Reseñar libros malos no es sólo una pérdida de tiempo, sino también un peligro para el carácter (W.H. Auden)
24 diciembre 2021
Miren Agur Meabe. Cómo guardar ceniza en el pecho
22 diciembre 2021
Gustave Flaubert. Cuentos completos
En ese prólogo Mauro Armiño traza un completo recorrido crítico por la trayectoria literaria y vital de Flaubert y por su concepción narrativa, que “se divide de forma alterna entre esos dos mundos: una visión directa de la realidad y la reconstrucción fantástica de personajes míticos o de civilizaciones desaparecidas […] La misma alternancia se opera en su último libro publicado, Tres cuentos, que contiene un relato simbólico iniciado nada más acabar Bovary, ‘La leyenda de San Julián el hospitalario’; otro realista sobre una figura de la vida provinciana, ‘Un corazón simple’, y, por último, una recuperación de la antigüedad oriental y romana: ‘Herodías’.”
Aquel Flaubert “desalentado del mundo y con conciencia de fracaso como persona y como escritor”, en palabras de Mauro Armiño, escribió los tres cuentos entre 1875 y 1877, en año y medio de trabajo intenso y documentación minuciosa y precisa. Fue un trabajo lento que explicaba en una carta a su sobrina a propósito de Un corazón simple: “Ayer trabajé dieciséis horas, hoy todo el día, y por fin esta noche he terminado la primera página.”
Son muy evidentes las correspondencias y los puntos de contacto entre estos tres cuentos y sus novelas anteriores. Un corazón simple, sobre la vida anodina de un personaje irrelevante, la criada Félicité, tiene mucho que ver con Mme. Bovary, incluso en la ambientación provinciana en Normandía; la sangrienta y medieval Leyenda de san Julián el hospitalario remite en algunos aspectos a Las tentaciones de san Antonio y finalmente Herodías, con el esplendor de su mundo antiguo y bíblico en torno a la decapitación del Bautista, no oculta sus deudas con el mundo novelístico de Salammbô.
“Tres mundos, tres épocas -explica Mauro Armiño- que responden al vaivén al que Flaubert somete a toda su obra: un ‘realismo’ al que sucede una invención visionaria de tramas que se sitúan varios centenares o miles de años atrás. Ahí el novelista puede imaginar el mundo tanto de abnegación que le interesa -y también de insensibilidad por parte del entorno de Félicité- como de crudeza, donde las cabezas sanguinolentas de los animales que San Julián mata tienen una analogía con el mundo cruel del tetrarca de Judea.”
Además de la interesante correspondencia sobre Tres cuentos y del Prefacio de 1870 a las Dernières Chansons de Louis Bouilhet, donde resumió su idea de la vida y su concepción del arte narrativo, esta monumental edición de los relatos flaubertianos recoge sus diecisiete cuentos póstumos, obras de juventud como Matteo Falcone o Dos ataúdes para un proscrito, La novia y la tumba, La peste en Florencia o Bibliomanía, el primer texto propio que Flaubert vio impreso: tenía quince años cuando apareció este relato en un periódico de Ruán.
Es la primera vez que se reúnen en español esos relatos de juventud, escritos entre los quince y los veinte años. Con un importante fondo autobiográfico, notable en la novela corta Las memorias de un loco, su culminación es Noviembre, que surgió de un episodio de iniciación amorosa que protagonizó Gustave Flaubert en octubre de 1840.
Con aquella experiencia iniciática Flaubert entraba en la madurez sexual y creativa. Su marca persistente reaparecerá en La educación sentimental, en Mme. Bovary o en Salammbô, pero antes servirá para completar este retrato del artista adolescente, una autobiografía romántica que es también la más acabada de sus obras de aprendizaje juvenil, su primera narración considerable y la última de sus confesiones, con la que daba por clausurada su juventud.
Porque Noviembre es el punto final del Flaubert romántico y autobiográfico y el punto de partida del autor de algunas de las mejores novelas del XIX. Está aquí todavía el autor enamoradizo y soñador de las Memorias de un loco, el que se evade con la imaginación a lugares exóticos y vive obsesionado con la muerte, el que habita más en el pasado de la ensoñación melancólica que en el hastío y el desapego del presente.
Pero hay ya en esta novela corta, a pesar de ciertas persistencias de un espíritu visionario, señales que apuntan en otra dirección, hacia un alejamiento del narcisismo autobiográfico para explorar otras vidas, para practicar análisis y disecciones psicológicas, como llamó Flaubert a estas tentativas, que luego serían fundamentales para la apertura de nuevas vías narrativas, imprescindibles en sus grandes novelas.
La figura de Marie -mitad ángel, mitad demonio, como suele suceder con las figuras femeninas del Romanticismo-, que representa el deseo, la pasión y el arrepentimiento, reaparecerá parcialmente en Emma Bovary, en la Mme. Arnoux de La educación sentimental, y sus rasgos seguirán siendo perceptibles en algunos personajes femeninos de Salammbô o de Bouvard y Pécuchet.
No es ese el único motivo que hace de Noviembre un relato imprescindible para entender la producción posterior de Flaubert. Cierre y apertura de dos momentos en la evolución de su autor, es también una novela de aprendizaje literario, de adiestramiento técnico y no sólo sentimental.
Aunque declaró varias veces su aprecio por Noviembre, Flaubert no la quiso publicar, y hubo que esperar a 1910, treinta años después de su muerte, para una primera edición que permitiera calibrar su importancia como ejercicio estilístico, la tensión de su prosa y –lo que parece más decisivo- los cambios en el punto de vista narrativo, con los que Flaubert empieza a mostrar su creciente capacidad novelística y su esfuerzo para construir personajes desde dentro.
La propuesta final de una nueva voz, la perspectiva de un narrador distante y objetivo, una voz ajena a los dos personajes, es un primer anuncio serio del virtuosismo novelístico de Flaubert. Por eso Noviembre no es sólo la crónica de la transformación sentimental operada por la pasión erótica, es también la primera piedra sobre la que se levantaría el sólido edificio de algunas de las novelas más memorables del Realismo.
Las espléndidas traducciones de Mauro Armiño dan un valor añadido en español a estos relatos juveniles de Flaubert que van prefigurando poco a poco su inconfundible universo narrativo.
20 diciembre 2021
F. M. Dostoyevski. Obras completas II
F. M. Dostoyevski.
Obras completas II.
Novelas y relatos (1859-1862).
Edición de Ricardo San Vicente.
Traducciones de Augusto Vidal y Juan Luis Abollado.
Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2021.
Galaxia Gutenberg acaba de publicar el segundo volumen de las Obras completas de F. M. Dostoyevski, un ambicioso proyecto editorial dirigido por Ricardo San Vicente, uno de nuestros mayores expertos en literatura rusa.
Estas Obras completas reunirán toda la producción narrativa del autor de Crimen y castigo en ocho tomos. Si el primero, publicado hace doce años, recogía su obra entre 1846 y 1849, en este segundo volumen se editan las novelas y los relatos publicados entre 1859 y 1862, con traducciones de Augusto Vidal y Juan Luis Abollado.
En esos diez años, entre las obras de ambos tomos, se había producido el acontecimiento decisivo en la vida de Dostoyevski: el simulacro de fusilamiento que sufrió en la Plaza Semenovski de San Petersburgo el 22 de diciembre de 1849.
Había sido detenido en abril de 1849 y condenado a muerte por pertenecer al círculo de Petrashevski. Tras aquella ejecución simulada, se le conmutó la pena capital por la de ocho años de trabajos forzados que se rebajaron finalmente a cuatro y se completaron con la obligación de un servicio militar posterior como soldado raso en un regimiento de Siberia. En total serían diez los años siberianos sufridos por Dostoyevski desde su detención hasta su retorno a San Petersburgo, en diciembre de 1859.
Fueron diez años improductivos en creatividad, pero decisivos para Dostoyevski, que salió de Siberia siendo otro, porque aquella media hora en el patíbulo que evocaría en El idiota y las experiencias carcelarias que reflejaría años después en sus Apuntes de la Casa Muerta provocaron en el novelista su conversión religiosa, la aparición y el agravamiento de sus crisis epilépticas y un cambio radical de actitud y de ideología. Ahí están las raíces de toda su obra posterior.
En el ambiente carcelario de odio y degradación moral y física, Dostoyevski tomó notas que utilizaría años después en sus Apuntes de la Casa Muerta. Tras su libertad en febrero de 1854, se propuso reingresar en los ambientes literarios y participó en las controversias sobre el idealismo en el arte y la función social de la literatura.
“Dostoyevski se reincorpora a la vida civil y cultural”, escribe Augusto Vidal en el prólogo de este segundo volumen. Y matiza: “La vuelta a la vida civil no le resultó fácil. […] Tampoco le fue fácil reincorporarse a la vida intelectual.”
Así fue este proceso: al final de la década, en 1859, reapareció en el panorama editorial con la publicación de dos obras menores, dos novelas siberianas humorísticas y críticas en las que hay una evidente influencia de Gógol en su enfoque grotesco: El sueño del tío y La aldea de Stepánchikovo y sus moradores.
Ambas son irónicos frescos de la insustancial vida provinciana, sátiras de la aristocracia de provincias. En la segunda, más ambiciosa, Dostoyevski veía su mejor obra hasta entonces. Creó en ella la figura de Fomá Fomich Opiskin, un degenerado tartufo, vengativo y sádico, servil y envidioso.
Con una conciencia artística cada vez mayor, Dostoyevski estaba decidido a recuperar su prestigio como escritor para poder vivir de la literatura y a elaborar una obra que gira a partir de ahora en torno a la denuncia de los peligros morales de las ideas radicales y a la reivindicación de la espiritualidad frente al nihilismo revolucionario.
Humillados y ofendidos y los Apuntes de la Casa Muerta, que aparecieron por entregas antes de su edición en libro, son las dos obras fundamentales de este periodo. La primera, escrita con prisas y con cierta inseguridad, aunque revisada después, se centra, con sus dos folletinescas tramas paralelas que acaban confluyendo, en las vidas de los habitantes de los suburbios de San Petersburgo y en el tema de la pobreza como causa de la degradación de los personajes, que a veces son demasiado planos. No tienen todavía, claro está, la profundidad que alcanzarían en sus obras de plenitud, pero hay un apreciable esfuerzo en la composición de la figura autobiográfica del escritor Iván Petróvich y en la del diabólico príncipe Valkovski.
Era todavía un Dostoyevski en evolución, pero vacilante. La recuperación y el aumento del prestigio literario que había logrado antes de su detención con Pobres gentes le llegaría con los Apuntes de la Casa Muerta, en los que el centro, más que su traumática experiencia personal, son los personajes con los que convivió en el penal. Su figura desaparece del primer plano para que aparezca una de las características de sus obras posteriores: la indagación en la causa de los crímenes, el análisis comprensivo del comportamiento del criminal y la compasión.
Planteada como unas memorias carcelarias a las que se añaden elementos de ficción, es una novela documental construida sobre su memoria personal como una sucesión articulada de bocetos, retratos y situaciones que reflejan la colectividad de los presos. En ella apunta ya con fuerza la enorme calidad del Dostoyevski futuro, su capacidad de observación y su humanitarismo, expresado por medio de dos narradores tras los que se protege de la censura zarista.
Dostoyevski, señala Augusto Vidal en su prólogo, “no se contenta con ver el fenómeno, siempre busca la razón de ser de lo que acontece. Busca la esencia tras el fenómeno. Toda su obra constituye un camino ascensional en este difícil arte. Y en él, los Apuntes de la Casa Muerta constituyen, sin duda alguna, uno de sus hitos fundamentales.”
La honestidad personal, la ética individual y el amor al prójimo se convierten a partir de ahora en las bases de una posición moral que desarrollaría en las dos cimas novelísticas de su madurez, El idiota y Los hermanos Karamázov.
Santos Domínguez
17 diciembre 2021
Blas de Otero. En castellano
En castellano.
Prólogo de Javier Rodríguez Marcos
Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2021.
Escribo
hablando.
Dicen digo
Antes fui -dicen- existencialista.
Digo que soy coexistencialista.
Esos dos breves relámpagos consecutivos podrían resumir la etapa de Blas de Otero como poeta social: uno por la alusión a la forma (ese ‘hablar claro’ que lo resumirá en su primera edición francesa); el otro, por la actitud solidaria del fondo.
Son dos poemas sucesivos que forman parte de su libro En castellano, que publica Galaxia Gutenberg en su colección de poesía con prólogo de Javier Rodríguez Marcos.
Paradójicamente, por la prohibición de la censura, la primera edición de En castellano no apareció en castellano, sino en francés, en París y en 1959, con el título Parler clair. Al año siguiente ya hubo edición en español pero fuera de España, en México y en Buenos Aires. Hasta 1977 no se publicó en España, en Lumen.
Se abre con este poema prologal:
Aquí tenéis mi voz
alzada contra el cielo de los dioses absurdos,
mi voz apedreando las puertas de la muerte
con cantos que son duras verdades como puños.
Él ha muerto hace tiempo, antes de ayer. Ya hiede.
Aquí tenéis mi voz zarpando hacia el futuro.
Adelantando el paso a través de las ruinas,
hermosa como un viaje alrededor del mundo.
Mucho he sufrido: en este tiempo, todos
hemos sufrido mucho.
Yo levanto una copa de alegría en las manos,
en pie contra el crepúsculo.
Borradlo. Labraremos la paz, la paz, la paz,
a fuerza de caricias, a puñetazos puros.
Aquí os dejo mi voz escrita en castellano.
Escritos entre 1951 y 1959, los poemas de En castellano formaban parte de un proyecto más amplio que culminaría en Que trata de España, que se publicaría en La Habana en 1964, y que contiene su propia autocrítica en el 'Cantar de amigo' que cierra el libro, donde Blas de Otero empieza a dudar del sentido de su escritura. En ese poema, lo que era optimismo y diálogo al principio del libro se vuelve ya monólogo y duda, anticipo de una segunda pérdida de fe, ahora en el muy dudoso poder transformador de la poesía:
Quiero escribir de día.
De cara al hombre de la calle,
y qué
terrible si no se parase.
Quiero escribir de día.
De cara al hombre que no sabe
leer,
y ver que no escribo en balde.
Quiero escribir de día.
De los álamos tengo envidia,
de ver cómo los menea el aire.
Porque la poesía de Blas de Otero es la de un poeta autocrítico y consciente que no limita su rebeldía al terreno del desamparo existencial o al de la protesta contra la dictadura de Franco. Exigente consigo mismo antes que con nadie, nunca se acomodó en una manera que pudiera degenerar en amaneramiento ni se instaló definitivamente en la comodidad acrítica de ninguna tendencia. Pasó del existencialismo desgarrado de Ancia al coexistencialismo y a la palabra militante de Pido la paz y la palabra y En castellano. Y desde aquí saltaría al experimentalismo sereno y controlado de Historias fingidas y verdaderas.
La falsa imagen unívoca y monolítica de Blas de Otero desaparece si se tiene en cuenta que en su obra coexisten siempre en tensión -con momentos de mayor relevancia de un registro o de otro- el yo autobiográfico, el yo lírico y el yo histórico. El complejo equilibrio de esas perspectivas poéticas explica no solo la variedad de metros, temas y tonos, sino las diversas influencias y homenajes que emergen en la abundancia de referencias intertextuales de sus libros: desde Fray Luis a Neruda, desde Quevedo a Juan Ramón -una presencia constante que descoloca a quienes viven en la pereza del tópico-, desde San Juan de la Cruz a Machado, desde Rubén a Alberti, desde Cervantes a Larra, desde Vallejo a Miguel Hernández.
Y es que Blas de Otero se sentía depositario de un legado poético que viene de Manrique y llega a Cernuda, pasa por los místicos y por Whitman, por Aldana y Bécquer. Pero Otero sabía que ese legado es algo vivo, sometido a nuevas asimilaciones, a relecturas que generan la reescritura actualizada de la tradición, revitalizada en su voz personal, tamizada por su experiencia y su mirada contemporánea sobre la realidad.
Y en todas sus etapas poéticas, en los versos de Blas de Otero se impone la autenticidad de una de las voces imprescindibles de la poesía española del siglo XX.
Una voz que -explica Javier Rodriguez Marcos en su prólogo, ‘Un poeta al aire libre’- “si hoy mantiene su vigencia no es tanto porque el mundo siga estando mal hecho sino porque él lo cantó y contó con palabras que antes que poesía social eran, sobre todo, poesía. Sencillamente.”
15 diciembre 2021
Mary Beard. Doce Césares
“Seguimos
todavía rodeados de emperadores romanos. Hace casi dos milenios que la
ciudad de Roma dejó de ser la capital de un imperio y, sin embargo, hoy
en día, por lo menos en Occidente, casi todo el mundo reconoce el
nombre, y a veces incluso el aspecto, de Julio César o de Nerón. Sus
rostros no solo nos escrutan desde las estanterías de los museos o las
paredes de las galerías, sino que protagonizan películas, anuncios y
viñetas en los periódicos. Para un caricaturista resulta muy fácil (con
una corona de laurel, una toga, una lira y un fondo en llamas) convertir
a un político moderno en un «Nerón tocando la lira mientras Roma arde»,
y gran parte del público capta el sentido. A lo largo de los últimos
quinientos años más o menos, estos emperadores y algunas de sus madres y
esposas, hijos e hijas, han sido reproducidos infinidad de veces en
pinturas y en tapices, en plata y cerámica, mármol y bronce. Estoy
convencida de que, antes de «la era de la reproducción mecánica», en el
arte occidental había más imágenes de los emperadores romanos que de
cualquier otra figura humana, a excepción de Jesús, la Virgen María y un
puñado de santos. Calígula y Claudio siguen resonando a través de los
siglos y los continentes con mayor potencia que Carlomagno, Carlos V o
Enrique VIII. Su influencia traspasa la biblioteca o la sala de
conferencias”, escribe Mary Beard en el Prefacio de Doce Césares, que publica Editorial Crítica en su Serie Mayor con traducción de Silvia Furió.
13 diciembre 2021
George Simenon en Anagrama & Acantilado
Lo
saben los que entienden de esto y lo intuyen los que lo degustan sin
prejuicios de cultura impostada: el belga George Simenon (1903-1989) es
uno de los grandes escritores del siglo XX y la serie del comisario
Maigret, más allá de la mera condición de literatura de quiosco en que
la encasillan los legos en materia literaria, es una muy meritoria
construcción que, como la de Chandler en la literatura norteamericana,
eleva el género negro a la dignidad de la creación artística.
García
Márquez lo tenía por uno de los escritores más importantes del siglo
XX, alguien tan refinado como Gide lo definió como “el novelista más
grande y más auténtico”, Faulkner lo admiraba y alguien con tanta
potencia intelectual como Walter Benjamín leía cada novela que
publicaba. Y un dato incontrovertible añadido: Simenon es el autor en
lengua francesa más traducido del último siglo.
Luego vendrían
otros como Mankell, como Vázquez Montalbán, como Camilleri. Y criaturas
literarias como Wallander, como Pepe Carvalho, como Montalbano y su
indisimulado homenaje al novelista barcelonés. Son los herederos de
Simenon, los discípulos de Maigret, esos fundadores.
Y por eso no es raro que dos acreditadas editoriales como Acantilado y Anagrama,
que fundan su catálogo en la excelencia literaria, hayan emprendido una
tarea de coedición de las novelas de Simenon con tres títulos fundamentales: El fondo de la botella; Maigret duda y Tres habitaciones en Manhattan, espléndidamente traducidas por Caridad Martínez las dos primeras y por Nuria Petit la tercera.
En una entrevista en Apostrophes, Simenon
clasificaba sus casi doscientas novelas en dos grupos: las novelas
policiacas y las ‘novelas duras’: “Las novelas policiacas -explicaba-
tienen reglas. Esas reglas son como barandillas de escalera. O sea, que
hay un muerto, uno o varios investigadores y un asesino, y, por tanto,
un enigma. (...) Mientras que las novelas ‘duras’, como las llamo yo,
son simplemente novelas sin barandilla.”
A esa última categoría pertenece El fondo de la botella, que
inaugura la colección, una de las novelas americanas de Simenon.
Ambientada en la frontera de Estados Unidos con México, es una novela
sobre la culpa, el secreto y la traición a partir de la relación
conflictiva entre dos hermanos, un prófugo irresponsable y un respetable
abogado. Sobre el fondo del desierto de Arizona y el fondo de las
botellas de bourbon, es una de las obras más potentes y amargas de
Simenon.
Comienza con estos dos párrafos:
Tenía el
vaso en la mano y miraba vagamente el fondo de whisky pálido que aún le
quedaba. Podría decirse —y era sin duda verdad— que aplazaba el placer
de apurar el último trago. Cuando finalmente se lo tomó, siguió un buen
rato mirando fijamente el vaso. Dudaba antes de dejarlo en el mostrador,
y de darle un empujoncito, de dos o tres centímetros. Bill, el barman,
aunque parecía absorto en una partida de dados con unos cowboys,
entendería la señal, porque estaba muy pendiente: siempre estaba muy
pendiente, sobre todo tratándose de un cliente como P. M.
Está
estupendamente organizado. Todo parece fortuito. Tus gestos son de lo
más inocente del mundo, y, a fin de cuentas, eso te permite beber sin
que lo parezca. Es como en la masonería, con signos que los iniciados
entienden en todos los países del mundo.
Maigret duda,
una de las novelas más significativas de la serie policiaca. Ambientada
en los círculos de la alta sociedad parisina, es una excelente muestra
de la potencia narrativa de Simenon, de su agilidad narrativa y su
habilidad para crear tramas detectivescas, de su precisión y su economía
en las descripciones y los retratos o de su dominio magistral del
diálogo.
Tres habitaciones en Manhattan, en torno a una
pareja de solitarios desorientados y tristes, tiene resonancias del
mejor cine americano de los años 50 y fue adaptada a la gran pantalla en
1965. Es una de las mejores demostraciones de la capacidad de Simenon
para crear personajes vivos y tridimensionales, dotados de hondura
psicológica y de comportamientos complejos.
“Lo que asombra de
Simenon -ha señalado Muñoz Molina- no es que escribiera tantas novelas,
sino el hecho de que prácticamente todas sean magníficas y de que además
estén dotadas de algo equivalente a una sustancia adictiva, de una
poderosa nicotina literaria en virtud de la cual el interés o la
admiración del lector se convierten rápidamente en un hábito.”
Con estos tres títulos se ofrecen las tres primeras dosis. La adicción es inevitable.
Santos Domínguez
10 diciembre 2021
Kathleen Jamie. La casa en el árbol y otros poemas
Así termina ‘Árbol de los deseos’, el poema de la escocesa Kathleen Jamie que abre la antología bilingüe La casa en el árbol y otros poemas, publicada por La fertilidad de la tierra en su colección Tierra de sueños.
Preparada y traducida por Antonio Rivero Taravillo, la antología toma su título de La casa en el árbol, un largo poema que dio nombre también al libro de 2004 que se incluye íntegro en esta selección, junto con muestras de libros anteriores, como El modo en que vivimos, y posteriores como La renovación o La mejor compañía.
La presencia constante de la naturaleza y una mirada que funde ecologismo e intimidad y se proyecta en temas como el tiempo, el recuerdo o el sentimiento recorren estos poemas, muestras de una poesía de la mirada, de una contemplación activa en la que lo vegetal y lo animal -árboles y pájaros, plantas y peces- es el lugar de encuentro de lo exterior y lo interior, del paisaje y la conciencia del mundo en que se habita.
Porque -escribe Rivero Taravillo en su prólogo 'Poesía y Naturaleza'- “la obra de Kathleen Jamie entra por la vista y el oído, y montes, ríos, playas, aves, ciervos se apoderan de los versos, no dejándolos caer en abstracciones. […] La capacidad de observación es fundamental para cualquier poeta, y Kathleen Jamie la posee plenamente, y la sabe transformar mediante la palabra, sin la cual la observación se agota en sí misma, en páginas tan hermosas, sugerentes y provocativas como estas.”
La mirada al mar de Escocia y al liquen de las tapias, al aliso y a la rana, al delfín y la golondrina sobre el fondo verde del paisaje escocés, su transfiguración poética en forma de imágenes visuales y auditivas muy plásticas son la expresión humana y verbal de la convivencia armónica con lo natural, del respeto al entorno, del asombro ante la naturaleza, como en este 'Relicario':
08 diciembre 2021
Benoît Peeters: Valéry. Tratar de vivir
Y 'nada', rien, parece que fue la última palabra que pronunció antes de morir el 20 de julio de 1945. Para entonces era un firme candidato al Nobel y se le consideraba el mejor poeta francés del siglo XX.
“Valéry -escribe Benoît Peeters- no es sólo un gran escritor; es el autor de una obra intelectual de primer orden.”
Fue enterrado con honores de estado en el cementerio marino de Sète, en la costa mediterránea, donde había nacido setenta y cuatro años antes y donde un día proyectó largamente su mirada sobre la calma de los dioses.
06 diciembre 2021
Jeremy D. Popkin. El nacimiento de un mundo nuevo
03 diciembre 2021
Quinientos epigramas griegos
cuando Baco conducía un coro estruendoso y el premio
Si los jóvenes lo modelan de otro modo, sus innovaciones
Muy distinto es este encendido epigrama amoroso de Asclepíades:
Con su palmito me sedujo Dídime y yo, ay de mí,
me derrito como cera junto a la llama viendo su belleza.
¿Y qué si es negra? También los carbones. Y cuando
los encendemos resplandecen como cálices de rosas.
Estaba llegando a mi patria. «Mañana», pensé,
«terminará para mí este largo viaje».
No había cerrado los labios, cuando el mar
se volvió el Hades y esa breve palabra me arruinó.
Guardémonos de decir la palabra «mañana»: ni siquiera
las minucias escapan a Némesis, enemiga de la lengua.
O estos dos de Lucilio, contra los poetas y gramáticos a tiempo completo:
Conoces las reglas de mis cenas. Hoy te invito,
Aulo, a un banquete con reglas especiales.
Ningún poeta que asista recitará, ni importunarás
o serás importunado con cuestiones gramaticales.
Y contra el peor atleta de pentatlon:
Ningún competidor ha sido derribado más rápidamente
ni ninguno ha corrido más lentamente en el estadio;
con el disco no me acerqué a la línea, nunca tuve fuerzas
para levantar los pies en el salto
y un tullido lanza mejor la jabalina. Fui el primero
en ser proclamado el último en las cinco pruebas.
01 diciembre 2021
El Crotalón
29 noviembre 2021
Otoñal y barojiana
26 noviembre 2021
Luis Alberto de Cuenca. Por fuertes y fronteras
«No te quejes», escucho. «No te quejes»,
repite una y mil veces el gallo. Son las cinco
de la mañana. Estoy medio dormido.
«Quiquiriquí», tendría que cantar ese gallo,
pero canta otra cosa. ¡Ya puede prepararse
si me levanto y salgo! «No te quejes»,
insiste, «no te quejes», cada vez con más ganas.
Lo ha conseguido. No me quejaré.
¿De qué sirve quejarse?
Lo confirman poemas como esta Advertencia al lector:
Oyendo a Dinah Washington -son las diez de la noche
de un veintitrés de octubre- , se me ocurre decirle
al presunto lector de mi «literatura»
que procure evitarla como se evita a un huésped
molesto -un erudito, una rata en el baño- ,
y que si, por alguna razón que se me escapa,
quiere seguir leyendo, que entienda lo que lee
como lo que es: un grito (o un susurro) de angustia
y soledad.
Realidad y deseo, memoria y presente, lenguaje coloquial y alusiones cultas, vida y arte, experiencia y literatura dan las claves de una poética de la fusión que se canaliza en un cambio de tono y de sujeto poético, en el paso del culturalismo a una desenvoltura mundana compatible con el clasicismo. Fusiones que integran en una síntesis enriquecedora el cómic y la poesía helenística, a Euforión de Calcis y a Tintín, el jazz y la canción de gesta, y a Guillermo de Aquitania con Gerard de Nerval.
¡Larga vida al fantasma del recuerdo!
Santos Domínguez