8/4/22

María Ángeles Pérez López. Incendio mineral




María Ángeles Pérez López.
 Incendio mineral.
 Vaso Roto. Madrid, 2021.

 “Sólo soy una herida en el lenguaje”, escribe María Ángeles Pérez López al final del primer poema de Incendio mineral, que publica Vaso Roto.

Esa voz en diálogo consigo misma, con las voces de otros poetas, con el mundo y con el lenguaje mismo sale desde su noche oscura en busca de la identidad propia y de las claves del mundo, en busca del otro y de lo otro en quince intensos poemas en prosa que expresan el fluir de la conciencia en una respiración rítmica acompasada a una mirada profunda que indaga en la realidad a través de la analogía y, de la piedra al árbol, de la lombriz al pájaro, se proyecta en lo animal, lo vegetal o lo mineral:

El fuego alguna vez fue un animal. Un músculo violento que saltaba abrazando cada hoja. Un lengüetazo extremo de calor en la altura voluble del bejuco. La imperiosa fricción de lo invisible con los órganos blandos de la luz, como boca que todo lo mordiese.

Sus quince poemas completan una ambiciosa poética corporal, una aventura interrogativa y telúrica, poblada de imágenes potentes que son a la vez el instrumento para iluminar la oscuridad y la materialización de ese proceso de conocimiento propio y de lo ajeno en que se convierte el poema, siempre en busca del centro y sus alrededores.

Los poemas de Incendio mineral recorren el camino de ida y vuelta hacia el encuentro verbal con el mundo, con el amor, con la noche o con la piedra fundadora, esa “piedra padre que todo lo ha fundado”, desde la conciencia de los límites de un lenguaje que nombra el tiempo mientras delimita el perfil de la propia identidad en el espacio de la presencia.

Porque, como señala Julieta Valero en el Epílogo, “para alguien tan consciente de que el lenguaje nos hace, el poema se convierte en el lugar donde revertir la potencia disgregadora de las palabras en favor de la unidad y de la vida.”

Palabra que es centro y brújula en la constante aspiración de luz que recorre la escritura de estos poemas, en el ímpetu de fusión con la realidad que vertebra el conjunto y anima su implacable búsqueda de identidad. Y todo ese proceso culmina en el poema final, cima del creciente movimiento expansivo y ascendente sobre el que se articula el libro. 

Un sostenido ascenso desde la raíz al fruto, desde el subsuelo oscuro a la “zoología del amor que alza la luz” a partir del ardiente impulso poético que reúne ejemplarmente intensidad verbal y voluntad de conocimiento:  

¿Y si eres nadie?
Miras dentro de ti y solo hay un inmenso páramo en el que nada se oye. Ni siquiera la respiración agitada en el incendio de aquello que fuiste. ¿Adónde irás cargando tu vacío?
Nada pesa lo que no tienes, pero no hay ligereza posible para ti porque el vacío te arrastra hacia sus pies. Ha arrasado con toda la flora, los días sin viento, las reservas de agua y de pardales. Quedan muchos más pájaros atrapados contra las vallas: vencejos, cormoranes, petirrojos. Un viejísimo albatros sacude su cabeza como si se hubiera atragantado con un mal verso. Entre ellos se disputan las raspas del sol y todos los poemas sobre ruiseñores o palomas que han sido capaces de digerir. Disputan también con quienes han quedado crucificados contra esas vallas, atrapados en la larga migración del hambre, de la guerra.
 Y mientras, tú sobre tu páramo vacío.
Te asomas con miedo al brocal de la boca y solo se ve un espejo negro que parece saludarte desde el fondo. También alguna mano de gente difusa tras tantas pantallas entreabiertas. Nada se oye sino la frugalidad de la desgana.
A lo lejos, tal vez el agua pida que abras la puerta de tu cuerpo. ¿O vas a conformarte con ser páramo? ¿Eriazo que no habilitan las hormigas? ¿Pedregal que golpea con su sed?
 ¿Y si nadie somos todos? Pájaro perro, pájaro persona, población y polluelo enardecido. ¿Qué harás en el tránsito de las taxonomías?
[…]
Porque tú no eres suficiente para ti.
Desconoces quién eres y no importa.
De pronto apremian la vida y los tendones. De pronto estallan granos rojísimos de luz sobre la superficie torpe de tu lengua. Algunos estorninos los disputan y te besan con su canción de alambre.
¿Cómo dejar entonces que el día colisione? ¿Que haya personas aparcadas como muebles mientras viajan las mesas en primera?
Alguna vez recibiste en herencia un baúl y una silla de esparto pero hoy todo ha sido arrasado en el fuego, hasta el flequillo que desordenó los días y la expiación y nota a lápiz del convenio laboral, mientras hay personas aparcadas como muebles y están dentro de ti, son tu apellido. Con el agua que mana de sus letras humedeces tu frente y te levantas.

Santos Domínguez