaguara. Madrid, 2007.


Hace ahora cinco años que Alfaguara publicó Fiebre y lanza, la primera entrega de Tu rostro mañana, que comenzaba así:

No debería uno contar nunca nada, ni dar datos ni aportar historias ni hacer que la gente recuerde a seres que jamás han existido ni pisado la tierra o cruzado el mundo, o que sí pasaron pero estaban ya medio a salvo en el tuerto e inseguro olvido. Contar es casi siempre un regalo, incluso cuando lleva e inyecta veneno el cuento.

Con ese memorable comienzo arrancaba aquel primer volumen en el que se anunciaban temas que acabarían siendo centrales en el conjunto, como el del veneno.

En 2004, empezaba así la segunda entrega, Baile y sueño:

Ojalá nunca nadie nos pidiera nada, ni casi nos preguntara, ningún consejo ni favor ni préstamo, ni el de la atención siquiera ... Ojalá nadie se nos acercara a decirnos "Por favor", u "Oye, ¿tú sabes?", "Oye, ¿tú podrías decirme?", "Oye, es que quiero pedirte: una recomendación, un dato, un parecer, una mano, dinero, una intercesión, o consuelo, una gracia, que me guardes este secreto o que cambies por mí y seas otro, o que por mí traiciones y mientas o calles y así me salves".

Acostumbrado ya a esos comienzos, no se extraña el lector, aunque se sigue admirando, de las primeras frases de Tupra con las que se inicia este Veneno y sombra y adiós:

Uno no lo desea, pero prefiere siempre que muera el que está a su lado, en una misión o en una batalla, en una escuadrilla aérea o bajo un bombardeo o en la trinchera cuando las había, en un asalto callejero o en el atraco a una tienda o en un secuestro de turistas, en un terremoto, una explosión, un atentado, un incendio, da lo mismo: el compañero, el hermano, el padre o incluso el hijo, aunque sea niño. Y también la amada, también la amada, antes que uno mismo. Todas esas ocasiones en las que alguien cubre con su cuerpo a otro, o se interpone en la trayectoria de una bala o de una puñalada, son excepciones extraordinarias y por eso se destacan, y la mayoría son ficticias, están en las novelas y en las películas. Las pocas que se dan en la vida son impulsos irreflexivos o dictados por un sentido del decoro aún muy fuerte y cada vez más raro, hay quienes no podrían soportar que su hijo o su amada se fueran al otro mundo con la idea última de que uno no impidió su muerte, no se sacrificó, no dio su vida por salvar la de ellos.

Con Veneno y sombra y adiós, el tercer volumen de Tu rostro mañana, Javier Marías completa una obra que a lo largo de sus mil seiscientas páginas ha ido levantando un formidable monumento narrativo creciente en cantidad y, lo que es más asombroso e importante, en calidad.

En contra de lo que suele ocurrir, y para desmentir tajantemente las prevenciones que parte de la crítica española vertió sobre este proyecto que ahora culmina, cada nueva entrega ponía más alto el listón de la exigencia de Marías consigo mismo, de manera que el segundo tomo superaba al primero y este tercer tomo corona ese camino de perfección en la que seguramente es la mejor novela del mejor novelista español vivo.

Jacques o Jaime o Jacobo Deza, el narrador y protagonista que viene de Todas las almas y articula el diseño de Tu rostro mañana, es un intérprete de rostros, un personaje que se convierte cada vez más en un traductor de vidas. Ese es su trabajo prospectivo en el grupo dependiente del MI6 británico: prever lo que la gente hará en el futuro, conocer hoy cómo serán sus rostros mañana; saber cómo somos pero, sobre todo, cómo seremos.

Y con la benéfica sombra de Shakespeare planeando sobre el conjunto de la obra (Tu rostro mañana es la traducción de una cita literal de la Segunda parte de Enrique IV), la traición y la violencia se acaban revelando como el verdadero rostro de los demás en Veneno y sombra y adiós .

Si los dos primeros volúmenes transcurrían en Londres o en Oxford, en el tercero la acción se sitúa desde la mitad de Sombra en el Madrid borbónico del Museo del Prado para ir recorriendo en la última parte, Adiós, el Madrid de los Austrias.

Hay en ese final de la novela una conversación con Peter Wheeler, que va a modificar la frase con la que comenzaba Tu rostro mañana. Aquellas palabras (No debería uno contar nunca nada) se matizan ahora: Uno no debería contar nunca nada… hasta que uno mismo es pasado, hasta su final.

Y en medio, entre una frase y otra, tres espléndidos tomos de una novela en la que el narrador nos ha ido contando todo.

Fiebre y Lanza llevaba una dedicatoria a Sir Peter E. Russell, el hispanista en quien está inspirada la figura de Peter Wheeler, un personaje fundamental en la novela, junto a Juan Deza, el padre del narrador, trasunto de Julián Marías. A los dos, desaparecidos ya, se les rinde homenaje en la dedicatoria que cierra la novela como un epitafio:

Mención aparte merecen mi padre, Julián Marías, y Sir Peter Russell, que nació Peter Wheeler, sin cuyas vidas prestadas este libro no habría existido. Descansen ambos ahora, también en la ficción de estas páginas.

Se completan así cinco años que son los que abarca la historia editorial de un proyecto al que Marías ha dedicado casi nueve años (empezó a escribir Fiebre y Lanza en 1998) para obtener como resultado la que el propio autor cataloga como su mejor novela, como la más completa y ambiciosa. Una novela que pese a sus más de setecientas páginas, con su característica mezcla de intriga y reflexión sabiamente dosificadas, se lee a muy buen ritmo.

Que, además de sus muchos lectores, novelistas como Coetzee, Sebald, Salmand Rushdie, Magris, Bolaño o Pamuk manifiesten su admiración sin reservas por Javier Marías debería poner a cavilar a más de un crítico reticente preso de sus prejuicios estilísticos, sus resentimientos pequeños y sus propias limitaciones.

No habría que descartar que, dada su excepcionalidad, sean esos críticos tan sibilinos, tan aislados afortunadamente, los equivocados.

Santos Domínguez

04 octubre 2007

Afilar el lapicero


Daniel Cassany.
Afilar el lapicero.
Guía de redacción para profesionales.

Anagrama. Barcelona, 2007.

Daniel Cassany, que escribió hace unos años su muy leída y comentada La cocina de la escritura, acaba de publicar en Anagrama Afilar el lapicero, una guía de escritura para profesionales en la que aprovecha su experiencia como profesor de redacción en distintas empresas.

En un mundo como el actual, en el que las prisas y la inmediatez de las comunicaciones pueden provocar descuidos o inducir a errores en los textos profesionales, el objetivo de este libro ha sido -como indica su autor- elaborar “una guía de redacción para los que se ganan la vida escribiendo.”

Dirigida, pues, a autores y correctores, a editores o directivos que dan el visto bueno a un informe, pero también a secretarias y auditores, economistas, gestores o políticos, esta es una guía para los que tienen como parte esencial de su trabajo el de escribir estos textos complejos.

Centrada en un primer momento en la importancia del receptor, la obra insiste en la necesidad de delimitar las distintas categorías de lectores especializados, de destinatarios de unos textos que deben elaborarse en función del tipo de receptor al que se dirigen. Porque no es lo mismo dirigirse a un receptor colectivo que a una persona concreta o a alguien conocido.

Las voces del autor, la elección de una primera o una tercera persona, la conveniencia de la objetividad o la subjetividad, la organización del discurso en distintas tipologías textuales, desde el informe al artículo de investigación, son algunos de los secretos técnicos que deben regir la elaboración de unos textos profesionales con adecuación a unas normas expresivas que lo hacen ordenado y convincente.

La importancia del título y la portada, los índices y los resúmenes, la estructura de la prosa o el uso de los gerundios y los verbos débiles, junto con recursos visuales como los diagramas, las tablas o las estrategias verbales en la correspondencia se apoyan siempre en ejemplos reales de textos comentados. No falta tampoco la alusión a los nuevos géneros y formatos que la extensión de Internet está favoreciendo. Esos novedosos modelos de comunicación inmediata exigen también cambios de estilo y de tono que se contemplan en esta guía.

De esa manera, las instrucciones y los consejos que propone esta guía no se quedan en el aire, sino que se comprueba su aplicación y su uso adecuado en la práctica de los distintos textos profesionales.

Mayra Vela Muzot

03 octubre 2007

El ángel caído


José Jiménez.
El ángel caído.
Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores.
Barcelona, 2007.

Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores reedita El ángel caído, de José Jiménez, que utiliza como tema de portada una de las sobrecogedoras imágenes que publicó el fotógrafo Richard Drew el 12 de septiembre de 2001 en el New York Times.

Es un ensayo que trata el tema del ángel caído en la literatura y el arte contemporáneos. De Alberti a Paul Klee, de Rilke a Chagall, esa es una metáfora repetida de la condición humana en la modernidad, que José Jiménez aborda como un intento de expresar el pensamiento en imágenes y como una aproximación del estilo filosófico a la lengua poética.

Porque toda angeología es finalmente una antropología, una interpretación simbólica del hombre, en el prólogo de 2007 que presenta el libro a la luz de los hechos ocurridos en los veinticinco años que han pasado desde la primera edición de este libro en 1982, José Jiménez resume el sentido de esta obra:

Hoy más que nunca, el ángel caído es la imagen que mejor expresa nuestra condición: pudiendo volar tan alto, caemos una vez y otra sin fin. Sufrientes, cayendo como agua de roca en roca a lo desconocido.

El albertiano Sobre los ángeles es una de las más acabadas expresiones de ese tema del ángel caído del paraíso y expulsado de la luz a las tinieblas, un tema que tiene antecedentes conocidos en la tradición popular y encuentra en la literatura culta, sobre todo en Bécquer y en Juan Ramón, sus referentes más directos, y en Larrea, Lorca o Cernuda sus manifestaciones coetáneas.

El tratamiento iconográfico de lo angélico en la pintura, de Murillo a Max Ernst, en la poesía del medio siglo con Blas de Otero o Valente, o en el cine de Buñuel y Visconti, son algunos de los focos de atención de este estudio que presenta al hombre moderno en busca de sí mismo y de su imagen en Kafka, Rimbaud, Rilke y sus ángeles terribles o Apollinaire y sus futuristas ángeles-aeroplanos.

Ángeles mensajeros, intérpretes o mediadores, exterminadores o custodios, y finalmente ángel de tinieblas, Satán caído que es objeto de un análisis antropológico en el que José Jiménez explora su sentido simbólico de la condición humana, ese ángel simbólico en el que nos reflejamos.

El ángel caído se cierra con una aguda reflexión sobre las imágenes verbales o visuales como formas de conocimiento y de identidad. Más allá de esas imágenes -la lección es de Rilke- no hay nada.

Santos Domínguez

02 octubre 2007

La luz nueva


Vicente Luis Mora.
La luz nueva.
Singularidades en la narrativa española actual.

Berenice. Córdoba, 2007.


¿Dónde viven los narradores españoles? ¿Qué leen? ¿Qué les preocupa? ¿En qué piensan? ¿Qué concepto tienen de su mundo y de su tiempo?

Con esas preguntas, que forman parte de la descripción de un simulacro, inicia Vicente Luis Mora la presentación de La luz nueva, un libro subtitulado Singularidades de la narrativa española actual que publica Berenice.

El ensayo, que surge de un encargo de sus editores para que reuniera el material de su blog Diario de lecturas, está organizado en dos partes: El mapa náutico, una carta de navegación para orientarse en el turbulento océano de aguas agitadas por muy diversas corrientes estéticas, y una segunda parte que es un cuaderno de bitácora, un diario de lecturas en que el autor anota los avatares del periplo y las escalas en los puertos de unas cuantas novelas representativas de estos últimos años.

El análisis parte de un diagnóstico polémico: el letargo de una novelística anclada en la preposmodernidad de los setenta y ochenta y ajena a lo que Vicente Luis Mora llama nuevas tecnologías de la prosa.

Y es que en paralelo a la poesía de la normalidad que denunció en su anterior Singularidades, hay una prosa de la normalidad, tan prescindible como la primera, basada en una serie de normas impuestas por el mercado: No hay más que mercado en nuestra narrativa.

Y si la narrativa es mercado y la crítica, propaganda, el panorama acaba convirtiéndose en un sistema inmobiliario, con sus corruptelas y todo.

Con ese telón de fondo de un mercado incompatible con la literatura y responsable de una novelística inane, Mora describe una situación en la que tardomodernistas, posmodernistas, pangeicos y no-modernos son los actores de una cartografía crítica más que discutible que hace escalas en novelas como Llámame Brooklyn, Dr. Pasavento, El heredero o Vidas de santos.

Asumir la defensa de la excepción como la fuente del futuro es un arriesgado punto de partida para un ensayo. Y justamente sobre esas excepciones a la norma construye el crítico su alternativa estética. Lo que pide Vicente Luis Mora es una novela que aporte ideas y haga pensar al lector. Pero se lo pide a una posmodernidad caracterizada por el pensamiento débil y por su incapacidad para dar una imagen coherente del mundo. Una posmodernidad que en gran medida vuelve a unos principios estéticos (disolución del espacio-tiempo, de la anécdota y la trama, difuminación del personaje) que están a punto de cumplir un siglo. Con tanta razón como ironía, comentaba alguien que todo cambia, menos las vanguardias.

No sabe uno si la luz nueva es la de un determinado tipo de narrativa, unas excepciones en las que parece fundar la esencia pangeica del futuro el crítico, o esa luz nueva es la que surge de la veta crítica de una obra como esta.

En un caso y en otro queda el terreno abonado para la discusión y la polémica. Algo inevitable si se aprovecha su observación de que el crítico debe ser responsable, de que también él está y debe estar, como el escritor al que reseña o estudia, sometido a crítica.

Luis E. Aldave

01 octubre 2007

La divisa en la torre


Antonio Pereira.
La divisa en la torre.
Alianza Literaria. Madrid, 2007.

Antonio Pereira vuelve a entregarnos con La divisa en la torre un espléndido libro de cuentos inéditos que es el resultado de estos dos últimos años de trabajo.

Lo edita Alianza Literaria y está construido sobre el material autobiográfico de un memorioso Pereira, que ha extraído estos cuentos del fondo narrativo de unos diarios que debería decidirse a publicar. Porque como señala en una terminante declaración inicial, todo lo que el cuentista vive o imagina tiene vocación de cuento.

Por eso el autor ha aprovechado las posibilidades narrativas de un material frecuentemente autobiográfico, que enlaza con sus Cuentos de la Cábila.

Como en ellos, en La divisa en la torre Pereira nos regala fragmentos de vida, materia memorial, cuentos que son crónicas reales y verdaderas, homenajes y apuntes por los que pasean Victoriano Crémer y Juan Carlos Mestre, Gamoneda y Luis Mateo Díez, Aleixandre y Benjamín Palencia, Cela o Borges en unos textos híbridos que cumplen las tres características que el narrador le pide a un cuento para dirigirle la palabra: una primera frase que fija la atención del lector, el efecto único que reivindicó Poe y el final abrupto o sorprendente que abrocha el relato.

Un final que igual puede contener la indignación de Meliano Peraile ante un anacoluto, que referirse a cierto aliño indumentario de Serrano Súñer o evocar a un presidente de gobierno de España que lleva en su automóvil a Antonio Pereira y a Ú. a su casa de Argüelles.

Con una destreza técnica y una variedad de enfoques y tonos que le mantienen a la altura de su acreditada maestría en el cuento español contemporáneo, con la ironía inteligente y benévola que orea muchos de esos textos, con esa cercanía tan suya de narrador oral al que le gusta contar, el de La divisa en la torre es un Pereira en estado puro, entero y tan sorprendentemente joven como siempre.

Ahí quedarán para demostrarlo relatos ejemplares como el cuento corto Pastoral, el policiaco El caso de la calle Cronista Malvido o el humorístico Seis palabras 4 pesetas.

Y cincuenta y seis más, para el disfrute de sus muchos lectores, que podrían llevar una pancarta como la que llevaban sus amigos canarios cuando fueron a recibirle al aeropuerto de Tenerife:

LEA USTED A PEREIRA

Pues eso. Léanlo.

Santos Domínguez


30 septiembre 2007

Memorias de un señor bajito


Rafael Azcona.
Memorias de un señor bajito.
Pepitas de calabaza.
Logroño, 2007.



Pepitas de calabaza acaba de reeditar las Memorias de un señor bajito que Rafael Azcona publicó a mediados de los años cincuenta en La codorniz.

Las publicó en libro Mario Lacruz cuando dirigía la Enciclopedia Pulga. Revisadas y ampliadas con algún episodio que prohibió la censura, son un reflejo la sociedad española de la época a través de Juliano Fernández, un señor bajito y normal que llegó a ser Inspector de Tontos de Pueblo.

Con una mezcla de ironía y tristeza, su humor corrosivo y amargo está presente desde la dedicatoria:

A mis padres y demás familia, comprendidos nuestros primos los chimpancés, con el ruego de que hagan lo posible por olvidarme.

Yo fui bajito desde niño
es la frase inaugural de unas memorias organizadas según un esquema que recuerda las narraciones autobiográficas de la novela picaresca: el antihéroe que cuenta su vida, la alusión inicial a los padres, el constante cambio de oficios o la mendicidad.

La vida de Juliano Fernández es una novela que aborda en capítulos rápidos los peligros de la patata cocida, un odioso polipasto y una ingrata Florentina que lo abandonó. Tras eso se hizo fabulista y escribió, de su puño y numen, la fábula del asno y la motocicleta y una nueva versión de la fábula de la cigarra y la hormiga con la benemérita en papel estelar. Abrió luego un productivo consultorio de corazones rotos y tuvo en Avelina un amor fatal.

Organizada en dos partes y un intermedio paranormal en el que pierde momentáneamente su condición humana, antes de obtener la Medalla al Mérito Agrícola y de convertirse en inspector examinador de Tontos de pueblo. Cuando perdió tan jugosa canonjía practicó la económica vida del bohemio, trabajó en el circo con disfraz canino y en la Bolsa para arrancar cada día la hoja del calendario, antes de rematar las memorias con esta amarga contundencia:

La felicidad, ¿y eso qué es?

Santos Domínguez


29 septiembre 2007

Entre el muro y el foso


Julio Martínez Mesanza.
Entre el muro y el foso.
Pre-Textos. Valencia, 2007.


Tras Europa, un libro creciente en sucesivas ediciones desde 1983, y Las trincheras, que recogía textos escritos entre 1986 y 1996, Julio Martínez Mesanza publica su tercer libro de poemas, que se encomienda a una cita del trovador Gui de Cavaillon, en la que alude a una guardia nocturna y solitaria en ese espacio estrecho que hay entre un muro y un foso. Y así comienza también uno de los textos más representativos del libro:

Entre el muro y el foso, largas noches.
Negras noches de guardia junto a nadie.
El muro, la ansiedad y el negro foso
que no puedo mirar y el cielo negro.

De cuidado diseño estructural, Entre el muro y el foso, que edita Pre-Textos, está organizado en cuatro partes de nueve, doce, doce y nueve textos. Un rectángulo sólido ocupado por las torres caídas y los laberintos, el desierto y los puentes derribados, las noches y las rosas mortales, con una oscura tonalidad reflexiva en la que se conjuran lo moral y lo épico para construir una poesía sin preguntas, como toda la de su autor, una poesía elegiaca y un lamento del tiempo:

Lirio en el agua, inaccesible lirio,
y agua que escapa, luz inaccesible.

Me llevaré a la oscuridad tus ojos,
la hermosura terrible de este mundo,

la culpable hermosura de esta tarde,

la luz inaccesible de tus ojos.

Porque la tarde es última y oscura,

una hermosura sin después, un pozo
en el que va a ahogarse un niño, un pozo

con un lirio en su fondo inaccesible.

Todo se apaga alrededor y queda

sólo un pozo en el centro de la tarde

y un lirio inaccesible y, en mis ojos,
la luz que mataré cuando me vaya.

Reflexividad que es doble, porque aquí el poeta es sujeto y objeto de una reflexión que se inicia en la primera palabra del primer poema (Pienso en todas las torres), en el que esas torres recuerdan las del último poema de Las trincheras, que anunciaba en buena medida la tonalidad y la temática de Entre el muro y el foso:

Han caído las torres, y el desierto
es ahora tan grande como el alma:

esas torres que alcé y ese desierto

que quise mantener lejos del alma.
Los enemigos que inventé murieron

y si hay otros no quiero imaginarlos:
así que no vendrán los enemigos.

Y los amigos no vendrán tampoco,

igual que yo no iré a ninguna parte:

han quedado atrapados en sus reinos,
perplejos como yo, sin esperanza,
y miran las desmoronadas torres

que fueron su pasión y su defensa,
y el desierto es el dueño de sus almas.

Nadie, nada y no son seguramente los términos más repetidos a lo largo de un libro serio, seco y grave, más propenso a la sustantividad del concepto que al uso de la imagen o al halago sensorial del sonido o el cromatismo. Aquí los colores desvanecidos y los fuegos que se apagan atraviesan unos poemas en los que la nieve es sucia y el azul cansado, y el gris confunde con su luz de eclipse el mar y el cielo:

Va cegada de niebla mi alegría,
no ve las torres últimas de Lodi,

la llanura marchita, el turbio río.
Hacia sí vuelve para darse cuenta
de que no es alegría porque es niebla.
Entonces nuevamente me sumerjo

en el lugar y tiempo tan frecuentes
que son mi vida y llamaré tristeza.

De ahí nacen los juicios sobre el mundo,
los juicios sobre mí, las distorsiones,

las palabras que apagan los colores,
el blanco y negro que envenena el alma.


Poemas que trazan, con la flexibilidad del endecasílabo blanco, tan proclive al matiz del encabalgamiento, el bajorrelieve del mundo, el friso de la pasión inestable y permanente que es la poesía para Julio Martínez Mesanza.

Santos Domínguez

28 septiembre 2007

La Guerra Fría


Álvaro Lozano.
La Guerra Fría.Editorial Melusina. Barcelona, 2007.
Cuando la noche del nueve de noviembre de 1989 cayó el muro de Berlín hasta los más escépticos comprendieron que la crisis del mundo comunista era ya irreversible. No han pasado ni dos décadas y ya se han publicado numerosos libros sobre el conflicto que enfrentó durante medio siglo a Estados Unidos y a la Unión Soviética. Este que aquí reseñamos, La Guerra Fría, publicada por la editorial Melusina, obra del historiador Álvaro Lozano, merece entre esos títulos un lugar de honor. Y no porque se trate de una obra enciclopédica y definitiva sobre el período (como el mismo autor reconoce en su imprescindible capítulo primero, son acontecimientos demasiado próximos como para atreverse a dejar zanjados ciertos debates), sino por la claridad expositiva que exhibe el autor y por su impresionante capacidad de síntesis a la hora de tratar las crisis que fueron jalonando ese largo conflicto, característica que convierte a esta obra en lectura obligada para estudiantes de historia contemporánea y para todos aquellos que deseen hacer un primer acercamiento a la historia del siglo XX.

Así, en unas pocas páginas consigue dar una explicación coherente y comprensible de la llamada Primavera de Praga o de la crisis de los misiles de Cuba, siempre procurando no caer (como él mismo explica) en esa trampa tan usual de los historiadores (recuerden que ya conocen el final de la historia) de contar los acontecimientos como una serie de sucesos que se dirigen hacia un final obvio y predecible.

Álvaro Lozano, un lujo en una obra relativamente breve, se permite exponer al analizar algunas de las crisis de la Guerra Fría, los diversos enfoques historiográficos que se han dado sobre estos acontecimientos, unas veces tomando partido y otras dejando el debate abierto. Teniendo en cuenta la cercanía de algunos de esos hechos (y que muchos documentos secretos lo seguirán siendo durante décadas) parece una postura prudente mostrar diferentes interpretaciones.

La Guerra Fría aparece como un conflicto que, por supuesto, fue mucho más allá de lo militar, para entrar en el terreno de la economía, la cultura o la propaganda. Ambos bandos pretendían extender su modo de vida al conjunto del planeta y la presión que ambas superpotencias ejercieron sobre los demás países convirtió a la Guerra Fría entre la Unión Soviética y los Estados Unidos de América en una confrontación global, en una extraña tercera guerra mundial que nunca sucedió porque ambos contendientes, conscientes de la capacidad destructiva de sus respectivos arsenales nucleares, se enfrentaron siempre en territorio de terceros.

Resulta sorprendente saber que bajo el casi tranquilizante nombre de Guerra Fría se ocultaban muchos horrores, en especial los veinte millones de muertos que calcula Álvaro Lozano se produjeron en los conflictos que tras la Segunda Guerra Mundial enfrentaron a los dos bloques. Más sorprende enterarse que de todos esos muertos, sólo 200.000 fueron occidentales, mientras que los conflictos en África, América y sobre todo, Indochina sumaron el grueso de los fallecidos; zonas donde el conflicto fue paradójicamente abrasador.

Lo peor es que terminada la lectura de este libro, y a pesar de los millones de muertos, los dictadores que ambos bandos sostuvieron en el poder cuando les interesaba (“Es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”, que dijo Roosevelt de Somoza, podría ser el lema de la Guerra Fría), la indignidad del gasto armamentista y el horror nuclear, no podemos evitar sentir nostalgia por una época en la que no eran posibles casos como el de Arabia Saudita hoy, por un lado financiando el islamismo más radical y por otro comprando armas a Estados Unidos, principal consumidor de su petróleo; o como Pakistán guarida del terrorismo islámico y cuyo presidente es la gran esperanza estadounidense para acabar con Al-Qaeda y capturar a Ben Laden.

Antes de la caída del muro por lo menos sabíamos quiénes eran los nuestros.

Jesús Tapia

La maga primavera y otros cuentos



Emilia Pardo Bazán.
La maga primavera y otros cuentos.
Edición y prólogo de Marta González Megía.
Rescatados Lengua de Trapo. Madrid, 2007.

De un cuento inédito hasta ahora de Emilia Pardo Bazán, La maga primavera, toma título un generoso volumen de relatos que acaba de publicar Lengua de Trapo en su colección Rescatados, con edición de Marta González Megía.

Cuarenta años en la vida de Emilia Pardo Bazán (1881-1921) titula la editora un prólogo en el que presenta estos cuarenta y ocho relatos que recogen una amplia trayectoria de más de cuatro décadas dedicadas a la narración corta, una muestra representativa de los más de seiscientos que escribió a lo largo de su vida.

Publicados muchos de ellos en revistas o periódicos y recopilados luego en quince volúmenes, el último que escribió, El árbol rosa, que se publicó póstumo, cierra una carrera literaria que se centró en el relato corto de forma progresiva.

Fue ese el género en el que más destacó la autora gallega y en el que dejaron su huella los distintos movimientos estéticos de finales del XIX y comienzos del XX, del Romanticismo al Expresionismo, pasando por el Costumbrismo, el Naturalismo o el Modernismo.

Realistas o fantásticos, descriptivos o simbólicos, predominan en ellos cuatro temas: la religión, el amor, el feminismo y lo metafísico. Y en todos ellos, un buscado equilibrio entre el personaje y el ambiente rural o urbano, entre el interior y el exterior, con una estructura narrativa lineal y un narrador casi siempre omnisciente y, en contadas ocasiones, testigo o protagonista.

Muchos de los relatos aquí seleccionados constituyen una prueba demostrativa del dominio técnico y la variedad temática y estilística de la narrativa de Emilia Pardo Bazán. Bastarían algunos como Champagne para ejemplificar su dominio del diálogo, o La exangüe para mostrar su capacidad narrativa.

Complementa este volumen al anterior Bucólica y otras novelas, que preparó para esta misma editorial Marta González Megía, del que dimos cuenta en estas páginas.

Santos Domínguez

26 septiembre 2007

Cuentos que acaban mal


Géza Csáth.
Cuentos que acaban mal.
Narrativas El Nadir.
Valencia, 2007.


Morfinómano y psiquiatra, uxoricida un momento antes del suicidio, el húngaro József Brenner (1887–1919), que firmaba con el seudónimo Géza Csáth, proyectó sus impulsos literarios y sus convicciones freudianas en la narrativa, la poesía o el teatro, pero fue en el terreno minado del relato corto donde dio la medida de su talento incisivo y las señas inquietantes de su malditismo y su nihilismo moral.

La editorial El Nadir publica por primera vez en español una selección significativa de su mundo narrativo en el volumen Cuentos que acaban mal, con dieciocho relatos de una concentrada intensidad.

Oculto por su doble condición de autor maldito y periférico, de escritor en una lengua difícil, esta primera traducción de sus narraciones es una inmejorable ocasión de descubrir un mundo inquietante y opaco como pocos.

Estos dieciocho relatos son una indagación literaria en el mal, una bajada a los abismos del inconsciente destructivo y perverso, unos cuentos crueles, de contundencia ácida que exploran sin contemplaciones el fondo secreto de los personajes y sus conciencias.

Pródigos en descripciones, en el humor negro y en la mirada introspectiva, la preferencia de Csáth por el narrador-personaje (testigo o protagonista) dota a estos relatos de una fuerza inusual. La verosimilitud que da ese recurso hace creíble la maldad sin límite ni finalidad que recorre estos textos, con el telón de fondo de un mundo en blanco y negro, afilado y tortuoso como los decorados del expresionismo alemán.

Decir de ellos que son cuentos de misterio o de terror sería rebajar los grados de su intensidad y simplificar la complejidad y la hondura de una mirada que está en el límite de lo soportable.

La dificultad de la traducción la ha tenido que salvar un trabajo en equipo en el que la traductora Bernadette Borosi ha contado con la ayuda de Marga Valdeolmillos, que ha revisado el texto y ha procurado mantener la tonalidad estilística de Csáth.

La labor ha dado su fruto en una edición muy cuidada y en una traducción más que meritoria de estos cuentos que acaban mal, como el propio autor, que en Opio, uno de los mejores textos del libro, explica su actitud inconformista ante la vida con esta frase que vale como resumen de su mundo:

Quien se conforma, se resigna a morir antes de haber nacido.

Aunque, pensándolo bien, ¿quién no acaba mal?

Santos Domínguez

24 septiembre 2007

El hombre del salto


Don DeLillo.
El hombre del salto.
Traducción de Ramón Buenaventura.
Seix Barral. Barcelona, 2007.

La crítica anglosajona ha saludado El hombre del salto, que acaba de publicar en España Seix Barral con traducción de Ramón Buenaventura, como la mejor novela de Don DeLillo.

Las comparaciones, incluso dentro de la trayectoria de un mismo autor, son odiosas, pero también es esta la novela de DeLillo que más me ha interesado, por su tensión, por su fuerza visual, por su pericia narrativa.

Tomando como hilo conductor la historia de Keith Neudecker, un abogado de 39 años que sale del infierno del World Trade Center cubierto de cenizas, El hombre del salto tiene la estructura de un tríptico que culmina en la figura del hombre del salto, un misterioso artista callejero, David Janiak, que tras los atentados comenzó a aparecer en los puentes y edificios de la ciudad para lanzarse al vacío, sujeto sólo por un arnés, y vestido con traje y corbata, como la víctima del 11-S de la famosa foto:

Había un hombre colgando por encima de la calle, cabeza abajo. Llevaba un traje de ejecutivo, tenía una rodilla levantada y los brazos pegados al cuerpo. Apenas se veía el arnés de seguridad, que le asomaba por la pernera recta del pantalón y estaba anclado al riel decorativo del viaducto.
Le habían hablado de él, un artista callejero al que llamaban El Hombre del Salto. Había hecho varias apariciones la semana pasada, sin previo aviso, en varias partes de la ciudad, colgado de una u otra estructura, siempre cabeza abajo, con traje, corbata y zapatos de vestir. Traía a la mente, por supuesto, aquellos siniestros instantes dentro de las torres en llamas, con la gente cayendo u obligada a saltar. Lo habían visto colgando de una galería en el patio de un hotel y había salido escoltado por la policía de una sala de conciertos y de dos o tres edificios de pisos con terrazas o tejados accesibles.

DeLillo ha escrito una novela sobrecogedora y lo ha hecho con una tensión narrativa y emocional que atrapa al lector desde el comienzo:

Ya no era una calle sino un mundo, un tiempo y un espacio de ceniza cayendo y casi noche. Caminaba hacia el norte por los escombros y el barro y pasaban junto a él personas que corrían tapándose la cara con una toalla o cubriéndose la cabeza con la chaqueta. Iban con pañuelos apretados contra la boca. Llevaban los zapatos en la mano, una mujer con un zapato en cada mano pasó corriendo junto a él. Iban corriendo y se caían, algunos de ellos, confusos y desmañados, con los cascotes derrumbándoseles en torno, y había gente que buscaba cobijo debajo de los coches.
El estrépito permanecía en el aire, el fragor del derrumbe. Esto era el mundo ahora. El humo y la ceniza venían rodando por las calles, doblando las esquinas, arremolinándose en las esquinas, sísmicas oleadas de humo, con destellos de papel de oficina, folios normales con el borde cortante, pasando en vuelo rasante, revoloteando, cosas no de este mundo en el fúnebre cobertor de la mañana.
Llevaba traje y maletín. Tenía cristal en el pelo y en el rostro, cápsulas veteadas de sangre y luz. Dejó atrás un rótulo de Desayuno Especial y pasaron corriendo junto a él, policías de la ciudad y guardias de seguridad, con la mano apoyada en la culata de la pistola, para mantener estable el arma.

Y el lector empieza a recorrer como un autómata, como el protagonista las calles, rodeado también por la destrucción y los escombros, las páginas de una novela que está a la altura del impacto que la origina.

Una lectura demoledora sobre un paisaje de demoliciones en el que se proyecta metafóricamente la ruina vital del protagonista y de su mundo, reducido también a cenizas:

Estamos preparados para hundirnos en nuestras pequeñas vidas, dice Keith Neudecker.

Con el prodigio envolvente de su estilo, Don DeLillo conduce al lector por un universo narrativo en el que desempeñan un papel determinante unos prismáticos, el maletín de otra persona, una separación, la metralla orgánica, el humo y las cenizas o la perspectiva europea de Martin.

Al final de cada una de las partes del tríptico, DeLillo, que quería estar en las Torres y en los aviones, hace un rápido y eficaz contrapunto sobre Hammad, uno de los suicidas, y su evolución al fanatismo y a la inmolación en uno de los aviones, el del vuelo 11 de American Airlines, en un final que cierra, con el impacto del avión en la torre, el círculo infernal de esta espléndida, de esta ( perdón por la previsible metáfora) impactante novela.

Santos Domínguez

22 septiembre 2007

Jane Kenyon. De otra manera



Jane Kenyon.
De otra manera.
Traducción de Hilario Barrero.
Pre-Textos. Valencia, 2007.

La desnuda vulnerabilidad de Jane Kenyon titula Hilario Barrero la precisa introducción que ha escrito para presentar su edición bilingüe de esta antología de la poeta norteamericana en Pre-Textos.

Recuerda allí una declaración de Jane Kenyon (1947-1995) en la que poco tiempo antes de su muerte se planteaba la poesía como refugio, como un lugar seguro.

De otra manera
propone una selección significativa de todos sus libros. Entre Para la noche, el primer poema de su primer libro, y La esposa enferma, un texto que escribió y corrigió en su último mes de vida, se recogen en esta antología sesenta textos que representan la evolución poética de Jane Kenyon, sus intereses estéticos y las emociones y preocupaciones de su mundo doméstico y cotidiano.

Poemas que le dieron cierta fama en su país, como La camisa o El pretendiente, y textos que la contienen y resumen en gran medida, como Que venga la noche o Peonías al atardecer, se ponen por primera vez al alcance del lector español e hispanoamericano en un volumen mimado por el afecto, la sensibilidad y el rigor del traductor, Hilario Barrero, que ya había dado una muestra de la poesía de Kenyon en la revista Clarín hace unos años.

El café matutino o la montaña, el paisaje rural en que transcurrió gran parte de su vida se integra y crece en la pequeñez de lo cotidiano, elevado aquí a la condición de materia poética y tratado con la honestidad exacta de la sinceridad del dolor:


entonces supe  que tendría que vivir y continuar viviendo: qué doloroso fue; y todavía qué dolor quema pero no destruye mi corazón.

Los amigos, la casa en la colina, los animales, una nevada en el establo o la enfermedad son algunos de los temas que sustentan esta poesía cercana por su fondo y su forma, porque consuela al lector tras haberle conmovido y transforma en belleza el sufrimiento, con una tonalidad muy parecida a la de la poesía de María Victoria Atencia:


Cuánto mejor es echar leña al fuego que lamentarse sobre la vida. Cuánto mejor estirar la basura en el estiércol o prender la sábana limpia en la cuerda con unas viejas pinzas de madera.

Las peonías y los ratones, los gatos y la ropa del armario, el murciélago y la oropéndola o la basura... Y siempre, por encima de todo eso, la voz de una mujer que mira la precariedad de lo que vive:

Y planeé otro día exactamente igual a este. Pero un día, lo sé, será de otra manera.

 Y sale el lector de este libro delicado y bellísimo conmovido y con una rara tristeza, como si se le hubiese muerto alguien muy cercano.

Santos Domínguez

21 septiembre 2007

La casa de Shakespeare


Benito Pérez Galdós.
La casa de Shakespeare.
Breviarios de Rey Lear.
Madrid, 2007.

En septiembre de 1889 Galdós peregrinó a Stratford on-Avon en busca del alma de Shakespeare. De ese viaje, que no era el primero que el novelista hacía a Inglaterra, surgió este texto que apareció en Memoranda (1906), hace ahora casi justamente un siglo, y ahora recupera la editorial Rey Lear.

Desde las primeras líneas del texto, el tono y la actitud de Galdós son los de un peregrino:

Pisé el suelo, que no vacilo en llamar sagrado, donde está la cuna y sepulcro del gran poeta. Desde luego afirmo que no hay en Europa sitio alguno de peregrinación que ofrezca mayor interés ni que despierte emociones tan hondas.

Galdós, que tiene la sensación de ser uno de los pocos españoles que han visitado aquella Jerusalén literaria, coge un tren en Birmingham y, tras parada y fonda en el Shakespeare's Hotel de Stratford-on-Avon, describe la casa del maestro y sus reliquias y alcanza la cumbre de su peregrinación en la Trinity Church, donde está la tumba del poeta, en la que el cantero confundió a Sófocles con Sócrates, que le sonaba más, aunque tenía menos (o sea, nada) que ver con el teatro.

Con buen criterio, a manera de prólogo se ha incorporado un capítulo de las Memorias de un desmemoriado, en las que Galdós alude a aquel viaje y a otros lugares de Inglaterra y Escocia.

Santos Domínguez

20 septiembre 2007

Manual del editor




Manuel Pimentel.
Manual del editor.
Cómo funciona la moderna industria editorial.
Manuales Berenice. Córdoba, 2007.

Decía Manuel Borrás, el ejemplar editor de Pre-Textos, que el mejor libro que puede escribir un editor es su catálogo.

Y aunque es una afirmación tan lúcida como irrebatible, no han sido pocos los editores como Mario Muchnik, Esther Tusquets o Jorge Herralde que además de completar estupendos catálogos han recogido en libro la memoria de su experiencia en el mundo de la edición de libros, sus relaciones con los autores o con el poder, su diagnóstico industrial y su pronóstico más o menos desalentado.

Lo que ha escrito Manuel Pimentel es algo muy distinto: un manual que explica cómo funciona una editorial, con qué herramientas cuenta el editor para sobrevivir en un mundo empresarial tan complejo como este de los libros, en el que no sólo cuentan (aunque también, y mucho) los números, sino un proyecto cultural coherente que se concreta en eso que habitualmente se llama línea editorial.

Este podría haber sido un relato de aventuras, pero se orienta en otra dirección: la del manual de gestión de una empresa tan peculiar como la industria del libro, tan dependiente de la matemática de la edición.

La fijación de una tirada rentable, los problemas de la distribución de los fondos, el precio del libro son algunos de las cuestiones que se abordan en este que también podríamos definir como un manual de supervivencia escrito, como todos los de su género, con una mezcla de realismo y optimismo, que conviven con desequilibrio feliz a favor de lo segundo, más que por el objeto por el sujeto, por el carácter emprendedor y el amor a los libros de Manuel Pimentel, un empresario inteligente que renuncia a la melancolía y afronta la de la edición como una aventura con final feliz.

Y es que el del editor es uno de los tres lados imprescindibles del triángulo que completan el autor y el lector, antes de que en un segundo nivel del proceso se sumen a ese mundo el distribuidor, el librero o el crítico literario.

La selección de títulos y autores, el diseño y la impresión, los problemas de la distribución, la tendencia a la concentración en grandes grupos, el incremento del libro de bolsillo, la sobreabundancia de novedades, el retroceso de la librería de fondo y el incremento del ritmo de las devoluciones definen las tendencias del panorama editorial actual.

Tiene este manual otra parte menos analítica y más de gestión, en la que se dan consejos para quien quiera crear una empresa editorial: sobre la fijación de una línea editorial, sobre la capacidad de producción y la viabilidad económica del proyecto, sobre la articulación orgánica de departamento y funciones, sobre marketing y gestión de equipos humanos, sobre gestión económica con un interesante cuadro de coeficientes para calcular el PVP o el porcentaje de tirada a partir del cual el libro es rentable. Completan esa parte unos protocolos de relación con los autores, los agentes literarios y la gestión de la propiedad intelectual.

Y hay, finalmente, una parte prospectiva, un análisis sobre el futuro del mundo editorial, en convivencia con internet y con los nuevos soportes de la edición digital, el equilibrio entre lo global y lo local y las posibilidades de la teleformación.

Vuelvo al principio para ir acabando. Duda uno mucho de que, como dice Manuel Pimentel en su amable y optimista dedicatoria, se pueda sobrevivir en esta jungla editorial con las armas exclusivas del amor a los libros.

Pero, en fin, alegrémonos de ese optimismo porque, como el miedo, también el valor es libre. Y léase este libro, si se quiere, como el manual de supervivencia de quien acaba de cumplir un trienio como editor de Almuzara y algo menos como coeditor de Berenice, el joven sello cordobés en el que lo publica.

Él sabe cuánto deseamos su éxito como editor, que será también el de los lectores y el de los autores presentes y venideros.

Santos Domínguez

19 septiembre 2007

La seducción de las palabras


Álex Grijelmo.
La seducción de las palabras.
Punto de Lectura. Madrid, 2007.

Un recorrido por las manipulaciones del pensamiento es el subtítulo con el que Álex Grijelmo orienta al lector de La seducción de las palabras, que ahora reedita en formato de bolsillo Punto de Lectura.

No hace falta presentar a alguien como Grijelmo, que coordinó el Libro de Estilo de El País e impulsó desde la agencia Efe la Fundación del español urgente. Sobre el poder de las palabras, sobre su carga cultural, su arraigo en la memoria y su contenido sentimental trata este libro que analiza con brillantez y ejemplos muy abundantes el poder de persuasión y sobre todo la capacidad de seducción de las palabras.

Porque las palabras no limitan su valor a la estrecha definición en los diccionarios de sus contenidos denotativos. Las palabras han ido adquiriendo a lo largo de los siglos una serie de valores connotativos añadidos, una carga emocional en la que las palabras convocan recuerdos y evocan vivencias e historias que son el testimonio de ese largo viaje de las palabras que hacen de la lengua el lugar de encuentro entre lo individual y lo colectivo, entre el pasado y el presente, entre la inteligencia y la emoción.

Lo expresaba con admirable tino poético Luis Rosales en estos versos que cita oportunamente Álex Grijelmo en su libro:

La palabra que decimos,
viene de lejos,
y no tiene definición,

tiene argumento.

Cuando dices: "nunca",
cuando dices: "bueno",
estás contando tu historia

sin saberlo.


Más allá de lo intelectual, las palabras, profundas, largas o grandes, buscan los caminos secretos de la emoción, esos que no vienen en los diccionarios. Su historia, su contorno sonoro, su cromatismo o las asociaciones inconscientes que suscitan son algunas de las manifestaciones del bosque de las palabras, hermoso, lleno de amenas sombras y también de trampas y peligros ante los que conviene estar alertas.

Porque en este libro no sólo se habla del poder de las palabras, sino de algo mucho más peligroso: de las palabras del poder.

Mayra Vela Muzot.

Guerrilleros


Rafael Abella. Javier Nart.
Guerrilleros.
El pueblo español en armas contra Napoleón
(1808-1814)

Temas de Hoy. Madrid, 2007.


A punto de cumplirse el segundo centenario de la guerra de la Independencia, han empezado a publicarse un buen número de obras que tratan algunos de los aspectos cruciales de aquel episodio determinante de nuestra historia.

En este contexto, Javier Nart y Rafael Abella abordan en Guerrilleros. El pueblo español en armas contra Napoleón (1808-1814) (Temas de Hoy) no sólo el papel y la importancia de la insurgencia guerrillera en la derrota de Napoleón, que ese es el eje central de este libro, sino otra serie de cuestiones fundamentales para entender el surgimiento de la guerrilla y la relevancia de su papel:

"La Historia que se ha ocupado de los episodios de la guerra contra el francés ha estado teñida, por lo general, de un claro y subjetivo partidismo. No es posible omitir la añeja pugna entablada entre los anglosajones, estudiosos de la guerra de la Independencia, empeñados en subestimar el papel de la guerrilla y en atribuir a Wellington y sus tropas todo el mérito de la derrota napoleónica, y los historiadores españoles, para quienes el papel de la guerrilla contribuyó decisivamente al mismo fin."

Tomando como punto de partida la situación de un país debilitado por una larga decadencia complicada con guerras constantes, se analiza desde un enfoque divulgativo el estallido popular del 2 de mayo de 1808, que marca el nacimiento de un fenómeno guerrillero que se dará por extinguido cuando en 1823 entren en España los Cien mil hijos de San Luis encabezados por el duque de Angulema.

Bandidos, terroristas o patriotas, según quien narre la historia, aquellas partidas de hombres armados no sólo eran la respuesta resistente al poderoso ejército invasor, sino también una reacción contra la traición del rey y la incapacidad de un ejército en descomposición.

Relato bélico y análisis político e histórico, a lo largo de sus bien estructuradas páginas, Abella y Nart abordan el transfondo de las Cortes constituyentes de Cádiz y una situación política muy inestable, la aparición de la guerrilla en paralelo al nacimiento de España como nación, las difíciles relaciones de la guerrilla con Wellington o el papel determinante del clero en la consolidación del fenómeno insurgente.

Uno de los aspectos más destacados del libro es que elabora una organizada geografía de la guerrilla, un paisaje con figuras como Mina el Mozo, Espoz y Mina, El Empecinado o Díaz Porlier, antes de pasar revista a la posguerra absolutista de Fernando VII, a los constantes pronunciamientos militares hasta el comienzo de la década ominosa que pone fin a esa ciudadanía armada que surgió en Madrid el 2 de mayo integrada por “talabarteros de la Cava Baja, zapateros del Arco de Cuchilleros, barberillos de Lavapiés, aguadores de la Fuente del Berro, cerrajeros de Caños del Peral y arrieros de las Ventas del Espíritu Santo.”

Luis E. Aldave

18 septiembre 2007

El príncipe negro


Iris Murdoch.
El príncipe negro.
Traducción de Camila Batlles.
Introducción de Álvaro Pombo.
Lumen. Barcelona, 2007.


Como una historia de amor por su forma y por su esencia define en su prólogo el ficticio editor P. A. Loxias El príncipe negro, una de las mejores novelas de Iris Murdoch (1919-1999) que edita Lumen con una buena traducción de Camila Batlles.

Es la del editor una voz desdoblada de la de la autora, que utiliza aquí una variante de la vieja y productiva técnica del manuscrito encontrado para contar una historia y reflexionar sobre el perspectivismo narrativo. Que el arte es una fatalidad, una gloria o una maldición son afirmaciones que hay que atribuir más a Iris Murdoch que a este personaje de ficción que presenta la novela y la despide.

No acaba ahí el ejercicio de ventriloquía. El príncipe negro, subtitulada Una celebración del amor, es una novela de forma autobiográfica que firma Bradley Pearson, como el prólogo en el que explica desde otra perspectiva el sentido de la novela, del arte y de la vida.

Se cuenta aquí la historia de una amistad íntima con el convencimiento de que todo artista es un amante desgraciado que necesita contar su historia. La idea de que lo que tiene valor es secreto o la afirmación de que todo arte trata de lo absurdo y aspira a lo simple están en la base de esta excelente novela narrada por un escritor minoritario en busca de la verdad y en crisis creativa y de existencia anodina hasta que se produce un drama.

La historia de Bradley Pearson contada por él mismo es, pues, el motor narrativo de El príncipe negro. Una historia que comienza en el momento en que Arnold Baffin me telefoneó y dijo: "Bradley, ¿podrías venir, por favor? Creo que acabo de matar a mi mujer.”

Desde ese primer párrafo hasta el final, sin tregua ni sosiego, la novela cumple ejemplarmente un rasgo que Álvaro Pombo destaca en el texto introductorio, Recordando a Iris: la virtud de interesar al lector, incapaz de dejar ya la lectura hasta el final.

La difícil coexistencia de dos escritores y la historia de las relaciones entre Arnold Baffin, autor famoso, comercial y prolífico frente a su protector, Bradley Pearson, minoritario y en crisis personal y creativa, forma la parte sustancial de la trama.

Los prólogos y apéndices, con cuatro epílogos de otros tantos personajes que matizan la acción y la presentan desde otro punto de vista, también interesado, crea una confluencia de perspectivas que le da profundidad a esta novela de ideas y de personajes.

Ese cruce de perspectivas se produce cuando los personajes interpretan la novela y dan su versión de los hechos tras haber leído el manuscrito que les ha facilitado el editor, que cierra la obra con un último epílogo y esta frase de cierre, en la que reaparece al fondo la voz de Iris Murdoch:

Y más allá del arte, se lo aseguro a ustedes, no hay nada.

Santos Domínguez

17 septiembre 2007

Hacia los confines del mundo


Harry Thompson.
Hacia los confines del mundo.
Traducción de Victoria Malet y Caspar Hodgkinson.
Salamandra. Barcelona, 2007.


Tras el suicidio del capitán Stokes, el mando del Beagle, una embarcación de las que en la época eran conocidas como bergantín-ataúd, recae en el capitán FitzRoy, un joven aristócrata de ideas conservadoras y fiel creyente. La misión de este barco es cartografiar la costa sudamericana. Junto a la tripulación embarca, en diciembre de 1831, un naturalista de veintiún años que se llama Charles Darwin y aspira a ser clérigo.

Este es el punto de partida de la novela de Harry Thompson Hacia los confines del mundo, que publica Salamandra con traducción de Victoria Malet y Caspar Hodgkinson.

El resto del relato completa no sólo un relato fiel del viaje que cambió la ciencia y las creencias religiosas de la época sino también una apasionante novela de aventuras marítimas. Pese a su juventud, el capitán FitzRoy tiene experiencia y conocimientos sobrados para llevar a cabo la misión que se le ha encomendado. Darwin tiene una vasta formación en Geología e Historia Natural y suple su desconocimiento del mar y sus continuos mareos con una sed insaciable de conocimientos y una inagotable capacidad de asombro. Los dos son, pues, jóvenes pero expertos y los dos tienen sólidas creencias religiosas

El viaje del Beagle durará cinco años en los que dan la vuelta al mundo y además de cartografiar la costa sudamericana recogen gran material de fósiles, muestras geológicas o animales con los que Darwin va conformando su teoría de la evolución. Eso provocará frecuentes enfrentamientos dialécticos con el capitán, que comienza a dar muestras de un trastorno mental que se irá agravando con el tiempo.

El contacto con una naturaleza fría y brutal, ajena a los intereses y sentimientos humanos, hace tambalearse las ideas y creeencias de Darwin. El hombre no es el rey de la creación que puso nombre a los animales. Es un ser natural que no goza de privilegio alguno y está sujeto al azar que parece regir la evolución natural. Darwin no puede conciliar la existencia de un Dios todopoderoso con una naturaleza que parece avanzar a ciegas y no siente nada ante el dolor o la muerte.

Dos suicidios enmarcan la novela. El primero, en medio de una naturaleza oscura, gélida y desierta. El segundo en Londres, en pleno mundo civilizado. El autor parece hablarnos en esa clave de la esencial soledad del hombre en cualquier situación. A fin de cuentas, naturaleza y sociedad se rigen por reglas parecidas y los dos protagonistas son un ejemplo de la teoría de Darwin aplicada a la sociedad humana: FitzRoy es un ejemplar inadaptado que acaba desapareciendo y Darwin, en cambio, no sólo se adapta a los nuevos tiempos sino que contribuye a generarlos. Es un triunfador, aunque no por eso está libre de padecer los rigores de la selección natural en su propia vida. Tanto él como el capitán deben enfrentarse a pérdidas muy cercanas, que para Darwin suponen la dolorosa constatación de que sobreviven los que mejor se adaptan y la certeza de la inexistencia de Dios.

Por la novela desfilan personajes y situaciones que, siendo históricos, tienen un aura irreal y casi surrealista. Por ejemplo, los fueguinos que el capitán traslada a Londres para que educarlos y demostrar así su creencia en la igualdad de todos los hombres. Resulta paradójico que FitzRoy defienda la igualdad de los hombres basándose en la Biblia y Darwin crea en la existencia de razas inferiores basándose en la ciencia.

En otras ocasiones, los personajes, a pesar de ser históricos, parecen creados para aludir a nuestro presente. Si Thompson alude a las similitudes entre los razonamientos del general Rosas en Argentina y los del trío de las Azores para justificar la invasión de Irak, ¿cómo no recordar a Pinochet en el exilio dorado y londinense de aquel general argentino? Algo parecido podríamos decir de la vida política y del poder de la prensa en la naciente sociedad capitalista.

Por más que sepamos que los hechos narrados son, en su mayoría, históricos y que los personajes no son creaciones del autor, como ocurre en la novela histórica, nos encontramos ante una clásica narración de aventuras. Aunque tengamos constancia de la existencia real de Darwin y del Beagle, del capitán FitzRoy y los fueguinos, de las tormentas del Cabo de Hornos y de las iguanas de las islas Galápagos; aunque comprobemos la fidelidad con la que el autor ha seguido los Diarios de un naturalista de Darwin, nos encontramos, por encima de todo, en el mundo épico del mar, del hombre a la búsqueda de sí mismo y de un tesoro, en este caso, el del conocimiento.

El del Beagle es un viaje real. Más que real, histórico. Pero también es el viaje simbólico de dos hombres aislados de la civilización, enfrentados a las fuerzas de los elementos y a su propia naturaleza, que no podrán ser los mismos a su regreso.

Rosalía Ruiz

14 septiembre 2007

Hector de Sainte-Hermine


Alexandre Dumas.
Hector de Sainte-Hermine.
I. La forja de un héroe.

Traducción y postfacio de Rafael Blanco Vázquez.
Grandes Clásicos Funambulista. Madrid, 2007.

Como un chef-d'œuvre, como una obra maestra, saludaba en julio de 2005 François Busnel, director de Lire, la aparición de Hector de Sainte-Hermine, la última gran novela de Dumas que acababa de recuperarse después de ciento treinta y cinco años desaparecida.

La primera parte, La forja de un héroe, la publica ahora Funambulista con traducción, notas y postfacio de Rafael Blanco en su colección Grandes Clásicos.

Dumas había empezado a publicarla por entregas en Le Moniteur universel en los primeros días de enero de 1869. A su muerte en 1870 la dejó inacabada, con 118 capítulos de un proyecto muy ambicioso para el que su autor calculaba entre cuatro y seis tomos.

Y aunque en su época se leyó mucho, no se publicó nunca en forma de libro hasta que hace dos años, casi por casualidad, se recuperaron en la Biblioteca Nacional de Francia los microfilmes del folletín que sirvieron de base para la edición francesa.

Junto con Los tres mosqueteros, El conde de Montecristo y Joseph Balsamo, probablemente sea esta una de las creaciones más interesantes de Dumas. Y desde luego una genuina novela de aventuras escrita sin la intervención de los negros que colaboraron activamente en algunas de sus novelas más conocidas.

Último hijo de un aristócrata guillotinado en 1793 por intentar liberar a María Antonieta, el impulso de Hector de Sainte-Hermine y el motor de la novela que lleva su nombre es la obligación de vengar la muerte de su padre y de sus dos hermanos, aunque –como ha destacado Busnel en su reseña- es la revancha más que la venganza la clave que explica no sólo esta obra, sino la totalidad de su narrativa y el comportamiento de personajes como Dantès, Balsamo o D’Artagnan.

Con una acción trepidante, llena de lances y con cambios frecuentes de lugar, con una certera caracterización de personajes como Napoleón, Fouché, el tortuoso ministro de la policía; Bourrienne, su secretario, o Cadoudal, uno de los jefes militares de la facción monárquica, y un reflejo de la situación de Francia tras el 18 de Brumario, esta novela es la pieza que faltaba para completar, con la reconstrucción del primer consulado napoleónico y el Imperio, el puzzle con el que Dumas enfoca novelísticamente la historia de Francia en un texto que se inicia en el despacho del cónsul Bonaparte el 30 de Pluvioso del año 9 (19-II-1801).

A partir de ese momento la escritura torrencial del narrador arrastra al lector en una peripecia que cumple las dos misiones que para Dumas debía tener la novela: entretener e interesar.

Santos Domínguez

13 septiembre 2007

Memorias de un anarquista en prisión


Alexander Berkman.
Memorias de un anarquista en prisión.
Traducción de Albert Fuentes.
Introducción de Marc Viaplana.
Melusina. Barcelona, 2007.


Alexander Berkman ( Lituania,1870- Niza,1936), hijo de un hombre de negocios judío, se quedó huérfano a los dieciocho años y emigró a los Estados Unidos, donde conoció a Emma Goldman, una modesta inmigrante rusa empleada en una fábrica textil, que se convirtió en su amante.

Marcada por la lectura de Most, la pareja se implicó en campañas de activismo político y sindical. En 1892, Henry Frick, el empresario de la planta de acero de Homestead, se enfrentó a los intentos de huelga de sus trabajadores con una represión feroz que provocó el asesinato de diez obreros y sesenta heridos:

Cada detalle de aquel día me quedó nítidamente grabado en la memoria. Es el 6 de julio de 1892. Estamos —Fedya y yo— tranquilamente instalados en la parte trasera de nuestro pequeño apartamento cuando de repente entra la muchacha. Sus pasos, ya de por sí rápidos y enérgicos, suenan más decididos que de costumbre. Al volverme hacia ella, me sorprende el brillo peculiar de sus ojos y sus colores subidos. —¿Lo has leído? —grita, enarbolando un periódico medio abierto. —¿De qué se trata? —Homestead. Han tiroteado a los huelguistas. Los Pinkerton han matado a mujeres y niños.

La reacción de Berkman fue un intento de asesinato de aquel patrón el 23 de julio de 1892. Frick no murió y Berkman fue condenado a veintidós años.

Salió en libertad en 1906 y a partir de entonces Berkman y Goldman encabezaron el movimiento anarquista en los Estados Unidos y publicaron clandestinamente semanarios radicales como Mother Earth o Blast, y libros como Anarquism and Other Essays (1910) de Goldman o estas Memorias de un anarquista en prisión (1912) de Berkman, que acaba de publicar Melusina en una espléndida edición.

Acabaron deportados en la Unión Soviética y tras pasar por Suecia y Alemania, se instalaron en Francia, donde Berkman se suicidó el 28 de junio de 1936.

Sus memorias son el testimonio doloroso del aprendizaje y la adaptación a las condiciones brutales del recluso:

Ningún otro libro – escribió Kenneth Rexroth a propósito de este- aborda de forma tan sincera el comportamiento criminal en la hermética sociedad carcelaria, la homosexualidad o la extorsión. Ningún otro prisionero político se acerca a la simpatía de Berkman hacia aquellos que la mayoría de los revolucionarios denomina delincuentes comunes.

Organizada en cuatro partes (El despertar y su tributo, El penal, El taller penitenciario y La resurrección), la segunda ocupa casi cuatrocientas páginas y es la fundamental de estas impresionantes memorias de uno de los héroes perdidos del radicalismo americano, una voz pura e insólita de la rebeldía, como lo definió Howard Zinn.

La desesperación y la voluntad de vivir, el silencio y la esperanza, el ansia de sexo y el aislamiento, los sueños de libertad y los planes de fuga son algunos de los episodios que marcan las vidas carcelarias de aquellas criaturas malogradas.

Alexander Berkman pudo salir de aquel infierno para contarlo en un libro que se puede leer como el diario de una resistencia o de una resurrección, pero sobre todo como un testimonio de rebeldía indomable.

Luis E. Aldave