Crotalón.
Edición de Alfredo Rodríguez López-Vázquez.
Cátedra Letras Hispánicas. Madrid, 2021.
El Crotalón es uno de los libros imprescindibles de la prosa renacentista española. Lo publicó a mediados del siglo XVI Cristóbal de Villalón amparándose en el seudónimo Cristóforo Gnofoso (‘El que ilumina en la oscuridad) y ocultando su lugar de nacimiento en la portadilla de la primera edición, cuando se declaraba “natural de la ínsula Eutrapelia, una de las Ínsulas Fortunadas.”
En esa portadilla se añadía su filiación literaria lucianesca al anunciar que en el libro “se contrahaze aguda y ingeniosamente el sueño o gallo de Luçiano, famoso orador griego.”
Como en tantas obras y autores fundamentales de la literatura española del primer Renacimiento, del Lazarillo a Fray Luis de León, de Juan de Valdés a Casiodoro de Reina, tan conflictivos como brillantes, hay en su raíz y en su desarrollo una suma de humanismo y de heterodoxia, de reformismo religioso y sátira social, de erasmismo anticlerical y crítica moral de las costumbres.
De ahí la oscuridad defensiva que Villalón, teólogo y gramático, proyectó sobre su autoría cuando publicó la obra en 1555 en Amberes, una de las patrias del Lazarillo, que había aparecido un año antes.
El Crotalón sigue la línea de los diálogos renacentistas, un género heredero de Luciano de Samosata y revitalizado por Erasmo de Rotterdam en sus Colloquia. Un género frecuente en el humanismo erasmista que dio en España frutos tan admirables como el Diálogo de la lengua, el de Mercurio y Carón o el Diálogo de las cosas ocurridas en Roma, de los hermanos Alfonso y Juan de Valdés, el Crotalón se plantea como un diálogo satírico entre el zapatero Micilo y el lucianesco gallo Pitágoras, lo que justifica que los veinte capítulos en los que se organiza se denominen “cantos”.
Se suceden en sus páginas, en las que resuenan también ecos de la novella italiana y de la Batracomiomaquia atribuida a Homero, la crítica social y la denuncia de la corrupción eclesiástica, las notas costumbristas y las reflexiones filosóficas en el diálogo entre un sabio -el gallo, que ha conocido en sus muchas metamorfosis diversas condiciones humanas- y un ignorante que va adquiriendo sabiduría por efecto de ese crótalo que se invoca en el título como despertador de las conciencias.
En el último capítulo aparece un nuevo interlocutor, Demophon (“la voz del pueblo”, etimológicamente), que visita a su vecino, el zapatero Micilo, tras la muerte ritual del gallo. En ese diálogo final, el más explícito en su crítica, se leen líneas como estas:
¿En qué lugar por pequeño que sea se consentirá o disimulará lo mucho ni lo muy poco que se disimula y sufre aquí?, ¿dónde hay tanto juez sin justiçia como aquí?, ¿dónde tanto letrado sin letras como aquí?, ¿dónde tanto executor sin que se castigue la maldad?, ¿dónde tanto escribano ni más común el borrón? ¿Que no hay hombre de gobierno en este pueblo que trate más que su proprio interés, y cómo más se aventajará? Por esto permite Dios que vengan unos zarlos, o falsos prophetas que con embaymientos, aparençias y falsas demostraçiones nos hagan entender qual quiera cosa que nos quieran fingir.
Sobre Cristóbal de Villalón, “un humanista cristiano heterodoxo”, y sobre el Crotalón, su génesis, su arquitectura narrativa y los enigmas de su prólogo ha escrito Alfredo Rodríguez López-Vázquez un magnífico estudio introductorio que abre su edición de la obra en Cátedra Letras Hispánicas.
En él, a partir de un sutil escrutinio lingüístico, atribuye la autoría del libro al párroco de Santa Eulalia de Tabara, teólogo por la Universidad de Alcalá de Henares, uno de los núcleos erasmistas en la España del XVI, y no al catedrático de igual nombre en la Universidad de Valladolid, autor del Scholastico y la Ingeniosa comparación.
Así resume en su introducción Alfredo Rodríguez López-Vázquez el sentido del libro, compendiado en el último discurso del gallo: “Se trata de un discurso moral nucleado por tres ideas centrales: la decadencia de la conducta humana al alejarse de la verdadera naturaleza de la libertad; la vanidad y engaño de las cosas de la vida; el abandono del ocio que conduce a la miseria. […] Se trata de un discurso moral basado en un humanismo cristiano que fustiga el vicio y el ocio y que muestra el camino del bien común, basado en el rechazo al ocio y a la vanidad social. Un discurso de regeneración moral de la sociedad y de las conductas humanas […] afín al pensamiento de la reforma, pero compatible también con las teorías del pensamiento renovador de innovadores morales como Ignacio de Loyola, los hermanos Valdés o Bartolomé de Carranza.”
Santos Domínguez