“Los intelectuales dedicados a las humanidades han pagado un precio muy alto por su comportamiento menguante. Hoy en día somos más o menos ignorados por el público en general y por nuestros colegas de las ciencias sociales y naturales […] También me pregunto si no existirán buenos motivos para que quienes cultivamos las humanidades seamos ignorados. Después de todo, ¿por qué alguien habría de prestar atención a un conjunto de disciplinas cuyos argumentos centrales se reducen, con demasiada frecuencia, a la afirmación de que la única verdad es que no existe ninguna verdad, que todos los esfuerzos hacia la verdad no son más que ansias de poder y, por último, que toda conversación en profundidad a través de las fronteras culturales y temporales es esencialmente ilusoria, pues todos estamos atrapados por los juegos de nuestros lenguajes locales, condenados a ver en nuestras cabezas sombras que no van a ninguna parte ni significan absolutamente nada? Hemos perdido todo sentido de lo universal, todo sentido de lo humano en cuanto humano”, escribe Jeffrey J. Kripal en uno de los capítulos de El vuelco, que publica Atalanta con traducción de Pablo Hermida Lazcano.
Subtitulado Epifanías de la mente y el futuro del conocimiento, es, entre otras cosas, en palabras de su autor en el prólogo, ‘El cosmos humano’, “una queja pública y deliberadamente polémica por el peligroso menosprecio que sufren las humanidades en la cultura contemporánea, académica y de cualquier otra índole”, “un ensayo inapropiadamente esperanzado e incluso extremadamente optimista sobre un punto de inflexión, sobre el futuro -ya sea cercano o remoto- de una nueva cosmovisión o de una nueva realidad que se está forjando en torno a la epifanía de la mente” y la reivindicación de “una recalibración de las humanidades y de las ciencias que apunte hacia alguna forma futura de conocimiento.”
Ese vuelco del conocimiento que se evoca en el título se producirá, afirma Kripal, “cuando surja una filosofía de la mente que conciba la consciencia como previa y primordial, y por consiguiente irreductible a funciones cerebrales o a cualquier otra forma de mecanismo material, mientras la neurociencia contemporánea continúa con su aparatosamente fallido intento de explicar la consciencia mediante algún modelo materialista o mecanismo causal.
Esta irreductibilidad de la mente traerá consigo un nuevo ascenso de las humanidades, que a fin de cuentas siempre se han ocupado de relacionar e interpretar tanto las formas más banales como las más fantásticas en que la consciencia se refleja y se refracta a través de los códigos culturales de la civilización humana, esto es, a través de la historia, las prácticas sociales, el lenguaje, el arte, la religión, la literatura, las instituciones, el derecho, el pensamiento y, me atrevo a añadir, la ciencia.”
Cada uno de los cinco capítulos que componen el libro son otras tantas aproximaciones a la necesaria relación entre la materia y la mente, entre la conciencia y el cosmos. Cinco ensayos de aproximación y reflexiones que conducen al epílogo -‘Lo humano cósmico’-, en el que Jeffrey J. Kripal hace esta propuesta conclusiva sobre una nueva gnoseología, basada en un diálogo renovador entre las humanidades y la ciencia:
Creo que la forma futura de conocimiento será, como el cerebro humano, dual pero equitativa, es decir recíproca. Platón tendrá tanto que decir como Aristóteles.[…] En términos educativos, las humanidades no serán la prima pobre de las ciencias.
Nuestras preguntas más profundas acerca de nosotros mismos (como parte) y del cosmos (como el todo) jamás tendrán respuesta sin un compromiso entre ambas formas de conocimiento. Y estas preguntas últimas requerirán, probablemente, formas de conocimiento que ni siquiera hemos imaginado todavía.
Santos Domínguez