12 enero 2007

Diccionario de los ismos



Juan Eduardo Cirlot.
Diccionario de los ismos.
Prólogo de Ángel González García.
Siruela. Libros del Tiempo.
Barcelona, 2006
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Juan Eduardo Cirlot (1916-1973) fue uno de los poetas más innovadores de la posguerra y un prestigioso crítico de arte que proyectó su lucidez y dedicó sus mejores esfuerzos al Diccionario de los ismos, a explicar los muchos fuegos que están ardiendo bajo el agua, según la cita de Empédocles a la que se encomienda Cirlot al comienzo del libro.

Reeditado ahora por sus hijas Lourdes y Victoria Cirlot en Ediciones Siruela, el Diccionario de los ismos fue publicado por primera vez en 1949 con medio millar de entradas. En 1956 se publicó una nueva edición revisada que añadía cincuenta voces a la primera versión. Pero durante toda su vida Cirlot siguió pensando en incorporar nuevas definiciones que ahora han sido añadidas a la edición de 1956 y en ampliar los artículos de algunas de las voces de las anteriores ediciones.

En el Diccionario de los ismos, un clásico de referencia en los estudios de estética, al arte se le suma la música, la filosofía y la literatura. Y el coleccionista de palabras que era Cirlot añadió, con buena dosis de humor vanguardista, ismos de carácter extraestético, alusivos a patologías como reumatismo, alcoholismo, daltonismo o a esoterismos como el salamandrismo o el atanismo.

Antonio Saura escribió en 1950 una reseña de la primera edición de esta obra monumental. Destacaba allí el pintor que la forma de trabajar de Cirlot en este diccionario era muy distinta de la que había utilizado Gómez de la Serna en su Ismos, en donde el trabajo se orientaba en función de una serie de personalidades y no en la ordenación de tendencias en un panorama tan laberíntico como el de las vanguardias.

Y es que no es este un diccionario sin más. En muchas ocasiones más parece un tratado de estética, muchas veces sus definiciones son estudios profundos de alguno de esos temas. Otras veces el diccionario recuerda un collage aparentemente caprichoso de palabras, un puro juego asociativo, lo que aporta a este libro un importante caudal creativo.

El transgresor poético e intelectual que fue Cirlot provocó más de un gesto de desprecio o de condena de la crítica académica y universitaria de los años cincuenta y sesenta, entre otras cosas porque este no es un diccionario surgido del mero acopio mecánico de fichas, sino una reivindicación del arte contemporáneo y un descrédito del canon clásico de belleza, fijado por el idealismo helénico. No falta aquí, pues, la declaración provocadora que recuerda a los manifiestos vanguardistas de comienzos del XX:

¿Quién podría asegurar - escribe Cirlot bajo la voz Anarquismo- que el Hermes de Praxiteles "vale" más que la estela de Hammurabi?

Ángel González García señala en su prólogo, Todos los fuegos, que Cirlot, un vanguardista de fuerte personalidad y potente inteligencia no podía mantener un tono neutro ni objetivo en el diseño o en la construcción de una obra como esta, en donde todo es muy personal, producto de sus gustos estéticos y de sus admiraciones o desprecios. Eso no significa, claro, que no tenga un alto nivel de rigor intelectual.

Su experimentación en el campo de la poesía se concreta en un libro como En la llama, muy vinculado en su postura estética y en su reivindicación del superrealismo a este Diccionario de los ismos.

Teoría y práctica que siempre caminaron juntas en la obra de esta figura ejemplar de nuestra historia literaria reciente que se está ocupando de reivindicar Siruela con la recuperación del Diccionario de símbolos, los poemas del ciclo Browning o En la llama, la poesía de Cirlot entre 1943 y 1959, de la que este Diccionario de los ismos podría ser, como decía Enrique Granell en el prólogo de En la llama, una buena guía de lectura.

Santos Domínguez

11 enero 2007

Por dónde vagaré


John Ashbery.
Por dónde vagaré.
Traducción de Daniel Aguirre.
Lumen. Barcelona, 2006.

No hay nada que explicar de un libro como este Por dónde vagaré, el último hasta ahora de los que ha escrito ese poeta alucinante y alucinado que es John Ashbery. Lo ha publicado Lumen y es desde hace unas semanas uno de los títulos más vendidos en las secciones de poesía.

No hay nada que explicar, decía, de este libro inexplicable con una lógica comunicativa porque su comprensión, su percepción está fuera de la lógica, más allá o por encima. Y si no es un libro comprensible en ese acercamiento, difícilmente será un libro explicable.

Inexplicable, sí, pero de una enorme fuerza verbal, de un ritmo expresivo que envuelve al lector y lo absorbe con la potencia de huracán que hay en sus palabras secretas. ¿No es asombroso un huracán, su fuerza desatada y arrebatadora? Pues ese mismo asombro es el que tiene embebido al lector que entra en su páginas.

Hay aquí o allá un destello inteligible, la forma reconocible de un objeto, una sensación transmitida con la claridad del relámpago, un pensamiento...

El lector no entiende a fondo y estrictamente casi nada de este libro, pero sabe que le ha arrebatado con su fuerza centrípeta y que va a estar volviendo a estos versos y a estas prosas, como a otros libros de Ashbery, durante mucho tiempo.

Mejor dicho, durante el tiempo que pueda, porque eso (su fugacidad, la fragilidad del tiempo) se lo recuerda el poeta norteamericano una y otra vez. Eso sí lo ha entendido el lector. Y otras cosas las va entendiendo poco a poco o de golpe en lecturas sucesivas, en nuevos asedios al texto. Por ejemplo la belleza que tiene un verso como este:

Debajo de los pies estaba todo bien, pero perdido.

Magnífico, como se ve, oscuro y deslumbrante a la vez. Podrían multiplicarse los ejemplos de versos así de inolvidables, de definitivos, que, incluso después de la traducción, mantienen su fuerza. Eso, naturalmente, es mérito en primer lugar del poeta, pero a Daniel Aguirre hay que reconocerle su eficiencia y su sensiblidad para devolvernos ese y los otros versos limpios e indemnes después de traducidos, con latido palpable y sonoro.

Ese latido es particularmente intenso en el último texto, un largo poema en prosa que gana en tensión a medida que va avanzando. Un poema en el que se recogen, como en un recuento final, los temas fundamentales de la obra: el tiempo, el amor, la fragilidad absurda de la existencia, la desorientación del sujeto lírico, su desvalimiento.

Lo que más le sorprende al lector de un libro tan hermético, tan exigente como este, es que ocupe desde hace semanas un puesto destacado entre los más vendidos, como si se tratase de un subproducto de los de Antonio Gala.

Le sorprende, sí, pero no le escandaliza. Lo que le escandaliza de verdad es el otro libro. El de Gala, digo.

Santos Domínguez


10 enero 2007

Buzzati. Sesenta relatos


Dino Buzzati
Sesenta relatos
Traducción de Mercedes Corral.
Acantilado. Barcelona, 2006


Ha sido, sin duda, uno de los libros del año: los Sesenta relatos que Buzzati reunió en un volumen en 1958. Tenía razón Calvino cuando con su perspicacia habitual decía que Buzzati era uno de los escritores italianos que mejor estaban soportando el paso del tiempo. Y Borges, tan afín en gustos al italiano, cuando decía que hay nombres que las generaciones venideras no se resignarán a olvidar y señalaba entre ellos el de Dino Buzzati, a quien denominaba un clásico contemporáneo.

Han ido pasando los años desde la muerte de Buzzati (veinticinco este año posterior a su centenario), y el autor de El desierto de los tártaros ha ido proyectando una sombra, o una luz, cada vez más alargada sobre los lectores.

Desde hace algún tiempo, el lector en español disponía de parte de su obra en ediciones asequibles publicadas por Alianza con traducciones solventes de relatos como Los siete mensajeros o su novela corta Miedo en la Scala. Últimamente, Gadir ha ido publicando libros inéditos en español, como El secreto del bosque viejo, Un amor o El gran retrato.

Lo que Acantilado ha puesto en las librerías da un paso más. Es una estupenda traducción de Mercedes Corral de los Sessanta Racconti en los que Dino Buzzati dejó su testamento narrativo, su canon estético y el resumen de sus temas, sus preocupaciones y sus técnicas, desde la parábola hasta el relato humorístico, desde la fantasía al terror, desde la imaginación al reportaje, con distancia irónica o metiéndose de lleno en lo que cuenta.

Narrador habilísimo, con una inusual capacidad para sugestionar al lector, para desasosegarle con sus angustias o emocionarle con su poesía, los relatos de Buzzati casi siempre arrancan de un hecho trivial para ahondar en el misterio, mezclar ironía y compasión, como en la fascinante Muerte del dragón, degenerar en lo grotesco o presentar el absurdo como atributo de la existencia o de los destinos humanos, siempre con una tensión creciente que absorbe la atención del lector.

Hay en muchos de estos relatos y en las novelas cortas incluidas en el volumen algo de pesadilla cabalística sin clave, de itinerario que se repite siempre en torno a un mismo punto, de fábula y metáfora o parábola de la vida que se resuelve en la imagen espacial de un tiempo circular como el que aparece en ciertos relatos de Borges.

Es la elaboración poética del existencialismo en unos relatos que surgen de la melancolía y de una pena aguda y misteriosa como la de Los siete mensajeros; la angustiosa alegoría kafkiana de la clínica de Siete pisos o de la oficina de Una carta de amor; la pesadilla que acaba invadiendo la realidad con una perturbadora mezcla de crueldad y poesía en El burgués hechizado.

Como en Kafka o en Borges, la fantasía irrumpe en lo cotidiano en estos relatos. Pero no se trata sólo de eso, sino de narrar lo fantástico como si fuera algo natural y cotidiano porque, como se dice en El asalto al gran convoy, uno de los relatos más redondos del libro, en ciertos días de septiembre con nubes bajas de tormenta puede ocurrir cualquier cosa.

En algunos de estos relatos, como en los mencionados, o en Las murallas de Anagoor (que podría haber sido un capítulo de Las ciudades invisibles de Calvino) o en la espléndida narración que cierra el libro (El acorazado Tod) están muchas de las mejores páginas que escribió Buzzati con su desolación resignada, algunas de las historias que nunca olvida quien las lee.

Santos Domínguez

08 enero 2007

David Golder


Irène Némirovsky.
David Golder.
Traducción de J. A. Soriano Marco
Salamandra. Barcelona, 2006.


Cuando Irène Némirovsky publicó esta novela en 1929, tenía sólo veintiséis años y la crítica francesa la saludó como algo más que una mera revelación, como una obra maestra que no tardó en ser adaptada al cine y al teatro. David Golder era su primera novela y el comienzo de una carrera literaria que situaría a su autora entre los más grandes escritores franceses del siglo XX.

Como hizo en su espléndida El baile, Némirovsky se inspiró en sus padres, prototipos del millonario hecho a sí mismo y de la esposa egocéntrica y despilfarradora, para hacer un incisivo análisis humano y social del mundo de los grandes negocios, con una asombrosa capacidad de profundización psicológica para describir el interior de unos personajes aparentemente voraces pero enormemente frágiles y expuestos a la precariedad de los vaivenes económicos en aquellos años de cracks bursátiles e inflaciones de tres dígitos.

Con traducción de José Antonio Soriano Marco, Salamandra sigue recuperando con este título la producción de la autora de la Suite francesa, una de las mejores plumas del siglo XX, una escritora de una enorme fuerza narrativa. Con un estilo muy directo y seco, su dureza es sólo aparente. Irène Némirovski es una narradora llena de sutileza y muy poco proclive a la simplificación del trazo grueso, atenta siempre al matiz y a la posibilidad de atisbar un fondo de humanidad y de valor en el comportamiento de sus personajes en situaciones límite que sacan lo mejor y lo peor de cada uno.

No sólo la narradora, también los diálogos dan cuenta de la complejidad, de las contradicciones y los cambios de esas criaturas a las que la autora trata muchas veces con una mirada piadosa y comprensiva.

Irène Némirovski no basó su portentosa eficiencia narrativa en planteamientos técnicos complicados. Su concepción de la novela se proyecta más en cuestiones de fondo que de forma y menos la experimentación técnica que el contenido. Su agilidad narrativa, la fuerza de sus diálogos rápidos atrapan al lector con la peripecia de unos personajes a los que acaba comprendiendo con esa mirada compasiva y con los que finalmente se identifica.


Santos Domínguez

07 enero 2007

Música de otros


Juan Ramón Jiménez.
Música de otros.
Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores.
Barcelona, 2006.


Las traducciones y las versiones que hizo Juan Ramón de poetas franceses, ingleses o norteamericanos durante más de cincuenta años se reúnen en Música de otros. Traducciones y paráfrasis, el volumen que publica Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores en una edición de la que se ha encargado Soledad González Ródenas y que se acompaña con ilustraciones que Eduardo Arroyo ha diseñado expresamente para este libro.

Huéspedes y bienhechores llamó alguna vez Juan Ramón a aquellos poetas extranjeros que dejaron una huella más o menos duradera en su propia obra. Y de eso se trataba en realidad. No de traducir estrictamente, tarea que al poeta le parecía triste y difícil y para la que no estaba preparado (apenas conocía el inglés), sino de rendir homenaje a aquellos escritores que incorpora a su obra, a aquellas voces que siente como suyas hasta el punto de que pensaba editar estas versiones en uno de los tomos que reunirían su producción propia.

Ya en 1909, con su obra todavía en fase inicial, hablaba el poeta de un proyecto de libro que se llamaría Música de otros, título muy elocuente de los gustos de aquel primer Juan Ramón sensitivo y simbolista. A lo largo de su vida literaria, diseñó seis proyectos editoriales para integrar esta actividad en el conjunto de su obra. En los dos intentos más serios de reunir su poesía completa, el de Canción (1936) que frustró la guerra civil y el que veinte años después desapareció con la muerte de Zenobia, Juan Ramón reservaba un tomo, que debería titularse Traducción, para estos textos.

Lo importante, lo significativo para el lector interesado en Juan Ramón, es ver cómo poesía y traducción van unidos en la obra del poeta, cómo van cambiando sus intereses y reorientándose sus gustos poéticos y su evolución estética como resultado de la influencia que ejercen en él sus lecturas de poesía extranjera.

Así, hasta 1913, la influencia más determinante es la de la poesía francesa, parnasiana y simbolista, cuya presencia es tan evidente en el Juan Ramón modernista, que traduce a Verlaine y la poesía tardorromántica de Rosalía de Castro. Sin embargo, cuando aparece Zenobia en su vida, el centro de interés se desplaza a la poesía en lengua inglesa, con la que estaba tan familiarizada aquella mujer que pasó gran parte de su vida en Estados Unidos y tenía una educación literaria más inglesa que española. También en eso, al descubrirle nuevos horizontes poéticos, fue determinante Zenobia en la obra de Juan Ramón.

El Diario de un poeta recién casado, que incorpora en una de sus secciones una traducción de Emily Dickinson, es el libro clave de ese cambio vital y literario de un Juan Ramón ya plenamente contemporáneo, el Juan Ramón que ha entrado en la fase intelectual de la desnudez y la poesía pura, ha superado definitivamente lo que había de persistencia decimonónica en su poesía y ha colocado la poesía española en el siglo XX con ese libro fundamental. Juan Ramón, que traduce por entonces todavía algún texto de Baudelaire, se inicia en la poesía inglesa a través de Shelley, de Blake hasta llegar a Eliot o a Yeats, que tanta influencia tuvieron en su tercera época, la que él llamaba suficiente o verdadera.

Para Juan Ramón la traducción siempre es un robo, la asimilación de unos contenidos y un mundo poético. Un robo sí, pero no una traición según el esquema de la vieja fórmula (traduttore: traditore). Juan Ramón, que desconocía casi por completo el inglés, debía de tomar como punto de partida una versión literal de los textos y luego se preocupaba de algo que captó con clarividencia. Lo importante en esas versiones era no traicionar el espíritu del texto original, retener el ritmo interior del poema e imitar lo que Juan Ramón llama el acento personal del texto, lo que aquí hemos llamado otras veces el tono que debe respetar la traducción de poesía.

Inéditas muchas, otras publicadas un sola vez, todas tan cuidadas como era habitual en Juan Ramón, las traducciones, versiones y paráfrasis de esta Música de otros son una agradecida declaración de fuentes, el reconocimento de las deudas literarias con las que el poeta de Moguer creó un mundo poético tan propio, tan personal.

Estas traducciones constituyen una parte esencial de aquella obra en marcha, a veces son el motor de arranque, otras el sistema de encendido, otras el lubricante.

Imprescindibles, siempre.

Santos Domínguez

05 enero 2007

Dias de llamas


Juan Iturralde.
Días de llamas.Debolsillo. Barcelona, 2006.
Una serie de circunstancias reunidas infelizmente -la censura, las ediciones minoritarias o la mala distribución- provocaron que una novela tan excepcional como Días de llamas de Juan Iturralde haya pasado casi desapercibida durante mucho tiempo.

Desde que apareció en 1979 en La Gaya Ciencia se han ido sucediendo ediciones sin suerte. Por ejemplo hace ahora veinte años que la publicó, con prólogo de Carmen Martín Gaite, Ediciones B, aunque no circuló ni se promocionó como hubiera sido deseable.

Después de la muerte de su autor en 1999, la incorporación al catálogo de Debate en el 2000, una reedición en 2002 y la salida ahora en Debolsillo parece que han conseguido deshacer esa injusta nube de silencio que la mantenía oculta y colocarla en el lugar que merece por su calidad literaria, su hondura humana y la profundidad de su reflexión moral: como una de las mejores novelas que se han escrito sobre la guerra civil.

Días de llamas es el diario escrito al límite del desconsuelo y del miedo por Tomás Labayen, un juez de instrucción republicano que espera en una checa de Madrid a que le den el paseo. Desde esa situación en la que se prescinde de simplicidades y banderías se ahonda en la circunstancia dramática del protagonista y de la sociedad, con una escritura febril que incide en primer lugar en la fuerza que traspasa a su lenguaje quien sabe que tiene los días contados, que en cualquier momento le harán salir para iniciar un viaje siniestro.

Con ese ritmo desatado, el único ajustado al contenido (otro ritmo hubiera sido inaceptable e inverosímil) se nos cuentan esos primeros meses de exaltación y sangre que como todas las situaciones extremas sacaron lo mejor y lo peor de los personajes, lo más bajo y lo más alto de las personas.

Días en los que se apoderó de las calles y de la vida una confusión que es la del protagonista narrador, escindido dolorosamente entre sus ideales y la realidad de una sociedad degradada por el odio y por la guerra. Y todo eso se nos relata sin un sermón, sin una justificación ni una condena de estos o aquellos comportamientos, porque no es ese el papel del novelista. Lo que debe hacer el novelista, lo que hace Juan Iturrade en estos Días de llamas, es crear personajes en tres dimensiones, personajes que tienen la profundidad creíble que otorgan los defectos, las contradicciones y la necesidad de asumir el pasado propio y los errores de quien, como el protagonista, parece haber estado siempre entre dos aguas.

Ese es uno de los méritos de la novela: trasladar, con imparcialidad y sin hacer una novela río, al lector a aquel tiempo y a aquellos lugares en los que transcurre la acción de estos Días de llamas y hacerle partícipe o testigo, tan comprensivo y tan confuso como el narrador, de aquella danza de la muerte.

Asumir la perspectiva autobiográfica en el relato, adoptar la voz narrativa de alguien que está encerrado, plantea una serie de ventajas y de inconvenientes. Entre estos últimos quizá no sea el menor el de la limitación del espacio, pero ese punto de vista abre a la vez la posibilidad de manejar el tiempo de la evocación, el pasado reciente o remoto en el que se sitúan los personajes y se explican las claves de aquella locura colectiva y de la peripecia dramática del protagonista. O, yendo un poco más allá, como en las novelas más ambiciosas, las claves de la condición humana.

Hay que celebrar que estos Días de llamas hayan empezado a circular como se merecen y no por el boca a boca, casi en voz baja, mediante el que se difundía la novela entre iniciados. Aunque ya no pueda verlo José María Pérez Prat (1917-1999), que ese era el verdadero nombre de quien entendió su corta aunque intensa actividad literaria como un ejercicio tan secreto que prefirió utilizar un seudónimo como aquel que practica otras clandestinidades menos confesables.

Aunque, bien mirado, ¿quién sabe?

Santos Domínguez

04 enero 2007

Parecidos razonables




Christina Rossetti.
Parecidos razonables.
Traducción de Pilar Adón.
Funambulista. Madrid, 2006.


Funambulista recupera para estas fechas la mítica edición de Robert Brothers, editores de Boston, de 1875, de Parecidos razonables de Christina Rossetti, con las ilustraciones originales del pintor inglés Arthur Hughes. Una edición inencontrable ya incluso en lengua inglesa, y cuyos ejemplares se cotizan hoy a precio de oro.

Con traducción de la narradora y poeta Pilar Adón, es la primera vez que aparecen en español los tres relatos que integran el cuento de cuentos que es Parecidos razonables, de Christina Rossetti (1830-1894), una de las más notables poetas inglesas de la época victoriana.

Con un impulso que se mueve entre la autobiografía y el testimonio social de la época victoriana, Christina Rossetti escribió estas tres minucias navideñas, según sus propias palabras, las publicó con ilustraciones al estilo Alicia y con un ojo puesto en el mercado.

En los tres relatos, planteados según los esquemas de las narraciones orales y resueltos con un imprescindible final feliz, las tres niñas protagonistas, Flora, Edith y Maggie, regresan a casa tras una experiencia que las inicia en los peligros del mundo, en las trampas del bosque misterioso, de lo que está fuera de los límites de la casa.

Lo explicó Bettelheim y es inevitable recordarlo: en estas narraciones infantiles hay un fondo perturbador que convoca con su lenguaje simbólico a una parte escondida de nosotros mismos, al inconsciente originario en el que se fraguan los mitos, las esperanzas y los miedos.

Algo, desde el fondo oscuro de este tipo de obras, invoca a nuestro inconsciente en los cuentos de invierno, a aquel reino peligroso de límites umbríos del que hablaba Tolkien, con pulsiones y miedos infantiles. Allí las viejas aspiraciones, los remotos temores atávicos quedan conjurados en ese fondo humano en donde se debaten en lucha desigual el bien y el mal, el mundo exterior y la seguridad doméstica del espacio materno.

Santos Domínguez


03 enero 2007

Goethe




J. W. Goethe. Narrativa.

Ed. de Marisa Siguán.
Biblioteca de Literatura Universal.
Almuzara. Córdoba, 2006.


La editorial cordobesa Almuzara será la que a partir de ahora edite la Biblioteca de Literatura Universal que había venido publicando Espasa y que forma parte de un proyecto en marcha para editar una colección de clásicos universales en nuevas traducciones al español.

Con un cuidado diseño tipográfico y una edición a cargo de especialistas en cada autor, con prólogo, introducción, notas y una bibliografía selecta y actualizada se han publicado ya cerca de veinte tomos. Las introducciones contienen un amplio ensayo sobre el autor, su obra y su tiempo y sobre la historia de la lectura de su obra.

La Narrativa de Goethe es el primero de los volúmenes que publica Almuzara después de asumir el proyecto. Y no puede ser más oportuno el autor con el que se inicia esta segunda etapa, pues fue Goethe el que creó el concepto de literatura universal más allá de la mera noción geográfica para aludir a un canon en el que se cruzan universalidad y originalidad. En esa síntesis el Romanticismo, que inventó la noción de individuo y la vinculó a una identidad colectiva, supo fundir lo individual y lo social. Y en ese territorio armonizado entre lo individual y lo colectivo reside una de las claves más determinantes de la obra del padre de la literatura alemana.

Toda la narrativa de Goethe puede ser leída en esa perspectiva: la sensibilidad exacerbada y autodestructiva de Werther tuvo una transcendencia cultural y social que, más allá de su sentimentalidad, se concretó en la imitación del vestuario y del suicidio de aquel personaje.

Y cuando Goethe crea la novela de formación con el Wilhelm Meister, de lo que se trata es de hablar del choque cruce entre el protagonista y el mundo, de la formación individual y la utopía social, como en Las afinidades electivas se cruzan química y ética, el Goethe que experimentaba con la literatura y la ciencia, en una novela perversa sobre las relaciones personales y el matrimonio.

Diálogo y educación confluyen en la Conversaciones de emigrantes alemanes, un conjunto de relatos sobre las posibilidades de formación social del individuo mediante la educación estética.

Entre la Ilustración y el Romanticismo, Goethe es - como Cervantes, como Shakespeare- un hombre que vive dos épocas, dos mentalidades, dos sensibilidades. Y como en el caso de Cervantes y de Shakespeare, esa circunstancia potencialmente desorientadora, le favoreció y enriqueció su mundo literario.

De la transcendencia de su obra casi no hace falta hablar: con él Weimar se convierte en la capital de la literatura alemana. Allí va Napoleón sólo para verle. Y en un terreno aún más anecdótico pero en el que significativamente se siguen comunicando lo personal, lo literario y lo social, la fecha de su cumpleaños, el 28 de agosto, la misma que el del joven Werther el de las penas, fue declarada fiesta oficial en Alemania.

La edición, a cargo de Marisa Siguán, catedrática de Literatura Alemana de la Universidad de Barcelona, incorpora nuevas traducciones de las principales obras narrativas de Goethe y se abre con un enjundioso prólogo sobre la narrativa de Goethe y su recepción en España, tardía y heterogénea: desde el Goethe antipático que presentaba Baroja (tan simpático él), hasta el interesante Goethe para náufragos que ofrecía Ortega.

Santos Domínguez


02 enero 2007

De soplo y de espejo


Dominique de Courcelles.
De soplo y de espejo.Alpha Decay. Barcelona, 2006.

Dominique de Courcelles ha convocado en este delicado De soplo y de espejo que edita Alpha Decay un diálogo triangular entre el poeta García Lorca, el coreógrafo y bailarín Antonio Gades y el cineasta Carlos Saura, en una profunda y bien construida reflexión sobre el tiempo y la imagen, la palabra y la música. Una meditación en la que se dan cita los temas de la tragedia clásica: la vida y la muerte, el amor y el odio, la creación y la destrucción, entre los espejos y sobre un fondo de luna y de metal, de noche y de sangre.

El flujo de imágenes tiene como punto de partida la versión cinematográfica de Bodas de sangre que dirigió Carlos Saura con coreografía de Antonio Gades y una luna metálica al fondo y en acecho. Como un aviso o como un recordatorio, esa luna que es uno de los nombres del espejo.

Y quizá nada mejor para esa reflexión que la violencia y la belleza de la imagen y el movimiento en esta tragedia de la tierra, con el soplo creativo de Lorca, la danza de Gades y la mirada de Saura en una compenetración de música, imagen, palabra y danza. Palabra, luz y música unidas en el coro de tragedia antigua, en un canto de boda, en el compás de la danza y la coreografía y los ritmos primordiales del universo.

Del blanco al rojo, de la boda a la sangre, de la vida a la muerte, los colores con que se fotografía la tragedia, ocre, negro, rojo y blanco -tierra, agua, fuego y aire- construyen el ambiente que refleja la sombra y la luz, la vida y la muerte, el amor y la sangre, lo exterior y lo interior, la noche y el día, la tierra y la luna, lo masculino y lo femenino, la autoridad y el instinto, la canción y el silencio, el vuelo y la caída, lo sagrado y lo profano, eros y tánatos.

Es el dolor trágico con un espejo al fondo en el que se conjuntan lo visual, lo musical y lo verbal en convergencia de metáforas entrecruzadas por esos lenguajes diversos que intentan expresar lo inefable, retener lo inasible, el misterio de la vida, la muerte y la poesía.

Santos Domínguez

01 enero 2007

Carta de Año Nuevo




W. H. Auden.
Carta de Año Nuevo.
Traducción de Gabriel Insausti.
Pre-Textos. Valencia, 2006.


En una carta fechada el día de Nochevieja de 1939 y dirigida a Elizabeth Mayer, Auden le cuenta que ha terminado una reseña y va a empezar un poema que piensa dedicarle e incluir en un proyecto de libro que se iba a titular The Double Man.

Es la Carta de Año Nuevo, un poema de más de 1.700 versos que publica Pre-Textos con traducción de Gabriel Insausti. Empieza con estos siete:

Sometidos al peso sin clemencia
del invierno, el estado y la conciencia,
en formación variable, compartiendo

amor, lenguaje, soledad o miedo,
hacia los hábitos del año entrante
la gente va fluyendo por las calles

cantando o suspirando mientras pasa.

Auden escribió este texto entre enero y abril de 1940, en un periodo crítico en la vida y la obra del poeta, que acababa de establecerse en Nueva York procedente de una Europa en guerra y de una Inglaterra machacada por las bombas alemanas.

En medio de aquella historia agitada, tuvo otra agitada historia editorial este libro, bifronte en más de un sentido. Hasta en sus títulos, porque tuvo dos, uno en Inglaterra (New Year Letter) y otro en EE UU. (The Double Man), que era el título previsto inicialmente.

Ese doble título fue el resultado de una peripecia editorial en la que un desesperado T. S. Eliot tuvo que pagar por recuperar los derechos de este libro por el que Auden ya había cobrado un anticipo de otro editor.

No era la primera vez que Auden sacaba de quicio al responsable de Faber&Faber, que decidió cambiar el título del libro sin consultar a su autor. No me parece a mí que el doble juego de Auden fuera una actitud atolondrada. Conociendo a los dos protagonistas del incidente, más bien parece que hay aquí una secreta venganza de Auden hacia quien diez años antes había rechazado alguno de sus libros.

Bien mirado, un norteamericano nacionalizado inglés y un inglés que se nacionalizaría norteamericano estaban destinados a chocar y a encontrarse en algún lugar de esas trayectorias opuestas.

El asunto, divertido o enfadoso según quien lo mire, va más allá de lo puramente anecdótico y deja muy claras dos cosas: la informalidad contractual de Auden y el alto aprecio que tenía por un libro como este Eliot, que soportó todo lo soportable para recuperar unos derechos que legalmente no habían dejado de pertenecerle, a pesar del embrollo en que le había colocado Auden.

La Carta de Año Nuevo es un jardín de senderos que se bifurcan, una encrucijada de encrucijadas en la que se agudiza la crisis personal, ideológica y estética de un Auden desconcertado en medio de un mundo en crisis. Y es también una respuesta y una justificación para tranquilizar la mala conciencia tras haber abandonado una Inglaterra aterrada bajo la aviación alemana.

Un año después de haber escrito uno de sus poemas más altos, En memoria de W.B. Yeats, que es mucho más que una elegía, Auden convoca en la Carta de Año Nuevo al Club de los poetas muertos. Porque este libro representa también la búsqueda de un orden y es el resultado literario de los cambios vitales e ideológicos que se producen cuando se integra en la sociedad norteamericana y se está replanteando tras su conversión religiosa y sus crisis ideológica la función del arte y la misión del poeta.

Posiblemente estaban pesando en Auden estas palabras de T. S. Eliot, en La tradición y el talento individual:

Ningún poeta, ningún artista de ninguna clase, tiene plenamente sentido por sí mismo. Su importancia, su valor es el valor que posee en relación con los poetas y artistas muertos. No se le puede valorar de modo aislado; es preciso situarle, como contraste y comparación, entre los muertos. Esto para mí es un principio de crítica estética, no meramente histórica.

Decía Zagajewski que de la obra de Auden no sale “el olor de las rosas, sino el de la razón.” Influido por Eliot en sus posturas antirrománticas, convencido como él de que la poesía ha dejado de ser lo que era en Wordsworth (emoción recordada con tranquilidad) en Auden la primera persona ha dejado de ser autobiográfica y testimonial. Quizá eso explique las contradicciones entre sus posturas éticas y solidarias y la frivolidad poética que supone el ejercicio de la poesía como juego de ingenio.

Sobre esas encrucijadas estéticas e ideológicas de las que surge esta Carta de Año Nuevo habla en profundidad en su introducción Gabriel Insausti, que ha hecho una traducción en la que, con buen criterio, ha sustituido el octosílabo del original, que en castellano hubiera tenido una inevitable resonancia popular, por el endecasílabo, más acorde al espíritu de esos poemas, en los que razonablemente también, se ha sustituido la rima consonante (indeseable, ripiosa y cansada en un poema largo) por la asonante. No es el primero que lo hace al traducir a Auden o a Yeats, ni será el último. Seguramente no haya otra opción posible.

Después del poema, sin perturbar su lectura, un abundante repertorio de notas aclara las alusiones biográficas, los guiños privados o las referencias culturales que esconden o iluminan ciertos pasajes de esta espléndida Carta de Año Nuevo, que se cierra con este final memorable:

Y el amor –lo más frágil- ilumina
la ciudad y el león en su guarida,
el viaje de los jóvenes, el mundo con su ira.

Santos Domínguez

31 diciembre 2006

Agonizar en Salamanca


Luciano G. Egido.
Agonizar en Salamanca
(Unamuno, julio-diciembre de 1936).

Tusquets.
Barcelona, 2006.

Era jueves y nevó. Un 31 de diciembre, tal día como hoy, hace 70 años moría Unamuno en Salamanca. Llevaba dos meses y medio semiarrestado en su domicilio, desde su discurso en el Paraninfo de la Universidad el 12 de octubre.

Tusquets recupera ahora Agonizar en Salamanca (Unamuno, julio-diciembre de 1936), de Luciano G. Egido, un magnífico libro que reconstruye los hechos, las palabras y la muerte de aquel hombre, la lenta agonía intrahistórica de un Unamuno fuera de la historia.

Indefenso y residual, sobreviviéndose en aquella rara cuarentena del confinamiento domiciliario, murió intoxicado por un brasero. Ególatra y contradictorio, muchos en Salamanca y en el resto de la España nacional creyeron que había muerto una de las encarnaciones del demonio.

Entre catedráticos de nuevo cuño, impostores intelectuales y propagandistas histéricos de camisa azul, su velatorio y su entierro completaron un esperpento que el viejo escritor no merecía como despedida.

Cuando cuatro falangistas arrebataron el féretro con aquel cadáver ahora codiciado, su nieto corría despavorido por el pasillo y gritaba: ¡Que se llevan al abuelo, a tirarlo al río!

Unamuno llevaba agonizando mucho tiempo. Su visión de la existencia, su vivencia era radicalmente agónica, pero aquellos últimos meses agudizaron sus contradicciones y le llevaron a la tumba.

De la alegría inicial, con la que dio salida a su rencor contra Azaña y a sus envidias pequeñas, Unamuno pasó al apoyo incondicional al golpe como miembro del ayuntamiento controlado por los militares con el mismo exhibicionismo infantil y el despecho que demostró en otras ocasiones.

Tardó poco en darse cuenta de aquel movimiento no representaba más que la destrucción de la inteligencia, la intransigencia en la defensa de unos privilegios. En agosto ya lo sabía. Ya sabía que lo peor de la historia de España se había disfrazado una vez más con la máscara de las tradiciones heroicas.

Para entonces Unamuno era una “vieja osamenta soez”, como le llamó el profesor Prieto Carrasco, alcalde de Salamanca, cuando supo del apoyo del antiguo republicano y compañero de claustro a los rebeldes.

Su evolución ideológica (si es que hubo alguna más allá de su puro y enfermizo egotismo), su orgullo satánico se reconstruyen en las páginas de este libro que nos muestra a un Unamuno terminal, confuso y airado, con una soberbia que no le deja reconocer que se ha equivocado, a un Unamuno que sigue declarando en público que son los demás (no importa quiénes: los demás) los que se han apartado del camino recto y se han vuelto locos.

Era tarde cuando se dio cuenta de que se había convertido, para su vergüenza, en proveedor intelectual de las simplezas ordenancistas y civilizadoras del astuto Franco y del vesánico Mola, en un utillero que suministraba argumentos para la retórica campanuda del fascismo español.

Como los héroes sombríos de las tragedias griegas que conoció tan bien, Unamuno concitó en su persona la soberbia, la ceguera y el error. Y como en las tragedias, la muerte era la única salida para el espectro contradictorio de un superviviente que seguía diciendo una cosa y al rato la contraria.

No sale bien parado aquel hombre viejo en el libro de Luciano G. Egido. Egoísta, envidioso, adulador y cobarde, rencoroso y soberbio, senil y energuménico son algunos de los adjetivos con los que se resumen su personalidad y su comportamiento aquellos días. Y el autor de este Agonizar en Salamanca no los disimula. Son adjetivos -¡quién lo duda!- muy duros. Es verdad que se podrían haber suavizado, pero también lo es que de haberlo hecho se habría ocultado la parte esencial de la historia que se cuenta en este libro, la intrahistoria de aquellos días aciagos reconstruida con enorme fuerza y sostenido pulso narrativo y ninguna economía de estilo.

Cegado por la vanidad de creerse el centro del mundo y aterrorizado por el poder resolutivo de las armas que alardeaban por las calles de Salamanca y sonaban por la noche en las sacas y los paseos, como un nuevo Torquemada, el viejo rector certificó culpabilidades y presidió la comisión depuradora de los docentes del distrito universitario de Salamanca.

Tiene uno la impresión de que Unamuno no tenía amigos, sino oyentes. Y con muchos de ellos asesinados en las cunetas por los salvadores de la civilización cristiana o detenidos a la espera de una saca nocturna, buscó la ocasión propicia de acallar los remordimientos. La encontró el 12 de octubre en el famoso acto del día de la raza en el Paraninfo. La aprovechó con valiente dignidad y disculpable atropello en una conocida declaración desde aquella tribuna.

Aquella misma tarde fue expulsado del Casino, destituido como rector y removido como concejal. Se castigaba así la “descortesía rencorosa” y la "vanidad delirante y antipatriótic0a actuación ciudadana” de un Unamuno identificado con Erasmo, “cuya vida y pensamiento sólo en la voluntad de venganza se mantuvo firme, en todo lo demás fue tornadiza, sinuosa y oscilante, no tuvo criterio, sino pasiones; no asentó afirmaciones, sino propuso dudas corrosivas; quiso conciliar lo inconciliable, el Catolicismo y la Reforma; y fue la envenenadora, la celestina de las inteligencias y las voluntades vírgenes de varias generaciones de escolares en Academias, Ateneos y Universidades.”

De lo que ocurrió en aquel acto, del sonido seco de los cerrojos en los fusiles, de la mirada fanática del único ojo de Millán Astray, de su única mano golpeando la mesa presidencial y de las secuelas de todo aquello hay una reconstrucción minuciosa y una impecable narración en este Agonizar en Salamanca, felizmente recuperado veinte años después de su primera edición.

Santos Domínguez

29 diciembre 2006

La herida absurda




Francisca Aguirre.
La herida absurda.
Bartleby Editores. Madrid, 2006.

Una cita de Unamuno (Tinieblas es la luz donde hay luz sola) abre Negativos, la primera parte de La herida absurda, el intenso libro de poemas que Francisca Aguirre acaba de publicar en Bartleby Editores.

Está hecha esa primera parte de textos construidos con palabras escritas en voz alta y dichas con los dientes. Con fuerza oral, con la fuerza terminante que tiene el pulso rabioso de su verso cuando estalla en la maldición o en el látigo de las mujeres fuertes de la Biblia o en los versos de piedra de las tragedias de Esquilo. Aquellas mujeres en las que persistía la llama de la conciencia para convertirse a veces en antorcha de esperanza y otras en la pura raíz de los incendios.

Ante el ignominioso constructor de patrias y en un mundo de sangre y de espanto, Francisca Aguirre ensaya la distancia de la ironía y la descarta porque no se permite esa frialdad del distanciamiento sentimental ante los malos sueños. Y su voz no se anda con chiquitas ni con rodeos:

Ojalá que los dioses nos amparen
y se te pudra el semen en el bálano.

Es la voz de la mujer, de la madre terrible, la que habla en esos versos y grita y ruega por nosotros.

Ante los que todo lo ven claro, este libro es una pregunta sin contestar, una pregunta a la que sucede primero el silencio y luego una afirmación en la que aparecen la salvación de la música y de la infancia, la guitarra, el amor o el recuerdo, para mirar y cantar, como Machado nos enseña, también lo que se pierde.

Por eso la segunda parte, Transparencias, que es una consecuencia de la anterior, está escrita y dicha con otro tono, en el tono íntimo de la media voz o de la canción, en el recuerdo del tango de Cátulo Castillo del que sale el título de esta Herida absurda.

Pero Francisca Aguirre ha decidido no cerrar el ventanal, como propone el tango, sino asomarse a la ventana con temblor ante lo que vive y lo que pasa, herida en doliente hermandad con el mundo y con la vida.

Y entonces crece en el libro la nostalgia secreta, el afecto del diminutivo o el fulgor de la infancia, la guitarra de Paco de Lucía o la Tocata de Santiago de Murcia, lo que tiene nombre propio en la memoria y en el presente de las dedicatorias, la angustia que brilla en el vacío y un dolor que es abrigo y consuelo.

O la iluminación de algunas tardes en que brota inesperada la fuente oculta en la vena más honda del dolor, en su pureza clara, en la virtud germinativa de su jardín secreto y en la tibia transparencia de la palabra o la música.

Lenguaje y destino se dan cita en el libro como en el texto de Celan que abre la segunda parte, se funden en un estilo contundente y cuidado en el que desde lo coloquial va creciendo el poema, va ganando intensidad hasta culminar en los portentosos versos que cierran cada texto.

Este es el testimonio y el destino gozoso de quien siempre se ha negado a que el espanto la ponga de rodillas o la hunda en el desconsuelo, el destino de quien asume los agravios con gallarda altivez, para vivir y dar ejemplo y prescindir del odio.

Para decírnoslo en un libro tan bello y tan intenso como este, ante el que ahora hay que callar y releer y dar las gracias.


Santos Domínguez


28 diciembre 2006

Cuentos completos de Fernando Quiñones


 
Fernando Quiñones.
Tusitala. 

Cuentos completos.
Páginas de Espuma. Madrid, 2003.

Fernando Quiñones (Chiclana, 1930-Cádiz, 1998) es no sólo uno de los escritores fundamentales de la segunda mitad del siglo XX; es también uno de los más versátiles, el poeta poderoso de los diez libros de las Crónicas, el novelista de Las mil noches de Hortensia Romero y La canción del pirata.

Algunas de las más brillantes páginas de una obra repleta de ellas hay que buscarlas en sus relatos, que Páginas de Espuma reunió en una edición de su narrativa completa en la colección Voces.

Tusitala, el contador de historias, era el nombre mágico con el que llamaban a Stevenson los nativos de Samoa. Así se iba a titular un proyecto de libro que frustró la muerte de Fernando Quiñones, y así se titula el volumen que reúne todos sus cuentos, con edición y prólogo de Hipólito G. Navarro.

Se recogen aquí los ocho libros de relatos que el autor publicó entre 1960 y 1997, desde las Cinco historias del vino hasta El coro a dos voces pasando por La gran temporada, esas siete historias de toros y de hombres que premió un jurado integrado por Borges, Bioy Casares y Eduardo Mallea o Nos han dejado solos. Libro de los andaluces.

Y en todos ellos, cuentos definitivos, dignos de cualquier exigente antología del género: Muerte de un semidiós y Los toros del Puerto, Legionaria, Cuqui o ese cuento portentoso de media página que es La tumba giratoria.

El último libro de relatos que publicó Fernando Quiñones es El coro a dos voces, con una estructura en la que van alternando el registro culto y el popular. Y ahí, entre otros, uno de los mejores, Hoy playa no.

Se incluyen al final del volumen diez relatos, algunos rescatados del disco duro de su ordenador, que no se habían publicado aún o habían aparecido en alguna antología colectiva o en revistas y que iban a formar parte del proyectado Tusitala.

El último, El final, es un cuento inquietante en el que el fin del mundo es un advenimiento de agua en vez de un juicio de fuego y el mar entra en las calles de Cádiz desde San Antonio y la calle Ancha y sube por la calle Novena hasta Sagasta.

Este libro es, además de una obra de arte absoluta, rotunda y terminante, un manual práctico del relato y de todas sus posibilidades expresivas, un despliegue de técnicas sobre perspectivas y tipos de narrador, sobre las formas de tratar el diálogo, de construir un personaje o de resolver el desenlace. Técnicas explicadas de primera mano. De la mano de uno de los primeros, de uno de los maestros del género.

Santos Domínguez

Seis ensayos y un inclasificable



Luciano G. Egido. Agonizar en Salamanca. Tusquets.

El 31 de diciembre se cumplen setenta años de la muerte de Unamuno en una Salamanca que todavía no tenía archivos de la guerra civil, aunque los camisas azules andaban en ello. Aquel hombre llevaba muerto y confinado en su domicilio ya algún tiempo. No fue obstáculo para que un grupo de falangistas rindieran honores armados en su entierro. Esta es una excelente reconstrucción de aquellos días que llevaba algún tiempo agotada y se reedita oportunamente ahora.





Juan Eduardo Cirlot. Diccionario de los ismos. Siruela

Los ismos analizados por la aguda inteligencia de Cirlot en un libro fundamental para entender no sólo las vanguardias, sino el peculiar universo literario del autor de En la llama. Como este, lo recupera Siruela en Los libros del tiempo. Porque cincuenta años no son nada.


Brian Boyd.
Vladimir Nabokov.
Los años americanos.
Anagrama.


Segunda parte de la biografía de Nabokov. Un acercamiento a la compleja personalidad del novelista y una iluminación del mundo personal y de la literatura de uno de los narradores más personales del siglo pasado. Se lee como una novela.



Henry Kamen.
Del Imperio a la decadencia: los mitos que forjaron la España moderna.
Temas de Hoy.


Mitos que forjaron identidades. Mitos fuertes: la nación eterna, la España cristiana o el castellano como lengua nacional. Siete capítulos para dilucidar algunas falsificaciones y descubrir las estrategias ideológicas que se esconden detrás. Mentiras sin sexo ni cintas de video.


Francisco Ayala.
Recuerdos y olvidos.
Alianza
.

La edición definitiva de Recuerdos y olvidos reúne en un solo volumen las tres partes publicadas antes por Alianza Editorial, junto a una cuarta inédita que completa las experiencias de una vida que supera ya cumplida y felizmente el siglo.



Michel de Montaigne.
Ensayos completos.
Cátedra. Biblioteca Avrea.

Hablar del ensayo sin mentar al padre es algo parecido a un parricidio freudiano e imperdonable. Esta edición reúne en un cuidado tomo los ensayos de aquel Miguel de la Montaña que admiraba un castizo Quevedo. Españoleando.



Georges Perec. Me acuerdo. Berenice.

Tan imprescindible como inclasificable, este libro de culto inédito hasta ahora en España. Citado muchas veces, no se había traducido nunca, aunque sí había sido objeto de saqueos y fusilamientos. Esta primera traducción de Yolanda Morató en Berenice llena un hueco editorial muy grande. No sé en qué estantería, pero un hueco innegable.


Santos Domínguez

27 diciembre 2006

Marilyn lee el Ulysses



El libro de los mil caracteres



Zhou Xingsi.

El libro de los mil caracteres.
Caligrafía en estilo tradicional y cursivo de Jorge T. J. Tseng.
Traducción al español y fonética pinyin de Silvia Ussía.
Edición y prólogo de Pelayo Olazábal.
Lengua de Trapo. Madrid, 2006.


Lengua de Trapo inaugura una nueva colección, Fuera de serie, con la convicción de que hay libros que merecen una edición especial, cuidada hasta el más mínimo detalle. La selección de títulos buscará textos singulares o inclasificables, para uso y deleite de los sentidos: libros celosamente elaborados para lectores exigentes.

Y se abre la colección con una auténtica caja de sorpresas, con un clásico para acercarse a la escritura y la mentalidad china tradicional, El libro de los mil caracteres, compuesto a principios del siglo VI por Zhou Xingsi, que a instancias del emperador Wu Di, elaboró una cartilla que simplificara al máximo el aprendizaje de la lectura y escritura de los principales caracteres chinos.

Xingsi, un funcionario que parece el arquetipo de algún personaje de Borges, compuso un texto literario con los mil caracteres seleccionados, una especie de cartilla que hiciera más sencillo y más ameno el aprendizaje de la lectura y la escritura.

Utilizando procedimientos nemotécnicos como la rima, Zhou Xingsi llevó a cabo la tarea en una noche de trabajo y compuso un texto literario en el que ninguno de los mil caracteres escogidos se repetía.

Pero El libro de los mil caracteres es más que eso: es un resumen de la mentalidad tradicional china en cinco bloques temáticos, organizados como un pensamiento secuencial que a partir de la contemplación de la naturaleza conoce las leyes del universo y extrae de ellas la norma ética y política que debe regir el funcionamiento social en una adecuación armónica a través de la virtud zen entre el orden natural y el humano.

Con esos principios se traza en este Libro de los mil caracteres un cuadro idílico de la armonía que debe presidir las relaciones entre el hombre, la naturaleza y la sociedad.

No se sabe bien si lo que predomina aquí es la audacia o la ingenuidad, si quien escribió este libro era más ambicioso que humilde. En todo caso, es un libro decisivo en la cultura china y un texto repleto de cualidades literarias, de sensibilidad y delicadeza, de la sabiduría ancestral de aquella cultura tan compleja.

Luis E. Aldave.

Narrativa para dar y tomar


Vladimir Nabokov.
Obras completas. Novelas (1941-1957).
Galaxia Gutenberg. Círculo de Lectores.

Entre La verdadera vida de Sebastian Knight, de1941 y Pnin, una novela satírica que recuerdo en una ya inencontrable edición de Lumen, pasando por Barra siniestra y Lolita, este primer volumen de las obras completas de un Nabokov recién llegado a Estados Unidos.


J. W. Goethe. Narrativa.
Biblioteca de Literatura Universal.
Almuzara.


Los sufrimientos del joven Werther, Conversaciones de emigrantes alemanes, Los años de aprendizaje y Los años itinerantes de Wilhelm Meister y Las afinidades electivas, con nuevas traducciones en edición de Marisa Siguan.



Haruki Murakami. Kafka en la orilla. Tusquets.

Un Kafka posmoderno y un Edipo oriental son los materiales narrativos sobre los que se cimenta esta novela, la mejor del 2005 según el NYT. Tan intensa como la mirada del gato de la portada.




Robert Musil.
El hombre sin atributos. Seix Barral.

Un clásico contemporáneo sobre la insoportable inconsistencia del individuo. Musil es, también él, toda una literatura.



Balzac. Las ilusiones perdidas. Mondadori.

No hace falta leer los ciento cincuenta tomos de La comedia humana. En Las ilusiones perdidas y en la peripecia de Lucien de Rubempré están su cima y su síntesis.


Cristina Rossetti. Parecidos razonables. Funambulista.

Con una traducción de la novelista Pilar Adón, estos tres sorprendentes cuentos victorianos con ilustraciones del original de 1874 del prerrafaelista inglés Arthur Hughes. Una joya.



James Meek. Por amor al pueblo.
Ediciones Salamandra.


Ambiciosa en su intriga, cuidada en su construcción, profunda en su denuncia del fanatismo, esta obra del inglés James Meek tiene todo lo que le puede pedir a una novela el lector más exigente.



Peter Handke.
Don Juan (Contado por él mismo).
Alianza.


La reinterpretación del mito y el arquetipo por un Handke tan incisivo como siempre. Un Don Juan insólito, atormentado y triste. Un héroe moderno.


Ivan Goncharov. Oblómov.
Debolsillo.


Acaba de editarse en formato de bolsillo Oblómov, una de las novelas fundamentales de la narrativa rusa del XIX. El protagonista extraordinario de la novela extraordinaria de un autor extraordinario, en definición de Juan Bonilla. El mundo desde un diván, un diagnóstico de aquella sociedad en una alegoría inquietante. La traducción de Lidia Kuper, toda una garantía.



Antología de relatos fantásticos argentinos.
Espasa.


Un recorrido amplio por una de las líneas más representativas de la literatura argentina. Bioy, Mallea, Sábato en una visión global de la evolución del cuento fantástico en la renovada colección Austral.


Miguel Espinosa. Escuela de mandarines.
Alfaguara.


El Eremita viaja a la capital del Reino. La Feliz Gobernación. La reedición de un monumento de la literatura y de la inteligencia. Sin más.


Santos Domínguez

Poesía para regalar y para regalarse.

Como no es sólo tiempo de balance, sino de proyectos y de buenas intenciones, ahí va una lista de libros de poesía que se han reseñado o se reseñarán en esta página. De momento, quedan como un anticipo y como una propuesta de buenas lecturas.





W. H. Auden.
Carta de Año Nuevo
.
Pre-Textos.

Para empezar el año, este libro de encrucijada de un Auden instalado ya en América y sacudido por las incertidumbres propias y ajenas en una edición preparada por Gabriel Insausti.



Juan Ramón Jiménez.
Música de otros
.
Galaxia Gutenberg/Círculo de lectores.

Las traducciones y versiones que hizo Juan Ramón de algunos poetas esenciales fundamentalmente ingleses o franceses. Inéditas muchas, otras publicadas un sola vez, todas tan cuidadas como era habitual en el poeta de Moguer.



Rafael Alberti.
Obras Completas. Poesía, III.
Edición de Jaime Siles.
S.E.C.C. Seix Barral.

El fruto más logrado y perdurable de todos los que generó el centenario de un poeta fundamental que atraviesa con paso firme la poesía española del siglo XX.



Luis Alberto de Cuenca.
Poesía 1979-1996.
Cátedra Letras Hispánicas


Con una amplia introducción de Juan José Lanz, esta edición reúne las versiones últimas dadas por el autor a los cuatro libros que se recogen: La caja de plata, El otro sueño, El hacha y la rosa y Por fuertes y fronteras.


John Ashbery.
Por dónde vagaré.
Lumen.

El tiempo, la literatura, el amor, el deseo o la muerte en el último libro de Ashbery con traducción de Daniel Aguirre.


Santos Domínguez