Partes de guerra.
Ignacio Martínez de Pisón (ed.)
Catedral. Barcelona, 2022.
Con la turbación con que se pronuncia un sortilegio, Juan Senra, profesor de chelo, dijo sí y, sin saberlo, salvó momentáneamente su vida.
—¿De verdad le conoció? —preguntó el coronel Eymar, sacudiendo su somnolencia e iniciando un gesto de aproximación al acusado, algo parecido al interés de un entomólogo que se fija en algo diminuto que se mueve.
—Sí.
—¡Sí, mi coronel! —tronó atiplado su coronel.
—Sí, mi coronel.
Juan Senra llevaba en pie desde el alba, vestido con un mono azul y un jersey raído que dejaba entrar el frío y manar el miedo. Su extremada delgadez, la nuez que saltaba asustada cada vez que tragaba saliva y un abatimiento que enarcaba sus espaldas hasta hacer de él algo convexo, le habían convertido en una cicatriz de hombre incapaz ya de fijar la mirada sin sentir náuseas.
—¿Dónde?
—En la cárcel de Porlier.
Así comienza 1941 o El idioma de los muertos, el tercero de los cuatro relatos de Los girasoles ciegos, de Alberto Méndez.
Junto con Una historia de Ibiza, de Rafael Alberti, y El balcón vacío, de María Luisa Elío, es una de las novedades que Ignacio Martínez de Pisón ha añadido en la reedición ampliada de Partes de guerra en el magnífico volumen que publica Catedral.
Ese relato de Alberto Méndez cierra un conjunto narrativo de treinta y nueve cuentos que se abre con La lengua de las mariposas, de Manuel Rivas, al que contribuyen nombres como Ramiro Pinilla, Bernardo Atxaga, Chaves Nogales, Sender, Fernández Santos, Juan Eduardo Zúñiga, Aldecoa, Ana María Matute, Delibes, Antonio Pereira, Max Aub, García Pavón, Barea, Ayala o el propio Martínez de Pisón, que incorpora a esta nueva edición su relato Hombres de paz.
Organizados cronológicamente, no por fecha de composición, sino con arreglo a la cronología histórica en la que se sitúan los relatos, desde julio de 1936 hasta comienzos de la posguerra, el conjunto ofrece una secuencia narrativa coherente que propone una nueva mirada sobre la evolución de la guerra civil, desde sus inicios hasta sus consecuencias.
Con diferentes enfoques temáticos -entre el frente y la retaguardia, entre el campo y la ciudad, entre el sur gaditano de Fernando Quiñones y el norte vascuence de Ramiro Pinilla- y diversas perspectivas ideológicas -de un bando a otro, de lo individual a lo colectivo, de la memoria a la invención-, la secuencia de los relatos recopilados en Partes de guerra permite construir un mosaico narrativo en el que más de treinta escritores componen “una suerte de novela colectiva sobre la guerra civil”, como señala en su prólogo Martínez de Pisón cuando escribe: “Refiriéndose a la narrativa surgida de la guerra civil italiana (la guerra partisana de 1943 a 1945), Italo Calvino sugirió que podía toda ella ser leída como un macrotexto unitario: un libro de mil padres, capaz de hablar en nombre de todos los que habían participado en la lucha. Con la literatura que sobre la guerra civil española escribieron quienes intervinieron en ella podría hacerse algo similar. El material de partida es bueno y abundante, porque han sido muchos los escritores que han acertado a convertir sus experiencias de esos tres años en gran literatura. ¿Por qué, entonces, no probar a componer con los relatos escritos por unos y por otros una suerte de novela colectiva sobre la guerra civil? ¿Y por qué limitar el proyecto a las generaciones de escritores que vivieron el conflicto desde dentro y no ampliarlo también a aquellas que, por razones cronológicas, sólo han podido percibir sus ecos y consecuencias? Han pasado más de ochenta años desde el comienzo de la contienda, y lo que está claro es que sobre ella han escrito literatos de todas las generaciones: los que intervinieron en ella, los que la padecieron en la niñez o la adolescencia, los hijos de estos o de aquellos, los nietos… Tanto unos como otros podrían con idéntica legitimidad participar en esa hipotética novela coral, y esta no sólo ampliaría su perspectiva histórica sino también la diversidad de sus enfoques literarios, dado que la documentación y la inventio por fuerza habrían de servir de contrapunto a una narrativa del testimonio y la memoria.”
El conjunto completa un retablo narrativo compuesto con estos relatos que, afirma Martínez de Pisón, están “entre los mejores que se han escrito acerca de la guerra civil. […] Pero lo que este antólogo ha intentado no ha sido reunir un ramillete de buenos relatos sino contar la guerra civil, o al menos una gran parte de ella, a través de las historias escritas por algunos de nuestros mejores narradores.”
Santos Domínguez