Peri Rossi, Cristina
Nocturno urbano.
Relatos y poemas.
Biblioteca Premios Cervantes.
FCE España-Universidad de Alcalá. Madrid, 2022.
Para pertenecer al Club de los Amnésicos no se necesita ninguna aptitud especial —ni siquiera una gran falta de memoria, espontánea o provocada por un golpe, el envejecimiento de las arterias o la escasa irrigación del cerebro—, porque se parte del hecho de que, desde el momento de nacer, todos somos amnésicos, especialmente aquellos que creen recordar. En este sentido, una mujer que pierde a menudo las gafas está en tan buenas condiciones para acceder al club como aquella otra que jamás olvida el lugar donde las dejó: de la primera se dice que respeta la autonomía de los objetos, de ésta, que gusta ejercer cierto dominio sobre las cosas.
Los amnésicos nunca dicen «recuerdo que», sino «imagino que», aunque de hecho, estén hablando de una experiencia del pasado. Del mismo modo, rechazan el uso de la fotografía, sobre todo cuando son retratos. En lo que concierne a objetos o paisajes, consideran que las fotografías son cuadros o poemas, es decir, intervenciones deliberadas en el gran caos de lo real. Si un amnésico quiere sacar una fotografía, se preocupa de que el revelado sea parcial, no total, de suerte que grandes zonas del objetivo estén veladas.
Es obligación de todos los integrantes del club llevar un diario minucioso de sus vidas, pensamientos y deseos, por mediocres que sean, ya que su lectura les permite comprobar hasta qué punto han olvidado, de un momento a otro. No es una actividad simple, como podría pensarse. Algunos amnésicos han abandonado el trabajo en la oficina, la tienda o el ministerio para dedicarse exclusivamente a escribir el diario, procurando que nada de lo sentido, nada de lo percibido, nada de lo pensado escape a ese registro escrupuloso. Otros han abandonado el hogar, la esposa y los hijos, para sumergirse de lleno en esta tarea, pero no siempre pueden escapar a la locura: anotar minuciosamente la vida interior —por escasa o superflua que sea— provoca, a su vez, nuevos pensamientos, nuevas imágenes y deseos, de modo que el escriba debe desdoblarse, y esas fisuras no suelen suturarse eficazmente.
Así comienza ‘El Club de los Amnésicos’, uno de los diecisiete relatos de Cristina Peri Rossi que se incluyen en Nocturno urbano, el volumen conmemorativo que reúne un libro de relatos de 1988, Cosmoagonías, y otro de poemas, Habitación de hotel, del último Premio Cervantes, que editan en la espléndida colección Biblioteca Premios Cervantes el Fondo de Cultura Económica y la Universidad de Alcalá.
Abre el díptico literario de Peri Rossi este texto, ‘Piezas para una biografía’, fechado en enero de 2022 y escrito para esta edición, en el que conecta episodios significativos de su biografía con los títulos de sus libros:
La vida es un puzzle de numerosas piezas, dispersas, y nosotros, los ingenieros que intentamos seleccionar algunas, para configurar un sentido, una estructura, una forma significativa. Con las pistas que propongo, se puede armar, si al lector le interesa, una biografía.
Nací en Montevideo, Uruguay, el 12 de noviembre de 1941 (La ciudad de Luzbel, de este libro). Fui una niña curiosa, que creyó que el saber era poder, y decidió investigar, por cuenta propia, todo lo humano y lo divino (La rebelión de los niños, La tarde del dinosaurio). En el seno de mi familia (emigrantes italianos llegados a Tierra de Promisión, Allende el Sur) aprendí mucho acerca de las pasiones y los delirios: una familia es un microcosmos (El libro de mis primos). Estudié Música y Biología, pero me gradué en Literatura Comparada: la fantasía me pareció un territorio más fascinante que el de las leyes físicas. Fui romántica antes de saber qué era el Romanticismo; amaba las ruinas, los días lluviosos, las pasiones morbosas, la intensidad.
De pequeña, mis tíos me llevaban al puerto a ver zarpar los barcos. Me enamoré de esas ballenas blancas, sin saber que un día, a los veintinueve años, un barco italiano (geometría perfecta del origen y el desenlace) me conduciría al exilio, en España.
El exilio fue una experiencia larga, dolorosa, totalizadora, que no cambiaría por ninguna otra. Me costó casi diez años hacer de mi exilio particular una alegoría (La nave de los locos, Diáspora, Descripción de un naufragio). El exilio fue una pasión, tan fuerte como el amor, porque para los obsesivos, lo importante es la pasión, no el objeto. De modo que cuando el exilio acabó, busqué otra dictadura, la del amor: Solitario de amor, Babel bárbara. Del exceso de romanticismo siempre me ha salvado la ironía, el humor y la ternura. Si imaginé El museo de los esfuerzos inútiles y Una pasión prohibida, satiricé en ellos, y en Cosmoagonías, el mundo que nos ha tocado vivir.
De los barcos me ha quedado un amor por sus imágenes en madera, en papel, en sellos, que colecciono con el furor de los fetichistas.
Me gusta escribir vestida de blanco: pantalón blanco, camisa blanca, y con mucho papel (en blanco) sobre la mesa. Sigo siendo en parte La insumisa que fui desde la infancia. Mi paisaje favorito: Europa después de la lluvia. Está agotado. Dejo al lector el sentido simbólico de este hecho. Los próximos paisajes serán nuevos.
El conjunto, medio centenar largo de textos, ofrece una muestra representativa del mundo literario de Cristina Peri Rosi con medio centenar largo de textos, entre los que figuran poemas como este:
Mi casa es la escritura II
La A me acoge amparadora como un arca
la B me bautiza
y —baúl— me encierra
la C me cautiva
cálida cortesana
La D destila drogas —adormidera—
la E, como un emblema,
me elige, me embaraza
y me eyacula;
la F, femenina, fabula
fantasías y fracasos;
la G me guarda y me gobierna; la H husmea, me humilla
me humedece;
la I me invita, me instala,
me imita, me imagina;
la J jadea a mi costado,
me jala y me jarrea;
la L labra y lame mi cuerpo con lazos y con lianas;
la M, madre melancólica, merodea mis días;
la N narra, narra, narra, nana inacabable de hombres de mujeres y de niños;
la O opone la voz al silencio, la opulencia del léxico
a la estrechez del sentido;
la P permanece, sólidamente preguntando;
la Q quiere y no puede,
y cuando puede, no quiere; la R responde rabiosamente a la realidad con los sueños; la S sibilina sueña sermonea sobresalta
sabe que nos sabe
la T tiembla
y toca lo que teme
la U unge en lo umbrío
el Verso vagaroso que vuela con el viento
la Z zumba en mis oídos
las zalamerías de tu risa
que me engaña cada noche.
Santos Domínguez