Miguel Dalmau.
Pasolini. El último profeta.
XXXIV Premio Comillas.
Tusquets. Barcelona, 2022.
¿Pasolini profeta? En efecto. Conviene recordar aquí que el profeta no adivina el futuro: no es aquel arúspice romano que consultaba las vísceras humeantes de las bestias para anunciar luego oscuros presagios o acontecimientos felices, desde el altar del sacrificio. El profeta no es un adivino: es una voz que viene del pasado, un personaje que se instala en el presente y lo observa desde la tradición, antes de elaborar un discurso de advertencia para la comunidad. El profeta nos descubre algo que no hemos visto, se pronuncia con valentía y nos advierte de los peligros de nuestra ceguera. No otra cosa hizo Pasolini en la segunda mitad de su vida, señalar todo el desastre que entonces se anunciaba en el horizonte: la corrupción política, la pérdida de valores, el abandono del mundo rural, la destrucción del paisaje, el abandono del mundo rural, la destrucción del paisaje, el genocidio cultural sobre las sociedades y pueblos primitivos, el poder omnímodo y manipulador de los medios de comunicación, la mansedumbre de los intelectuales, la vulgaridad de la subcultura de masas, la homogeneización de la sociedad, la pérdida de libertades del individuo... Esta crónica de un desastre anunciado hace medio siglo es el mundo en el que vivimos ahora.
Con ese párrafo explica Miguel Dalmau el título de su Pasolini. El último profeta, la espléndida biografía con la que obtuvo el XXXIV Premio Comillas que acaba de publicar Tusquets en una magnífica edición iluminada por las abundantes imágenes de un cuadernillo central que sirve de apoyo visual a este profundo recorrido por la vida y la obra del cineasta, poeta y ensayista italiano, de cuyo nacimiento en Bolonia en 1922 se cumple ahora el centenario.
Conocido sobre todo como cineasta y autor de películas como Accattone, El Evangelio según Mateo, la Trilogía de la vida (El Decamerón, Los Cuentos de Canterbury y Las mil y una noches), Edipo Rey o Medea, Pasolini fue un intelectual asombroso que además de filmar diecinueve películas dejó cinco libros de poesía y otros más de veinte en prosa, de carácter narrativo como Chicos del arroyo o el inacabado Petróleo, o de artículos y ensayos como Escritos corsarios o El fascismo de los antifascistas. “Un escritor de talla y el poeta italiano más original de la segunda mitad del siglo XX”, escribe Miguel Dalmau.
A analizar sus películas y sus libros en relación con su peripecia vital e ideológica se dedican las páginas de esta obra que aborda la traumática relación con un padre alcohólico y violento; la admiración por su madre, a la que reservó el papel de la Virgen en El Evangelio según Mateo; su conflictiva homosexualidad y las diversas causas judiciales (treinta y tres procesos) que se le abrieron; su expulsión del Partido Comunista; la profunda crisis personal de sus últimos meses de vida a raíz de la ruptura con Ninetto Davoli o la verosímil conjura de los servicios secretos que se esconde tras su aparente asesinato por un chapero de diecisiete años.
La de Pasolini fue una vida intensa y problemática, marcada por la lucidez y la tragedia, por la brillante inteligencia, las contradicciones y las turbias circunstancias que rodearon su peripecia existencial. Esas circunstancias modelaron la personalidad del artista plural e irrepetible y el intelectual agudo que murió oscura y violentamente en un descampado de Ostia la madrugada del 2 de noviembre de 1975, poco después de terminar de rodar su perturbadora Saló o los 120 días de Sodoma. “Un infierno llamado Saló” titula precisamente Miguel Dalmau uno de los capítulos de la última parte del libro. Y en otro momento se pregunta: ¿Alguien puede discutir una obra como Saló, sabiendo hoy que sus pérfidos protagonistas son los que de algún modo ordenaron su muerte en la vida real?”
Organizada en tres bloques -Paraíso, Purgatorio, Infierno- que siguen significativamente el orden inverso al de la Divina Comedia, porque recorren la vida de Pasolini desde el paraíso de la infancia hasta el infierno que lo destruyó, esta es una biografía intensa además de rigurosa en la reconstrucción de su peligroso lado oscuro, de ese particular camino de perdición y excesos, esa “deriva insana” que siguió Pasolini esos últimos años hasta aquel sábado por la noche en que fue asesinado.
La tarde anterior había concedido una entrevista al periodista Furio Colombo en la que advertía: “Quiero decirlo con todas las letras: desciendo al infierno y veo y conozco cosas que no alteran la paz de los demás. Pero tened cuidado. El infierno está saliendo de vosotros. Es cierto que llega con máscaras y banderas distintas; es cierto que sueña su propio uniforme y su propia justificación. Pero es verdad, también, que el deseo de ese infierno de dar palos y agredir, de matar, adquieren más fuerza y se extienden a todas partes.”
A su muerte aquella “noche que Italia murió” dejaba sin terminar Petróleo, un descomunal proyecto novelístico de dos mil páginas de las que había completado seiscientas. Un proyecto inacabado de cuyas páginas se puede deducir que la obra “supone una summa de toda la obra pasoliniana y una reflexión despiadada sobre el Poder”, como escribe Dalmau, que añade:
No es nada casual que esta reflexión coincida con la amarga experiencia de toda una vida. Al fin y al cabo Pasolini había sufrido en propia carne los abusos de toda una época: desde el fascismo que había hipnotizado a su padre y arruinado el país; el nazismo que había bombardeado e invadido la tierra de su madre; el comunismo que había matado a su hermano; o la Democracia Cristiana, que estaba prolongando la obra de Mussolini bajo una piel de cordero, contribuyendo de paso a la consolidación del Nuevo Poder. El profeta supo reconocerlo y denunciarlo antes que nadie. […] Si había una víctima del Poder en Europa, no se olvide nunca, se llamaba Pier Paolo Pasolini.
En uno de sus libros en prosa, La divina mímesis, se autorretrató sombríamente con estas frases amargas que reflejan su crisis personal: “Solo, derrotado por los enemigos, aburrido sobreviviente para los amigos, personaje extraño para mí mismo.”
Y en Pajaritos y pajarracos, la película que escribió y dirigió en 1965, diez años antes de morir, incluyó este diálogo con el que Miguel Dalmau cierra su magnífica incursión en la vida y la obra del intelectual completo y del hombre atormentado que exploró con lucidez visionaria las luces y las sombras del siglo XX:
NINETTO: ¿Eres un profeta?
EL CUERVO: Sí… Un profeta… ¡Ojalá! Han pasado de moda las ideologías, y aquí estoy, hablando de no sé qué a hombres que no saben a dónde van.
Santos Domínguez