22 junio 2007

Fedra


Yannis Ritsos.
Fedra.
Traducción de Selma Ancira.
Acantilado. Barcelona, 2007.

Fedra es el primero de los soliloquios dramáticos de Yannis Ritsos que irá publicando Acantilado con traducciones de Selma Ancira.

El poeta griego Yannis Ritsos (1909-1990), una de las voces más graves y sugerentes de la poesía del siglo XX, se planteó gran parte de su obra como una visita a los mitos y las leyendas, como una actualización dramatizada de ese fondo turbio y común del que, a poco que se remueva el agua, siguen emergiendo los miedos más disimulados y las pulsiones más secretas.

Con esa base, que se encauzó en la tragedia clásica, Ritsos escribió una serie de monólogos en los que las palabras organizan una revisión de ese mundo menos lejano de lo que suponemos.

Escrito entre abril de 1974 y julio de 1975, Fedra es el intenso y turbador monólogo de una mujer que habla hoy desde el fondo oscuro de la mitología y la conciencia antes de que su cuerpo ahorcado cuelgue entre una estatua de Artemisa, la venerada por Hipólito, y otra de Afrodita a la que despreciaba y que tomó cumplida venganza de él.

Recordemos rápidamente el mito: Fedra se enamora de su hijastro Hipólito y el desprecio que responde a sus insinuaciones la lleva a ahorcarse después de acusar a Hipólito de haber intentado violarla.

Adoptando la voz de Fedra, Ritsos organiza un monólogo de creciente intensidad en el que la palabra rotunda y poética del poeta revitaliza el mito y la conciencia de Fedra de ser lo prohibido.
La intensidad púrpura de la sangre y el deseo, que inundan su monólogo y lo desbordan, se concentra en un monólogo nocturno y lunar que se adentra en la pesadilla anterior a la muerte:

Y la noche es más oscura adentro, más adentro.
La noche se extiende como un suicidio universal; entrega
los cuerpos desnudos a un inmenso obitorio de mármol. Los muertos
ya no se ocupan de taparse; —ese con el hinchado pene putrefacto;
ese otro con verrugas en la nariz; dos mujeres
con barrigas gordas y flaccidas, los senos caídos; un joven
con los testículos cortados; una serie de viejos calvos, arrugados,
las bocas desdentadas, abiertas en un gesto de avaricia; y arriba
una gran luna humeante como una patata hervida
recién pelada por las manos huesudas y nudosas
de la última de las ancianas. Ah, esta hambre indomable,
esta hambre monstruosa aun frente a nuestra propia muerte.

Santos Domínguez

21 junio 2007

Cuatro encuentros


Henry James.
Cuatro encuentros.
Traducción de Beatriz Sánchez Santos.
Postfacio de J. M. Lacruz Bassols.
Funambulista. Madrid, 2007.


No la vi más que cuatro veces, pero las recuerdo con absoluta claridad; me causó una gran impresión. Me pareció muy guapa y muy interesante: un ejemplar conmovedor de una especie con la que había tenido otros, y quizá no tan encantadores, encuentros. Siento mucho saber que ha muerto, y no obstante, si lo pienso bien, ¿por qué lo habría de sentir? ¡La última vez que la vi, ella no estaba ni mucho menos...! Pero será mejor presentar nuestros encuentros por su debido orden.

A partir de ese comienzo intrigante, los cuatro capítulos que siguen rememoran los cuatro encuentros del título de este nuevo texto de Henry James que edita Funambulista.

Modelo de brevedad, arquetipo de concisión narrativa para el propio James, según anotaba en sus Cuadernos el 29 de enero de 1884. Un cuento de hadas que acaba en pesadilla, como explica Max Lacruz en su postfacio sobre estos Cuatro encuentros que desde el título homenajean los Tres encuentros de Turguéniev, uno de los escritores más leídos y admirados por el maestro de la ironía, la inteligencia narrativa y la sutileza psicológica que fue Henry James.

Publicada en 1877, en las páginas de esta novela corta está la génesis del Retrato de una dama. Henry James es aquí, además, un maestro de la melancolía contenida, del espejismo imaginativo y del cálculo infinitesimal en la narrativa.

Funambulista recupera con esta traducción un texto refinado y magistral, a la altura de los mejores relatos de James. Una muestra de contención expresiva en esta metáfora sutil de las ilusiones y los destinos humanos.

Santos Domínguez

20 junio 2007

Ensayos literarios de Amos Oz



Amos Oz.
La historia comienza.
Ensayos sobre literatura.

Traducción de María Condor.
Siruela. Madrid, 2007.

¿Qué hay que contar en el primer capítulo? ¿Y en el primer párrafo? ¿ Cuánto debe revelar la primera frase? ¿Qué deben ocultar esos comienzos?

Esas son algunas de las preguntas esenciales que están en el origen de este libro que reúne un conjunto de ensayos y conferencias del narrador israelí.

Sobre los buenos principios, sobre los comienzos de diez novelas y relatos cortos y sobre la página en blanco trata La historia comienza de Amos Oz, que acaba de publicar Siruela en El ojo del tiempo.

¿Cuántos borradores se escribieron, se tacharon, se reescribieron antes de un comienzo eficiente, de un párrafo definitivo?

Con su agudeza habitual, Amos Oz aporta las claves de ese pacto secreto entre autor y lector y hace una exploración de las dudas, de los comienzos flojos o banales, o de los que fijan el terreno en el que el autor atrapa al lector desde el principio de la novela o el relato.

El comienzo turbio de La nariz, de Gogol; el dilema que plantea Kafka en el inicio de El médico rural; el comienzo conclusivo de El otoño del patriarca, donde el principio es el final, o la incitación a imaginar y a llenar huecos que es Nadie decía nada, de Carver.

Es ahí, en los comienzos, donde la narración se juega la vida y se firma el pacto secreto entre el autor y el lector. Y sobre esos materiales narrativos, Amos Oz dicta su lección de sutileza interpretativa y de inteligencia creadora, su propuesta de lectura sin anteojeras críticas, como un puro placer.

Y al final una llamativa reivindicación del lector:

Érase una vez, en una playa nudista, un hombre desnudo al que vi allí sentado, gozosamente absorto en un número de Playboy.
Como aquel hombre, es en el interior, no en el exterior, donde debe estar el buen lector cuando lee.

Santos Domínguez

19 junio 2007

Conversaciones con Pepín Bello


David Castillo y Marc Sardá.
Conversaciones con José “Pepín” Bello.
Anagrama. Barcelona, 2007.



No sé si el más recalcitrante, como decía Vila-Matas, pero sí es seguramente el ágrafo más famoso de la historia de la literatura española contemporánea. Y desde luego el más curioso y el más raro.

Estas Conversaciones con Pepín Bello de David Castillo y Marc Sardá que publica Anagrama recogen la memoria viva de un hombre al que con 103 años a cuestas se le sigue llamando Pepín. Otra rareza. Y otra, no menor, que hace poco se le concediera la medalla a las Bellas Artes.

Memoria que no es sólo la de su palabra oral, es también la memoria gráfica recogida en las 65 fotografías incorporadas al libro. Entre ellas, la famosa foto del homenaje a Góngora en el Ateneo de Sevilla. Esa foto la hizo Pepín Bello, que ingresó en la Residencia de Estudiantes a los 11 años y conoció allí a Emilio Prados. Así de sosas son las cosas.

Memoria que es a veces la memoria prodigiosa de un centenario y otras veces la memoria simple de un chismoso. El memorial de afectos y lealtades de un Pepín Bello que, como un abuelo Cebolleta, ha contado mil veces la misma batalla, salpicada a veces de abundantes errores como los relativos a la situación académica de Lorca cuando entró en la Resi. Y otros, ya no sé si errores o caprichos, como adscribir a Guillén o Salinas al Novecentismo sólo porque le parecen mucho más viejos que Lorca.

Memoria de la indisimulada antipatía hacia Luis Cernuda, del desprecio de un superrrealismo que a Bello le parece la más intranscendente de las vanguardias, es también la memoria del hombre contradictorio que se atribuye el invento de los carnuzos y los putrefactos, de quien se siente menospreciado porque Buñuel no lo incluyera en los títulos de crédito de Un chien andalou y a la vez reconoce una y otra vez que él no era nadie.

Un ágrafo, ya lo decíamos, que tampoco fue muy lector. Lo que sabe, lo que cuenta Pepín Bello, viene de la tradición oral de la anécdota, la facecia, la conferencia o el teatro de una época en la que coincidieron escritores de tres momentos generacionales: el 98 de Unamuno y Baroja, el grupo del 14, con Juan Ramón Jiménez y Azaña, o el 27 de Buñuel, Dalí o Lorca.

Considerarle icono o protagonista del 27 es una hipérbole sin sentido. Incluso tomarle por miembro del grupo no deja de ser un exceso que no admite el menor filtro razonable.


Santos Domínguez

18 junio 2007

Elena de la Souchère



Elena Ribera de la Souchère.
Lo que han visto mis ojos.
Crónicas de la España republicana.

Galaxia Gutenberg. Círculo de Lectores.
Barcelona, 2007.



Con una Celebración de Elena de la Souchère abre Juan Goytisolo Lo que han visto mis ojos, el volumen en el que Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores reúne por primera vez los escritos sobre la guerra civil de la hispanista francesa.

A ese texto celebratorio y reivindicativo de la obra de una mujer que fue punto de referencia del exilio en Francia en los años cincuenta, cuando Goytisolo la conoció, pertenecen estos párrafos:

En enero de 1955, en el curso de mi segunda escapada a París, contacté a través de mi amigo Palau Fabre, exiliado desde hacía casi una década en Francia, con la periodista Elena de la Souchère. Ningún español joven conoce hoy su nombre. No obstante, para un puñado de universitarios de comienzos de los cincuenta, lectores furtivos de los semanarios y revistas franceses de izquierda, era un punto de referencia poco menos que obligado. Nadie sino ella prestaba atención a una España sumida en el silencio de la dictadura ni atendía el lábil murmullo de quienes lo intentaban romper. (...) En Coto vedado la describo como "una mujer de una cuarentena de años, pálida, delgada, angulosa, con un sobrio pero elegante perfil de medalla, vestida con un ajustado y adusto traje sastre con camisa y corbata". (...) ¿Quién es, se preguntará el lector, esta mujer excepcional, mezcla de Colombine, Victoria Kent y Constancia de la Mora? ¿Por qué esa entrega total y desinteresada suya a la recuperación de la libertad y democracia en España? Algunos datos y elementos biográficos despejan en parte estas incógnitas. Su padre, Romualdo Ribera de la Souchère, arqueólogo y fundador del Museo Picasso de Antibes, fue amigo personal del pintor y del ex ministro de la República Manuel Irujo. Al producirse el golpe militar del 18 de julio de 1936, la jovencísima Elena trabajaba en la Delegación del Gobierno vasco en París y se alistó voluntariamente en el Ejército republicano, con una acreditación del periódico cristiano demócrata L'Eveil des Peuples. Estuvo en las trincheras del frente en Carabanchel y fue testigo de la valentía de los defensores de la capital frente a un enemigo superior en armas y recursos. Tras la victoria franquista, se refugió primero en Francia y luego en Inglaterra, en donde documentó las conversaciones extraoficiales entre el entorno de De Gaulle y Manuel Irujo con miras a crear un batallón de gudaris integrado por las fuerzas de la Francia Libre. (...) una personalidad tan singular como la de Elena de la Souchère, que tanto hizo por la causa republicana y por la libertad de nuestro país, permanece en un vergonzoso olvido. Es hora de que todos aquellos por quienes desinteresadamente luchó reconozcamos el valor de su ejemplo en el nonagésimo aniversario de su fértil y asendereada vida.

Elena Ribera de la Souchère, nacida en la frontera franco-española en 1920, inició su carrrera periodística a los 17 años, como testigo de la Guerra Civil española en varios frentes y al terminar la Segunda Guerra Mundial, fue articulista en periódicos y revistas franceses y defendió siempre el retorno de la democracia a España.

Para rescatarla de ese vergonzoso olvido nada mejor que editar esta obra que es el testamento moral de quien luchó incansablemente por la libertad y la causa republicana. Con prólogo de José Mª Ridao (Las convicciones de Elena de la Souchère) y traducción de Noemí Sobregués, estas Crónicas de la España republicana se inician en los orígenes de la guerra civil para hacer un agudo análisis de primera mano de algunos de los hechos más conflictivos que acaban frustrando aquel proyecto de convivencia que fue la segunda República.

Proyecto que fracasó por la presión de la reacción y del ejército y por los errores que cometió la República: el federalismo, la lentitud de la reforma agraria, la timidez del combate contra las conspiraciones militares. A esos factores se añadieron otros como el fortalecimiento de los partidos de derecha, el triunfo electoral de los católicos en 1933, la actitud combativa y antidemocrática de la Iglesia desde los púlpitos y el anticlericalismo violento de los liberales, todo lo que condujo a la abstención de las masas pulverizadas en distintos intereses.

En definitiva, el federalismo, la reforma agraria, las tensiones golpistas, el problema religioso, la revolución de Asturias, fueron las piezas de un mecanismo de violencia que engrasó adecuadamente todo un engranaje de conspiraciones.

Guernica como bombardeo experimental, 1938, el año decisivo de la guerra visto por la autora desde la Barcelona bombardeada y desde el frente de Madrid, en las trincheras de Carabanchel, son otros asuntos que se ofrecen al juicio minucioso y lúcido de Elena Ribera de la Souchère.

Cierra el libro un panorama general del conflicto en el que se analizan la muerte del Estado, los enfrentamientos en el País Vasco, las luchas por el poder en ambos bandos o las duraderas secuelas de la guerra civil. Esas son algunas de las claves de unos textos que combinan el testimonio personal con la reflexión, el compromiso y la solidaridad con aquella democracia derrotada.

Alejada de maniqueísmos y de simplificaciones, su interpretación huye del dogmatismo y, sin renunciar a su convicción militante y democrática, se centra en un análisis exigente y riguroso de aquellas circunstancias sangrientas que fueron el prólogo de la Segunda Guerra Mundial.

Un útil índice onomástico permite acceder de manera rápida a las referencias a quienes protagonizaron aquellos hechos o los sufrieron, como millones de españoles anónimos.

En el final de su prólogo, escribe José María Ridao estas palabras que fijan con claridad la importancia de este libro:

La voz serena de Elena de la Souchère recuerda una sencilla verdad: la historia muestra, sobre todo, las convicciones más arraigadas de quien la escribe. Son esas convicciones las que hacen de este libro una obra singular.

Luis E. Aldave

Mágica tribu



Claribel Alegría.

Mágica tribu.
Berenice. Córdoba, 2007.


Rulfo y Cortázar, Juan Ramón y Monterroso, Graves y Asturias pasean por las páginas de esta Mágica tribu que publica Berenice. Diez nombres convocados por la pluma amiga de Claribel Alegría, diez semblanzas y un homenaje escrito por quien compartió con ellos amistad y pasión literaria.

El mexicano José Vasconcelos, místico y sensual, de la estirpe de Plotino; un Juan Rulfo, arisco y nocturno, y leyendo en voz baja, conmovedoramente, No oyes ladrar los perros.

Miguel Ángel Asturias, con su rostro de ídolo maya junto a un Monterroso, ocurrente y de estatura aspirante a embajador de los Países Bajos.

Roque Dalton, en la alta hora de su noche, y Salarrué, fundador del cuento regional centroamericano junto a Coronel Urtecho, octogenario y viudo, con su rostro de ardilla.

Un Juan Ramón Jiménez protector de la joven poetisa en Washington y Maryland, disgustado cuando se entera de que Claribel se va a casar. O Robert Graves, vecino de Claribel en Deyá bajo la Diosa Blanca.

Y por encima de todos, desde su altura insuperable, un Cortázar jovial y divertido del que se evocan recuerdos como este:

A Julio le encantaban las anécdotas divertidas. Nos contó que una vez, revisando fichas de algunas muchachas que aspiraban a ser traductoras en la UNESCO, se encontró una que decía: "Nombre: Fulana de tal, fecha de nacimiento: junio de 1943, sexo: una vez en Nebraska". Nos hacía reír mucho con algunos de sus chistes, que resultaban más divertidos con sus erres francesas.

El libro lo enriquece un jugoso apéndice fotográfico y una serie abundante de reproducciones facsímiles de cartas dirigidas a la autora por sus amigos.

Santos Domínguez

17 junio 2007

Perro




Susan McHugh.
Perro.
Traducción de Marta Alcaraz.
Melusina. Serie Animal. Barcelona, 2007.

De Argos a Goofy, de la pintura de Veronese al cómic, de las gárgolas al animal semihundido de la pintura de Goya, el perro es el objeto de esta nueva entrega de la Serie Animal que ha empezado a publicar Melusina. La firma Susan McHugh, profesora de filología inglesa en la Universidad de Nueva Inglaterra.

Como icono o como animal de compañía, el perro forma parte de cultura de la humanidad. Símbolo de la fidelidad o la lujuria, de la pereza o el valor, sumiso y obediente, leal y perro, permite dividir a los humanos en cinófilos y cinófobos.

Criado para la coexistencia o para la subsistencia, comestible o mitológico, tuvo ciudades consagradas a su nombre, eso era Cinópolis en Egipto, y con tres cabezas guardó las puertas del infierno antes de reencarnarse en otras advocaciones como el perro Paco y Rin Tin Tin.

Agente redentor en el Mahabarata o filósofo verdadero en la Odisea, el diablo adopta a veces su forma, es el símbolo de la desgracia en la novela homónima de Coetzee, y la voz de su amo en los discos antiguos.

Un centenar largo de estupendas ilustraciones acreditan su potencia icónica, su presencia constante, su vecindad doméstica.

Santos Domínguez

16 junio 2007

Los señores del límite


W. H. Auden.
Los señores del límite.
Seleccion de poemas y ensayos (1927-1973).
Edición bilingüe de Jordi Doce.
Galaxia Gutenberg/ Círculo de Lectores.
Barcelona, 2007.


De una mezcla tan explosiva como la de un padre devoto del psicoanálisis y una madre aspirante a misionera y redimida por el amor, seguramente sólo podía salir alguien como Auden.

Poliédrico en su escritura, en sus intereses y en sus influencias, Auden es uno de los poetas de obra más transcendente en el sentido literal del término, porque su poesía va siempre más allá de su pura voz personal y su influencia ha marcado a las generaciones sucesivas. Brodsky, Gil de Biedma o Ashbery son ejemplos cimeros de ese influjo. También como crítico su importancia es incuestionable. Auden ha sido uno de los más lúcidos del siglo XX y ha dejado su huella en el ensayo literario en el ámbito anglosajón y fuera de él. Brodsky y Gil de Biedma vuelven a ejemplificar la fuerza de esa influencia.

De ambas líneas, la creadora y la crítica, convergentes en tantos momentos de su obra, da cumplida cuenta Los señores del límite, la selección de poesía y ensayo de Auden que ha traducido y prologado Jordi Doce para la imprescindible colección de poesía de Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores.

Una amplia antología que llena parcialmenta algunas lagunas editoriales. Y es que si como poeta a Auden se le edita con saludable frecuencia (Lumen, Visor, Pre-Textos), un libro esencial como La mano del teñidor no se ha reeditado en España desde que en 1974 lo publicó Seix-Barral y a algunos de los ensayos que lo integran (Leer, Escribir...) sólo podía accederse a través de un mercado de segunda mano no siempre asequible ni barato y en una traducción en ocasiones tan deplorable que sostenía que Proust se comía una torta en lugar de la famosa madalena.

Auden definió alguna vez sus poemas como anteproyectos verbales de vida personal. Por eso, la relación del poeta con su obra es una relación problemática y en revisión constante. Escritor en conflicto consigo mismo y con sus textos, sometidos a un constante proceso de corrección o de impugnación. Confuso y perplejo, en el filo de la navaja que corta el terreno de lo racional y lo irracional, la religión y el sicoanálisis, el marxismo y el cristianismo, Auden resolvió parte de esas tensiones, y otras más subrepticias, menos emergentes, a través del proceso de escritura.

De esa provisionalidad habla Jordi Doce en su introducción: Esta obra, más que ninguna otra en la poesía europea del siglo XX, es un ejercicio de exploración intelectual y de interrogación moral; procede por ensayo y error, responde a sus dudas y preguntas con más poemas y trata en lo posible de no fijarse a ningún dogma ni prejuicio.

Ante la tumba de Henry James, Elogio de la caliza, Calibán al público, El escudo de Aquiles, Hablando conmigo mismo o Un poema no escrito son algunos de los poemas memorables que nos dejó Auden.

En cuanto a sus ensayos, además del excelente El poeta y la ciudad, hay dos, Leer y Escribir, que uno tiene por especialmente significativos. Figuraban como prólogo de La mano del teñidor y resumen ejemplarmente las dos facetas de Auden, la del poeta y la del crítico. Dos facetas inseparables en su labor literaria, porque su crítica es la del poeta y su poesía está sometida a una autocrítica constante.

Crítica que es una exploración del sentido, impropia de dioses menores que premian a los buenos y castigan a los malos, de porteras del Parnaso o de reseñistas con vocación de guardias de la circulación.

Lleva este lugar, desde su creación, un lema de Auden que resume su forma de entender la crítica. Forma parte de Leer, y en la traducción de Jordi Doce dice:

Atacar un mal libro no es sólo una pérdida de tiempo, sino también nocivo para el carácter. Si un libro me parece malo, el único interés que puedo obtener de comentarlo debe provenir de mí mismo, del despliegue de inteligencia, ingenio y malicia que sea capaz de ofrecer. No se puede reseñar un mal libro sin caer en la presunción.

Santos Domínguez

Epistolario inédito de Ridruejo



Gracia, Jordi (ed.)
El valor de la disidencia.
Epistolario inédito de Dionisio Ridruejo.

Planeta. Barcelona, 2007.



Entre una carta de José Antonio Primo de Rivera (Querido amigo y camarada) en la que acusa recibo de Plural y otra, cuarenta años después, de Néstor Luján (Querido Dionisio) en la que le urge el envío de una colaboración que se retrasa, pocos meses antes de su muerte, Jordi Gracia ha reunido en El valor de la disidencia un amplio epistolario inédito de Dionisio Ridruejo. Lo publica Planeta, en su colección España escrita.

En ese itinerario epistolar se refleja el viaje político y moral de un Ridruejo que pasó del fascismo militante y radical a la oposición al franquismo y a planteamientos políticos socialdemócratas. Con ese objetivo, el de subrayar las claves de su evolución, ha seleccionado Jordi Gracia, que está preparando una biografía de Ridruejo, un buen puñado de cartas agrupadas en seis capítulos que marcan las seis fases de su trayectoria.

De las fiestas fascistas (1933-1942) a la víspera del gozo (1970-1975) pasando por los sueños frustrados (1942-1951) o las conspiraciones (1962-1970)
. De Giménez Caballero, Tovar o Laín a los exiliados Rodolfo Llopis, Guillén o Sánchez Albornoz. Del acoso sentimental de la hermana del Fundador a la renuncia a los cargos. Del frente ruso al confinamiento en Ronda y en el Maresme. De la preparación de Escorial a las cartas de recomendación que recibe Ridruejo de quienes buscan canonjías o acomodo y hacen declaración de lealtades azules y adhesiones humillantes.

Tontos y pillos parasitaban aquella Falange de la que acabó apartándose Ridruejo, ni tonto ni pillo, pero aún devoto del Caudillo en el 54, antes de sus decepciones definitivas y sus conspiraciones y contubernios.

Cada uno de los capítulos va precedido de una introducción que sitúa las cartas en su contexto biográfico, cultural y político, lo que permite ir siguiendo el hilo de una evolución integral desde la política o la ética a la literatura. Esas introducciones son avances elaborados de una biografía de Ridruejo que Jordi Gracia viene preparando desde hace algún tiempo y dan cuenta de la dimensión política y literaria del epistolario, reflejo de una vida en la que alternan de manera problemática lo privado y lo público, según las épocas.

Este epistolario es el resultado de una intensa dedicación de Jordi Gracia a Dionisio Ridruejo, entre Materiales para una biografía y esa biografía que promete su autor. Ridruejo es uno de los intelectuales más citados en Estado y cultura. El despertar de una conciencia crítica bajo el franquismo.

Un disidente que acabó convertido en uno de los símbolos de la resistencia contra el franquismo, en abierto contraste con otros nombres que aparecen en esta correspondencia:

De DR a Manuel Fraga Iribarne
Mecanografiada
Madrid, 13 de noviembre de 1964

Excmo. Sr. D. Manuel Fraga Iribarne

Ministro de Información y Editor de La Estafeta Literaria
Madrid

Señor Editor:
Ha terminado, según veo, con respecto a mí la etapa del silencio represivo para entrar en la de la publicidad malintencionada. En la anterior mi nombre no pudo ser citado en las publicaciones españolas. Se censuró incluso la escueta noticia de la aparición de los tres libros que publiqué en esa época. Ahora cambiamos de modos. Se empezó por las injurias y las reticencias calumniosas cuando “lo de Munich” o con ocasión de algún artículo mío publicado fuera de España, sin dar conocimiento de mis textos. Se me cerró la vía judicial en tres ocasiones sucesivas. Se me negó el derecho de réplica. Temo, por lo que a la defensa legal se refiere, que sucedería ahora lo mismo. La Estafeta ha cometido el abuso de publicar un trabajo mío sin mi autorización, pero pienso que lo que se me negó para defender mi buen nombre no se me concedería para defender mi propiedad que es derecho, a mi juicio, algo menos importante. ¿Pasará lo mismo con el de la respuesta? Por mí que no quede, y ahí van estas líneas.

Ahora, por supuesto, se trabaja más finamente que en la fase injuriante. El “estilo fino” fue iniciado por el Sr. [Carlos] Robles Piquer en Valencia hace más o menos un año. Este joven “valor” de la política española “descubrió” ante los valencianos cómo en el año 1940 el joven falangista y servidor del régimen autoritario que yo era, recitaba en público los slogans más obvios del falangismo, el fascismo, o la dictadura nacionalista. Cosa escandalosa para las personas que, al servicio del mismísimo sistema, hablan como liberales o demócratas. Cierto es que yo también hablo hoy como demócrata o socialista liberal, pero tengo la desvergüenza de hacerlo desde la calle, después de abandonar mis puestos y mi carnet de militante (1942), de sufrir cinco años de confinamiento (hasta 1947), de haber experimentado la inutilidad de las instancias a la autorreforma del sistema (1951–54) en que ahora andan los de esa casa, cuidándome entonces de subrayar la condicionalidad de mi actitud con la negativa a aceptar cargos públicos, después, en fin, de haber sufrido cuatro procesos, haber pasado varias veces por la cárcel y haber estado dos años expulsado del país. Comprendo que todo esto moleste, escandalice, irrite, porque ¿a quién se le ocurre dar el mal ejemplo de “democratizar” sin sueldo oficial ni puesto de poder y sin disponer de los instrumentos de publicidad o influencia de ese mismo régimen, sustancialmente invariado y posiblemente invariable, con cuyas carencias se vive a disgusto?

Si la decencia - escribe Jordi Gracia a propósito de este episodio, tan revelador de las distintas cataduras morales- sigue siendo palabra de curso legal, es posible que esta carta sonroje a algunos todavía activos políticos de la democracia, como Carlos Robles Piquer. En todo caso, Vicente Aleixandre confiaba a la discreción de José Luis Cano en octubre de 1964 su indignación con Robles Piquer «por su conducta hipócrita haciendo figura de liberal en el exterior y manteniendo la censura en el interior: "es nuestra bestia negra" —me dice Vicente— y desde luego peor que Fraga, su ministro.

Hay diversas maneras de leer un libro como este: como una biografía, como espejo de una España en marcha, como un libro de consulta. Para este último objetivo y para que el lector vea la red de relaciones que establece Ridruejo, el minucioso índice onomástico es muy útil.
Y porque muchas veces hay que ponerle una cara a cada carta, es muy apreciable el material gráfico que se intercala con generosidad en las páginas de este epistolario.
Santos Domínguez

15 junio 2007

Nicolasa verde o nada


José Viñals.
Nicolasa verde o nada.
De la luna libros. Mérida, 2007.



José Viñals (Corralito, Argentina, 1930) es autor de una obra extensa y de amplio registro que incluye poesía, ensayo, teatro y narrativa. Una obra vertebrada en torno a la poesía, más como método que como género.

Así lo ha explicado su autor: Yo lo que he escrito en narrativa, por ejemplo, o en ensayo, todo es labor de poeta; no es labor de narrador. Como labor de narrador deja muchos vacíos, como labor de poeta no, porque trabaja en otros órdenes de la especulación artística que a veces requiere de la prosa, y yo la empleo pero lo que vertebra todo el sistema artístico de mi obra es la poesía.

Nicolasa verde o nada fue su primera novela. La publicó en Buenos Aires casi a la vez que Entrevista con el pájaro, su primera entrega poética, y ahora acaba de reeditarla la editorial De la luna libros.

Heterodoxo y transgresor, inclasificable heredero de la vanguardia, Viñals escribe en Nicolasa verde o nada una novela en la que la tensión creadora se vuelca en la palabra más que en la anécdota, en la conciencia más que en la acción exterior, en la precaria condición del ser humano más que en el humor cruel y desatado que la encubre.

A través del soliloquio alucinado de Miguel Matías Melchor, hijo único de novelista judío y madre católica, el texto es un viaje circular y alucinante por los territorios de la conciencia, por la incomunicación de quien habla y habla febril y compulsivamente en esa exploración del vacío en un mundo distorsionado que se metaforiza en la deformidad física o moral de personajes como el rengo Benegas Carademolde, el sacristán tuerto y cojo.

Expresionismo y distorsión que se expresan mediante un lenguaje agitado, sometido a tensiones creativas que le añaden matices y significaciones nuevas, alejadas de usos rutinarios y frases hechas.

Soliloquio de un personaje que se levanta sobre su propia voz, que le construye mientras habla y habla en un sostenido tono delirante. Una compulsividad verbal con la que el personaje combate la soledad y crea una simulación comunicativa en la que conviven el registro oral y la experimentación, en una tensión constante y exigente.

Tras su apariencia divertida y esperpéntica, tras su humor negro, Nicolasa verde o nada oculta una enorme amargura sobre la condición humana con el fondo de una Argentina rural, que no sabe uno si es decir dos veces Argentina o dos veces rural.

Santos Domínguez

14 junio 2007

Cuentos para lectores cómplices


Antonio Pereira.
Cuentos para lectores cómplices.
Introducción de Ricardo Gullón.
Espasa-Calpe. Madrid, 2007.

Reedición en Austral de Cuentos para lectores cómplices, con un excelente e iluminador prólogo de Ricardo Gullón y una nota del autor de otoño de 2006, en la que da una visión general de los libros aquí recogidos y avisa de que es una versión revisada.

Precedidos de una introducción ya clásica de Ricardo Gullón, se reúnen en un tomo algunas de las mejores narraciones cortas de Antonio Pereira. Dos libros completos, Los brazos de la i griega y El ingeniero Balboa y otras historias civiles, y algunos relatos procedentes de otras colecciones, contiene este volumen reunidor, en palabras del maestro Pereira.

Los veinte cuentos que lo integran dan cuenta de la altura narrativa, la variedad temática y la riqueza técnica de un autor experto en sutileza e ironía, en un esperpentismo suave, sin desgarro ni alejamiento, que provoca -como en Las peras de Dios- la complicidad de los lectores invocados en un título que reúne algunas obras maestras que nada tienen de pequeñas.

El ingeniero Balboa o El pozo encerrado son sin duda algunos de esos textos imprescindibles e inolvidables. Cuentos en los que la realidad y la imaginación convergen en una técnica que Antonio Pereira maneja como pocos: la que le permite contar lo irreal de forma verosímil para hacer creíble lo increíble, y presentar lo real con un toque de fantasía que lo eleva un palmo o dos por encima de su altura diaria.

Para lectores cómplices, guiña Pereira en el título. Y ningún relato como Las erotecas infinitas para provocar esa complicidad. Quizá sea el relato el que más riesgos técnicos ha asumido su autor. En el filo de la navaja lo sitúa Gullón en el prólogo. Su resultado es irreprochable y pasmoso.


Santos Domínguez


Plinio. Primeras novelas


Francisco García Pavón.
Plinio. Primeras novelas.
Los carros vacíos. El Carnaval. El charco de sangre.
Rey Lear. Madrid, 2007.

La editorial Rey Lear recupera las tres Primeras novelas de Plinio, del fundador de la novela policiaca de calidad en España, Francisco García Pavón (1919-1989).

En la Breve noticia de Plinio, que escribió como prólogo de algunas de sus historias, hablaba García Pavón del origen de estas novelas:

En España nunca creció de manera vigorosa y diferenciada la novela policíaca (...) Al escritor español, tan radical en sus gustos y disgustos, nunca le tentó este género que, tratado con arte e intención, podía haber alumbrado muchas parcelas de nuestra vida y distraído a infinitos lectores. Yo siempre tuve la vaga idea de escribir novelas policíacas muy españolas y con el mayor talento literario que Dios se permitiera prestarme. Novelas con la suficiente suspensión para ellector superficial que sólo quiere excitar sus nervios y la necesaria altura para que al lector sensible no se le cayeran de las manos.
Conocía un ambiente entre rural y provinciano muy bien aprendido: el de mi pueblo, Tomelloso (...) Sólo me faltaba encontrar al «detective», ya que los «cacos» se me darían por añadidura. A falta de imaginación, me bastaría recordar averías humanas y crímenes de por aquellas tierras que oí contar muchas veces y que algunas fueron afamadas en romances de ciego.
Desgraciadamente en mi pueblo nunca hubo un policía de talla, es natural. Pero sí hubo un cierto jefe de la Guardia Municipal, cuyo físico, ademanes, manera de mirar, de palparse el sable y el revólver, desde chico me hicieron mucha gracia. El hombre, claro está, no pasó en su larga vida de servir a los alcaldes que le cupieron en suerte y apresar rateros, gitanos y placeras. Pero yo, observándole en el Casino o en la puerta del Ayuntamiento, daba en imaginármelo en aventuras de mayor empeño y lucimiento.
Por fácil concatenación, hace pocos años se me ocurrió que mi «detective» podría ser aquel jefe de la Guardia Municipal de Tomelloso, que en seguida bauticé como Plinio, e intenté mi primera salida aplicándolo a desentrañar el famoso caso de las «Cuestas del hermano Diego», que me habían referido tantas veces camino de Manzanares, en cuyo «carreterín» se encuentran.
Así surgió mi novela breve titulada Los carros vacíos, publicada por «Alfaguara», en su colección «La novela popular». Como la crítica me alabó el invento, inmediatamente escribí dos novelitas más: El carnaval y El charco de sangre, que componen este tomo. Aunque estos últimos «casos» son completamente imaginados, procuro retratar o reinventar tipos reales o propios del ambiente.

Así reinventó García Pavón un género detectivesco que en España tenía algunos precedentes esporádicos en el Galdós de El Crimen de Fuencarral o en la Pardo Bazán de Selva o La gota de sangre.

Estas tres primeras novelas se desarrollan en la España de Primo de Rivera. García Pavón las escribió a principios de los 50, aunque no se publicaron hasta mucho después. Los carros vacíos apareció en 1965; El Carnaval y El charco de sangre, en 1968.

Vázquez Montalbán las despachó con tanta displicencia como injusticia como un mero "estudio de costumbres en un pueblo de la Mancha" y les negó la condición de novelas policiacas. Se equivocaba, probablemente: no echa uno de menos ninguno de los componentes ni de los engranajes de la narración de detectives en estos textos que tienen una dignidad estilística y técnica que nunca desmerece de la buena literatura.

En ese mundo rural la rutina cotidiana queda alterada por situaciones que introducen el desorden del mal: crímenes rurales, oscuros y primitivos como los de algunas novelas provinciales de Simenon o Camilleri, cuyas claves tiene que reconstruir el jefe de la Guardia Municipal de Tomelloso.

Manuel González, Plinio, confuso a veces, perplejo otras; modesto y desanimado siempre, actúa con sentido común, con inteligencia práctica y con un sexto sentido, la intuición, con sus famosos y esclarecedores pálpitos.

Cuenta con la ayuda de don Lotario, un evidente homenaje a Cervantes, más Sancho que Watson, con su Ford T amarillo al servicio de la restauración del orden, para desentrañar los móviles de los asesinatos, las claves psicológicas o morales del asesino, la importancia del ambiente en esa explicación de un secreto que es siempre la narración policiaca.

Aventuras de cuerpos muertos, para decirlo en clave quijotesca, porque Cervantes patrocina las mejores páginas de García Pavón, con esa síntesis de distancia y afecto hacia los personajes, con humor, ironía y comprensión.

Y al fondo siempre, una cuidadosa descripción de ambientes, una crítica social cubierta de sutileza cervantina, un muy eficiente manejo del diálogo y una exigencia estilística que le da altura literaria a un género tradicionalmente despreciado, por el descuido con el que se ha trabajado por lo común.

Si Rafael Reig decía que Galdós era Dashiell Hammett en versión Chamberí, de García Pavón puede decirse que con Plinio pone a Maigret en Tomelloso, a Montalbano en la llanura manchega.

Santos Domínguez


12 junio 2007

Pasión de papel



Pasión de papel. Cuentos sobre el mundo del libro.

Viviana Paletta y Javier Sáez de Ibarra (eds.)
Páginas de Espuma. Madrid, 2007.



En su colección Narrativa breve, Páginas de Espuma, publica un homenaje al libro y a todos aquellos que lo hacen posible: el escritor que los crea, el editor que se arriesga a publicarlos, el librero que los distribuye y el lector que está en el principio y en el final de ese proceso en el que es fundamental el motor de la pasión.

La selección, preparada por Viviana Paletta y Javier Sáez de Ibarra, reúne veinte relatos agrupados en torno a esas cuatro esquinas del mundo de los libros: cuentos como Autobiografía (Benedetti), El zorro es más sabio (Monterroso), El bibliotecario (Luis Sepúlveda) o La vendedora de Biblias (Vila-Matas).

Cada una de las cuatro secciones va precedida de un texto de presentación. Acerca de quienes inventan libros y los escriben, Jorge Volpi redacta un Informe sobre falsarios, parodia y homenaje del inquietante Informe sobre ciegos de Sábato:

Pese a los incontables esfuerzos por eliminarlos —no seremos los primeros—, hasta ahora han resistido toda suerte de ataques y vacunas, bien encerrándose en sus madrigueras, bien fingiendo una vida anodina como sus congéneres. Su capacidad de adaptación sólo tiene equivalente en cucarachas y bichos semejantes. ¿Cómo sobreviven? Parasitan las vidas de los otros. Allí yace su amenaza: infectan a sus huéspedes atando nadie los observa —criaturas etéreas y noctámbulas, se introducen inadvertidamente en sus cerebros y de un día para otro, sin desatar síntomas de alarma, se apoderan de sus víctimas. Cuando las miserables al fin reconocen la patología —respiración entrecortada, taquicardia, cefalea, aunque hay reportes de asfixia, embolias y paros cardíacos— es ya tarde para administrarles una cura. Algunos especialistas los comparan, no sin razón, con escorpiones. Su veneno no sólo es tóxico sino, la mayor parte de las veces, incurable. Y lo peor: su mal es altamente contagioso. Una vez que se desata, no hay otra solución sino el aislamiento o la muerte.

Sobre quienes los fabrican, Mario Muchnik escribe El editor ciclista, un texto irónico, sentimental y desencantado:

A los editores vivillos siempre les fue mejor que a los editores honestos. Y hasta hoy (...) En su mayor parte, la edición está en manos ya sea de quienes saben pero se encogen de hombros y a su manera pedalean, o de quienes no saben y, sin encogerse de hombros, también a su manera pedalean.

En Pasiones de papel, dedicado a quienes difunden esos artefactos, Lola Larumbe escribe: vender un libro, además de ser un arte, es un milagro.

Y finalmente sobre quienes los leen escribe un crítico, Luis García Jambrina, su Informe para una Academia, una parodia de Kafka, paralela a la parodia inicial de Volpi y con el mismo enfoque sarcástico sobre la enfermedad de la lectura:

¿Cuáles son, se preguntarán ustedes, las razones que pueden llevar a un individuo aparentemente bien constituido a hacerse adicto a los libros? En un principio, podría ser el deseo de evadirse o escapar de una realidad que no le gusta o que le resulta frustrante. [...] Y hasta se ha extendido el rumor de que estos pobres tarados aspiran a una vida más rica, más libre y más intensa sin tener que recurrir a las drogas o al consumo de bienes superfluos, como hace todo el mundo.

Este libro es una muy recomendable dosis masiva de veneno.
Santos Domínguez

11 junio 2007

Lírica andaluza contemporánea



Fernando Ortiz.
Lírica andaluza contemporánea.
(y dos prosistas singulares)
Almuzara. Córdoba, 2007.

En su serie Clásicos andaluces de la literatura, Almuzara publica veinte artículos en los que el poeta Fernando Ortiz pasa revista a la Lírica andaluza contemporánea.

En Fernando Ortiz, hombre de Letras, el texto de Alberto García Ulecia que se ha utilizado como prólogo de esta reunión de artículos, destacaba su autor la intensa dedicación de Fernando Ortiz a la Literatura con mayúsculas, su eficiencia lectora y su generosidad con la obra ajena.

Generosidad que asume riesgos parecidos a los que debe asumir el poeta que es también Fernando Ortiz. En el mejor sentido de la expresión, crítica visceral, que es algo que habría que pedir siempre a los críticos, sobre todo a los de poesía. Una crítica que debe estar elaborada siempre con cierta dosis de exceso, de pasión desmedida y contagiosa.

Una pasión de lector que transcurre entre la Triana de Lista, maestro de Bécquer y preludio de la modernidad, y la Alameda de Hércules del autor de las Rimas; entre una Andalucía que mira al mar y otra que se ensimisma; en la encrucijada del neopopularismo y el cultismo herreriano o gongorino que marcan la evolución y el signo de la lírica andaluza contemporánea.

Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, los poetas andaluces del 27, los poetas del grupo Cántico, son algunos de los ejemplos más notables de esa coexistencia que es también la del campo y la ciudad: la de Moguer y El Puerto con Córdoba, Sevilla o Granada, hasta su decantación definitiva en una poesía urbana en los últimos años del XX.

Con ese entramado, Fernando Ortiz completa un panorama de conjunto en el que integra lo particular en lo general y sigue el hilo, muchas veces de agua subterránea, que une y fecunda las distintas voces poéticas de la Andalucía contemporánea.

Son estos los textos críticos, no de profesor de literatura sino del trabajador gustoso de la poesía que es su autor. Un reflejo de la experiencia lectora y la sabia sensibilidad de Fernando Ortiz, que traza en este libro, también, una autobiografía espiritual, las raíces de su mundo literario.

La sombra amiga de Bécquer, la silueta de Manuel Machado, garbosa como su poesía, y la de su hermano Antonio, íntegro y desvalido. Una introducción brevísima a Juan Ramón Jiménez y su conciencia poética, un análisis de la desventura y la verdad en la imagen de un Fernando Villalón desclasado.

A propósito de Lorca escribe Fernando Ortiz El mito y el poeta, tan agudo como su imprescindible Luis Cernuda: del mito a la elegía, que fue antes introducción a su espléndida edición de Música cautiva.

Un retrato olímpico de Alberti, un recorrido por la obra de Romero Murube, una honda lectura del grupo Cántico y de Pablo García Baena, sobre el que Fernando Ortiz ha escrito párrafos inolvidables, el adiós conciso y emocionado al altísimo poeta que fue Vicente Núñez, una introducción a la poesía de Alberto García Ulecia, del que se rescata un texto como prólogo de este volumen, que se completa con un perfil de Jacobo Cortines, un análisis de la poesía de Javier Salvago y una aproximación breve a la poesía de Emilio Barón.

Gerald Brenan, un hispanista en formol, y Tamarón son los dos prosistas singulares que incluye este libro, oportuno y brillante.

Santos Domínguez

10 junio 2007

Campos de concentración



Bartolí.
Molins i Fábrega.
Campos de concentración.
ACVF Ilustración. Madrid, 2007.


Con textos de una enorme intensidad de Molins i Fábrega y unos dibujos de expresividad descarnada de Bartolí, ACVF publica Campos de concentración, la segunda entrega de su serie ilustrada.

Tanto desde el punto de vista literario como en una vertiente plástica, este libro es un acta de la realidad de los campos de concentración y una denuncia del fascismo del que fueron víctimas quienes tuvieron que huir de la España franquista en 1939 para caer en la Francia colaboracionista que los confinó en campos de concentración en condiciones denigrantes.

No era aquella la Francia a la que les conducía la derrota en aquellos meses de febrero y marzo de 1939. Cientos de miles de españoles de toda edad y condición cruzaron la frontera francesa con la esperanza de una vida nueva en libertad.

Allí la infamia les negaría su dignidad y los sometería al hambre, al frío y a otras vejaciones.

Bartolí (Barcelona, 1910-Nueva York, 1995), fue sindicalista y dibujante en la prensa de la agitada Barcelona de la época. En febrero de 1939 atravesó la frontera con Francia y durante dos años pasó por siete campos de concentración, el último de ellos el de Bram, de donde se evadió. Fue detenido por la Gestapo y enviado al campo de exterminio de Dachau, pero huyó saltando del tren y, tras un largo periplo, llegó a México, donde retomó su actividad pictórica, entró en contacto con el entorno de Diego Rivera y Frida Kahlo, para trasladarse a Estados Unidos, hizo decorados para películas históricas en Hollywood y formó parte del grupo 10th Street, junto con Willem de Kooning, Kline, Pollock y Rothko. En 1973 recibió el premio Mark Rothko de Artes Plásticas.

Molins i Fábrega (Gerona, 1910-México, 1964), obrero desde la infancia, se trasladó a Barcelona en la adolescencia, fue autodidacta y lector incansable, y se implicó tempranamente en el movimiento obrero y en las luchas sociales y políticas de Cataluña. Trabajó como periodista y militó en diversas organizaciones de izquierdas hasta llegar a formar parte del comité ejecutivo del POUM. Periodista prolífico en los años de la Segunda República, se exilió al término de la guerra civil en Francia, donde fue hecho prisionero y destinado a un campo de trabajo en el norte de África. En 1940, halló asilo en México, en donde falleció.

Ambos sincronizaron su esfuerzo, su talento y su dolor para responder a los agravios y las humillaciones de los campos de concentración.

Y para dejar testimonio y denuncia conjuntos:

EL HURACÁN Y LA MUERTE se llevaron a muchos de tus compañeros. Tú yaces sepultado en el olvido. (...) Otros se fueron; tú quedaste. Sólo unos humildes, que como tú sufrieron, que saben de no ser en vida, se acuerdan de ti. Por ser humildes, saben da con largueza, pues son ricos de corazón. Ellos y tú, en un día no lejano, coronados con los espinos de tu cementerio, marcharé! radiantes hacia el triunfo.

Luis E. Aldave

Luciferi Fanum


Rafael Pérez Estrada.
Luciferi Fanum (Luces, faros y sombras).
Introducción de Francisco Ruiz Noguera.
Monosabio Narrativa. Ayuntamiento de Málaga, 2007.

El espíritu dionisiaco de Rafael Pérez Estrada titula Francisco Ruiz Noguera el texto que aparece como prólogo de Luciferi Fanum (Luces, faros y sombras), el espléndido e inclasificable libro de Pérez Estrada (Málaga 1934-2000) que ha reeditado recientemente el Ayuntamiento de Málaga en la colección de Narrativa Monosabio que dirigen Javier La Beira y Diego Medina.

El texto de Ruiz Noguera apareció hace veinte años en Hora de poesía para reseñar la publicación de este Luciferi Fanum en una pequeña editorial sevillana, con una tirada tan corta como su casi nula distribución.

Escribir en provincias -había dicho Pérez Estrada- es ejercitarse en soledades. Se llega a renunciar a la proyección de futuro: al sueño de la soberbia.

Pérez Estrada llegó a la literatura desde la pintura. Y ese origen estético influye de manera determinante en su producción literaria, en su predilección por la imagen y en la plasticidad de su estilo.

Transgresor en su visión del mundo y en su práctica literaria, la alta calidad de su prosa visionaria, barroca y surrealista se levanta como alternativa a una realidad plana en un ejercicio de irracionalismo e imaginación que lo conectan con William Blake, con una mezcla de humor y crueldad que lo emparentan con Bataille y Artaud y un culturalismo que recuerda al Lezama Lima de Paradiso.

Su estética y su ética vital están más cerca de lo dionisíaco que de lo apolíneo. Y si la sorpresa le une a la vanguardia, su imaginación es barroca. Por eso en el fondo de sus textos está siempre el desengaño, la temporalidad, la escenografía. Todo eso, como el claroscuro explícito del subtítulo, también es el Barroco.

El rito y el sur, la ironía y la teatralidad quedan convocados en este santuario del lucero, que fue el antiguo nombre de Sanlúcar de Barrameda, en este retablo que resume el mundo poético de Pérez Estrada:

Gritan las mujeres y huyen.
Y cuando todo parece consumado, tras el ara surgen los churreros que fríen su masa y lanzan al cielo la extensión interminable en cintas de sus pringues. Volutas aceitosas y resbaladizas como ofidios siniestros envuelven el paquete carnal y devorador que preside la escena.
Y sobre toda la confusión se hace al fin la luz, y un retablo trae a la transparencia de Nuestra Señora del Andalucía, que reúne en ella la agilidad en sus formas del mercurio derramado y la gracia en temblor de una medusa mediterránea atravesada por el duende encendido de la noche del Sur, y a la que, como un exvoto, presenta un vaso griego el poeta cordobés, Pablo García Baena.

Un hosanna baja y cae lentamente desde Sierra Nevada hasta dar con una playa, noche de San Juan, a la que llega el silencio compartido de las adolescentes que confían al Mediterráneo su primer amor, mientras el mar les barre de sus aguas los maleficios imposibles.

Un tapiz pasionario que, con el Mediterráneo de los mitos al fondo, desarrolla una trama litúrgica y ritual en la que participan Marlene Dietrich y santa María Egipciaca, Fernando Villalón y el fantasma de la Ópera, Al-Mutamid de Sevilla y Pablo García Baena, en un jueves Santo en el que los oficios y los lavatorios se transforman en la clínica del callista y un adolescente circuncidado se eleva en la parodia mística de una felación litúrgica.

El retablo genial y alucinado de un Sade andaluz y ceremonial bajo inciensos procesionales. Un retablo dislocado presidido por el icono homosexual de San Sebastián, en el que Lorca corona canónicamente a Elena Martín Vivaldi, los poetas de Cántico lloran la belleza efímera de Medina Azahara y Mariana Pineda recoge el cuerpo fusilado de Torrijos en la playa malagueña.

Todo eso es parte de este deslumbrante Luciferi Fanum, un auto sacramental en el que bajo la mirada del gran Inquisidor y el santo niño de Cortona pasean la hija de don Juan Alba y el príncipe Baltasar Carlos, triunfa la Eucaristía en el conocimiento de la carne y en los hilos de oro de la camiseta de un raro equipo que sirve de mortaja al joven sacrificial.

Pérez Estrada fue un creador total cuya producción no acepta más cauce que su sostenida voluntad de estilo y una creatividad que le hace huir de los límites de un género. Y en esta obra se concentra gran parte de su mundo literario que proyecta su fuerza imaginativa sobre el mundo real para metamorfosearlo con distanciamiento y para fundar una nueva realidad con su palabra creadora y su mirada alucinada.

Santos Domínguez

09 junio 2007

Cuadros de Brueghel



William Carlos Williams
Cuadros de Brueghel.
Traducción de Juan Antonio Montiel
Lumen. Barcelona, 2007.


Ginecólogo y pediatra, W. C. Williams(1883-1963), forma parte de una generación de poetas que rompieron con la tradición inglesa para dar lugar a una época renovadora y brillante en la poesía norteamericana del XX.

Eliot, Pound, Wallace Stevens o e. e. cummings son algunos de sus compañeros de viaje, pero quizá W. C. Williams fuese el más radical de todos, el más alejado de la norma, de la tradición métrica y del mundo académico.

Keats, Withman y Pound son sus descubrimientos más decisivos, sus maestros sucesivos, los modelos asumidos, imitados y rechazados. La crítica le reconoce un lugar tan cimero como el de Eliot o Pound y, aunque dejó como herederos a muchos poetas mediocres, que intentaron seguirle sin talento y dilapidaron su herencia o la convirtieron en calderilla, es el padre de otros poetas interesantes como Lowell.

Toda su poesía arranca del principio de que no hay ideas sino en las cosas. El interés por la imagen le acercó al imaginismo y al interés por la pintura desde 1913.

El movimiento y tensión de la pintura los convertirá en el eje de interés de sus poemas, que quieren ser como cuadros que capten la realidad como proceso.

Por eso, a propósito de la técnica poética de Williams Carlos Williams, escribía Burke: Aquí está el ojo y ahí está la cosa sobre la que el ojo se detiene. Lo que transcurre mientras dura esta relación entre uno y otra, eso es el poema.
Emparentada con la pintura de Hopper, la poesía de W. C. Williams aspira a presentar la vida en marcha, una realidad cotidiana de la que puede deducirse una universalidad que va más allá de la anécdota.

Paterson, un largo poema en cinco partes, del que hay una excelente traducción en Cátedra Letras universales, fue la obra fundamental de su vida. Allí están todas las claves de su obra rebelde e independiente de todo convencionalismo, allí su interés por acercarse a los registros conversacionales, por conseguir una expresión poética tan directa como la expresión coloquial, la más adecuada para reflejar la realidad. Allí, en suma, su poesía "antipoética", escrita en las palabras con las que hablamos a diario, en la lengua viva del presente.

Cuadros de Brueghel (1962), que ha traducido y prologado Juan Antonio Montiel para la colección de poesía de Lumen, fue su último libro, inspirado en la pintura de Brueghel, al que había dedicado un poema en el libro V de Paterson.

Los diez primeros poemas del libro son los que están centrados en diez pinturas de Brueghel, que se reproducen en el libro. Como Wallace Stevens en El hombre de la guitarra azul, como Ashbery en Autorretrato en espejo convexo, Williams acude a la pintura para reflexionar sobre la realidad, sobre la vejez y el tiempo.

Todo está en el oído, escribió. Y en estos textos se combinan oído y mirada para recordar el alto puente sobre el Tajo en Toledo, que atravesaban unas ovejas y un pastor que

en la vejez recorren los sueños del anciano y aún caminan en sus sueños, continuando mansamente en su verso para siempre.
Santos Domínguez

07 junio 2007

Cucaracha



Marion Copeland.
Cucaracha.
Traducción de Xavier Zambrano.
Melusina. Serie Animal. Barcelona, 2007.

Estuvieron esperando su minuto de gloria durante 300 años en los que fueron ignoradas por la poesía, despreciadas por la mitología o evitadas por la pintura. Kafka les regaló la forma alegórica y siniestra de una pesadilla a la que llamó Gregor Samsa.

Esa es su encarnación más conocida, la menos anónima, pero hay otras. La revolución mexicana las elevó a la categoría de himno, con la letra deplorable que se supone como atributo de ese tipo de canciones gregarias.

Cuando aparecieron los dinosaurios sobre la tierra, estas criaturas tenían 55 millones de años de antigüedad. Son una historia natural de la persistencia, de la resistencia, de la insistencia; la metáfora de la suciedad y de las plagas; una exquisitez gastronómica en culturas lejanas; un fósil viviente con virtudes curativas; un reto imbatible que derrota al tiempo.

Hay una era paleontológica que se llama Era de las cucarachas. Fue en el carbonífero y conoció más de ochocientas variedades de estos animalitos.

Parece evidente que, junto con las erratas, son los mutantes más resistentes y prevalecerán a la destrucción nuclear. Parece evidente que cualquier era es la de las cucarachas, esos vecinos, aunque silenciosos, molestos.

En su por muchos conceptos espectacular Serie Animal, Melusina publica Cucaracha, un llamativo libro de Marion Copeland, profesora de Filología inglesa en Massachusetts. Un libro de los prodigios, más divertido que su objeto de estudio.

Santos Domínguez

06 junio 2007

La reliquia viviente


Iván Turguéniev.
La reliquia viviente.
Prólogo de José Manuel Prieto.
Traducción de Fernando Otero.
Atalanta. Gerona, 2007.



Con traducción de Fernando Otero y prólogo de José Manuel Prieto, Ediciones Atalanta publica en la serie Ars brevis una cuidada selección de los Apuntes de un cazador de Iván Turguéniev (1819-1883), con el título de uno de los relatos, La reliquia viviente.

Junto con los otros cinco cuentos de este volumen, en 1852 inauguraban no sólo la obra de Turguéniev sino toda una etapa de la literatura rusa, que culminaría en Dostoievski, Tolstoi y Chejov.

Bloom destacaba la belleza inquietante de estos relatos, lo mejor de la obra de Turguéniev según Tolstoi, unos relatos por los que no parece haber pasado el tiempo, como afirma José Manuel Prieto en su prólogo.

Los paisajes de la estepa y las vidas miserables de los siervos de la gleba son los ejes temáticos de estos textos que representan el momento en que se pasa del ensueño y la idealización romántica a la observación y la denuncia que practicó el realismo. Y no es que con Turguéniev desaparezca el sentimentalismo. No desaparece, pero se reorienta y pasa de lo individual a lo colectivo, de lo personal a lo social.

Maestro de Tolstoi y Dostoievski, acabó enemistado con ambos, a punto de batirse en duelo con uno y caricaturizado por el otro en Los demonios.

Estos Apuntes, a medio camino entre el libro de viajes y la colección de relatos, quedan articulados por la figura del cazador y la presencia de un bosque que alcanza con Turguéniev la categoría de realidad estética.

Esbozos del natural, en los que paisaje y personaje se funden con un lenguaje lleno de sutileza y fuerza, tuvieron un enorme impacto social en su momento. Al parecer, la denuncia de las condiciones de vida de los siervos tuvo mucho que ver con que Alejandro II, lector demorado de estos Apuntes, firmara el decreto que los emancipó en 1861.

José Manuel Prieto destaca en su introducción el carácter seminal de Turguéniev, no sólo en la literatura rusa sino en autores norteamericanos como Sherwood Anderson o Willa Cather, en Galdós o la Pardo Bazán, o en el sentimiento de la naturaleza que aparece en el Hemingway de El río de los dos corazones.

Ese carácter precursor es muy evidente en El prado de Bezhin, que, centrado en los miedos atávicos de la niñez, inaugura la literatura infantil rusa, o en La reliquia viviente, que parece anticipar un siglo antes a Funes el memorioso.

Hamlets y Quijotes, los que dudan y los que buscan, son los dos tipos de personas, de personajes de los cuentos de quien aprendió tanto de Shakespeare y de Cervantes. Vulnerables y vivos, integrados en la belleza del paisaje, esos personajes otorgan a estos textos la sensación de frescura que no han perdido después de siglo y medio. Algunos de ellos como el inolvidable e iluminado Chertopjanov, presente en dos relatos, es una de esas creaciones que bastarían para colocar a Turguéniev como uno de los grandes.

Un genio elegante le llamó Henry James, otro genio elegante que sabía de qué iba esto.

Santos Domínguez

05 junio 2007

Las otras regiones de Juan Benet



Antonia Mª Molina Ortega.
Las otras regiones de Juan Benet.
Universidad de Extremadura. Cáceres, 2007.

La otras regiones de Juan Benet ha titulado Antonia María Molina su estudio panorámico de la narrativa de quien fue uno de los mejores novelistas del siglo XX en España. Lo edita el Servicio de Publicaciones de la Universidad de Extremadura.

Una obra de planteamiento tan ambicioso como ese, resultado de la tesis doctoral de la autora, corría el peligro de caer en el análisis somero, en la superficialidad inconexa, en la casuística que dificulta la visión global de una obra tan compleja como la de Benet, constituida por doce novelas de distinto sesgo y naturaleza dispar, por una considerable suma de relatos a la que hay que añadir ensayos, artículos y algún libro memorialístico fundamental para entender la vida literaria de un Madrid otoñal hacia 1950.

Afortunadamente, la autora ha evitado ese riesgo con un método riguroso y con un arma más potente aún: su capacidad lectora, que ha realizado con este estudio una de las mejores aproximaciones a una obra tan alta y tan exigente como la de Juan Benet.

Y es que Región, uno de los mundos más perdurables que ha fundado la literatura española, puede ser para el lector desatento un laberinto de confusiones, un terreno de broza y barro, y no el espacio y la clave de la fábula y la mitología que crea, con potencia de demiurgo, Juan Benet.

Región es un universo propio que por encima de sus referentes geográficos reales, por encima del papel de la guerra civil en ese mundo, fija el marco de una interpretación del hombre, de la historia y del destino.

Los ríos y el papel que desempeñan en el paisaje moral regionato, el viaje hacia el caos, la casa son algunos de los espacios en que transcurre la existencia de unos personajes marcados por un irreversible deterioro físico y una degradación moral aniquiladora.

Una existencia contada por un narrador reflexivo y memorioso que explora ese mundo de hombres que se llama Región, que es también el territorio en el que se encauza la imaginación narrativa, la fábula y la aventura estilística que es finalmente todo el ciclo narrativo de Juan Benet.

La pericia de Antonia Mª Molina en el análisis de ese mundo, su capacidad integradora para dar una imagen global de la narrativa de Juan Benet es quizá el mayor mérito de este atlas, de esta cartografía en la que se mezclan la geografía física, humana y moral de Región para sugerir la universalidad de espacios y personajes que encarnan una historia regresiva, la historia de una decadencia que remite a Faulkner, a su tono mítico y a su mundo turbio y degradado

Lástima que el rigor demostrado por la autora de esta magnífica guía benetiana no se haya empleado en la corrección de un texto salpicado de erratas desde el índice hasta las conclusiones, erratas que afean, por evitables, un buen libro y enturbian un estudio intachable en su método y en sus resultados.

Pero en fin, aunque nadie es perfecto, este libro está lleno de aciertos.


Santos Domínguez


El microrrelato. Teoría e historia



David Lagmanovich.
El microrrelato. Teoría e historia.
Menoscuarto. Palencia, 2006.

Ochenta años después de que E. M. Forster publicase Aspects of the novel, este ensayo de David Lagmanovich en el que aborda la teoría y la historia del microrrelato es un homenaje a aquel modelo expositivo conversacional y directo con el que el escritor inglés inició los estudios modernos sobre la novela.

Lo publica Menoscuarto Ediciones para inaugurar su nueva serie Cristal de cuarzo y es un volumen complementario de La otra mirada. Antología del microrrelato hispánico que esta misma editorial palentina publicó hace un par de años en su serie más emblemática, Reloj de arena.

En estas posmodernidades del fragmento, la atomización y el pecio que inauguraron las vanguardias, el microrrelato es una de las formas narrativas más características y el argentino David Lagmanovich uno de sus mejores teóricos y analistas, que traza aquí una teoría de la brevedad y sus límites, engañosa y extrema, y aborda otras cuestiones cruciales: la proximidad con otros géneros como la poesía, la tipología del microrrelato, su estructura externa e interna, la función del diálogo o la elección de los finales abiertos o cerrados.

Tras un intermedio sobre el microrrelato en otras lenguas (en Kafka y en Brecht sobre todo), la segunda parte, es una historia del género, un recorrido por sus precursores (Lugones o Gómez de la Serna) y por clásicos como Arreola, Borges, Cortázar, Monterroso y Marco Denevi.

Las últimas páginas se centran en la actualidad del microrrelato en España e Hispanoamérica, con autores como Mateo Díez, José Mª Merino o Juan Pedro Aparicio, y añaden una serie de materiales complementarios acerca de cómo leer, escribir y analizar microrrelatos.

Obedientes al mismo impulso (Menos es más), que está en la base del arte contemporáneo, de Schonberg a la Bauhaus, de Paul Klee a Gropius, se recogen a lo largo del libro algunos de los modelos clásicos del género, un amplísimo corpus de textos breves cargados de sentido y de fuerza expresiva.

Y, lo que más importa, el comentario agudo y extenso de algunos microrrelatos canónicos de los que Lagmanovich extrae no sólo lecciones sobre el arte de narrar sino una asombrosa multiplicidad de significados y lecturas que los enriquecen:

La migala de Arreola; Los dos reyes y los dos laberintos de Borges; Continuidad de los parques de Cortázar o El dinosaurio de Monterroso son algunos de esos modelos que forman parte de la crono-bibliografía del microrrelato hispánico (1888-2006) que cierra el volumen.

Un repertorio indiscutible que establece un corpus canónico que cualquier lector curioso agradecerá mucho.

Santos Domínguez