Luis Mateo Díez.
Celama (un recuento).
Edición de Ángeles Encinar.
Alfaguara. Barcelona, 2022.
“Este libro se compone de treinta y ocho cuentos y un preámbulo. Treinta y cinco historias autónomas que forman parte de las novelas de El reino de Celama […], a las que se añaden tres más. […] Todos los relatos han sido revisados (vueltos a contar) y modificados adecuadamente -estilo, contenido y titulación de capítulos, antes numerados- por Luis Mateo Díez para este nuevo volumen con entidad propia. Hablamos de un ciclo de cuentos.”
Con esas palabras resume Ángeles Encinar el contenido de Celama (un recuento) en el estudio que cierra la edición de los relatos del ciclo de Celama que publica Alfaguara.
Precedidas de un preámbulo, ‘Viaje a Celama’, escrito por Mateo Díez para esta edición, la gran mayoría de las historias proceden de El espíritu del páramo, La ruina del cielo -dos “novelas compuestas” construidas por historias autónomas- y de El oscurecer, que componen la trilogía El reino de Celama, un conjunto novelístico fundamental en la narrativa española de los últimos años, que tiene como eje el territorio a la vez real e imaginario de Celama, nombrado también como el Páramo, la Llanura, el Territorio, trasunto literario del verdadero páramo leonés, con capital en Santa Ula.
A esas treinta y cinco historias se suman dos cuentos que ya habían aparecido en otros lugares (‘Flores del fantasma’ y ‘El sol de la nieve o el día que desaparecieron los niños de Celama’) y el inédito ‘Hemina de Ovial’.
Los treinta y ocho relatos han sido revisados, recontados y reordenados en ocho secciones temáticas: el mundo de la niñez de “Corro de infancia”; el viaje de “Rumbo de los viajes”; la pasión amorosa de “Ronda de los amores”; los presagios funestos de “Señales de muerte y desgracia”; las relaciones familiares de “Hijos y destinos”; la vejez de “Las edades extremas”; los animales de “Fabulario doméstico” o las historias sagradas y míticas de “Deidades, santidades y vaticinios”.
Esa reordenación articula en una nueva lógica narrativa interna el conjunto de este recuento polifónico, ambientado en un espacio mítico y oscuro: la llanura estéril y árida de Celama, una geografía física y humana, pero además una atmósfera espiritual y quizá también un estado de ánimo, un espacio cartografiado en el valle de los dos ríos, el Urgo y el Sela, que marcan su frontera y delimitan un territorio literario del que dice el narrador viajero de ‘Viaje a Celama’:
Lo que el viajero podría corroborar era una idea que tuvo muy tempranamente, la que consideraba que la irrealidad era la condición del arte, y que entre los auspicios de su viaje a Celama, en la percepción primera que alentaba un presagio en la frontera de dos ríos, más allá de la niebla y la envoltura del emboscamiento, lo irreal daría sentido a lo que viera y descubriese.
Todo lo cual formaba parte de las sensaciones con que el viajero había ideado su viaje a Celama y cuando ya, entre el acopio de las previsiones, la niebla y la indeterminación resultaban casi sustancias de la imaginación anotada en sus cuadernos sin especiales atisbos de fidelidad, como mera constatación de lo que en sus más íntimas expectativas significaba ya el Territorio que, al tiempo en los esquemas de la ficción, era conocido además como el Páramo o la Llanura, y también como el Reino de Celama en la perspectiva histórica que dotaba la compilación de su totalidad, en la geografía y el tiempo.
[…]
Celama pertenecía al patrimonio de lo imaginario, a la irrealidad que es la condición del arte.
Su potente mundo narrativo se levanta como una construcción coral por la que pasan decenas de personajes marcados por la presencia constante del vacío y la muerte que lo invaden todo y que son la metáfora del fin de un ancestral mundo agrario. Un mundo crepuscular que sólo sobrevive en la cultura oral que rescata la memoria individual y colectiva y la funde con la imaginación.
Porque imaginación, memoria y palabra son las tres fuentes de las que se alimentan estas historias. La habilidad en la construcción de los diálogos, las brillantes descripciones de ambientes, la agilidad de la narración, el simbolismo del deterioro, el cuidado estilístico, la desolada melancolía y el humor -cervantino en su tolerante suavidad o esperpéntico en su distanciamiento irónico- son algunos de los rasgos que caracterizan la técnica, la tonalidad o la perspectiva narrativa de estos cuentos.
“Mis necesidades narrativas -ha explicado Mateo Díez- se conforman contando, inventando, atadas a la fuente de la imaginación que, con frecuencia, es alimentada desde la fuente de la memoria. Supongo que esa necesidad, ese imperativo de la imaginación y la memoria, tiene que ver con cierta capacidad metafórica para entender el mundo donde uno habita, la vida que corre sin remedio, y mis ficciones darán medida de esa capacidad, que también ilustrará mis obsesiones y mis intereses de escritor.”
Fundado desde “la legitimidad de lo oral” y “el patrimonio de la imaginación”, el territorio de Celama -concluye en su epílogo Ángeles Encinar- “transciende sus límites y logra un carácter universal.”
Santos Domínguez