30/5/22

Manuel Longares. Las cuatro esquinas


 Manuel Longares.
Las cuatro esquinas.
Edición de Ángeles Encinar.
Cátedra Letras Hispánicas. Madrid, 2022.

En una España en la que empezaba a amanecer, el 22 de noviembre del cuarenta y tantos, se sitúa El principal de Eguílaz, primero de los cuatro relatos que componen Las cuatro esquinas, el libro de Manuel Longares que acaba de publicar Cátedra Letras Hispánicas con edición de Ángeles Encinar, que ha escrito para la ocasión un amplio estudio introductorio en el que, tras un recorrido por la evolución de la obra narrativa de Longares, analiza Las cuatro esquinas como una novela compuesta, como “un libro esencial en la trayectoria del autor y en la historia de las letras españolas.”

En aquel Madrid de los amaneceres con fusilamientos sumarios se cruzan en la glorieta de Bilbao los señoritos juerguistas que han ganado la guerra y vienen de recogida con los obreros que salen a esa hora a trabajar. Y muy cerca de allí se producen las apariciones de una Virgen que huele a boniato.

1940, 1960, 1980, 2000 son las cuatro décadas en las que transcurre este retablo narrativo compuesto por cuatro relatos que recorren las cuatro edades del hombre a través de cuatro momentos de la historia de la sociedad española contemporánea. Un retablo habitado por cuatro tipos de personajes: los súbditos de la posguerra, la juventud inconformista de los sesenta, las víctimas y los verdugos en los años de la transición y los ancianos preocupados por el más allá.

El hombre que cumple setenta años cuando se escribe este prólogo —diciembre de 2010—, nació bajo una dictadura y no conoció la democracia hasta que fue adulto, con lo que se ha pasado media vida añorando la libertad y la otra media temeroso de perderla. Nada de lo que hoy mira o escucha le recuerda las privaciones y la feroz represión de sus años mozos, hasta tal punto las hizo olvidar la evolución política posterior. Y ahora que la prosperidad se asienta en su país, sólo lamenta que, por ser viejo, le quede poco tiempo de disfrutarla”, escribía Manuel Longares en Propuesta, el prólogo que abría en la primera edición de Las cuatro esquinas en Galaxia Gutenberg en 2011.

Como en su imprescindible Romanticismo, una de las mejores novelas españolas de los últimos años,  Madrid es el escenario, el protagonista, y la referencia social de las cuatro novelas -El principal de Eguílaz, El silencio elocuente, Delicado y Terminal- que abarcan una secuencia temporal de setenta años desde “el veintidós de noviembre de mil novecientos cuarenta y tantos” hasta agosto de 2008. 

La miseria, la ingenuidad, la perfidia y la transcendencia son los signos característicos de cada uno de esos cuatro momentos, de cada uno de los cuatro episodios de estas cuatro esquinas que trazan el mapa de la España reciente. Un mapa dibujado con la magistral sutileza narrativa de Manuel Longares, con su mirada crítica e irónica, compasiva y profunda, y con una de las prosas de más calidad de la literatura española contemporánea.

“Manuel Longares nunca se ha plegado a modas ni objetivos editoriales. Su producción destaca por la calidad y por sus intereses literarios”, señala Ángeles Encinar en su introducción, en la que subraya que “la imaginación, la memoria y la palabra son los tres puntales de su escritura; y el lenguaje es fundamental porque la historia está determinada por él, el modo de contar prevalece sobre lo contado.”

Un ejemplo, el comienzo de la primera novela, donde se perciben esa peculiar mirada y ese estilo inconfundible, esa voz narrativa propia de Longares, que ya señaló hace años en una entrevista que “escribir es encontrar un estilo”:

Cuando tocan a diana en el cuartel del Conde Duque, los enfrentados en la guerra civil se cruzan en la glorieta de Bilbao. Los vencidos se trasladan en metro al andamio de Tetuán o a la fábrica del Puente de Vallecas y los vencedores, después de un paseo triunfal por los bulevares de Alberto Aguilera y Carranza, aparcan el coche en la bodega de la calle Churruca. Ahí coinciden con los redactores del diario Arriba que traen desde la vecina calle Larra el periódico recién impreso. “En España empieza a amanecer”, admite uno de ellos apuntando al cielo opaco. 

Santos Domínguez