28 abril 2025

Joyce. Cartas 1920-1941

 



James Joyce. 
Cartas 1920 - 1941 
seguido de
Joyce en los ojos de sus amigos.
Edición y traducción de Diego Garrido. 
Ilustraciones de Arturo Garrido.
Páginas de Espuma. Madrid, 2025.

A STANISLAUS JOYCE 
(Tarjeta postal)

4 enero 1941
Pension Delphin, Muhlebachstrasse 69, Zúrich

Querido hermano: Tal vez estas direcciones te sean útiles. Son de gente que podría, me parece, ayudarte. Como sea inténtalo.
A. Francini, c/o Scuola dei Padri Scalopi de allí, Ezra Pound. 5 via Marsala, Rapallo, Carlo Linati, 20 San Vittore, Milán. Curzio Malaparte y Ettore Settanni, redacción de Prospettive, via Gregoriana 44, Roma, el primero director el segundo colaborador que hizo conmigo (o más bien revisó) la traducción de un pasaje de Anna Livia aparecido en el número del 15 de febrero de 1940. Recuerdos de todos.
JIM

Es el texto de la última misiva que envió James Joyce. Escrita en italiano, se la dirigía desde Zúrich a su hermano Stanislaus el 4 de enero de 1941, pocos días antes de la  peritonitis que acabaría provocando su muerte en el Hospital de la Cruz Roja el 13 de enero. De los detalles de sus últimos días, del rápido proceso que provocó su fallecimiento y de su entierro habla Richard Ellmann, editor de sus cartas y autor de su mejor biografía, en el texto que se inserta muy oportunamente tras el de ese último mensaje.

Con esa última postal se cierra el apartado central del espléndido segundo volumen del epistolario de Joyce en Páginas de Espuma, con edición y traducción de Diego Garrido, que escribe a propósito de esta última postal: “A mí, que ya conocía bien la vida de Joyce, que sabía que lleva ochenta años bajo la tierra, aún me produjo un escalofrío comprobar cómo, después de esa última postalita a Stanislaus -una postal anodina, cualquiera, a la que han antecedido cientos y cientos de cartas de todo tipo a todo tipo de corresponsales a lo largo de toda una vida– venía, pura y simplemente, el índice onomástico. ¿Ya está? La vida real, al contrario que buena parte de la literatura (que sería el arte de revolverse contra este hecho como gato panza arriba), no tiene lacito, y acaba en un instante: sin más ni más.”

Tras la aparición del primer tomo en 2023, este segundo volumen reúne cuatrocientas noventa cartas escritas por James Joyce entre 1920 y 1941, en los años en que logró mayor reconocimiento literario y corona el colosal empeño de Páginas de Espuma por ofrecer la edición más completa y rigurosa del epistolario de Joyce.

Se recogen en este volumen las cartas escritas en París entre 1920 y 1939 y en Saint-Gérand-le-Puy o en Zúrich desde 1939 hasta 1941. De ese amplio material epistolar puede deducirse un autorretrato involuntario, una biografía limitada que combina lo público y lo privado y refleja el lado humano de Joyce, su vida íntima, su universo creativo, la repercusión del Ulysses, la problemática relación matrimonial con Nora, la enfermedad mental de su hija, la soledad, su ambición literaria, el proceso de composición de Finnegans Wake, los celos que suscitó y las envidias que tuvo de los demás, la búsqueda de reconocimiento, la ceguera, la desconexión progresiva del mundo o las relaciones críticas con Irlanda y los irlandeses.

Muchas de estas cartas de Joyce iban dirigidas al pintor Frank Budgen, que fue a menudo su compañero de farras e influyó en su obra con sus consejos estéticos; a Sylvia Beach, editora del Ulysses y librera de Shakespeare & Co. en París; a Ezra Pound, que le aconsejó durante su escritura y medió de forma decisiva en la edición de la novela; a su hermano Stanislaus y, más que a nadie, a Harriet Shaw Weaver, su generosa mecenas feminista, que publicó por entregas el Retrato del artista adolescente en su revista The Egoist.

“Son -escribe Diego Garrido en el prólogo- los años de París: los años del reconocimiento tan anhelado, la fama, el éxito, la adulación infinita; pero también los de la soledad íntima, el abatimiento, la incomprensión, y, sobre todo, la enfermedad creciente e irreversible de Lucia. Esta fama hace que la correspondencia se multiplique, ahora todos se aseguran de conservar las cartas del autor de Ulises, que se vuelve en general más correcto, más misterioso y recóndito.”

Ilustrado con un estupendo álbum de imágenes que recoge desde el esquema manuscrito del Ulysses hasta una gran cantidad de fotografías y dibujos de Joyce y sus obras, el volumen se completa con Joyce en los ojos de sus amigos, una amplia recopilación en trescientas páginas de las poliédricas semblanzas de Joyce que hicieron -amigos y enemigos- quienes tuvieron una relación más o menos cercana con él. De Wyndham Lewis, que lo conoció en un viaje a París en 1920 con T.S. Eliot y fue testigo de un diálogo sobrevolado de pullas hirientes y de indirectas; de Stanislaus Joyce, que en su Diario de Dublín anota tempranamente, en 1904: “Jim es un genio”; de Italo Svevo, que lo trató en Trieste, donde nacieron sus dos hijos, y de quien se recuperan aquí unas páginas memorables extraídas de su póstumo James Joyce, o de William Carlos Williams, que lo conoció en París y lo recuerda así en su Autobiografía:

Y así llegamos al evento de la noche, la cena con James y Nora Joyce, en el único lugar en el que Joyce aceptaría cenar: el Trianon.
Joyce no era un hombre alto. Tenía la cabeza pequeña y comprimida y la nariz recta, no tenía labios y hablaba con un marcado acento irlandés, aunque internalizado. No tomaba licores fuertes, sólo vino blanco, un vino blanco suave, a causa de sus ojos. Estaba casi ciego de glaucoma. Fue una velada maravillosa. Nora, una mujer robusta, apenas dijo una palabra. 
Joyce, que por aquel entonces trabajaba en las primeras partes dublinesas de Finnegans Wake, estaba especialmente ansioso por hablar con Floss, porque ella era de lengua nórdica por parte de madre y los nórdicos habían desempeñado un gran papel en la historia de Irlanda.
Todos estábamos bebiendo vino blanco por cortesía hacia Joyce, quien, mientras hablaba, fue a llenar el vaso de Flossie: pero su puntería era mala, y el vino se fue más allá de la mesa, hasta que ella reajustó el recipiente a una posición más correcta, salvando el día.
Cuando empezábamos a beber otra ronda, Bob McAlmon, que quizá estaba un poco tenso, propuso un brindis: «¡Por el pecado!». Joyce levantó la vista. «No brindaré por eso», aseguró.

Cierran esta magnífica edición cuatro índices -uno de destinatarios, otro de remitentes, uno onomástico y un índice general de cartas- que facilitan la consulta rápida de la correspondencia y dibujan el mapa del mundo literario y humano de James Joyce.

Santos Domínguez