Reseñar libros malos no es sólo una pérdida de tiempo, sino también un peligro para el carácter (W.H. Auden)
02 mayo 2022
Miguel Dalmau. Pasolini. El último profeta
29 abril 2022
Vittorio Sereni. Frontera. Diario de Argelia
Imprevista nos coge la noche.
Ya no sabes
dónde el lago termine;
un murmullo solamente
roza nuestra vida
bajo una terraza colgante.
Estamos todos suspendidos
en un tácito evento esta noche
dentro de aquel destello de torpedera
que nos escruta, luego gira, se va.
EN MÍ TU RECUERDO
En mí tu recuerdo es un crujido
solo de velocípedos que van
quietamente allá donde la altura
del mediodía desciende
al más flamante anochecer
entre verjas y casas
y suspirosos declives
de ventanas abiertas sobre el verano.
Solo, de mí, distante
dura un lamento de trenes,
de almas que se van.
te pierdes en la noche.
No sabe ya nada, alto sobre las alas
el primer caído bocabajo en la playa normanda.
Por esto alguien esta noche
me tocaba el hombro murmurando
que rece por Europa
mientras la Nueva Armada
se presentaba en la costa de Francia.
He respondido en el sueño: -Es el viento,
el viento que hace músicas raras.
Pero si tú fueras de verdad
el primer caído bocabajo en la playa normanda
reza tú si puedes, yo estoy muerto
para la guerra y para la paz.
Esta es la música ahora:
tiendas que golpean en los palos.
No es música de ángeles, es mi
única música y me basta -.
*****
Solo verdadero es el verano y esta
luz suya que os nivela.
Y que cada uno encuentre el sempervirente
árbol, el cono de sombra,
la lustral agua dichosa
y la telaraña tejida de tedio
en las charcas malvadas
sea un sudario de insectos. Allá abajo
está el seto lábil, un halo
de rojo polvo,
pero sepulcral el canto de una formación
alemana a la fuerza perdida.
Ahora toda fronda está muda,
compacta la cáscara de olvido,
perfecto el círculo.
27 abril 2022
Manuel Moyano. La frontera interior
Llegué a Aldeaquemada en un frío amanecer de febrero, después de haber atravesado un solitario paisaje de encinares. El sol, que asomaba entre las montañas, iluminó débilmente la hondonada donde se enclavaba aquel pequeño pueblo andaluz. Dejé el coche junto a su plaza mayor y, envuelto en mi propio vaho, di un paseo por esas calles en los que no se veía un alma. El aire olía a leña y aceite.
Así comienza La frontera interior, el libro con el que Manuel Moyano obtuvo el Premio Eurostars Hotels de narrativa de viajes 2021, que publica RBA.
Entre la jienense Aldeaquemada y el portugués Barrancos, pasando por lugares de nombres tan evocadores como Andújar, Cerro Muriano, Guadalcanal, Cazalla de la Sierra, Calera de León, Fuenteheridos, Aracena o Rosal de la Frontera, Manuel Moyano traza en sus páginas la crónica de ocho días de andanzas, comidas y bebidas, de miradas al paisaje, de encuentros con interlocutores y sorpresas en una fría semana de comienzos de febrero de 2019, entre la escarcha, la niebla y el sol.
Y, como en sus anteriores Travesía americana y Cuadernos de tierra, lo hace con su acreditada capacidad narrativa para relatar las peripecias y los azares que surgen en el camino, un componente fundamental del relato clásico, desde la Odisea hasta el Quijote, cuyo protagonista también fatigó su asendereada figura con saltos y zapatetas por este territorio de Sierra Morena.
Un territorio de frontera y de fractura que Moyano define como “escalón longitudinal de casi quinientos kilómetros de largo entre la altiplanicie central y el sur de la Península Ibérica. Históricamente, y en cuanto que tierra de nadie, ha desempeñado un secular papel de frontera, de paréntesis territorial.”
Y por ese paisaje, cuyas vías de comunicación están pensadas más para los itinerarios que van de sur a norte que para los itinerarios de este a oeste, como el que emprende Manuel Moyano, transcurre este viaje en forma de libro.
Un viaje de cercanías como explica Sergio del Molino en su prólogo, en donde recuerda que, como el Cela del Viaje a la Alcarria o el Azorín de La ruta de Don Quijote, “Moyano cultiva una forma de viaje exótica, pero con mucha tradición ibérica: el viaje de cercanías. Si el explorador de largas distancias escribe con telescopio, el de cercanías tira de microscopio.”
Cercanías, añadimos, no sólo geográficas, sino también humanas. Porque esa proximidad marca el temple de su prosa, con la que no sólo describe con brillantez y economía de prosa eficiente los lugares por los que pasa. Hay también un tiempo para la evocación de la batalla de las Navas de Tolosa y el monasterio de La Peñuela o para anotar el heterogéneo factor humano en sus encuentros con los descendientes de los colonos alemanes de la repoblación ilustrada de estas tierras que luego fueron refugio de bandoleros, espacio habitado por leyendas, ermitas y santuarios, por curiosos poetas rurales, Virgilios de penillanura y sierra, minuciosos cronistas locales, intemporales venteros cervantinos o ferroviarios trastornados por la lectura del Quijote.
Porque ese precisamente, el paisaje humano, es -como en Cuadernos de tierra- el foco sobre el que proyecta su aguda mirada y su solvente escritura Manuel Moyano, que deja aquí la imagen cruda y compasiva a un tiempo de una España profunda tan heterogénea e inclasificable como la España superficial.
Y líneas tan inquietantes como estas: “ni los poetas ni los criminales difieren físicamente de sus conciudadanos, lo que los distingue fluye por dentro.”
O descripciones como esta, de la antigua mezquita de Almonaster la Real:
Recorrimos el interior caminando sobre viejas baldosas de barro. Todo tenía un aire primitivo, misterioso. La escasa luz penetraba por unas troneras estrechas y a través del patio. El mihrab donde se custodiaba el Corán, al que los fieles debían dirigirse mientras rezaban, era un nicho profundo con arco de ladrillo. Del pozo de las abluciones -en él brillaban monedas arrojadas por los visitantes- brotaba un agua fresca y cristalina. Parecía una modesta versión en miniatura de la mezquita de Córdoba. Las golondrinas revoloteaban incesantemente alrededor de las columnas y de nosotros mismos, como si fueran empujadas por la suave y susurrante brisa que recorría la estancia.
Salimos al exterior. Un alminar de planta cuadrada se levantaba junto a aquel templo construido por “alarifes insomnes”. Los montes cubiertos de pinos y encinas que nos rodeaban dibujaban un paisaje hermosísimo. El cielo era de un azul puro y tan sólo se oía el viento. Había algo en aquel lugar que transmitía felicidad. Era imposible no experimentarlo.
Santos Domínguez
25 abril 2022
Edward Gibbon. Ensayo sobre el estudio de la literatura
“Lo que ahora ve la luz es un verdadero ensayo. Me gustaría conocerme”, escribe Edward Gibbon (1737-1794) en el ‘Aviso al lector’ que precede a su Ensayo sobre el estudio de la literatura.
Creo que es la primera vez que se edita en español este ensayo del autor de la imprescindible y monumental Decadencia y caída del Imperio Romano. Lo publica Ediciones del Subsuelo con edición y traducción de Antonio Lastra, que señala en su introducción: “en coherencia con la escritura de ensayo que Gibbon empleó en su estudio sobre la literatura y su elección del francés como lengua de expresión (el Ensayo empieza con una alusión tácita a la escritura de ensayo de Montaigne) he procurado que la edición fuera, sobre todo, legible y elegante.”
Gibbon, que escribía entonces en francés “porque pensaba en francés”, la lengua europea de la cultura y la política de la Ilustración, lo escribió en Lausana y lo publicó en 1761. Estas son sus líneas iniciales:
La historia de los imperios es la de la miseria de los hombres. La historia de las ciencias es la de su grandeza y su felicidad.
La filosofía, la literatura y la historiografía de la antigüedad -de Homero a Virgilio, de Eurípides a Terencio, de Plauto a Horacio, de Plinio a Cicerón, de Aristóteles a Tucídides, de Tácito a Tito Livio-, la religión griega y el culto heroico aparecen en estas páginas que ensalzan el espíritu clásico y reivindican su herencia: “Pero nosotros -escribe Gibbon-, situados bajo otro cielo, nacidos en otro siglo, perderíamos necesariamente todas esas bellezas si no pudiéramos situarnos en el mismo punto de vista en el que se encuentran los griegos y los romanos. Un conocimiento detallado de su siglo es el único medio que puede llevarnos allí. […] El conocimiento de la antigüedad es nuestro verdadero comentario, pero lo que aún es más necesario es cierto espíritu como resultado; un espíritu que no solo nos hace conocer las cosas, sino que nos familiariza con ellos y nos da, al respecto, los ojos de los antiguos.”
Y estas son algunas líneas de la Conclusión que remata el Ensayo sobre el estudio de la literatura:
He aquí algunas reflexiones que me han parecido sólidas sobre los distintos usos de las bellas letras. ¡Feliz si he podido inspirar el gusto por ellas! […] Podrá decirse que estas reflexiones son verdaderas, pero gastadas, o que son nuevas, pero paradójicas. ¿A qué autor le gustan las críticas? Sin embargo, lo primero me disgustaría menos. La ventaja del arte me resulta más querida que la gloria del artista.
Hubo una traducción al inglés no autorizada por el autor, que la reprobaría en sus Memorias de mi vida, que aparecen también ahora en librerías en una edición de Cátedra Letras Universales preparada también por Antonio Lastra, que concluye su introducción con estas palabras: “Leer ahora el breve y delicado Ensayo puede preparar al lector para la lectura infinita de la Declinación y caída.”
Llega a las librerías en una magnífica iniciativa de Ediciones del Subsuelo, que sigue enriqueciendo así un catálogo ejemplar de creciente calidad.
22 abril 2022
Cristina Peri Rossi. Nocturno urbano
20 abril 2022
Ulises en Galaxia Gutenberg
Un recorrido de veinticuatro horas por Dublín era la base de uno de los esbozos que Joyce anotó en 1906 como proyectos de relatos para incorporar a Dublineses. Aquel relato, con el que podría culminar el libro sobre Dublín acabaría retomándolo en 1914 como semilla de la novela que acabaría siendo en 1922 el Ulises, su obra más decisiva, la más renovadora de la narrativa del siglo XX.
“Me he impuesto el reto técnico -afirmaba Joyce en una carta- de escribir un libro desde dieciocho puntos de vista diferentes, cada uno con su propio estilo, todos aparentemente desconocidos o aún sin descubrir por mis colegas de oficio. Eso, y la naturaleza de la leyenda que he escogido, bastarían para hacerle perder el equilibrio mental a cualquiera.”
Ambientada en Dublín y centrada en una sola jornada, entre las ocho de la mañana y las dos de la madrugada del 16 de junio de 1904 -el Bloomsday-, desde la Torre Martello al número 7 de Eccles Street, donde una Molly Bloom desvelada deja discurrir en libertad un monólogo asombroso, la novela es estructuralmente una parodia de la Odisea que Joyce diseñó siguiendo minuciosamente los episodios homéricos en relación con los vagabundeos de Stephen Dedalus y Leopold Bloom.
Su humor corrosivo -“no hay en él una sola línea en serio”, decía Joyce-, los constantes juegos narrativos y la reunión de temas y voces, de técnicas y registros lingüísticos producen un efecto desconcertante de integración y desintegraciones, de construcción y deconstrucciones de la tradición literaria.
T. S. Eliot lo definió como “proeza insuperable” y destacó que sus setecientas páginas ofrecen “la expresión más importante que ha encontrado nuestra época; es un libro con el que todos estamos en deuda, y del que ninguno de nosotros puede escapar.”
Por encima de las peripecias de su periplo laberíntico, el Ulises tiene como verdadero protagonista al lenguaje. De ahí la dificultad de su lectura y por supuesto de su traducción a otras lenguas.
La primera traducción al español la publicó en 1945 en Buenos Aires José Salas Subirats. Esa edición argentina de Santiago Rueda Editores, que acaba de reeditar Galaxia Gutenberg, fue durante décadas la única existente en español. Más de treinta años tardaría en aparecer la traducción de Valverde de 1976.
En una nota previa que figuraba al frente de algunas ediciones, Salas Subirats se planteaba el dilema de si la traducción debía ser literal -lo que descartaba por imposible en el Ulises- o interpretativa, que era la solución que exigía la propia condición del texto.
Escribía en esa nota: “Ulises, de James Joyce, fue publicado en París en 1922. Fue vertido a varios idiomas, y ha de resultar raro que sólo veintitrés años después (primera edición castellana: 1945) apareciera su versión completa al español. ¿Qué explica tal demora? ¿Carecía de interés para nosotros una obra que ha tenido tanta resonancia en el mundo literario? ¿Existen dificultades insalvables que se opusieron a ese trasiego? Parece difícil que pueda darse una respuesta adecuada a tales preguntas. James Joyce se asemeja a Cervantes, Shakespeare, Dante y Rabelais, en el hecho de ser los autores que revelan mayor desproporción entre lo que se los comenta y lo que se los lee. Es ya un clásico y, como todos ellos, goza de esa imponencia que amilana a los que se les acercan con ligereza. La dificultad para la lectura de Ulises en su original explica la tardanza en traducirlo. Una obra difícil de entender en inglés tenía forzosamente que desanimar a los traductores. Pero traducir es el modo más atento de leer, y el deseo de leer atentamente es responsable de la presente versión.[…] Leído con atención, Ulises no presenta serias dificultades para traducirlo. La diferencia conocida entre la estructura de ambos idiomas está presente en toda traducción del inglés al castellano. Este inconveniente se encuentra en cualquier texto. Que respecto al Ulises se multiplique, no quiere decir que se trate de una dificultad privativa de esta obra.”
“En líneas generales, no considero a la versión de Salas Subirats inferior a las que le sucedieron, aunque sí se podría caracterizar como la más tradicional e intuitiva”, afirmaba Eduardo Lago en un estudio comparativo de las tres traducciones del Ulises al español. En ese estudio reconocía que “es mérito de Salas Subirats el haber abierto el camino, y de hecho, su influencia sobre las traducciones subsiguientes es muy considerable.”
Así comienza la novela en la versión de Salas Subirats:
Imponente, el rollizo Buck Mulligan apareció en lo alto de la escalera, con una bacía desbordante de espuma, sobre la cual traía, cruzados, un espejo y una navaja. La suave brisa de la mañana hacía flotar con gracia la bata amarilla desprendida. Levantó la bacía y entonó:
—Introibo ad altare Dei.
Se detuvo, miró de soslayo la oscura escalera de caracol y llamó groseramente:
—Acércate, Kinch. Acércate, jesuita miedoso.
Se adelantó con solemnidad y subió a la plataforma de tiro. Dio media vuelta y bendijo tres veces, gravemente, la torre, el campo circundante y las montañas que despertaban. Luego, advirtiendo a Stephen Dedalus, se inclinó hacia él y trazó rápidas cruces en el aire, murmurando entre dientes y moviendo la cabeza. Stephen Dedalus, malhumorado y con sueño, apoyó sus brazos sobre el último escalón y contempló fríamente la gorgoteante y agitada cara que lo bendecía, de proporciones equinas por lo larga, y la cabellera clara, sin tonsurar, parecida por su tinte y sus vetas al roble pálido.
Buck Mulligan espió un instante por debajo del espejo y luego tapó la bacía con toda elegancia.
—¡De vuelta al cuartel! —dijo severamente.
Luego agregó con tono sacerdotal:
—Porque esto ¡oh amados míos!, es la verdadera Christine: cuerpo y alma y sangre y llagas. Música lenta, por favor. Cierren los ojos, señores. Un momento. Hay cierta dificultad en esos corpúsculos blancos. Silencio, todos.
Lanzó una mirada de reojo, emitió un suave y largo silbido de llamada y se detuvo un momento extasiado, mientras sus dientes blancos y parejos brillaban aquí y allá con destellos de oro. Chrysostomos. Atravesando la calma, respondieron dos silbidos fuertes y agudos.
—Gracias, viejo —gritó animadamente—. Irá bien eso. Corta la corriente, ¿quieres?
Saltó de la plataforma de tiro y miró gravemente a su observador, recogiéndose alrededor de las piernas los pliegues sueltos de su bata. La cara rolliza y sombría, y la quijada ovalada y hosca, recordaban a un prelado protector de las artes en la Edad Media. Una sonrisa agradable se extendió silenciosa sobre sus labios.
—¡Qué burla! —dijo alegremente—. Tu nombre absurdo, griego antiguo.
Lo señaló con el dedo, en amistosa burla, y fue hacia el parapeto, riendo para sí. Stephen Dedalus comenzó a subir. Lo siguió perezosamente hasta mitad de camino y se sentó en el borde de la plataforma de tiro, observándolo tranquilo mientras apoyaba su espejo sobre el parapeto, metía la brocha en la bacía y se enjabonaba las mejillas y el cuello.
Santos Domínguez
18 abril 2022
Raíz Celan. Poema-Lengua-Abismo
15 abril 2022
Chantal Maillard. Poesía reunida 2004-2020
palabras que os confirmen
vuestras ansias profundas
y os libren
de angustias permanentes.
Pero yo ya no tengo
palabras de este género.
Aceptad mi silencio: lo mejor
de mí. Huid del soplo que pronuncia,
en mi boca,
la amarga condición de lo humano.
Y, entretanto, dejadme contemplar
el vuelo de la ropa
tendida en las ventanas.
En un principio fue el verbo, y el verbo se conjugó, y se propagó. Los siglos de los siglos fueron la propagación del primer sonido. El primer sonido fue un acto: el de respirar. Un respirar sin nadie que respirase. Un acto sin sujeto. Un aliento sonoro.
Y el verbo se hizo carne: materia. Se hizo audible. Se «materializó». El mundo: sonoridad vibrante. La materia: densidad del sonido: velocidad vibratoria.
En un principio fue el verbo y el verbo poetizó: la matriz del mundo es el hueco donde impacta el primer sonido y se gesta el primer poema: la primera construcción (poíesis), la primera articulación.
[…]
No parece que quepa, hoy en día, otra poesía que la que diga el hambre. Y el terror. La desolación y la extrañeza. Que lo diga para que nos reconozcamos en ello. En comunidad. Con las cosas. En las cosas. Cosas también nosotros. La identidad colgándonos del hombro como una chaqueta raída.
Luego, como un personaje de Beckett, atender al balbuceo, como mucho.
Sobre todo, atender al silencio, ese silencio: la callada inocencia recobrada, antes del logos, el no saber cargado de compasión por los seres que viven con su hambre.
Remata la edición una Posdata en la que el filósofo Miguel Morey señala que “a lo largo de los libros que componen este libro se podrá comprobar que el trabajo de reinvención poética de Chantal Maillard es constante y manifiesto; quema sus naves una y otra vez para renacer nuevamente de sus cenizas. Aunque se mantenga en todos ellos un mismo trato con las palabras, sumamente rico y complejo, porque su relación con la lengua nunca es de rendición incondicional; lo que no parece fruto de ningún recelo en particular, sino más bien de la convicción de que no todo puede ser dicho, que no cabe todo dentro del juego del explicarse y el entenderse sólo con las palabras; aunque estas puedan llegar a indicar algo de lo que no puede ser dicho, o cuanto menos, encaminarnos en su dirección. Y, sin embargo, al leerla, nos decimos a menudo que lo que estamos leyendo no puede provenir sino del esfuerzo sostenido por entender y dar a entender.”
Santos Domínguez
13 abril 2022
Pérez Galdós. Trafalgar
Con esa espléndida descripción del ‘Santísima Trinidad’ comienza el capítulo IX de Trafalgar, el primero de los Episodios Nacionales de Pérez Galdós que publica Biblioteca Nueva en una edición con abundantes ilustraciones que presenta un prólogo en el que David Loyola resalta que en esta novela “Benito Pérez Galdós recogía el testigo de una tradición histórica, cultural y literaria relacionada con la batalla de Trafalgar y sumaba, con este primer episodio, un eslabón más a esa cadena dentro del imaginario nacional español del siglo XIX. En su intento por ofrecer una obra literaria próxima a la realidad histórica en la que se inspira, el autor de Marianela lleva a cabo una intensa labor de investigación y documentación y, para ello, acude a diferentes fuentes orales y escritas con el fin de recrear esa España de comienzos del siglo XIX y entrelazar los sucesos históricos acaecidos con el propio relato ficcional que desarrolla en la novela.”
El proyecto de los Episodios nace en Galdós de su voluntad de explicar el presente a partir del pasado, con una intuición fundamental: la necesidad de cruzar individuo e historia, la realidad y la fabulación, lo personal y lo colectivo, lo novelesco y lo documental para recrear el pasado y los ambientes sociales del agitado siglo XIX en cuarenta y seis novelas, de Trafalgar a Cánovas, en una cronología interna que abarca desde 1805 hasta 1906.
Vida y literatura, realidad y ficción, en una suma equilibrada de narración y descripción son los ingredientes con los que se articula el relato en primera persona del narrador protagonista Gabriel Araceli, cuyo crecimiento personal y social es paralelo a los acontecimientos de los que va siendo testigo: «Y sólo más tarde adquirí la firme convicción de que un grande y constante esfuerzo mío me daría quizá todo aquello que no poseía».
Es todavía un Galdós inicial, pero en las páginas de Trafalgar está en ciernes su capacidad narrativa y la profundidad de su mirada sobre la realidad española. Una mirada cedida a Gabriel Araceli, espectador y narrador, que descubre en la novela el concepto de patria (“una inmensa tierra poblada de gentes, todos fraternalmente unidos”) y el sentimiento patriótico (“por primera vez entonces percibí con completa claridad la idea de la patria, y mi corazón respondió a ella con espontáneos sentimientos, nuevos hasta aquel momento en mi alma.”).
En la figura de Gabriel Araceli, narrador de los diez episodios de la primera serie, se concreta el nacimiento de un nacionalismo universalista ilustrado y tolerante que nada tiene que ver con el fanatismo excluyente de los nacionalismos posteriores y que se perfila en Trafalgar, Zaragoza o Cádiz.
La novela se organiza alrededor de un eje argumental: el desarrollo de la batalla naval que tuvo lugar en las aguas de Trafalgar el 21 de octubre de 1805 entre la armada inglesa y la flota combinada de España y Francia. El relato del combate se lleva a cabo en los cinco capítulos centrales con un agilísimo ritmo narrativo que incorpora el análisis de los errores tácticos, de la incompetencia militar de la marinería o las deficiencias de armamento de la flota hispanofrancesa que hicieron inútil el comportamiento heroico de algunos jefes y pusieron de relieve por contraste los comportamientos dispares de Villeneuve o de Churruca o Gravina.
Y en torno a ese centro de historia novelada, antes y después, un prólogo de ocho capítulos y un epílogo de cuatro, enriquecidos con detalles narrativos ficticios, con magníficas descripciones, con pormenores verosímiles e invenciones oportunas incrustadas en los hechos históricos en torno a la peripecia del protagonista, para dar la hondura palpitante de lo vivido al acontecimiento histórico.
Estaba ya camino Galdós de forjar, muchos años antes de Unamuno, un enfoque intrahistórico que quedaría definitivamente perfilado en El equipaje del rey José, la novela que abre la segunda serie de los Episodios:
11 abril 2022
James Joyce. Dublineses
08 abril 2022
María Ángeles Pérez López. Incendio mineral
“Sólo soy una herida en el lenguaje”, escribe María Ángeles Pérez López al final del primer poema de Incendio mineral, que publica Vaso Roto.
Esa voz en diálogo consigo misma, con las voces de otros poetas, con el mundo y con el lenguaje mismo sale desde su noche oscura en busca de la identidad propia y de las claves del mundo, en busca del otro y de lo otro en quince intensos poemas en prosa que expresan el fluir de la conciencia en una respiración rítmica acompasada a una mirada profunda que indaga en la realidad a través de la analogía y, de la piedra al árbol, de la lombriz al pájaro, se proyecta en lo animal, lo vegetal o lo mineral:
El fuego alguna vez fue un animal. Un músculo violento que saltaba abrazando cada hoja. Un lengüetazo extremo de calor en la altura voluble del bejuco. La imperiosa fricción de lo invisible con los órganos blandos de la luz, como boca que todo lo mordiese.
Sus quince poemas completan una ambiciosa poética corporal, una aventura interrogativa y telúrica, poblada de imágenes potentes que son a la vez el instrumento para iluminar la oscuridad y la materialización de ese proceso de conocimiento propio y de lo ajeno en que se convierte el poema, siempre en busca del centro y sus alrededores.
Los poemas de Incendio mineral recorren el camino de ida y vuelta hacia el encuentro verbal con el mundo, con el amor, con la noche o con la piedra fundadora, esa “piedra padre que todo lo ha fundado”, desde la conciencia de los límites de un lenguaje que nombra el tiempo mientras delimita el perfil de la propia identidad en el espacio de la presencia.
Porque, como señala Julieta Valero en el Epílogo, “para alguien tan consciente de que el lenguaje nos hace, el poema se convierte en el lugar donde revertir la potencia disgregadora de las palabras en favor de la unidad y de la vida.”
Palabra que es centro y brújula en la constante aspiración de luz que recorre la escritura de estos poemas, en el ímpetu de fusión con la realidad que vertebra el conjunto y anima su implacable búsqueda de identidad. Y todo ese proceso culmina en el poema final, cima del creciente movimiento expansivo y ascendente sobre el que se articula el libro.
Un sostenido ascenso desde la raíz al fruto, desde el subsuelo oscuro a la “zoología del amor que alza la luz” a partir del ardiente impulso poético que reúne ejemplarmente intensidad verbal y voluntad de conocimiento:
Miras dentro de ti y solo hay un inmenso páramo en el que nada se oye. Ni siquiera la respiración agitada en el incendio de aquello que fuiste. ¿Adónde irás cargando tu vacío?
06 abril 2022
Valle-Inclán. Sonatas
04 abril 2022
Augusto Monterroso. Movimiento perpetuo
“La vida no es un ensayo, aunque tratemos muchas cosas; no es un cuento, aunque inventemos muchas cosas; no es un poema, aunque soñemos muchas cosas. El ensayo del cuento del poema de la vida es un movimiento perpetuo; eso es, un movimiento perpetuo”, escribe Augusto Monterroso en el preámbulo de su Movimiento perpetuo, un libro brillante e inclasificable que cumple este año medio siglo y que acaba de incorporar a su catálogo El libro de bolsillo de Alianza Editorial.
“Sin empinarme, mido fácilmente un metro sesenta. Desde pequeño fui pequeño”, escribe en ‘Estatura y poesía’ Monterroso, que decía con sorna que era tan bajo que no le cabía la menor duda. Y en un volumen tan breve como este cabe sin embargo, si no el mundo, sí una asombrosa cantidad de miradas, tonos y formas literarias, del relato al ensayo, de lo serio a lo lúdico, del humor a la reflexión, de la ironía a la parodia.
En ese constante ejercicio de libertad literaria, de crítica y creación que es este libro, están en Movimiento perpetuo algunos de los textos más significativos de Monterroso: ‘Homenaje a Masoch’, ‘Beneficios y maleficios de Jorge Luis Borges’, ‘Onís es asesino’, ‘La brevedad’ o este cáustico ‘Homo scriptor’:
El conocimiento directo de los escritores es nocivo. “Un poeta —dijo Keats— es la cosa menos poética del mundo.” En cuanto uno conoce personalmente a un escritor al que admiró de lejos, deja de leer sus obras. Esto es automático. Por lo que se refiere a las obras mismas, una idea sensata, y que ahora comienza a ponerse en práctica, es publicar al mismo tiempo en diversos países de América las mejores, o por lo menos las más resonantes, que también pueden ser buenas. Las muy malas deben ser editadas por el Estado a todo lujo, empastadas en piel y con ilustraciones, para hacerlas prohibitivas a los pobres y, a la vez, tener contentos a la mayoría de los poetas y novelistas.
Y como nexo que vincula los treinta y dos textos del libro, una antología de textos sobre las moscas, porque -escribe Monterroso en el texto inicial, ‘Las moscas’- “hay tres temas: el amor, la muerte y las moscas. Desde que el hombre existe, ese sentimiento, ese temor, esas presencias lo han acompañado siempre. Traten otros los dos primeros. Yo me ocupo de las moscas, que son mejores que los hombres, pero no que las mujeres. Hace años tuve la idea de reunir una antología universal de la mosca. La sigo teniendo. Sin embargo, pronto me di cuenta de que era una empresa prácticamente infinita. La mosca invade todas las literaturas y, claro, donde uno pone el ojo encuentra la mosca. No hay verdadero escritor que en su oportunidad no le haya dedicado un poema, una página, un párrafo, una línea; y si eres escritor y no lo has hecho te aconsejo que sigas mi ejemplo y corras a hacerlo; las moscas son Euménides, Erinias; son castigadoras. Son las vengadoras de no sabemos qué; pero tú sabes que alguna vez te han perseguido y, en cuanto lo sabes, que te perseguirán para siempre.”
Treinta y una citas -de la poesía a la novela y al ensayo, de Jonathan Swift a Wittgenstein, de Pascal a Eliot, del maestro Eckhart a Proust- conforman esa antología que sirve a la vez de conexión y de transición entre los textos. Alguna tiene toda la apariencia de ser apócrifa, como esta de Cicerón, que Monterroso señala como extraída de un inexistente tratado de Oratoria:
Niño, espanta las moscas.